jueves, 29 de agosto de 2024

EL TREN DE GRANOLLERS CUMPLE 170 AÑOS (y IV)

 

Fotografía de la locomotora número 12 Vilasar, del ferrocarril de Barcelona a Mataró, retratada en la estación del tren de Granollers en Barcelona. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

UNA FOTOGRAFÍA POLÉMICA

Esta imagen ha sido publicada numerosas ocasiones indicando que se trataba de la primera locomotora del primer ferrocarril español, el de Barcelona a Mataró, como indicaba, entre otros, la prestigiosa enciclopedia Espasa-Calpe. En cambio, otros autores han identificado con acierto el entorno en el que fue tomada la fotografía, la barcelonesa estación del tren a Granollers, por lo que han pensado que, en realidad, se trata de alguna de las primitivas locomotoras de esta línea.

Lo cierto es que ambas teorías son incorrectas, aunque también tienen algo de razón. En efecto, la marquesina de la estación delata que se trata de la que levantó el Camino se Hierro del Norte para su tren a Granollers en Barcelona. Sin embargo, la locomotora no es de esta antigua compañía, sino que fue adquirida por la del ferrocarril de Barcelona a Mataró, aunque, desde luego, no es ninguna de las que en 1848 inauguraron el primer ferrocarril peninsular.

Como señala el historiador Guillermo Bas Ordoñez en su documentado trabajo sobre las locomotoras de la Compañía de los ferrocarriles de Tarragona a Barcelona y Francia publicado en el número 32 de la Revista de Historia Ferroviaria, la locomotora que protagoniza la imagen es la número 12 Vilasar, de la compañía del ferrocarril de Barcelona a Mataró. Esta máquina había sido construida en Gran Bretaña por la firma Slaughter, Grunig & Company de Bristol en el año 1861. Probablemente, la imagen fue tomada poco después de su entrega, que coincidió en el tiempo con la fusión del tren de Mataró con el Camino de Hierro del Norte, que tuvo lugar en mayo de 1862, de ahí que fuera retratada en la estación de la línea de Granollers.

Según señala Guillermo Bas, el individuo que posa ufano, con sobrero de copa, junto a la chimenea de la locomotora, es Manuel Gibert, presidente de la compañía del tren de Mataró, mientras que, a su derecha, apoyado en el tubo del precalentador Beattie con el que iba dotada la locomotora, se encuentra Joseph White, director mecánico de la empresa.


lunes, 26 de agosto de 2024

EL TREN DE GRANOLLERS CUMPLE 170 AÑOS (III)

 

Material para Ferrocarriles y Construcciones suministró numerosos tranvías para Barcelona, como este elegante coche de dos pisos, construido en 1909. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

CAN GIRONA

Mientras Manuel Girona se centró en el sector financiero, desde el que impulsó la creación de entidades bancarias y compañías ferroviarias, dos de sus hermanos y socios, Ignacio y Casimiro, se decantaron por la industria metalúrgica y en 1861 fundaron la Herrería Barcelonesa, embrión de una empresa llamada a convertirse en uno de los principales constructores de material móvil ferroviario de nuestro país.

Los hermanos Girona establecieron en el barrio del Poble Nou una factoría que, a partir de lingotes de hierro y chatarra, y mediante hornos de pudelado, fabricaba toda clase de productos metalúrgicos; aceros laminados, herraduras y hierros forjados. Asimismo, su factoría se convirtió pronto en uno de los primeros fabricantes de vagones de España, al suministrar material remolcado a compañías como la del ferrocarril de Barcelona a Zaragoza en las que estaban implicados como accionistas.

Placa de construcción del coche AAC-5010, construido para Renfe en 1947 en los talleres del Poble Nou, el mismo año en que Can Girona se fusionó con Construcciones Devis para constituir Macosa. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

La progresiva especialización en el sector ferroviario impulsó la reorganización de la empresa, con la constitución de una nueva sociedad, Material para Ferrocarriles y Construcciones, S.A., con sede en el número 2 de la barcelonesa calle Ancha. El objetivo de la empresa, popularmente conocida como «Can Girona» (casa Girona en castellano) o como «La Material», era emprender la construcción de coches y vagones a gran escala, con el fin de poder sustituir con ventaja las masivas importaciones de material móvil ferroviario que se realizaban en España desde el inicio de la era ferroviaria. No obstante, también atendió a otros sectores, como el de la carretera, como deja de manifiesto el suministro de 100 carruajes construidos entre 1881 y 1890 para la Sociedad General de Ómnibus de Madrid, sin olvidar la construcción de toda clase de estructuras metálicas, como las de algunos de los pabellones de la Exposición Universal de Barcelona.

