Maqueta de los talleres de Amurrio de Mariano de Corral. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril
El 18 de julio de 1936, el
fracaso de un golpe de estado impulsado por diversos generales encabezados por
Emilio Mola degeneró rápidamente en una cruel guerra civil que se prolongó
durante cerca de tres años. Rápidamente el territorio español quedó dividido en
dos zonas, una controlada por las fuerzas formalmente leales al gobierno y
otra en manos de los militares rebeldes. A pesar de que la mayor parte de Álava fue pronto dominada por los golpistas, el valle de Ayala, incluido por tanto
Amurrio, localidad en la que se encontraban enclavados los talleres del constructor de material ferroviario Mariano de Corral,permaneció en manos de la República.
El estallido de la guerra
supuso la casi completa paralización de las actividades fabriles en los
talleres de Amurrio, no existiendo constancia documental que permita conocer la
contribución que pudieron realizar los trabajadores de esta empresa al esfuerzo
de guerra republicano. Debido a su destacada labor en las organizaciones
patronales, el propietario de la empresa, Mariano de Corral y Esteban, llegó a
ser encarcelado, aunque pronto abandonó la prisión al quedar bajo arresto
domiciliario en su chalet de Las Arenas.
El 20 de junio de 1937 Amurrio
cayó en poder del ejército rebelde, cuyos mandos pronto decidieron la
militarización de esta industria. Sin embargo, la puesta en marcha de la producción
se enfrentaba a graves problemas, como la desaparición de buena parte de la
maquinaria, evacuada por las tropas leales a la República en su retirada hacia
Asturias. Pero el inconveniente más grave era, sin lugar a dudas, la falta
total de mano de obra cualificada, ya que la mayoría de los antiguos
trabajadores habían huido, ante el más que justificado temor a las represalias
por parte de los sublevados, o se encontraban combatiendo en los frentes de
batalla.
Una disposición legal del
gobierno rebelde promulgada pocos días antes de que Amurrio cayera en poder del
ejército sublevado, el 28 de mayo de 1937, aportaba una trágica solución al
problema de la falta de mano de obra. En efecto, el Decreto 281 proclamaba «el
derecho al trabajo de los presos por delitos no comunes, como peones o en otras
clases de empleos o labores, en atención a su edad, a su eficacia profesional y
a su buen comportamiento». Evidentemente, lo que el citado texto denominaba «derecho
al trabajo» no era sino un eufemismo con el que se pretendía disimular el
verdadero espíritu de la nueva normativa, el trabajo forzado, es decir, la
utilización de los presos como esclavos. Los contratistas e industrias que
empleaban esta clase de mano de obra debían abonar a la Jefatura del Servicio
Nacional de Prisiones el salario íntegro que por su trabajo correspondería
pagar al recluso, tal y como si se tratara de un obrero libre y del cual se detraía 1,50 pesetas en concepto
de manutención del preso. Asimismo, en principio se asignaban cincuenta céntimos
para los gastos personales de los prisioneros, al tiempo que se concedían dos
pesetas para su mujer y una peseta más por cada hijo menor de quince años,
siempre que no se superase el jornal medio de los braceros del lugar,
ingresándose el remanente resultante en la Hacienda estatal que era, la verdadera beneficiaria de este sistema.
Así, el 9 de abril de 1938 pudo
reiniciarse la actividad industrial en los talleres de Mariano de Corral,
contando para ello con una exigua plantilla de tan solo 39 trabajadores libres
y 16 prisioneros de guerra. La libreta de jornales de la empresa número 32
recoge los nombres de estos desdichados:
En la sección
de ajuste:
-
José Acebal
-
Enrique Barba
-
Manuel Beitia
-
Modesto Bilbao
-
Saturnino Ruiz
En la sección
de calderería:
-
Julián Amiano
-
Ramón de la Presa
-
Miguel Gómez
-
Luis González
-
Bernardo Ipinza
-
Oscar Muñiz
-
Juan Miguel Salaverría
-
Manuel Álvarez
-
Vicente Muno
En la
fundición:
-
José Bonet
-
Vicente García
Con el paso del tiempo, y sobre
todo tras la caída del frente de Lérida, el número de presos en la plantilla
fue incrementándose, hasta alcanzar un máximo de 33 reos. Eran José Capdevila,
Pascual Llorens, Joaquín Montero, Constantino Torre, Tomás Alemán, y Joaquín
Carlos Vilá en la sección de ajuste, Ricardo Aguirre, Emilio González, Ramón
Haya, José Montero, Eliseo Salvador, Antonio Tovoso, Manuel Fernández, Germán
Cifuentes y Avelino Iglesias en calderería y Pedro Sevilla y Juan Torrent en forja. Se daba la
circunstancia de que algunos de los prisioneros de guerra que durante estos años
trabajaron en la factoría de Mariano de Corral y Esteban, como es el caso de
Saturnino Ruiz, Vicente García y Ricardo Arregui, eran antiguos empleados de la
empresa. Para su alojamiento, la empresa construyó unos barracones en el propio
recinto de la factoría.
