martes, 29 de diciembre de 2020

80 AÑOS DE TROLEBUSES EN ESPAÑA(III)

Electrovía del Bidasoa, primer antecedente del trolebús en España, diseñado por el ingeniero navarro Gregorio Ararola Gresillón. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 

EMILIO AZAROLA GRESILLÓN

Al ingeniero navarro Emilio Azarola Gresillón le corresponde el honor de ser el primer impulsor del trolebús en España. Nacido en Tafalla el 12 de junio de 1872 en el seno de una familia acomodada, cursó sus primeros estudios en su localidad natal para, más tarde, realizar el bachillerato entre 1885 y 1888 en el madrileño Instituto Cardenal Cisneros. Posteriormente ingresó en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, en la que se licenciaría en 1895.

Desde sus inicios, Emilio Azarola fue un gran defensor de la tracción eléctrica en ferrocarriles y tranvías, así como un notable emprendedor en toda clase de proyectos, sobre todo de generación hidroeléctrica. En 1896, cuando apenas había concluido sus estudios superiores, presentó un llamativo proyecto para la construcción de un ferrocarril eléctrico entre Pamplona y Logroño que aprovecharía los ricos recursos hidráulicos existentes en el entorno de Estella. La propuesta contemplaba la utilización de un reducido ancho de vía de tan solo 750 milímetros, instalada en el margen de la carretera que comunicaba ambas capitales y la tensión de alimentación sería de unos 900 voltios en corriente continua.

Azarola presentó su propuesta a la Diputación de Navarra y también divulgó su idea a través de la Revista de Obras Públicas, publicación periódica de la que sería asiduo colaborador, con más de veinte artículos de su autoría. Poco después, el 17 de abril de 1900, ingresó definitivamente en el Cuerpo de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, actividad funcionarial que compaginó con iniciativas privadas, sobre todo en proyectos de generación de fuerza eléctrica en Navarra, como fueron la Electra Industrial de Tafalla y la Electra de Aoiz.

En 1903 Emilio Azarola contrajo matrimonio con Amelia Echevarría, una maestra del pueblo navarro de Donestebe, al que trasladó su residencia y, con ello, sus intereses empresariales. Fue en aquella época cuando tomó conciencia de las difíciles comunicaciones del valle del Bidasoa y en la que, ante el elevado coste que habría supuesto implantar un ferrocarril en la zona, decidió promover una alternativa más económica, el electrovía, sin duda inspirado en las líneas que en aquella época estaba desarrollando en Alemania el ingeniero Max Schiemann.

El Electrovía del Bidasoa enlazó, a partir del 3 de mayo de 1911, Bera de Bidasoa con la localidad fronteriza de Behobia y consistía en un camión de tres ruedas que era impulsado por un motor eléctrico situado bajo el bastidor, que a su vez accionaba el eje trasero mediante una transmisión por cadenas, mientras que la rueda libre delantera disponía de los elementos de dirección necesarios para su guiado. La alimentación del conjunto se realizaba gracias a una línea aérea bifilar tendida a lo largo de la carretera, sobre la que rodaba un pequeño carretón, patentado por el propio Azarola, conectado mediante cables al vehículo. Funcionó con regularidad hasta 1916, fecha en que fue adquirido por el Ferrocarril del Bidasoa, inaugurado ese mismo año, por 7.000 pesetas, con el propósito de eliminar su posible competencia.

Los trabajos científicos de Azarola se tradujeron en una docena de patentes propias, desde la toma de corriente para su electrovía hasta sistemas de cambios para la transmisión de las bicicletas o métodos para la construcción de tuberías para centrales hidroeléctricas. Además, en los años treinta desarrolló una intensa carrera política en las filas del Partido Radical Socialista de Navarra, con el que salió elegido alcalde en las elecciones municipales de abril de 1931 que dieron paso a la proclamación de la Segunda República. Poco después fue elegido Diputado en las elecciones constituyentes de 1931. Participó activamente en los debates sobre el futuro estatuto de autonomía Vasco-Navarro, en los que fue firme defensor de la no integración de Navarra con las restantes provincias vascas. Más tarde, en el gobierno de Portela Valladares, fue jefe de gabinete del Ministro de Marina, su hermano Antonio. Tras su cese por el nuevo gobierno del Frente Popular, fue nombrado director del puerto de Santa Cruz de Tenerife.

Aunque las biografías consultadas sobre Emilio Azarola Gresillón señalan que falleció en 1950, es evidente que no fue así, ya que hay referencias a su persona en el Boletín Oficial del Estado en 1954, presentó alguno de sus inventos en el registro de patentes en 1955 y publicó su último artículo en la Revista de Obras Públicas en 1959, por lo que es de suponer que se trata de una errata y que, probablemente, murió en 1960.


martes, 22 de diciembre de 2020

80 AÑOS DE TROLEBUSES EN ESPAÑA (II)

 

Trolebús Vetra de Bilbao. Los primeros vehículos de este fabricante francés suministrados a la capital de Bizkaia fueron construidos en Limoges. Posteriormente, también fueron fabricados bajo licencia por Material Móvil y Construcciones de Zaragoza. Fotografía de Miquel Palou

Dependencia tecnológica

Aunque el trolebús surgió en España en el periodo más álgido de las políticas de autarquía económica impulsadas por el primer franquismo, la dependencia tecnológica de este medio de transporte respecto a la industria extranjera fue muy notable. Como se ha indicado, los primeros trolebuses estrenados en Bilbao habían sido construidos en Francia por la firma Vetra, empresa que poco después suscribió un acuerdo para su fabricación bajo licencia por Material Móvil y Construcciones, antiguos talleres de Carde y Escoriaza en Zaragoza.

Madrid estrenó su red de trolebuses con coches construidos en Francia por Jacquemond. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Barcelona estrenó sus primeros servicios de trolebuses con antiguos autobuses, transformados al nuevo sistema de tracción en los propios talleres de la empresa operadora de sus tranvías con la colaboración de su filial Maquintrans. Por su parte, Pontevedra inició su andadura con seis trolebuses de la firma británica Leyland, inicialmente construidos para China, pero que por las circunstancias provocadas por la Segunda Guerra Mundial recalaron en nuestro país. San Sebastián y A Coruña recurrieron a la española Hispano-Suiza, también con equipos Maquitrans, aunque pronto ambas ciudades recurrieron a proveedores extranjeros; la inglesa BUT en el caso de la capital guipuzcoana, y la francesa Vetra en la gallega.

Prototipo de trolebús Pegaso carrozado por Macosa, del que apenas se construyeron poco más de tres decenas de unidades. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

A principios de los años cincuenta, Pegaso diseñó un trolebús de construcción nacional que tuvo cierta difusión, con unidades vendidas a Santander, Zaragoza, A Coruña, Castelló, Bilbao y Mieres, pero siempre en pequeñas cantidades que nunca fueron suficientes para garantizar la continuidad de su producción. Mientras tanto, Madrid realizaba adquisiciones masivas de trolebuses franceses de las marcas Jacquemond y Vetra y Barcelona confió la fabricación de sus unidades más modernas a Vetra y BUT.

En 1961 se importaron 125 trolebuses de dos pisos de segunda mano, procedentes de Londres, que se distribuyeron por Vigo, A Coruña, Carballo, Santander-Astillero, Bilbao, San Sebastián, Zaragoza y Reus-Tarragona. Fotografía de Joaquín Peñalosa. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En 1960 Pegaso desarrolló un nuevo modelo, basado en su autobús 5020, en el que se sustituyó su motor diésel por un equipo eléctrico suministrado por el especialista francés Vetra. Sin embargo, su presentación coincidió en el tiempo con la masiva importación de trolebuses de ocasión realizada aquellos años desde Gran Bretaña, primero 17 unidades procedentes de la red de Rotherham y, poco después, de 125 coches de dos pisos de Londres, que frustraron esta nueva iniciativa. En resumen, de los más de 600 trolebuses que circularon en España, un 30% eran de origen francés, un 12% británicos, otro 12% españoles y un 3% alemanes. Además, otro 22% corresponde a los coches adquiridos de ocasión en Gran Bretaña y el 21% restante procedían de la transformación de antiguos autobuses.