El primer gran pedido de material ferroviario tuvo lugar en 1886, cuando la Compañía de los Ferrocarriles de Tarragona a Barcelona y Francia les contrató el suministro de 300 coches y vagones. A éste seguirían otros de empresas como el ferrocarril de Almansa a Valencia y Tarragona, Norte, MZA, Bilbao-Portugalete, la Dirección General de Correos o los tranvías de Madrid y Barcelona. A finales del siglo XIX Can Girona era, sin duda, el principal fabricante del sector en España.

En 1947, en una operación auspiciada por el Banco Central, Material para Ferrocarriles y Construcciones se fusionó con la empresa valenciana Construcciones Devis, con la que constituiría una nueva sociedad: Material y Construcciones, Macosa. Poco después, a los dos centros fabriles se uniría un tercero en Alcázar de San Juan, especializado en la construcción y reparación de vagones de mercancías.

Vista de la factoría de Macosa en Poble Nou (Barcelona), la antigua Can Girona, publicada en 1960 en La industria de material ferroviario en España. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Tras la constitución de Macosa, la planta del Poble Nou se especializó en la fundición y moldeado de acero, la construcción y reparación de material autopropulsado y coches de viajeros, así como en el carrozado de autobuses y trolebuses. Por su parte, la factoría valenciana se centró en la fabricación de locomotoras, primero de vapor y pronto también eléctricas y diésel, estas últimas gracias a la incorporación de las licencias de la norteamericana General Motor en los años sesenta.

Macosa era, en los años setenta del siglo XX el segundo fabricante más destacado de material móvil ferroviario de España, únicamente superado por CAF. Sin embargo, la crisis que vivió el sector en los años ochenta obligó a reestructurar la sociedad, con el cierre de la factoría de Alcázar de San Juan y la constitución, en 1989, de una nueva entidad, Meinfesa. Dos años más tarde, ésta sería comprada por GEC-Alsthom, multinacional que también había adquirido al Instituto Nacional de Industria otra empresa del sector, la veterana Maquinista Terrestre y Marítima de Barcelona, en el marco del suministro de los primeros trenes de alta velocidad para Renfe.

GEC-Alsthom clausuró los históricos talleres del Poble Nou y también los de La Maquinista Terrestre y Marítima en Sant Andreu, para establecer una nueva factoría en Santa Perpètua de Mogoda, desde la que Alstom mantiene la tradición iniciada por los hermanos Girona en aquel lejano 1861 con la fabricación de trenes, metros y tranvías para todo el mundo.


 

miércoles, 21 de agosto de 2024

EL TREN DE GRANOLLERS CUMPLE 170 AÑOS (II)

 

Retrato de Manuel Girona Agrafet

MANUEL GIRONA AGRAFEL

 

La construcción del segundo ferrocarril de Catalunya, entre Barcelona y Granollers, fue posible gracias al decidido impulso del financiero barcelonés Manuel Girona Agrafel. Aunque no se tiene constancia exacta del lugar y fecha de su nacimiento, su acta de bautismo confirma que recibió este sacramento el 1 de enero de 1817 en la catedral de Barcelona. Hijo de Ignacio Girona Targa, un relojero natural de Tàrrega que había alcanzado cierto éxito como prestamista y comerciante, era el tercero de ocho hermanos.

Pese a iniciar los estudios de arquitectura, debió abandonarlos ya que en 1834 se incorporó a los negocios familiares, incluida la sociedad que en 1839 fundó su padre en colaboración con Juan Bautista Clavé: Girona Hermanos, Clavé y Compañía, sociedad que, con el tiempo, se convertiría en la concesionaria del ferrocarril de Barcelona a Granollers. Desde esta entidad financiaron la creación de empresas de gran relevancia como fue la Compañía Catalana de Navegación e Industria y, sobre todo, el proyecto más ambicioso de Manuel Girona, la creación del Banco de Barcelona, constituido en 1844, con el carácter de banco emisor.

Ante una economía tan dinámica como la de la Catalunya de mediados del siglo XIX, la mejora de las comunicaciones y los transportes resultaba fundamental, por lo que ya en 1840 Manuel Girona participó en la formación de dos empresas de diligencias para el servicio entre Madrid y Barcelona. Poco después, con la irrupción del ferrocarril, sus inversiones se dirigieron a la construcción de los nuevos caminos de hierro y, así, además del tren de Granollers, también lideró proyectos más ambiciosos, como la gran línea de Barcelona a Zaragoza por Lleida, y fue miembro de los consejos de administración de varias empresas, entre ellas, la poderosa Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España.

