lunes, 23 de enero de 2012

EL JUEGO DE LOS SIETE ERRORES




Uno de los pasatiempos más populares en nuestro país es el famoso juego de los siete errores. Son muchos los periódicos que en sus páginas dedicadas al ocio, publican dos dibujos, a simple vista idénticos, pero en los que es posible encontrar sutiles diferencias entre ambos.


Al igual que en el popular pasatiempo, hoy les sugiero buscar las diferencias entre las dos fotografías que acompañan a este texto. Se trata de las estaciones de Azpeitia (Guipúzcoa) y Órdenes-Pontagra (La Coruña). El parecido entre ambas es evidente, aunque también existen pequeñas diferencias.


Ciertamente, el que dos estaciones sean similares no es nada infrecuente, ya que las compañías ferroviarias tenían por costumbre diseñar modelos estandarizados que se repartían a lo largo de sus líneas. De este modo, lograban notables economías, tanto por la simplificación de los proyectos como en el posterior mantenimiento de los edificios, gracias a la estandarización de muchos de sus elementos. Sin embargo, el caso que nos ocupa no corresponde, ni mucho menos, a modelos de estaciones unificados, de carácter seriado e industrial.


En efecto, cuando la Diputación de Guipúzcoa decidió construir el ferrocarril de Zumárraga a Zumaya, el desaparecido tren del Urola, optó por diseñar para cada una de sus trece estaciones, edificios completamente diferentes y no estandarizados, con evidentes influencias de la arquitectura local, según los criterios de las tendencias neoregionalistas, entonces en boga. Así, edificios como las estaciones de Iraeta, Zumaya o Zumárraga se inspiraron en las diversas tipologías de los caseríos vascos, la de Azcoitia en algunos de los palacios renacentistas de la villa, mientras que la de Loiola presenta un indudable parentesco con los severos muros del santuario homónimo.


Probablemente, las primeras estaciones españolas abiertamente inspiradas en la arquitectura regional fueron las que levantó la compañía de los ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante en su línea de Sevilla a Huelva a partir de 1880. Diseñadas por ingenieros Jaime Font y Pedro Soto, su diseño se inspiraba en la arquitectura hispanoárabe tan común en la región andaluza. El éxito de esta experiencia animó a esta empresa a repetir estas tipologías en otros edificios como los de Aranjuez, Algodor y, sobre todo, la magnífica estación de Toledo, diseñada por el arquitecto Narciso Clavería e inaugurada en 1919.


Pronto, otros estilos arquitectónicos regionales sirvieron de inspiración para los arquitectos ferroviarios. En este sentido, los caseríos del País Vasco se convirtieron en un destacado referente, tras la construcción, en 1906, de la estación de Añorga, para la Compañía de los Ferrocarriles Vascongados. Pocos años más tarde, en 1914, esta misma empresa construiría, en un estilo más depurado que la anterior, la terminal bilbaína de Atxuri, obra del arquitecto Manuel María Smith y, sobre todo, la elegante estación de Usúrbil.


Fue precisamente la estación de Usúrbil la que sirvió de inspiración a la hora de diseñar, a principios de los años veinte, las estaciones del Ferrocarril del Urola, obra del arquitecto provincial Ramón Cortazar. Unos años más tarde, la Compañía del Norte utilizaría estos mismos referentes en los proyectos de las nuevas estaciones entre Bilbao y Orduña algunas de ellas diseñadas, por cierto, por un brillante arquitecto nacido a muchos kilómetros de distancia: el canario José Enrique Marredo Regalado.


En el caso concreto de la estación de Azpeitia, inaugurada el 22 de febrero de 1926, Ramón Cortazar se inspiró en las casas solariegas del valle del Urola, antiguas torres defensivas truncadas por orden de los Reyes Católicos con el propósito de poner fin a las guerras banderizas que asolaron el País Vasco durante la edad media. Como era común en este tipo de construcciones, la parte inferior se realizó en sillería y la superior en ladrillo, mientras que los garitones que decoran las cuatro aristas de la cubierta recuerdan su antigua función militar.


Poco después de que iniciara su andadura el tren del Urola, se emprendió la construcción del ferrocarril de La Coruña a Santiago de Compostela. Al parecer, el ingeniero responsable de la obra mantenía una estrecha amistad con Ramón Cortázar y, por ello, le encargó el diseño de la estación situada en el centro de la línea: la que debía atender las necesidades del municipio de Órdenes. Sin embargo, en lugar de elaborar un nuevo proyecto, Cortázar decidió aprovechar los planos de la estación que había levantado en Azpeitia, de ahí las evidentes similitudes entre ambos edificios.


La edición del diario ABC del 11 de abril de 1943 señalaba, en su crónica dedicada a la inauguración del ferrocarril gallego que «Las estaciones del recorrido, en el trecho Santiago-La Coruña, llevan un sello inconfundible de buen gusto, sin chabacanerías ni tonos exóticos. Se ha procurado darles un carácter que encaja admirablemente dentro de la arquitectura típica del país. Algunas nos recuerdan las viejas casonas o los pazos medievales que nos hablan del señorío de nuestra tierra.». Sin embargo, lo cierto es que en el corazón del nuevo ferrocarril se «coló» una estación inspirada en la arquitectura típica del país… ¡vasco!



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