Muchos trolebuses experimentaron toda clase de reformas y reconstrucciones, como este Vetra de Bilbao, al que se le prolongó la carrocería y añadió un tercer eje. Fotografía de Félix Zurita. Fondo Albert González Masip. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Rápida decadencia

A mediados de los años sesenta el trolebús alcanzó su máxima expansión en España. Sin embargo, pronto se inició una rápida decadencia debido entre otros factores a la creciente expansión del automóvil que, a su vez, trajo consigo, además de la reducción de la demanda, otras afecciones como la modificación del sentido de las calles de las ciudades con motivo de la creación de direcciones únicas o la ampliación de las carreteras, que afectó especialmente a las líneas interurbanas. Además, la inexistencia de fabricantes nacionales de trolebuses, tras el fracaso de Pegaso en este sector, el alto coste de los vehículos de importación, que podía ser hasta diez veces superior al de un autobús diésel de capacidad similar construido en España, y la dificultad para obtener repuestos, también repercutieron negativamente sobre el futuro de un medio de transporte en una época en la que la sociedad española todavía no había tomado conciencia de los beneficios medio ambientales que aportaba la tracción eléctrica a los transportes urbanos.

Trolebús Vetra construido en España bajo licencia por General Eléctrica Española y Seida. El gran especialista francés Georges Muller lo considera el trolebús Vetra más elegante del mundo. Archivo de Fran Martínez

La primera línea importante de trolebuses en ser suprimida fue la de Bilbao a Algorta, cerrada en 1965 al interrumpirse su trazado con la construcción de un canal navegable. Un año más tarde se desmanteló abruptamente toda la red de Madrid, cuando apenas unos años antes la capital española había aprobado varios planes de expansión del sistema. En 1968 le siguió Barcelona y Castelló. Aunque entre 1969 y 1970 València inauguró cinco nuevas líneas, se trató solo de un espejismo: ante la exigencia del consistorio de suprimir los últimos tranvías y la falta de recursos económicos del operador de los transportes urbanos de la ciudad, éste aprovechó la posibilidad de adquirir de ocasión trolebuses seminuevos retirados precipitadamente en Madrid y Barcelona, al tiempo que reutilizó las subestaciones, postes y otros elementos tranviarios como infraestructura del nuevo servicio.

Entre 1969 y 1970 València amplió su red de trolebuses con coches de segunda mano adquiridos en Madrid y Barcelona. Fotografía de Jeremy Wiseman

Pese al fulgor del renacimiento del trolebús en València, lo cierto es que la regresión de este medio de transporte en España resultaba imparable. En 1971 se suprimió la red urbana de Santander y la larga línea interurbana de Coruña a Carballo. A principios de 1973 también se cerró otro interurbano, el de Reus a Tarragona, y ese mismo año se promulgó la Ley 26/1973, dictada el 21 de julio, que supuso el golpe de gracia definitivo para los trolebuses españoles.

Trolebús construido por la alemana MAN para la línea de Santander a Astillero. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Ciertamente, la nueva Ley representó una verdadera bicoca para los operadores de servicios de trolebuses. Según señalaba su primer artículo, la sustitución de éstos por autobuses diésel suponía la automática ampliación de la concesión durante 25 años, a contar a partir de la fecha de caducidad de la autorización original de trolebuses. A cambio de esta generosa y arbitraria prórroga, la única inversión que tenían que hacer los concesionarios era comprar autobuses para sustituir a sus viejos trolebuses, cuando, de todos modos, estos necesitaban ser reemplazados, al haber agotado ya su vida útil, y, claro está, el coste de esta sustitución mediante trolebuses habría sido notablemente más caro para los operadores.

Tras la Crisis del Petróleo, Francia modernizó las redes de trolebuses que todavía operaban en el país, como es el caso de Limoges, gracias a los nuevos Berliet ER-100 y 180. Limoges, 1984. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

Apenas habían trascurrido poco más de dos meses desde la aprobación de la Ley 26/1973 cuando el 6 de octubre de 1973 estalló la guerra del Yom Kipur entre los países árabes e Israel, conflicto que provocó en las economías occidentales la primera crisis del petróleo. Sin embargo, a diferencia de la vecina Francia, donde la nueva coyuntura energética tuvo su inmediata repercusión en nuevas políticas de fomento de los transportes públicos que, entre otros factores, contribuyeron a mantener las escasas redes de trolebuses todavía operativas en Lyon, Grenoble, Marsella, Limoges y Saint Etienne, a las que en 1982 se sumó otra de nueva construcción en Nancy, las autoridades españolas fueron incapaces de reaccionar; ni  suspendieron, al menos temporalmente, la Ley 23/1973, ni buscando fórmulas para revitalizar este medio de transporte en el país, que todavía funcionaba en siete ciudades; Pontevedra, A Coruña, Santander-Astillero, Bilbao, San Sebastián, València y Cádiz, mientras que líneas como San Sebastián-Tolosa se encontraban formalmente activas, con las instalaciones prácticamente intactas, aunque con el servicio suspendido por obras viarias desde 1968.

Trolebús BUT adquirido de ocasión en Londres por la Compañía del Tranvía de La Coruña. En origen de dos pisos, al igual que el de la imagen, varios coches de la ciudad hercúlea perdieron el piso superior. Fotografía de Jean Henry Manara

El 19 de diciembre de 1973, cuando apenas habían transcurrido dos meses desde el final de la guerra del Yom Kipur, y con toda Europa sumida en el caos provocado por el rápido incremento del precio del petróleo, se paralizó el servicio en la última línea de trolebuses de San Sebastián. En 1975 le siguieron Cádiz, Santander-Astillero y Zaragoza, mientras que en 1976 sucumbió la joven red de València. El 28 de octubre de 1978 se suprimieron los últimos servicios de trolebuses de Bilbao, y dos meses más tarde, el 4 de enero de 1979, desaparecían también de las calles de A Coruña. De este modo, únicamente se mantuvo operativa la línea interurbana de Pontevedra a Marín y a Lérez, cuya concesionaria pudo reforzar su parque con la compra de 17 trolebuses de ocasión en València. Gracias a ellos pudo prolongar la agonía del servicio durante diez años, hasta su definitiva clausura el 3 de septiembre de 1989. Con ello se cerraba un amplio periodo histórico de 49 años de servicios de trolebuses en España.

En Pontevedra los trolebuses se mantuvieron operativos hasta 1989. El coche de la imagen, un Leyland de 1943, modernizado en varias ocasiones, trabajó durante más de 45 años. Fotografía de Enrique Andrés Gramage

domingo, 20 de diciembre de 2020

80 AÑOS DE TROLEBUSES EN ESPAÑA (I)

Trolebús de San Sebastián, construido por la británica BUT y carrozado por Irizar. Fotografía de Félix Zurita. Fondo, Albert González Masip. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


En las próximas entradas de este blog recordaremos la historia de un medio de transporte que este año cumple su 80 aniversario en nuestro país: el trolebús. Ciertamente, no se trata de un vehículo ferroviario, ya que no circula sobre carriles sino sobre el asfalto, gracias a sus neumáticos. Por otra parte, a diferencia del tren, no es un sistema guiado, ya que puede ser orientado a voluntad del conductor. Sin embargo, los trolebuses mantienen algunos elementos en común con el ferrocarril, como es el hecho de ser un sistema cautivo, ya que, al menos en el pasado, en todo momento debía estar físicamente unido a su infraestructura mediante los troles para poder funcionar, aunque esta limitación ha sido superada por las versiones más modernas. Además, utilizan la tracción eléctrica, al igual que los tranvías, lo que lo convierte en uno de los medios de transporte urbano más limpios y medioambientalmente más eficientes. 
Autobús Renault, transformado en trolebús por la EMT de Madrid. Fotografía de Jeremy Wiseman
En Bilbao, varios trolebuses, como este BUT de dos pisos en cuyo techo todavía se observan las bases de los troles, fueron reconvertidos en autobuses diésel. Fotografía de Miquel Palou