Girona tampoco se olvidó de la tierra de sus ancestros, donde impulsó la construcción del canal de Urgell, antiguo proyecto que no se pudo materializar hasta el año 1853, cuando la sociedad Girona y Clavé obtuvo la concesión, que posteriormente transfirieron a la S.A. del Canal de Urgell. El proyecto definitivo fue redactado por los ingenieros Pedro Andrés Puigdollers y Constantino Ardanza y las obras se concluyeron en 1861, tras haber horadado la sierra de Montclar mediante un túnel de 4.917 metros de longitud. Este canal, de 144 kilómetros de longitud, permitió la puesta en regadío de 49.490 fincas que sumaban 70.242 hectáreas. Esta infraestructura sigue siendo fundamental para el desarrollo agrícola de la región y, desde 1965, está gestionada por la Comunitat General de Regants del Canal d'Urgell.

Girona también colaboró con otros destacados financieros de la época, como es el caso de Antonio López, primer marqués de Comillas, con el que fundó entidades como el Banco Hispano Colonial o la Compañía General de Tabacos de Filipinas. Asimismo, en 1886 impulsó la creación de la Cámara de Comercio de Barcelona, de la que fue nombrado presidente.

Manuel Girona militó en el partido conservador, con el que llegó a ser diputado a Cortes, Senador y Senador Vitalicio. Cánovas llegó a ofrecerle la cartera de Hacienda, lo que rechazó ya que no podría aplicar las duras políticas de ajuste que propugnaba. Asimismo, fue alcalde de Barcelona durante la Restauración borbónica tras la primera República, entre enero de 1876 y febrero de 1877.

La vinculación de Manuel Girona con su Barcelona natal quedó de manifiesto en la financiación de numerosos proyectos en la ciudad, como es el caso de la edificación de la fachada neogótica de la catedral en la que fue bautizado, la creación de una nueva Universidad, la construcción del Liceo o la organización de la Exposición Universal de 1888, de la que fue comisario regio. Además, fue autor de diversas obras en materia financiera, como Ensayos para arreglar el crédito y mejorar la situación de España (1865) y Arreglo, unificación y estimación completa de la deuda pública de España (1880).


Manuel Girona falleció en Barcelona el 31 de octubre de 1905.


 

lunes, 22 de julio de 2024

EL TREN DE GRANOLLERS CUMPLE 170 AÑOS (I)

 

El 22 de julio de 1854 se inauguró el segundo ferrocarril catalán entre Barcelona y Granollers. Postal comercial. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

LA FECHA: 22 de julio de 1854

El 22 de julio de 1854, a las dos y media del mediodía, Granollers entraba en el entonces reducido club de ciudades con ferrocarril, tras la inauguración del camino de hierro que comunicaba Barcelona con la capital del Vallès Oriental. Aunque apenas habían transcurrido seis años desde la apertura de la primera vía férrea peninsular, la línea que comunicaba la ciudad condal con Mataró, la pujante economía catalana de mediados del siglo XIX exigía mejorar su red de transportes de la mano del tren.

Fachada principal de la estación del ferrocarril a Granollers en Barcelona. La imagen fue tomada a principios del siglo XX, cuando esta línea ya se había integrado en la Compañía de los ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante. Postal comercial. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Del carbón a la frontera

Sin duda, el ejemplo del ferrocarril de Barcelona a Mataró espoleó la inversión en vías férreas en el entorno de la capital catalana. Prácticamente en paralelo a la construcción de la línea a Granollers, otra iniciativa impulsaba la implantación de este medio de transporte hacia el interior, a Martorell, cuyo primer tramo, desde Barcelona hasta Molins de Rei, se inauguró oficialmente el 26 de noviembre de 1854.

Los orígenes del ferrocarril de Granollers se remontan al año 1844 y al interés que tenían los industriales del área de Barcelona para poder disponer en la ciudad los carbones existentes al norte de la provincia de Girona, en la comarca del Ripollès, y romper con ellos la dependencia de los combustibles que hasta entonces se tenían que importar desde Gran Bretaña, país que, por otra parte, era el principal competidor para sus productos textiles. Aunque el tiempo demostró que las esperanzas depositadas en los yacimientos hulleros de Ogassa y Surroca eran muy superiores a su verdadero potencial, fueron varios los proyectos que pretendieron construir vías férreas para el transporte de su producción.

El primer proyecto para la construcción de un ferrocarril en el entorno de las minas de carbón del Ripollès lo planteó la empresa El Veterano, una sociedad que era propietaria de los principales yacimientos de la zona y que en 1844 pretendió establecer una vía férrea desde Sant Joan de les Abadesses hasta el puerto de Rosas, donde preveía embarcar el combustible hacia Barcelona y otros centros de consumo. Aunque el 10 de julio de dicho año el Gobierno otorgó la oportuna concesión para la construcción del «Camino de hierro de la Serenísima Señora Infanta Doña María Luisa Fernanda», la obra jamás se materializó, dada la falta de recursos de sus promotor, que, para reducir la inversión al mínimo imprescindible preveía utilizar el motor de sangre, es decir, la fuerza de mulas y caballos, en lugar de locomotoras de vapor.

