Recientemente, el Ayuntamiento de Oiartzun ha publicado, dentro de su colección Mugarri, el libro Artikutzako Trena, volumen de 233 páginas, íntegramente en euskera, obra de los investigadores Anton Mendizábal Cristóbal y Suberri Matelo Mitxelena. Como su título indica, el trabajo analiza la historia de uno de los ferrocarriles mineros más desconocidos de nuestro país: el pequeño tren de Artikutza (Navarra) a Rentería (Gipuzkoa), línea que en su día fue la de mayor longitud en ancho de 600 mm de la península ibérica.
Vía sistema Decauville implantada a finales del siglo XIX en el entorno de Enobieta. Archivo Municipal de San Sebastián
Al caminar por los frondosos bosques de Artikutza, plenos de toda clase de especies de flora y fauna autóctona, el paseante fácilmente puede llegar a la conclusión de que se encuentra en de uno de los pocos rincones de Euskalherria en el que la naturaleza se ha librado de la mano depredadora del hombre, presentándose ante sus ojos con el mismo aspecto que habría ofrecido a nuestros antepasados siglos atrás. ¡Nada más lejos de la realidad!
Locomotora de vapor utilizada en el ferrocarril de Artikutza. Fotografía de Aurelio Colmenares Orgaz. Fototeca del Instituto del Patrimonio Cultural de España. Ministerio de Cultura
Lo que ahora se nos antoja un paraíso natural era, hace más de un siglo, un auténtico hervidero de actividad industrial. Artikutza estaba plagado de minas de hierro y caolín, hornos de calcinación, aserraderos donde se fabricaban traviesas y postes, centrales eléctricas… y, conectándolo todo, un pequeño ferrocarril, con sus humeantes locomotoras de vapor, que permitía trasladar la producción minera y forestal hasta la lejana estación de la Compañía del Norte en Rentería. Si el hombre es, con demasiada frecuencia, poco respetuoso con la naturaleza, en Artikutza ésta le ha devuelto la misma moneda; la vegetación ha reconquistado todo el valle y solo el ojo de un buen observador puede descubrir aquí y allá algún arruinado testimonio de lo que sucedió en este recóndito lugar a principios de la pasada centuria.
Vista del plano inclinado de Gogorregi. Fotografía de Aurelio Colmenares Orgaz. Fototeca del Instituto del Patrimonio Cultural de España. Ministerio de Cultura
En contraste con el actual paraíso natural, Artikutza fue, a comienzos del siglo XX, un entorno plenamente industrializado. Coincidiendo con la publicación de este libro, se cumple el primer centenario del final de esa etapa, marcada por la compra de la finca por parte del Ayuntamiento de San Sebastián con el fin de obtener uno de sus mayores tesoros; el agua limpia y transparente que fluye por todos los rincones de uno de los puntos con mayor pluviosidad de toda la península ibérica. Con esta adquisición, el consistorio donostiarra, lograba garantizar el abastecimiento de agua potable para su creciente población, pero para garantizar su salubridad, decidió poner fin a todas las actividades industriales y mineras que pudieran contaminar los cauces y, en consecuencia, despobló el valle. Por ello, a partir de 1917 se cerraron las minas, se desmanteló el tren y la naturaleza recuperó rápidamente lo que fue suyo.
Vista del plano inclinado de San Rafael. Fotografía de Aurelio Colmenares Orgaz. Fototeca del Instituto del Patrimonio Cultural de España. Ministerio de Cultura
Transcurrido un siglo, el trabajo realizado por Anton Mendizabal y Suberri Mantelo, nos permite revivir el pasado industrial y ferroviario de Artikutza, la historia de sus minas y explotaciones forestales y nos devuelve el recuerdo de un simpático tren que, pese a sus modestas proporciones, en su día se convirtió en la línea de mayor recorrido de la península ibérica tendida con el reducido ancho de vía de 600 milímetros. Gracias exhaustivo trabajo de investigación que ambos han realizado, el lector puede ahora conocer las auténticas dimensiones de la intensa actividad que, en el pasado, rompió la calma del valle con la construcción de complejas infraestructuras como el espectacular ascenso en constante zig-zag del primer ferrocarril o los espectaculares planos inclinados que permitieron superar los fuertes desniveles de la zona, incluido el más llamativo, el de San Rafael, y su curioso sistema de funcionamiento mediante contrapeso hidráulico.
Tren del ferrocarril minero de Artikutza. Se observa que transporta carriles, por lo que es posible que la imagen se tomase durante las labores de levante de la vía en 1917. Archivo de Pedro Pérez Amuchastegui
Junto al trabajo de investigación realizado en diferentes archivos y bibliotecas, los autores han tenido la suerte de poder contar con el testimonio del último superviviente de este interesante pasado, Juan Aranburu, cuya longevidad, 106 años, prodigiosa memoria y, sobre todo, inmensa amabilidad, ha permitido recuperar infinidad de detalles que no acostumbran a quedar reflejados en la fría documentación. A todo ello se une un completo trabajo de campo con el que ha sido posible identificar la mayor parte de los vestigios del pasado industrial y ferroviario de Artikutza y, que gracias a las fichas que acompañan a este volumen, ayudarán al lector a entender que lo que se presenta ante sus ojos al pasear por Artikutza, no es un informe montón de piedras sino un muro de contención, una explanación ferroviaria o los restos de un horno de calcinación.
Estribos de un puente del ferrocarril situado en las proximidades de Gogorregi. Fotografía de Anton Mendizábal Cristobal
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