En realidad, los aspectos en común entre el trolebús y el autobús son más numerosos. Es más, muchos trolebuses no eran otra cosa que autobuses a los que se les había sustituido el motor diésel por uno eléctrico y el depósito de combustible por los troles para la toma de corriente, como sucedió con 46 coches Renault de Madrid. De hecho, la mayor diferencia tecnológica respecto a los modernos autobuses eléctricos impulsados por baterías que comienzan a proliferar en nuestras ciudades es que los primeros son completamente autónomos, aunque deben realizar largas recargas nocturnas o cargas de oportunidad en algunas paradas fijas de sus trayectos, mientras que los trolebuses toman constantemente la corriente necesaria a partir de una línea aérea que, a diferencia del ferrocarril o el tranvía, es doble, con un hilo para el polo positivo, generalmente el izquierdo en el sentido de la marcha, y otro para el negativo, ya que el retorno no puede realizarse por el carril como en el tren. 
El primer antecedente del trolebús: el Elektromote de Siemens. Fondo Georges Muller. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Los inicios

Los inicios del trolebús se dieron prácticamente en paralelo a los tranvías eléctricos. De hecho, fue el propio Siemens, que en 1881 ensayó en la capital alemana el primer tranvía eléctrico del mundo, quien el 29 de abril de 1882 comenzó a experimentar en el barrio berlinés de Charlottenburg su «Elektromote», un vehículo de carretera de tracción eléctrica alimentado gracias a una línea aérea. A diferencia del tranvía, que en muy pocos años alcanzó la madurez tecnológica, hasta el punto que a finales del siglo XIX eran ya millares los kilómetros de líneas en servicio en todo el mundo, la evolución del trolebús fue mucho más lenta, limitada en buena medida por los problemas que generaban a la rodadura los deficientes pavimentos de la época, frente a la suave superficie de los carriles tranviarios, y las diversas soluciones planteadas para conectar los vehículos a la línea aérea, hasta el definitivo desarrollo del trole con cabeza rotatoria y canal de guiado. En consecuencia, el verdadero desarrollo de este medio de transporte no tendría lugar hasta los años treinta del pasado siglo.
Hace 80 años Bilbao implantó el primer trolebús de la península ibérica. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

A principios del siglo XX ya se plantearon en España algunos proyectos para el establecimiento de trolebuses, la mayoría de los casos de carácter interurbano, con los que se esperaba obtener beneficios similares a los que podría aportar la implantación de un ferrocarril, pero con una inversión económica muy inferior. Sin embargo, solamente uno de ellos llegó a materializarse; el electrovía del Bidasoa, que funcionó desde Bera de Bidasoa (Navarra) hasta Behobia (Gipuzkoa) entre 1911 y 1916.

Inauguración del primer trolebús de Barcelona. Los vehículos utilizados eran antiguos autobuses reconvertidos para el nuevo servicio. Fondo de César Ariño Planchería

Rápida expansión 

A partir de los años treinta, y siguiendo el ejemplo de Francia y, sobre todo, de Gran Bretaña, se plantearon en España las primeras propuestas para implantar servicios de trolebuses, en muchos casos en sustitución de los tranvías, medio de transporte que había iniciado su decadencia. En este sentido, la moda francesa impulsada desde París, donde entre 1931 y 1937 se suprimieron todos sus tranvías, más de 1.000 kilómetros de líneas, fue un elemento fundamental para que la sociedad española cayera en el error de considerar al tranvía como un medio tecnológicamente obsoleto. Sin embargo, la Guerra Civil paralizó la materialización de estos proyectos y fue preciso esperar hasta el año 1940 para ver circular el primer trolebús de nuestro país.
Trolebús Hispano Suiza-Maquitrans-Seida de San Sebastián, ciudad que inauguró este servicio en 1948. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Bilbao, que ya había sido pionera con la implantación de los primeros tranvías eléctricos de España en 1896, fue también la primera ciudad del país en ofrecer a sus ciudadanos este, por entonces, novedoso sistema de transporte urbano. El 19 de junio de 1940 se inauguró la primera línea de la capital vizcaína, que enlazaba la catedral de Santiago con la Misericordia, un trayecto de poco más de 2,5 kilómetros que recorría en toda su longitud la Gran Vía bilbaína. El servicio se emprendió con tres coches fabricados en Limoges por el reputado fabricante galo Vetra. El pedido inicial de seis unidades se completó en los siguientes meses, ya que su transporte se vio dificultado por la Segunda Guerra Mundial. De hecho, para eludir una posible confiscación por parte de los alemanes, los dos últimos pasaron la frontera por la estación de Canfranc, en lugar de hacerlo por Hendaya. 
Trolebús Vetra-Renault-Escoriaza de València. Fotografía de Christian Buisson

El éxito que de inmediato cosecharon los trolebuses bilbaínos hizo que pronto se estudiara la posibilidad de implantar más servicios de este tipo en diversas ciudades españolas. Es preciso tener en cuenta que, a principios de los años cuarenta el trolebús comenzó a ser considerado como la fórmula ideal para la necesaria renovación de los sistemas de transporte urbano del país, principalmente los tranvías, en aquel momento, tecnológicamente anticuados y muy deteriorados tras la Guerra Civil. Frente al autobús, el trolebús ofrecía la ventaja de consumir energía eléctrica de producción nacional, un factor a tener en cuenta ante la escasez de combustibles líquidos provocada por la Segunda Guerra Mundial, hasta el punto que en 1940 el gobierno llegó a encomendar la realización de un estudio para la electrificación de la red de carreteras, en una época en la que se pensaba que los recursos hidroeléctricos del país eran prácticamente ilimitados. 
Trolebús Pegaso-Material Móvil y Construcciones de Santander. Fotografía de Jeremy Wiseman

No deja de ser llamativo que el primer trolebús español se pusiera en servicio sin que existiera una legislación específica que regulase el nuevo medio de transporte. Este vacío legal no se cubrió hasta varios meses después de que comenzaran a circular por las calles de Bilbao sus trolebuses, en concreto, con una Ley promulgada el 30 de septiembre de 1940. La nueva norma estaba abiertamente diseñada para favorecer la sustitución de los tranvías por trolebuses, hasta el punto de conceder la prórroga automática de las concesiones y la exclusividad del transporte público en el itinerario servido. 
Trolebús Daimler de la línea interurbana de Cádiz a San Fernando. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Si se tiene en cuenta que, en aquel momento, muchas de las concesiones de tranvías urbanos se encontraban ya próximas a su fecha de caducidad, es comprensible que muchos operadores se decantaran por la nueva alternativa, pese a ser conscientes de de que su explotación acarrearía mayores costes operativos que los tranvías. Esta favorable legislación impulsó la paulatina sustitución de tranvías por trolebuses, aunque el proceso se vio ralentizado por los problemas existentes en la época en el suministro de materiales, tanto para las instalaciones fijas como de los nuevos vehículos necesarios, debido a las penurias industriales y económicas que arrastraba España desde la Guerra Civil. 
Trolebús BUT-Material Móvil y Construcciones, de Zaragoza. Fotografía de César Ariño Planchería