Vista de la estación del ferrocarril a Granollers en Barcelona desde la playa de vías, en la que se aprecia la forzada curva de su salida, obligada por el emplazamiento elegido en la antigua ciudad intramuros. Postal comercial. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El proyecto de conectar las minas directamente con el mar pronto fue reemplazado por nuevas iniciativas que buscaron una comunicación directa con Barcelona mediante una vía que pasaría por Ripoll, Vic y Granollers hasta alcanzar la capital catalana. El primer proyecto de este tipo fue impulsado por un grupo británico encabezado por J.B. Moore, aunque, finalmente, el 17 de junio de 1847 Gobierno otorgó la concesión a Juan Bautista Perera, un empresario vinculado a la sociedad El Veterano.

Ninguno de estos tempranos proyectos se llegó a materializar, mientras que la situación de la sociedad El Veterano y de sus socios era cada vez más comprometida, ya que la falta de un transporte eficiente imposibilitaba colocar en los mercados barceloneses el carbón de sus minas. En consecuencia, y para eludir la suspensión de pagos, esta empresa decidió vender todos sus derechos y proyectos ferroviarios a un grupo de empresarios barceloneses liderados por Manuel Girona Agrafel.

El mismo día que el Ministerio de Comercio, Instrucción y Obras Públicas declaraba caducada la concesión otorgada a Juan Bautista Perera, sancionaba una nueva autorización a nombre de la sociedad Girona Hermanos, Clavé y Compañía, por la que se les autorizaba a construir una de las secciones del ferrocarril a las minas del Ripollès, en concreto, el primer tramo entre Barcelona y Granollers. Su continuación hasta los yacimientos carboneros quedó relegada, ya que los nuevos concesionarios albergaban otro proyecto aún más ambicioso: continuar por Girona hasta la frontera francesa. De hecho, serían otros empresarios quienes, el 17 de octubre de 1880, lograron ¡por fin! materializar la unión de las minas con Barcelona.

La falta de espacio en la estación terminal de Barcelona obligó a la sociedad del Camino de Hierro del Norte a situar sus talleres en la vecina localidad de Sant Martí de Provençals, los talleres del Clot. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La Compañía del Camino de Hierro del Norte

Para la construcción del ferrocarril de Barcelona a Granollers sus promotores constituyeron, el 10 de noviembre de 1850, la sociedad del Camino de Hierro del Norte, bajo la presidencia de Manuel Girona y con un capital social de seis millones de pesetas. No debe confundirse esta empresa con la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España, fundada en 1858 para impulsar las obras de construcción de la línea de Madrid a Irun y que, con el tiempo, se convertiría en la principal compañía ferroviaria española, con la que la sociedad catalana no tuvo ninguna relación.

La sociedad del Camino de Hierro del Norte pronto dio inicio a las obras del tren de Granollers, en las que, a diferencia de otros ferrocarriles pioneros como los de Mataró, Aranjuez o Xàtiva, donde se recurrió a técnicos extranjeros para su dirección, se confió en el ingeniero Pedro de Andrés i Puigdollers, para la redacción del proyecto constructivo, y en el arquitecto José Oriol Bernadet para la dirección de las obras. Además, la ejecución de los trabajos de explanación se encomendó al ingeniero Ildefons Cerdá Sunyer, quien más tarde redactaría el famoso proyecto del Ensanche de Barcelona.

Como señaló el historiador Pere Pascual Domenech, «La construcción de esta línea fue un auténtico campo de experimentación para los ingenieros del país, y contribuyó, decisivamente, a que se asimilaran las técnicas de proyección y de organización propias de este tipo de obras públicas. La compañía de Granollers también desempeñó un papel relevante como escuela práctica para que un buen número de mecánicos catalanes adquiriese conocimientos sobre la articulación funcional del material ferroviarios».

El carácter experimental de este ferrocarril se reflejó en la marcha de las obras, que requirieron casi cuatro años para completar los 30 kilómetros del trayecto. Además, se vieron dificultadas por decisiones de gran importancia, como el ancho de vía. Sus promotores preferían utilizar el preconizado por Stephenson y que ya empleaban los ferrocarriles franceses, con los que esperaban enlazar en el futuro, es decir, 1.435 milímetros, y según señala el historiador Guillermo Bas Ordoñez, con esta galga se solicitó inicialmente el material móvil necesario para el servicio. Lamentablemente, una Real Orden dictada el 28 de abril de 1853 obligó a que, finalmente, la línea se implantara con el ancho de vía normal español.