A pesar de lo que el engañoso texto
del Decreto 281 pueda hacer suponer, lo cierto es que las condiciones de vida
de los presos eran extremadamente duras, trabajando durante prolongadas y
extenuantes jornadas, sin derecho al contacto con sus familiares, los cuales
rara vez percibían las asignaciones inicialmente establecidas, y bajo la
constante amenaza del retorno a los campos de concentración o a las prisiones
franquistas, donde las condiciones de vida eran todavía peores.
Lejos de aprovechar la nueva
coyuntura para vengarse de algún modo por los difíciles años que vivió tras su
ingreso en prisión y su posterior arresto domiciliario mientras permaneció en
la zona leal al gobierno republicano, Mariano de Corral y Esteban se preocupó
en todo momento por la situación de los presos asignados a su empresa,
intentando mejorar, en la medida de lo posible, su alimentación, mediante la
adquisición, en sucesivas ocasiones, de diversos suministros. Así, por ejemplo,
los libros de contabilidad de la empresa reflejan, el 31 de agosto de 1938, el
gasto de 35 pesetas en la adquisición de una partida de sardinas y de 134
pesetas en concepto de leche y verduras. En ocasiones llegó a matarse un cerdo,
tal y como señala el libro diario el 28 de febrero de 1939.
La empresa de Mariano de Corral y
Esteban debía de abonar la integridad de los jornales que correspondían a los
prisioneros por el trabajo realizado a la Dirección de Campos de Concentración
de Obreros Trabajadores en Burgos. Asimismo, para intentar paliar la extrema
situación de los reos, entregaba directamente a cada uno de ellos una
asignación semanal de 1,75 pesetas.
El buen trato que otorgaba
Mariano de Corral y Esteban a los presos asignados a la empresa no resultó del
agrado de las autoridades militares, las cuales llegaron a acusarle de conspiración
con el enemigo. Paradojas de la vida, tras haber sido encarcelado por los
republicanos, nuevamente conoció la prisión, en este caso de la mano del otro
bando.
La producción de la empresa
durante estos años se centró especialmente en la fabricación de todo tipo de
elementos para el ejército. Así, participó activamente en la construcción de
estructuras metálicas para hangares de aviación, con capacidad para tres
bombarderos, en los aeródromos militares de León, Logroño, Zaragoza o Matacán,
así como de la torre de control del aeropuerto de Villanúa, al mismo tiempo que
entregaba a la sanidad militar un buen número de camillas portátiles y al
ejército de tierra, en colaboración con la Compañía Euskalduna de Construcción
y Reparación de buques, obuses y ojivas de artillería.
A los pocos meses de finalizar la
guerra y paralizarse por tanto la producción con destino al ejército, los
prisioneros fueron progresivamente enviados nuevamente a campos de
concentración o a prisiones de triste recuerdo como la de Orduña. Los últimos
presos, Oscar Muñiz, Ramón Haya, Antonio Tovoso Manuel Álvarez, Avelino
Iglesias y Manuel Fernández abandonaron la factoría de Mariano de Corral el 29
de julio de 1939, cerrándose una etapa negra en la historia de esta empresa.
Durante estos años la producción
no se había limitado exclusivamente a la fabricación de suministros militares,
ya que al ser altamente estratégico para el desarrollo de la guerra, también se
atendió la demanda del sector ferroviario, sobre todo en lo que respecta a las
reparaciones de material móvil, efectuadas en vagones para el Central de
Aragón, Campsa, Hulleras de San Cebrián, de Sabero o de Riosa, los
Ferrocarriles Vascongados, Bodegas Bilbaínas, Papelera Española, la Sociedad
Nueva Montaña de Santander o la Unión Española de Explosivos. Asimismo se
emprendió, por primera y única vez en la historia de esta empresa, la
fabricación de ténderes para locomotoras de vapor, en concreto un lote de
veinte de estos equipos con destino a una serie de máquinas en construcción en
los talleres de Babcock & Wilcox y Euskalduna para la Compañía del Norte.
En este periodo los talleres de
Mariano de Corral también fabricaron diverso material fijo entre los que
destacan los cambios de vía suministrados al ferrocarril en construcción de
Soria a Castejón de Ebro, al ferrocarril de Minas de Cala o a los ferrocarriles
Andaluces en Málaga. Asimismo procedieron, a finales de 1938, a la total
reparación de los dos coches del funicular de Archanda, construidos por su
padre en 1915, y totalmente destruidos durante los combates que precedieron a
la toma de Bilbao por parte del ejército rebelde.
Interesante cronica de la Guerra Civil Española.
ResponderEliminarSerìa bueno conocer historias similares de la II guerra Mundial