Pese a todas las dificultades, Barcelona se convirtió en la segunda ciudad en implantar el trolebús, al iniciar el servicio en la línea Sepúlveda-San Andrés el 12 de octubre de 1940. Un año más tarde, la ciudad condal fue seguida por Pontevedra, donde el servicio interurbano a Marín se abrió el 15 de diciembre de 1943. A continuación, se produjo un rosario de inauguraciones: San Sebastián, el 18 de julio de 1948; A Coruña, el 26 de julio de 1948; Vallecas, entonces todavía municipio independiente, que inauguró su línea el 16 de julio de 1949; Tetuán, en abril de 1950; Madrid, el 8 de abril de 1950; Zaragoza, el 8 de mayo de 1951; Santander, el 11 de julio de 1951; València, el 18 de julio de 1951; Cádiz, el 3 de agosto de 1951, y, por último, Mieres, 24 de junio de 1965. 
El trolebús de Tetuán contaba con vehículos bimodo, que disponían de un motor diésel, con lo que podían circular en un tramo desprovisto de línea aérea de toma de corriente en una zona próxima al aeropuerto. Fotografía de Jeremy Wiseman

Junto a estas redes de carácter urbano, también se implantaron algunas con servicios interurbanos. Por ejemplo, la propia red de Pontevedra conectaba la ciudad con los vecinos municipios de Marín y Lérez. De similares características eran las que conectaban Bilbao con Algorta, abierta a partir del 4 de julio de 1948; Cádiz a San Fernando, el 3 de agosto de 1951; Tarragona a Reus, el 2 de octubre de 1952; Santander al Astillero, 17 de julio de 1955, o la de Grao de Castelló a Villarreal, en servicio desde el 18 de julio de 1961. Todas ellas cubrían recorridos de una docena de kilómetros a lo largo de las principales carreteras de la época, cifra que superaban con creces el espectacular trolebús de San Sebastián a Tolosa, inaugurado el 14 de junio de 1948, de 25 kilómetros de longitud y, sobre todo, el que comunicó A Coruña con Carballo, el de mayor recorrido de toda España, con 34 kilómetros, que inició su andadura el 23 de febrero de 1950. 
Trolecamión BUT-Material Móvil y Construcciones, utilizado en el transporte de mercancías del trolebús de San Sebastián a Tolosa. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La mayor parte de las 18 explotaciones de trolebuses existentes en España sustituían miméticamente a las antiguas redes de tranvías, salvo algunas pequeñas alteraciones y ampliaciones de itinerario. Solamente las líneas urbanas de Madrid y Barcelona y las interurbanas de Tarragona a Reus y de Coruña a Carballo escapaban a esta norma. Además, estas dos últimas, junto a la de San Sebastián a Tolosa, además del habitual servicio de viajeros, también aseguraban un importante tráfico de mercancías, para el que disponían de una flota específica de trolecamiones.
Troletractor utilizado en la línea de A Coruña a Carballo. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


jueves, 17 de diciembre de 2020

¡ESO ESTÁ EN LA CONCHINCHINA!

 

Locomotora de vapor construida por Hanomag para el ferrocarril de Saigón a Mytho (Vietnam), la antigua Cochinchina, idéntica a las que inauguraron el Ferrocarril Central de Vizcaya. Archivo de Jani Pintaric

¡Eso está en la Conchinchina! es una expresión popular que se utiliza para hacer referencia a algo que se encuentra muy, muy lejos.

 

Fotografía de fábrica de las locomotoras suministradas por Hanomag al Central de Vizcaya. Se aprecia que es prácticamente idéntica a las del ferrocarril de Saigón a Mytho. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El origen de esta expresión se encuentra en una expedición militar española que entre 1858 y 1862 y en colaboración con el Imperio francés, invadió el sur de la actual Vietnam, la región de la Cochinchina (a la que en España se añadió una "n" para que encajase mejor en nuestro idioma frente a la palabra francesa original) con el propósito de vengar una matanza de misioneros católicos, operación que sirvió para asentar la presencia colonial de nuestros vecinos en aquel territorio. Tras la pérdida de las colonias americanas, ninguna aventura militar española había ido tan lejos, de ahí que dicha expresión quedara marcada en el imaginario popular.

Placa de construcción de la locomotora 1459 construida por Hanomag para el Central de Vizcaya. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 

Igual de alejado fue el destino de unas locomotoras construidas en Alemania por Hanomag, cuyo diseño era prácticamente idéntico al de las primeras locomotoras de vapor utilizadas por un ferrocarril de vía métrica de servicio comercial en la cornisa cantábrica, suministradas en 1882 a la Compañía del Ferrocarril Central de Vizcaya... y lo más llamativo es que, pese a los más de 11.000 kilómetros de distancia, tanto las vascas como las vietnamitas experimentaron reformas similares a lo largo de su vida activa.


Para su ferrocarril de vía métrica de Bilbao a Durango, la Compañía del Ferrocarril Central de Vizcaya contrató en 1881 con Hanomag el suministro de cuatro modestas locomotoras-tanque de tres ejes acoplados, que recibieron los números de fábrica del 1458 al 1461. Máquinas extremadamente sencillas y económicas, fueron especialmente concebidas para cubrir las necesidades de esta pequeña línea de 32 kilómetros de longitud, en la que se intentó reducir al máximo los gastos de establecimiento para lograr que su futura explotación resultase remuneradora para sus accionistas, lo que no sucedía con los costosos ferrocarriles de vía ancha construidos hasta entonces en España. Pese a sus reducidas dimensiones y limitada capacidad, demostraron adaptarse perfectamente a la modesta demanda inicial y contribuyeron a consolidarla, hasta el punto que, en 1883 el Central de Vizcaya adquirió otra locomotora idéntica, con el número de fábrica 1572.

 

Fotografía de la Hanomag 1459 del Central de Vizcaya, tomada en las instalaciones de Sierra Menera en Sagunt (València), donde llegó de tercera mano. Se aprecia que la distribución original Allan con doble excéntrica ha sido reemplazada por otra de mecanismo Walschaerts. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 

Las noticias sobre el buen resultado y, sobre todo, la economía de explotación de las primeras locomotoras del Central de Vizcaya debieron llegar a Francia, ya que los promotores del primer ferrocarril de la Cochinchina eligieron este mismo modelo para la puesta en servicio de la línea de Saigón a Mytho, un trayecto de 71 kilómetros oficialmente inaugurado el 20 de julio de 1885, aunque el puente sobre el río Vàm Cò no entró en servicio hasta el 26 de mayo de 1886. El servicio ferroviario se inició con cuatro locomotoras construidas por Hanomag inmediatamente después de la quinta locomotora del Central de Vizcaya y, de hecho, sus números de fábrica eran consecutivos, del 1573 al 1576.

Una de las Hanomag del ferrocarril de Saigón a Mytho fotografiada en sus últimos años de vida. Se aprecia que, en su caso, la distribución Allan también ha sido sustituida por otra Walschaerts. Archivo de Jani Pintaric
 

Una de las características de las locomotoras suministradas por Hanomag, tanto al Central de Vizcaya como al Saigón-Mytho era su mecanismo de distribución Allan de doble excéntrica. A la vista de las reformas que experimentaron estas máquinas, tanto en España como en Vietnam, es de sospechar que este sistema no debió dar muy buen resultado, ya que es cuanto menos llamativo que, pese a la enorme distancia existente entre ambos países, experimentaron la misma reforma, con su sustitución por el más eficiente mecanismo Walschaerts. En definitiva, aun estando en la Cochinchina, la distancia no fue impedimento para que los ferroviarios de España y Vietnam buscaran las mismas soluciones para idénticos problemas.

lunes, 14 de diciembre de 2020

HISTORIA DEL FERROCARRIL EN CIUDAD REAL, PRIMERA PARTE (1846-1941)

 

La Diputación de Ciudad Real ha publicado recientemente la primera parte del impresionante trabajo Historia del Ferrocarril en Ciudad Real realizado por un veterano ferroviario, Agustín Jiménez Cano, Ingeniero Técnico Industrial que ha desarrollado su amplia carrera profesional íntegramente en el ferrocarril, primero en Renfe y, más tarde, en Adif.