La estación de Montcada era una de las más importantes de la línea de Barcelona a Granollers. El trayecto pronto desarrolló un importante tráfico de cercanías y, a partir de 1903, MZA adquirió a la alemana Maffei locomotoras especializadas en este servicio como la de la imagen.  Postal comercial. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Mientras tanto, las obras avanzaban y el 30 de agosto de 1852 la prensa anunciaba que se había iniciado la construcción de los talleres de la compañía en Sant Martí de Provençals, en el Clot, dado el escaso espacio disponible junto a la estación de cabecera de Barcelona. Precisamente el emplazamiento de esta dependencia fue también un aspecto polémico, ya que el Camino de Hierro del Norte decidió levantarla en terrenos situados en el interior de la ciudad, todavía amurallada, lo que exigió tender un puente sobre el foso y perforar la muralla, donde se estableció un cuerpo de guardia permanente.

La ubicación de la estación, en curva y muy próxima a la del ferrocarril de Barcelona a Mataró, se vio forzada por el rodeo que debían dar las vías a la ciudadela. Sin embargo, este diseño se perpetuó en el tiempo y dio a la actual estación de Barcelona-Francia su peculiar fisonomía cuando ésta se levantó en 1929 en sustitución de las antiguas instalaciones de mediados del siglo XIX.

A finales de octubre de 1852 la prensa anunciaba que las obras de explanación se encontraban muy adelantadas y se había concluido la práctica totalidad de las alcantarillas y sifones, muy abundantes en una zona caracterizada por la agricultura de regadío. Además, estaban a punto de colocarse las cimbras del puente sobre el camino de Sant Martí de Provençals, ya estaban construidos los cimientos del de la riera de Horta y se iba a emprender la cimentación del de Sant Andreu del Palomar. Algo más lejos de la capital, la actividad también era notable, pues estaba a punto de iniciarse el montaje de la cimbra del puente de Montmeló y se había emprendido el pilotaje de los puentes metálicos que deberían salvar las rieras de Ripollet, Caldes, Parets y Congost.

Un año más tarde, en septiembre de 1853, parecía que poco quedaba para que las obras se pudieran concluir. La construcción de la estación de Granollers se encontraba muy adelantada y se había acopiado toda la madera necesaria para realizar su cubierta. Los obreros trabajaban en el refino de la explanación entre Montcada y Granollers, tramo para el que ya se había acopiado el balasto necesario. Además, ya se habían construido los cimientos del puente sobre la riera de Granollers y se levantaban las pilas y estribos que soportarían sus tramos metálicos, por lo que los periodistas de la época confiaban en ver el nuevo ferrocarril en explotación en breve tiempo.

El Camino de Hierro del Norte y el ferrocarril de Mataró construyeron, de forma mancomunada, la prolongación de sus vías desde Maçanet-Massanes hacia Girona. Postal comercial. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La primera locomotora

Pronto se emprendió el montaje de la vía, que, a diferencia del sistema habitual mediante traviesas de madera, se estableció con un método patentado por el ingeniero británico Hugh Greaves, en el que los carriles se apoyaban sobre el terreno mediante unas semiesferas de fundición unidas entre sí mediante tirantes metálicos. Sin embargo, el avance de las obras se veía dificultado ante la falta de una locomotora que pudiera remolcar los trenes de trabajo.

El Camino de Hierro del Norte había contratado el suministro de sus primeras locomotoras a la firma Sharp, de Manchester. Sin embargo, su fabricación experimentó diversos retrasos y, mientras tanto, las obras no podían avanzar al ritmo esperado ante la imposibilidad de mover los vagones cargados con los carriles, las traviesas del sistema Greaves o el balasto. Ante esta situación, el 6 de septiembre de 1853 la empresa decidió transformar como locomotora de maniobras un martinete automóvil de vapor que había sido utilizado en la hinca de estacas necesarias para levantar los estribos y las pilas de los puentes del trazado. La operación se realizó en los propios talleres del Clot y el 12 de noviembre de 1853 la improvisada locomotora remolcó sus primeros trenes de trabajo.

Vista general de la estación del ferrocarril de Granollers en Barcelona, situada junto a la del ferrocarril de Mataró, cuyas instalaciones se aprecian a la izquierda de la imagen. Tras la fusión de ambas empresas, estas instalaciones se utilizaron de forma conjunta. Postal comercial. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La inauguración

Gracias al concurso de tan singular máquina de vapor, los trabajos pudieron proseguir sin grandes contratiempos. Además, en la primavera de 1854 llegaron las dos primeras locomotoras construidas por Sharp, con las que se pudo imprimir un mayor ritmo a los trabajos.