Estación de MZA en Ciudad Real. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Ya bregado en lides literarias, ha publicado la Historia de la calle Pozo Dulce en los años 50-60 y, sobre todo, su interesantísimo Diccionario técnico de electrificaciones ferroviarias, Agustín Jiménez aborda en su nueva obra la rica y azarosa historia del ferrocarril en la capital manchega. Aunque, inevitablemente, hay constantes referencias al devenir del tren en la provincia, y también fuera de ella, incluido el poco conocido e inconcluso ferrocarril de Socuéllamos a Ciudad Real, el trabajo se centra en especial en la historia ferroviaria de la ciudad y, sobre todo, de las cuatro estaciones que han llegado a prestar servicio en Ciudad Real durante el periodo histórico abordado en la obra, es decir, entre 1846 y 1941.

Fachada principal de la estación de MZA en Ciudad Real. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Agustín Jiménez aborda con maestría los orígenes del ferrocarril en su Ciudad Real natal, la apertura de la primera vía, con origen en el empalme de la línea de Aranjuez a Almansa en Alcázar de San Juan realizado por la Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante, su posterior prolongación hasta la frontera portuguesa a cargo de otra empresa, la del ferrocarril de Ciudad Real a Badajoz, y su definitiva conversión en nudo ferroviario, con la construcción del ferrocarril directo de Madrid a Ciudad Real. En las 550 páginas del libro, profusamente ilustrado con fotografías y planos que permiten orientar al lector poco familiarizado con la capital manchega, el lector puede conocer con detalle la rivalidad entre las dos empresas ferroviarias que atendieron la ciudad, hasta la definitiva absorción del tren a la frontera por MZA, la evolución de los diversos edificios utilizados para el servicio de viajeros y mercancías, la historia de sus importantes talleres de reparación de locomotoras, la construcción, en los años treinta, de la variante de trazado que mejoró la conexión del ferrocarril directo de Madrid con la estación principal, el material móvil y cualquier otro detalle de la historia de este medio de transporte en Ciudad Real. 

Detalle de la estación de Ciudad Real. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En definitiva, Historia del Ferrocarril en Ciudad Real, fruto de un trabajo de investigación exhaustivo y riguroso, pero, a su vez, fácil de digerir y que engancha al lector desde la primera página, es un trabajo imprescindible para el conocimiento del devenir de este medio de transporte en la capital manchega que, desde luego, merece un lugar destacado en la biblioteca de cualquier investigador, estudioso o aficionado del ferrocarril. Solo nos queda esperar que en breve, tal y como anuncia su autor, se publique el segundo volumen, que completará la historia ferroviaria de la capital manchega con acontecimientos tan destacados como la llegada de la electrificación, el fin de la tracción vapor y, sin duda, un acontecimiento tan trascendental como la apertura de la primera línea de alta velocidad de España en 1992, con los grandes cambios que implicó en la red ferroviaria de Ciudad Real. Como es habitual, todos los interesados pueden adquirirlo con total comodidad a través de Ramón Capin, conocido distribuidor de publicaciones ferroviarias, a quién pueden remitir  sus pedidos a través de esta dirección electrónica: Kioscoplazapm @ Telecable.es (eliminando los espacios previo y posterior a la “@”). ¡Buena lectura!


sábado, 5 de diciembre de 2020

MUCHO MÁS QUE 25 AÑOS DE METRO EN BILBAO (Y IV)

 

Cruce del tren conmemorativo del 125 aniversario del ferrocarril de Las Arenas a Plentzia con una moderna unidad de Metro de Bilbao en la estación de Urduliz. Fotografía de Asier Gurrutxaga García

UN TREN DE VAPOR EN EL METRO DE BILBAO

En el pasado, únicamente el metro de Londres, el más antiguo del mundo, llegó a ser operado con tracción vapor. De hecho, este medio de transporte no pudo desarrollarse plenamente hasta que la invención de la tracción eléctrica facilitó la explotación del servicio sin que los túneles se vieran inundados por los insalubres humos de las locomotoras.

Ciertamente, al igual que el de Bilbao, otros metros del mundo han integrado en sus redes antiguos ferrocarriles de cercanías que, en el pasado, fueron operados con tracción vapor. Sin embargo, en el actual siglo XXI solamente dos metropolitanos en todo el planeta han visto pasar locomotoras de vapor por sus vías. El primero, como no podía ser de otro modo, fue el de Londres, donde el 9 de enero de 2013 circuló un tren especial conmemorativo del 150 aniversario de la primera línea de la capital británica. El segundo ha sido, ¡cómo no! el de Bilbao.

El 16 de septiembre de 2018, Metro Bilbao, con la colaboración de los ayuntamientos de Getxo, Berango, Sopelana, Urduliz y Plentzia y con la inestimable participación de Euskotren y su tren de vapor del Museo Vasco del Ferrocarril, celebró el 125 aniversario del antiguo ferrocarril de Las Arenas a Plentzia, hoy integrado en la línea 1 del metropolitano vizcaíno, con una serie de circulaciones especiales entre las estaciones de Larrabasterra y Plentzia. El inusual espectáculo de ver pasar una locomotora de vapor de 1898 por las vías de uno de los metros más modernos del mundo sorprendió a todos los que tuvieron ocasión de verlo pasar, inmortalizando este momento histórico en infinidad de imágenes, como esta fotografía tomada por Asier Gurrutxaga en el momento en el que la locomotora de vapor “Aurrera”, construida en 1898, se cruzaba con una moderna unidad eléctrica en la estación subterránea de Urduliz.

martes, 1 de diciembre de 2020

MUCHO MÁS QUE 25 AÑOS DE METRO EN BILBAO (III)

 

Los trenes del metro de Bilbao circulan sobre vías de ancho métrico. Fotografía de Juanjo Olaizola

UN METRO MÉTRICO

Cerca de 200 ciudades del planeta cuentan entre sus sistemas de transportes urbanos con redes de ferrocarriles metropolitanos. La mayoría de ellos disponen de vías cuya separación entre las caras interiores de los carriles es de 1.435 milímetros, el mismo ancho de vía que estableció el ingeniero británico Georges Stephenson cuando sentó las bases del ferrocarril en la línea de Liverpool a Manchester el año 1830. Sin embargo, existen importantes excepciones, como es el caso de las redes de Metro de las principales ciudades de la extinta Unión Soviética, en las que se optó por una separación de 1.524 milímetros, la misma que utilizan los ferrocarriles convencionales de la región, o la línea 1 del Metro de Barcelona, que emplea la vía ancha común a las líneas clásicas españolas, de 1.668 milímetros. También se pueden encontrar otras medidas singulares, como los 1.600 milímetros que utilizan en el Metro de Sao Paulo, los 1.220 milímetros del de Glasgow o los 1.067 milímetros que se emplean en algunas ciudades japonesas como Fukuoka, Nagoya o Sendai. Sin embargo, en todo el planeta solamente existen tres Metros que utilizan el ancho de vía métrico, es decir, un metro exacto entre las caras interiores de los carriles pero, además, se da la curiosa circunstancia de que esas tres redes se encuentran en España, en concreto, en Palma de Mallorca, València y Bilbao. Además, Barcelona también cuenta con este ancho en una de sus líneas.

El de València es también un metro métrico. Fotografía de Juanjo Olaizola

En realidad, el ancho de vía no resulta un factor determinante a la hora de construir un ferrocarril metropolitano y por ello, generalmente se ha elegido la medida propia de los ferrocarriles del entorno más inmediato, de ahí el predominio del ancho de 1.435 milímetros, en muchas ocasiones denominado «internacional» al ser el predominante en Europa y Norteamérica. Esta misma es la razón que explica el ancho de vía con el que se establecieron los metros soviéticos, o los brasileños, donde una parte importante de los ferrocarriles de este último país utilizan la separación de 1.600 milímetros e igualmente sucede en Japón donde, salvo las nuevas líneas de alta velocidad, el resto de sus trenes circulan sobre carriles con una separación de 1.067 milímetros.


El modesto metro de Palma también utiliza el ancho de vía métrico. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

Por lo visto anteriormente, es fácil deducir que el hecho de que los únicos metros métricos del mundo se encuentren en España se debe a que, en nuestro país, los ferrocarriles de vía estrecha, con una separación entre carriles de 1.000 milímetros, tuvieron en el pasado un notable desarrollo, al representar cerca del 25% de la red ferroviaria peninsular. De hecho, tanto el metro de Palma como el de Bilbao son, en buena medida, herencia de los antiguos ferrocarriles de vía estrecha existentes en el entorno de estas ciudades y lo mismo sucede con el Metro de Valencia, hijo del histórico «trenet». Como diría un destacado directivo del metro bilbaíno, ¡son metros al cuadrado!

 

domingo, 15 de noviembre de 2020

MUCHO MÁS QUE 25 AÑOS DE METRO BILBAO (II)

 

Retrato de Adolfo Ibarreta Ferrer pintado por Joaquín Sorolla

ADOLFO IBARRETA FERRER, Baiona, 30 de enero de 1830-Madrid, 13 de enero de 1893.

El hecho de que España sea el único país del mundo con ferrocarriles metropolitanos de vía métrica se debe, sin duda, a la gran influencia del ingeniero vasco Adolfo Ibarreta Ferrer en el desarrollo de la red ferroviaria de nuestro país durante el último cuarto del siglo XIX.

Adolfo Ibarreta Ferrer fue uno de los más destacados ingenieros ferroviarios del siglo XIX. Natural de la ciudad vasco-francesa de Baiona, donde vino al mundo en 1830, se crió en Bilbao, donde residió hasta el año 1849, fecha en la que ingresó en la Escuela especial del Cuerpo de Ingenieros, en la que desarrolló su formación académica hasta agosto de 1854. Finalizados sus estudios superiores, fue nombrado Ingeniero segundo y destinado, en febrero de 1856, al distrito de Logroño. En marzo de 1859 ascendió a Ingeniero primero y continuó prestando sus servicios en La Rioja hasta que en junio de 1861 fue contratado por la empresa constructora del ferrocarril de Tudela a Bilbao, como responsable de las obras de la sección comprendida entre Miranda de Ebro y Alcanadre.

En enero de 1862 abandonó nuestro país tras ser reclutado por el Marqués de Salamanca, quien lo nombró Ingeniero jefe del ferrocarril de Lisboa a Oporto, cuya construcción promovía el financiero español. Un año más tarde se trasladó a Italia, donde siguió trabajando para el Marqués de Salamanca como director de las obras de los ferrocarriles de Roma a Civitavecchia y a Nápoles y de Ancona a Bolonia, en las que alcanzó el máximo reconocimiento público al ser nombrado Caballero de la Orden Napolitana de Francisco I y de la Italiana de San Mauricio y San Lázaro.

Una vez concluidas las obras encomendadas en Italia, en diciembre de 1865 regresó a España como máximo responsable de la Jefatura de la División hidrológica de Santander, cargo que ostentó hasta su nombramiento como Jefe del Negociado de Puertos, Faros y Aguas del Ministerio de Fomento tras la revolución liberal de 1868. En este destino formó parte de la Comisión encargada de redactar los proyectos de leyes de Obras Públicas, Aguas, Puertos y de Expropiación y también fue elegido como representante del Gobierno español en la inauguración del canal de Suez.

En 1871 Adolfo Ibarreta fue nombrado Ingeniero Jefe de las Provincias Vascongadas y, poco después, desempeñó una activa labor en la defensa de Bilbao durante el sitio al que sometieron los carlistas  la villa entre el 28 de diciembre de 1873 y el 2 de mayo de 1874, motivo por el que fue condecorado con la cruz blanca del mérito militar. Terminada la guerra civil fue nombrado director del ferrocarril de Tudela a Bilbao, cargo que ostentó hasta su absorción por la Compañía del Norte en 1878. En esos años también proyectó y construyó obras de gran relevancia técnica, como el nuevo puente del Arenal sobre el Nervión en Bilbao y el de Burceña sobre el río Kadagua.

A partir de 1879, la actividad de Adolfo de Ibarreta se centró en el estudio de diversos ferrocarriles de vía estrecha, de los que se convirtió en el principal paladín en nuestro país, dirigiendo los proyectos de la línea de Bilbao a Durango, de su posterior continuación a Zumárraga y del de Bilbao a Las Arenas. En estos años fue destacada su intensa polémica en varios rotativos, incluida la prestigiosa Revista de Obras Públicas, con otro ingeniero vasco, Pablo Alzola, sobre el ancho de vía más conveniente para los ferrocarriles del Cantábrico. Ibarreta defendió con vehemencia las ventajas de la vía métrica sobre la vía ancha por su mayor economía y rentabilidad para sus inversores, y a vaticinar que los ferrocarriles en la región «serán de vía estrecha o no serán». Su previsión se cumplió y el ejemplo de estas vías férreas económicas y eficientes se extendió a otras muchas zonas del país.

En 1885 Ibarreta abandonó nuevamente Bizkaia al ser nombrado director de la Compañía de los ferrocarriles de Madrid a Cáceres y Portugal. En 1890 volvió a tabajar para la Administración, al ser nombrado Jefe del Negociado de conservación de carreteras, y un año más tarde del de aguas. En julio de 1892 fue designado representante del Ministerio de Fomento en el Congreso internacional de ferrocarriles de San Petersburgo. Poco después, el 13 de enero de 1893, falleció víctima de una rápida enfermedad.

 

miércoles, 11 de noviembre de 2020

MUCHO MÁS QUE 25 AÑOS DE METRO EN BILBAO (I)

 

El ferrocarril de Bilbao a Las Arenas, hoy parte del Metro de Bilbao, inició su andadura con tres modestas locomotoras de vapor construidas en Bélgica por John Cockerill. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El 11 de noviembre de 2020 se conmemora el 25 aniversario del Metro de Bilbao. Sin embargo, la historia de este servicio esencial para la capital vizcaína es mucho más antigua. De hecho, si nos remontamos ni más, ni menos, que 137 años atrás podemos encontrar uno de sus hitos históricos más destacados: la publicación en la Gaceta de Madrid, el 10 de noviembre de 1883, de la concesión definitiva para la construcción de un ferrocarril de vía métrica desde Bilbao hasta Las Arenas, tramo integrado desde el mismo día en que se inauguró el metropolitano bilbaíno en su línea Nº 1.

Al igual que otros ferrocarriles metropolitanos como el de València, el de Bilbao aprovechó infraestructuras preexistentes, en este caso el histórico ferrocarril de vía métrica de Bilbao a Las Arenas y su posterior prolongación a Plentzia, para poder ampliar sus servicios por el área metropolitana de la capital vizcaína.

Tren del ferrocarril de Bilbao a Las Arenas fotografiado a su paso junto a la Universidad de Deusto. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El ferrocarril de Bilbao a Las Arenas

La concesión de este primer embrión del Metro de Bilbao fue otorgada al empresario Ezequiel Aguirre, quien debía construir el ferrocarril de vía métrica de Bilbao a Las Arenas en el plazo de cuatro años. Para ello organizó  una empresa con el fin de gestionar las obras y la posterior explotación de la línea, bajo la razón social de Compañía del ferrocarril económico de Bilbao a Las Arenas. Constituida ante el notario Félix Uríbarri el 5 de julio de 1884, el capital social ascendía a un millón de pesetas, dividido en dos mil acciones de quinientas pesetas. Además, contó con dos importantes subvenciones otorgadas por la Diputación de Bizkaia y el Ayuntamiento de Bilbao, de 125.000 y 43.000 pesetas, respectivamente. Para completar la financiación de los trabajos, presupuestados en 1.514.703,40 pesetas, se emitieron 2.000 obligaciones hipotecarias, por valor de 500 pesetas cada una de ellas, con un interés del 5% y amortizables en 60 años. Con ella fue posible reunir otro millón de pesetas, cantidad que en principio debía permitir sufragar con holgura la inversión necesaria para el establecimiento y puesta en marcha de la vía férrea.