En el verano de 1854 las obras ya se encontraban muy adelantadas, al tiempo que se iba recibiendo el material motor y remolcado necesario. Así, aunque el momento no era el más propicio, en un inestable clima político tras la Vicalvarada del general O’Donnell,  las revueltas de los trabajadores del sector textil contra la implantación de maquinaria moderna que implicaba el despido de miles de obreros, el conflicto de las selfactinas, y el inicio de una grave epidemia de cólera en la región, los promotores del Camino de Hierro del Norte no quisieron esperar más para poner su ferrocarril en servicio y el 22 de julio de 1854 se procedió a la solemne inauguración del ferrocarril de Barcelona a Granollers, la segunda vía férrea de Catalunya.

Tras alcanzar Girona en 1862, la sociedad del Camino de Hierro del Norte y el ferrocarril de Mataró se fusionaron para constituir la Compañía del Ferrocarril de Barcelona a Gerona. Postal comercial. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El largo camino a la frontera

La prolongación del ferrocarril de Granollers hasta la frontera francesa fue una empresa compleja que requirió casi un cuarto de siglo para su culminación. Es preciso tener en cuenta que el Camino de Hierro del Norte no era el único que ambicionaba esta meta, ya que su vecino, el de Barcelona a Mataró, también albergaba el mismo propósito.

El Gobierno zanjó la rivalidad entre ambas empresas mediante una solución salomónica, una Ley, aprobada el 15 de julio de 1857, por la que otorgaba a ambas la concesión para que ampliasen sus vías hasta un punto de encuentro, el actual empalme de Maçanet-Massanes. Desde esta estación, las dos compañías construirían de forma conjunta la continuación del trazado ferroviario hasta Girona.

Meses antes de que el Gobierno otorgara la concesión, el 10 de enero de 1857, el ferrocarril de Mataró ya había prolongado sus vías hasta la vecina Arenys de Mar. El 3 de diciembre de 1859 sus trenes llegaron hasta Tordera y el 1 de agosto de 1861 alcanzaron el empalme, a donde ya llegaban los trenes del Camino de Hierro del Norte desde el 1 de septiembre del año anterior.

Una de las obras más destacadas de la prolongación del ferrocarril entre Girona y la frontera es el viaducto de Colera, de 188 metros de longitud y 20 de altura. Postal comercial. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Como marcaba la concesión, ambas empresas, de forma mancomunada, continuaron con las obras desde Maçanet-Massanes hasta Girona, que quedaron concluidas el 3 de marzo de 1862. En mayo de ese mismo año, las dos sociedades se fusionaron para crear la Compañía de los Caminos de Hierro de Barcelona a Gerona, que dos años más tarde se rebautizó como Caminos de Hierro de Barcelona a Francia por Figueras.

La razón social de la nueva empresa dejaba claros sus objetivos, pero no disponía de los recursos económicos necesarios para alcanzarlos, lo que frenó el desarrollo de las obras. Fue necesario proceder a una nueva fusión, que tuvo lugar el 18 de octubre de 1875, en este caso con la concesionaria del ferrocarril de Tarragona a Martorell y Barcelona, para crear una nueva entidad, la de los Ferrocarriles de Tarragona a Barcelona y Francia, y desenclavar la situación. De este modo se retomaron las obras y el 17 de diciembre de 1877 se abrió al servicio la sección de Girona a Figueres para, un mes más tarde, el 20 de enero de 1878, alcanzar la estación de Portbou.

El tren de Granollers alcanzó la frontera de Porbou en 1878. Postal comercial. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

170 años de servicio público

La vida de la Compañía de los Ferrocarriles de Tarragona a Barcelona y Francia no fue muy larga. Acuciada por su creciente endeudamiento, motivada sobre todo por la construcción de su ferrocarril directo a Zaragoza, finalmente fue absorbida por la Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante (MZA) el 1 de enero de 1898.

MZA emprendió diversas obras de mejora del histórico ferrocarril de Granollers, entre ellas, la implantación de la doble vía entre Barcelona y Montmeló, puesta en servicio en 1914. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

MZA realizó importantes obras de mejora del tren de Granollers, con la ampliación de sus principales estaciones y la construcción de nuevos edificios. Además, en 1914 estableció la doble vía entre Barcelona y Montmeló, aunque la duplicación de todo el trayecto hasta Girona no se concluyó hasta 1970. Entre tanto, en 1941, la gestión de la línea había pasado a manos de la empresa estatal Renfe, que, el 11 de abril de 1958, electrificó la línea desde la ciudad condal hasta el empalme de Maçanet-Massanes.