La dirección de los trabajos fue encomendada al reputado ingeniero Adolfo Ibarreta Ferrer, destacado paladín de los ferrocarriles de vía estrecha. En octubre de 1884 se contrató la fabricación de los carriles y las traviesas, que serían de acero, en lugar de utilizar la tradicional madera, a la firma alemana Bochum Verein, mientras que las locomotoras se adjudicaron a la belga John Cockerill. El 21 de enero de 1885, se adjudicaron las obras a los contratistas José María Iriondo y José María Arambarría.

Primitiva estación del ferrocarril de Las Arenas en Bilbao-San Agustín. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Las obras de construcción de la línea debieron de afrontar diversas dificultades, entre las que destacan la oposición de algunos propietarios a la expropiación de los terrenos necesarios, lo que en el caso de alguno de ellos, como la Enseñanza Católica, actual Universidad de Deusto, supuso largos litigios y la elevación de los precios de tasación inicialmente calculados. Finalmente, y una vez superados todos los inconvenientes, el ferrocarril se encontraba dispuesto para su inauguración, acontecimiento que tuvo lugar el mismo día en que expiraba el plazo concedido por el Ayuntamiento de Bilbao para la concesión de su subvención, el 30 de junio de 1887.

Este sencillo coche de dos ejes del ferrocarril de Bilbao a Las Arenas es el más primitivo antecesor de los modernos trenes del Metro de Bilbao. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En los seis primeros meses de servicio, el ferrocarril de Bilbao a Las Arenas fue utilizado por un total de 287.803 viajeros, es decir, 1.564 al día, aunque su distribución fue muy irregular, ya que el tráfico fue notablemente más elevado en los meses de verano, en los que se alcanzó una media diaria de 2.589 viajeros en agosto, frente a los 822 clientes del mes de octubre. La estacionalidad de la demanda fue desde el principio una de las características de este tren, ya que los meses de verano el número de clientes casi quintuplicaba a los del invierno. Así, el año 1893, en que el tren alcanzó su máxima cuota de usuarios, la media diaria en agosto fue de 4.704 personas, mientras que en diciembre ésta se redujo tan sólo 983. El comportamiento de la demanda era diametralmente inverso al actual, ya que el mes de agosto acostumbra a ser el que marca la menor cifra de viajeros transportados en el Metro de Bilbao, mientras que en diciembre se suelen alcanzar los mejores registros.

A partir de 1888, y hasta 1893, el ferrocarril de Bilbao a Las Arenas experimentó un constante incremento de los viajeros y las mercancías transportadas. Sin embargo, la empresa no resulta lucrativa para sus accionistas, ya que se ve obligada a mantener tarifas muy bajas para poder competir con el tranvía de Bilbao a Algorta, inaugurado en 1876 y que transcurría prácticamente en paralelo al tren. De hecho, aunque el servicio ferroviario era notablemente más rápido que el prestado por los tranvías de caballos, al invertir la mitad de tiempo en cubrir la distancia entre Bilbao y Las Arenas, el tranvía ofrecía al viajero una mayor accesibilidad gracias a sus numerosas paradas, que permitían aproximar al cliente a su destino. Además, un aspecto clave era el punto en el que se iniciaba el servicio en Bilbao, ya que la estación terminal del ferrocarril se encontraba a espaldas del ayuntamiento, un lugar que a finales del siglo XIX era considerado como la periferia, mientras que el tranvía comenzaba su recorrido en una zona mucho más céntrica, junto a la iglesia de San Nicolás, en el corazón del Casco Viejo.

Antigua estación de Las Arenas. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La situación financiera del ferrocarril de Las Arenas se agravó a partir de la electrificación del tranvía en 1896. El nuevo sistema de tracción redujo la ventaja del tren en cuanto al tiempo de viaje y, además, resultaba más limpio, novedoso y atractivo para la clientela. En consecuencia, sus accionistas, que jamás llegaron a percibir algún dividendo por su inversión, decidieron vender el tren a la Compañía de los Ferrocarriles de Santander a Bilbao, operación que se materializó el 29 de diciembre de 1899.

Como empresa, el ferrocarril de Bilbao a Las Arenas resultó ser una experiencia desastrosa. Nunca alcanzó las 250.000 pesetas de ingresos anuales previstas por sus promotores y, en cambio, superó con amplitud las 100.000 pesetas de gastos de explotación calculadas inicialmente. El desfase entre gastos e ingresos, unido al importante endeudamiento que exigió su construcción como consecuencia de la escasa capitalización de la compañía explotadora, desembocó en un negocio ruinoso. En contrapartida, muchos de sus accionistas obtuvieron importantes beneficios de forma indirecta, ya que gracias al tren fue posible urbanizar importantes zonas en Erandio, Leiona y Getxo. Pero, sobre todo, la gran de trascendencia de esta aventura ferroviaria se encuentra en que sentó las bases de lo que años más tarde, y tras una larga metamorfosis, se convertiría en el moderno Metro Bilbao.

Un tren efectúa parada en la antigua estación de Deusto. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La prolongación a Plentzia

Entre los proyectos que en un principio pretendieron abordar los promotores del ferrocarril de Bilbao a Las Arenas se encontraba su posible prolongación hacia Algorta y Plentzia. Sin embargo, la difícil situación económica que vivió esta compañía durante toda su existencia hizo que esta iniciativa, cuya concesión fue otorgada el 30 de mayo de 1888 a su contratista, José María Aramberría y Olaveaga, fuera construida por otra empresa.

El ferrocarril de Las Arenas a Plentzia apostó por los coches de bogies. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Según el Pliego de Condiciones aprobado el 27 de octubre de 1890 la línea, concedida por el plazo habitual de 99 años, debía contar con estaciones en Las Arenas, Algorta, Sopelana y Plentzia, así como con un apeadero junto a las canteras de Berango. El material móvil debería estar compuesto por tres locomotoras, cuatro coches de primera clase, diez de segunda, otros dos mixtos de segunda con departamento para el servicio de correos, dos furgones, cuatro vagones cubiertos, cuatro descubiertos, dos vagones jaula para transporte de pescado y dos plataformas de bordes bajos. Las obras deberían estar finalizadas antes del 15 de enero de 1894.

El 17 de noviembre de 1890 se constituyó en Bilbao la Compañía del Ferrocarril de Las Arenas a Plencia, con un capital de 503.000 pesetas repartido en 1.006 acciones de 500 pesetas, que fue suscrito por un total de 120 personas entre las que se encontraba el propio concesionario, José María Aramberría, con 46 títulos. Como ingeniero se contrató a  Ernesto Hoffmeyer, quién ya había sido responsable de la conclusión de los trabajos de construcción del ferrocarril de Bilbao a Las Arenas. Su proyecto estimaba que el coste de la línea, incluida la infraestructura, superestructura y material móvil, ascendería a un total de 1.099.820 pesetas. Para hacer frente a esta inversión, la empresa concesionaria contaba con su capital social, así como las subvenciones otorgadas por diversas instituciones como la Diputación de Bizkaia, que aportó 100.338,75 pesetas, y los municipios directamente beneficiados por el nuevo tren, que ofrecieron otras 82.500 pesetas. Además, se emitieron obligaciones para reunir 600.000 pesetas.

Antigua estación de San Ignacio, más tarde rebautizada como Neguri. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

A diferencia de lo sucedido en el ferrocarril de Las Arenas, en el que toda la obra fue adjudicada a un solo contratista, la construcción del tren de Plentzia fue dividida en tres secciones. La primera, desde el origen a Algorta, fue encomendada al primer concesionario de la línea y constructor del tren de Las Arenas, José Mª Aramberria, y la segunda, entre este punto y Sopelana, a Telesforo Arcarazo, aunque poco después éste transfirió el contrato a Luis Buñales y José Estanislao Menchaca. El resto de los trabajos hasta Plentzia corrieron a cargo de Francisco Bustinza.

Las obras de construcción se desarrollaron con normalidad, por lo que a principios de 1893 ya se encontraban prácticamente ultimadas las de la primera sección hasta Algorta. Por ello, y para no demorar su puesta en servicio ante la inminente temporada veraniega, se firmó un acuerdo con la compañía del ferrocarril económico de Bilbao a Las Arenas, para que esta sociedad se hiciera cargo de la explotación de este trozo, desde mediados de mayo hasta finales de septiembre de ese mismo año. En consecuencia, el 15 de mayo se pudo inaugurar este primer tramo. El resto de la línea hasta Plentzia entró el servicio el 4 de septiembre de 1893, día en que se celebraban las fiestas patronales de la villa costera.

El ferrocarril llegó a Plentzia en 1893. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Tras la apertura total de la línea, sus promotores pudieron comprobar cómo, al igual que su vecino tren de Bilbao a Las Arenas, la explotación era ruinosa. En principio, habían estimado que la población situada en la zona de influencia del ferrocarril ascendía a 28.553 habitantes, aunque la cifra de los residentes en los pueblos directamente atravesados se reducía a 6.336 personas. Junto al servicio de viajeros, consideraban que la línea también registraría un importante tráfico de mercancías, tanto de los productos pesqueros de Algorta y Plentzia como de materiales de construcción, ya que la nueva vía fomentaría la producción de las canteras de Sopelana y Berango, las fábricas de cal de Algorta y Plentzia o las de yeso en Urduliz, sin olvidar las circulaciones que podrían generar las obras de ampliación del puerto de Bilbao. Con todo ello, calcularon que, con unos gastos de explotación de 89.297 pesetas, podrían obtener unos ingresos anuales de 227.223 pesetas anuales y, por tanto, un saneado beneficio de 86.651 pesetas, una vez descontados los intereses y amortización de las obligaciones, lo que supondría un beneficio del 7,5 % del capital invertido. ¡Nada más lejos de la realidad!

En 1904 entró en servicio la estación de Bilbao-Aduana, en el mismo lugar que en el que ahora se levanta la de Casco Viejo, principal nodo de movilidad en Bilbao. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En lo único que acertaron las previsiones de los promotores del ferrocarril de Plentzia fue en el cálculo de los gastos de explotación, los cuales, nunca llegaron a superar la cifra prevista de 89.297 pesetas. Por el contrario, los ingresos resultaron ser notablemente inferiores a lo esperado, ya que en el mejor ejercicio no alcanzaron ni la tercera parte de lo estimado. Por ello, ante las difíciles perspectivas que ofrecía el negocio, los gestores de la empresa, al igual que sus vecinos de Bilbao a Las Arenas, decidieron aceptar la oferta de compra formulada por la  Compañía de los Ferrocarriles de Santander a Bilbao, operación que se materializó el 25 de octubre de 1900.

La Compañía de los ferrocarriles de Santander a Bilbao incorporó al ferrocarril de Plentzia elegantes coches de indudable factura norteamericana, construidos por la American Car & Foundry, firma que medio siglo más tarde construiría el primer tren Talgo. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Del Santander-Bilbao al Metro

La Compañía de los Ferrocarriles de Santander a Bilbao apostó decididamente por el desarrollo de sus nuevas líneas. Una de las primeras medidas adoptadas fue la construcción de una nueva estación terminal en Bilbao, más céntrica que la original, situada en el antiguo edificio de la aduana, junto al punto de origen del tranvía de Algorta. La nueva estación, bautizada con el nombre de Bilbao-Aduana, entró en servicio en 1904 y la mejor demostración de su acertado emplazamiento se encuentra en que, en la actualidad, su espacio es ocupado por la estación de Metro de Casco Viejo, la de mayor movimiento de viajeros de toda la red.

Tren de cercanías con tracción vapor fotografiado en Algorta. Se observa que se han iniciado los trabajos de electrificación. Archivo Municipal de Getxo

El Santander-Bilbao potenció el tren de Bilbao a Plentzia como servicio de cercanías y para ello duplicó progresivamente la vía, amplió el parque motor y adquirió en Estados Unidos unos elegantes coches de viajeros de mayor capacidad que los originales. Además, en 1928 electrificó la línea, con lo que modernos automotores eléctricos reemplazaron con ventaja a las primitivas locomotoras de vapor. Gracias a estas inversiones, el tráfico de viajeros se incrementó entre 1901 y 1930 en un 425%, al pasar de 852.824 a 4.480.001 clientes anuales en ese periodo.

En 1929 se completó la electrificación del ferrocarril de Bilbao a Plentzia. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En 1947, la Compañía de los Ferrocarriles de Santander a Bilbao, ante las dispares características de sus líneas, la general entre ambas capitales cantábricas de largo recorrido y con un notable tráfico de mercancías, y la de Plentzia, especializada en las cercanías, decidió segregar esta última e integrarla en una nueva sociedad especializada en la prestación de servicios metropolitanos; Ferrocarriles y Transportes Suburbanos, constituida el 1 de julio de dicho año. Junto a esta línea, también se integraron en la nueva entidad los ferrocarriles de Matiko a Azbarren, de Bilbao a Lezama y de Lutxana a Mungia, así como el trolebús de Bilbao a Algorta, heredero del tranvía que durante años había rivalizado con el tren y que, a partir de esta fecha, se convertiría en un complemento del mismo.

El ferrocarril de Bilbao a Plentzia se integró en 1947 en la empresa Ferrocarriles y Transportes, que también operaba los trolebuses de Bilbao a Algorta. Fotografía de Feliu Zurita. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Ferrocarriles y Transportes Suburbanos realizó importantes mejoras en el ferrocarril de Bilbao a Plentzia, con la incorporación de modernas unidades de tren, la construcción de una nueva estación en Las Arenas que superó la disposición en fondo de saco de la primitiva, la instalación de amplios talleres en Lutxana o la implantación del bloqueo automático para agilizar la circulación e incrementar su seguridad. La respuesta de los viajeros no se hizo esperar y el tráfico experimentó un constante crecimiento, hasta alcanzar en 1977 los 31.370.440 clientes anuales, un 161% más que en 1948.

Lamentablemente, la positiva evolución de la demanda no fue suficiente para compensar el constante alza de los gastos de explotación, que el gobierno aumentaba por decreto, sobre todo los salarios y los costes de la energía eléctrica, mientras obligaba a mantener tarifas con las que no se podían compensar estos incrementos. Finalmente, el 15 de diciembre de 1977 Ferrocarriles y Transportes Suburbanos de Bilbao se vio obligada a renunciar a la explotación de sus líneas, que fue asumida provisionalmente por Feve a la espera de que se aclarase la nueva situación política impulsada por el proceso de transición tras la muerte del dictador Franco. Justo un año más tarde, estos servicios fueron transferidos al recién constituido Consejo General Vasco, ente preautonómico precursor del actual Gobierno Vasco.

Euskotren operó el ferrocarril de Bilbao  Plentzia entre 1982 y 1995. Fotografía de Juanjo Olaizola

A partir de 1982, la gestión del ferrocarril de Bilbao a Plentzia fue asumida por la sociedad pública del Gobierno Vasco, Euskotren, empresa que dio los primeros pasos para la transformación de la línea en el futuro metro de la capital vizcaína. Entre los hitos más destacados de este periodo cabe señalar la puesta en servicio de la nueva serie de unidades eléctricas 200, inauguradas en 1986, la duplicación de la vía entre Larrabasterra y Urduliz o la construcción de nuevas cocheras en Sopelana. El 1 de noviembre, Metro Bilbao tomaría el relevo a Euskotren, aunque esta seguiría explotando la sección no integrada en el metropolitano, entre Deusto y Casco Viejo, tramo que, con el tiempo, se convertiría en el embrión de la actual línea 3 de la red.