Subestación de Maçanet-Massanes. Renfe electrificó el antiguo tren de Granollers y su continuación hasta esta estación en 1958 a la tensión de 3.000 voltios en corriente continua. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Durante años, la línea de Barcelona a Granollers formó parte del principal eje de comunicación entre Barcelona y la frontera francesa, papel del que ha sido relegado desde el año 2013, en el servicio de viajeros de larga distancia, por la nueva línea de alta velocidad, que también le ha arrebatado parte del transporte de mercancías. Por el contrario, su papel sigue siendo fundamental para los trenes regionales que comunican Figueres y Girona con Barcelona y, sobre todo, para los de cercanías, atendidos por la línea R-2 que enlaza Granollers con Castelldefels y con el aeropuerto de El Prat.

En los años sesenta, Renfe construyó un nuevo en la estación de Granollers. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


 


domingo, 21 de julio de 2024

EL FERROCARRIL DE CASTRO A TRASLAVIÑA (y V)

 

Vista de la fachada de la magnífica estación de Castro-Urdiales diseñada por el arquitecto Eladio Laredo en 1898. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

LA ESTACIÓN DE CASTRO-URDIALES

La Compañía del ferrocarril de Traslaviña levantó en Castro una de las estaciones más notables de la red ferroviaria española. En contraste con la modestia de su concesión y de la escasa demanda que durante su existencia registró la línea, los viajeros llegaban a la villa costera a través de un edificio verdaderamente lujoso.

El diseño del edificio de viajeros de Castro Urdiales, en el que también se establecerían las oficinas administrativas de la empresa ferroviaria, fue encomendado al arquitecto cántabro Eladio Laredo (1864-1941), uno de los grandes pioneros de los estilos regionalistas e historicistas en España. La construcción contaba con dos torres laterales, de cuatro alturas, que enmarcaban un cuerpo central de tres plantas. Las fachadas estaban decoradas con azulejos con motivos ferroviarios como tirafondos, bates, agujas y otros elementos, realizados por el guipuzcoano Daniel Zuloaga y las barandillas de las escaleras de acceso representaban ruedas de vagones, incluidas sus ballestas de suspensión y las correspondientes cajas de grasa.

En la primera planta de este suntuoso edificio se distribuían las dependencias necesarias para el servicio, como las taquillas, el despacho del jefe de estación o el servicio de facturación de equipajes y paquetería, mientras que en las superiores se establecieron las oficinas centrales, el almacén general y las viviendas para el director de la explotación, el jefe de estación y otros empleados. El andén principal quedaba protegido mediante una sencilla marquesina metálica. Lamentablemente, este singular edificio fue destruido, víctima de la especulación urbanística, el año 1970.


miércoles, 17 de julio de 2024

EL FERROCARRIL DE CASTRO A TRASLAVIÑA (IV)

 

Fotografía de una de las tres primeras locomotoras construidas por la Schweizerische Lokomotiv und Maschinenfabrik de Winterthur (Suiza) para el ferrocarril minero de Castro a Alen. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

EL FERROCARRIL DE CASTRO A LAS MINAS DE ALEN

El de Traslaviña no fue ni el único, ni tan siquiera el primer ferrocarril de Castro, ya que desde 1892 el tren ya había llegado a la villa costera de la mano de la riqueza minera de su entorno, en concreto, una vía férrea que comunicó las minas de hierro del monte Alen, en Bizkaia, con su histórica dársena.

El ferrocarril de Catro a Alen fue construido en virtud de una concesión otorgada el 17 de febrero de 1892 al empresario minero Luis Ocharan, titular de varias explotaciones situadas en los municipios de Sopuerta y Arcentales (Bizkaia). Para dar salida al mineral, era necesario disponer de un sistema de transporte con la capacidad suficiente para conducirlo hasta el puerto de Castro, donde podría ser embarcado para su exportación, sobre todo a Gran Bretaña.

Edificio de la estación del ferrocarril minero de Alen en Castro. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En la época, el ferrocarril era, sin duda, la mejor alternativa y para ello se decidió establecer una vía férrea de casi 19 kilómetros de longitud, separado en dos secciones, la primera, desde el puerto de Castro hasta Callejamala, de 12.700 metros de recorrido, en el que superaba un desnivel de 196 metros, y el segundo, desde el túnel de Campochico a Alen, de 5.113 metros en los que ascendía otros 75,2 metros. Entre ambos, un plano inclinado de 926 metros de recorrido y una diferencia de cota de 281 metros, aseguraba la conexión de ambos tramos.

Aunque inicialmente se valoró emplear la vía métrica en la primera sección y el ancho de 750 milímetros en la segunda, finalmente, para simplificar la explotación, se optó por establecer esta última galga en todo el recorrido. La línea fue formalmente inaugurada el 12 de mayo de 1895 y, a diferencia de su vecino de Traslaviña, el tráfico pronto alcanzó las previsiones de sus promotores, por lo que su rendimiento positivo permitió retribuir a los accionistas con hasta un 12% de interés en algunos ejercicios.

Vista del imponente cargadero de mineral del ferrocarril de Alen en la dársena de Castro, construido por los talleres de Chávarri, Petrement y Compañía en Miravalles (Bizkaia). Fondo Iñaki García Uribe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Al igual que en el caso del ferrocarril de Traslaviña, el de Alen también fue víctima de las oscilaciones del precio del mineral de hierro en los mercados internacionales y aunque durante la Primera Guerra Mundial mantuvo su actividad sin grandes problemas, a partir de los años veinte se inició una fase de declive del tráfico que desembocó en su completa paralización en 1930. El remate a su precaria situación llegó con la Guerra Civil y la voladura de su elegante cargadero sobre la dársena de Castro. Aunque la Explotación de Ferrocarriles por el Estado se llegó a interesar por sus instalaciones, sobre todo el acceso al puerto de Castro que habría mejorado los tráficos de mercancías del tren de Traslaviña, finalmente, el 22 de mayo de 1947, el Ministerio de Obras Públicas declaró la caducidad de la concesión. Poco después se levantaron sus abandonadas instalaciones, aunque algunas de sus viejas locomotoras todavía alcanzaron una segunda juventud en el asturiano ferrocarril de las minas de Teverga, operado por Hullasa.


 

miércoles, 10 de julio de 2024

EL FERROCARRIL DE CASTRO A TRASLAVIÑA (III)

 

El ferrocarril de Mondáriz a Vigo fue uno de los proyectos impulsados por José Bores Romero. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

JOSÉ BORES ROMERO, Antequera, 11 de diciembre de 1859-Zaragoza, 5 de septiembre de 1936

La construcción del ferrocarril de Castro a Traslaviña fue dirigida por el ingeniero andaluz José bores Romero. Nacido en Antequera en 1859, tras cursar la carrera en la Escuela Especial de Ingenieros de Caminos, en la que se licenció en 1880, obtuvo su primer destino al servicio del Estado en su provincia natal, Málaga, donde trabajó hasta 1887.

Según señala el historiador Manuel Heredia Flores, que ha investigado con detalle la biografía y actividad profesional de José Bores Romero, durante esta etapa tuvo su primer contacto con el ferrocarril, ya que diseñó el trazado de una vía férrea para el transporte de la piedra necesaria para las obras de ampliación y mejora del puerto de Málaga. Posteriormente, y tras un breve paso por la División Hidrológica del Júcar y del Segura, Bores retomó su actividad ferroviaria en el seno de la Comisión de Estudios y Construcciones de los Ferrocarriles del Pirineo Central, que debía impulsar las obras de los pasos internacionales por Canfranc y por el Noguera Pallaresa.

Como otros muchos ingenieros de su época, Bores solicitó en 1889 la excedencia en la administración pública para centrarse en su actividad privada, que ya había ejercido ocasionalmente en proyectos como la traída de aguas en Cádiz. Asociado con quien había sido su superior en la Jefatura de Obras Públicas de Málaga, Luis Vasconi, trabajó hasta 1897 en las obras de ampliación del puerto de esta ciudad.

Fue en 1897 cuando, junto a Luis Vasconi, Bores decidió trasladarse a Bilbao, atraído por las múltiples posibilidades que ofrecía el vertiginoso desarrollo minero, industrial y financiero que experimentaba en aquel momento la capital vizcaína. Así, como ya se ha señalado, dirigió las obras de construcción del ferrocarril de Castro a Traslaviña, pero también se implicó en otros proyectos, muchos de ellos vinculados a las explotaciones hidroeléctricas y el suministro de agua. De este modo, en 1901 se convirtió en uno de los primeros accionistas de la recién creada Sociedad Hidroeléctrica Ibérica, embrión de la actual Iberdrola.

Con el cambio de siglo, la actividad de José Bores se amplió a otros muchos territorios, entre los que destacan diversos proyectos para la construcción de centrales hidroeléctricas en Galicia y, asociados a ellas, la de un ferrocarril eléctrico entre Mondáriz y Vigo. También en esta región, estudió la construcción del ferrocarril de vía métrica del Ferrol a Gijón.

Otra de las iniciativas de José Bores a comienzos del siglo XX fue su propuesta para la construcción de un ferrocarril metropolitano en Madrid, con una red compuesta por tres líneas que deberían conectar las estaciones del Norte y de Atocha con las principales zonas de la ciudad. Este proyecto pionero, al igual que otros muchos impulsados por el ingeniero antequerano, no llegó a prosperar, lo que pudo influir en su decisión de retornar al servicio de la administración.

En 1906 José Bores reingresó en el Ministerio de Fomento como ingeniero jefe de segunda clase destinado en Lleida con el cargo de jefe provincial de Obras Públicas. En la capital catalana impulsó diversos proyectos, entre los que destacó la construcción del nuevo puente sobre el Segre, así como el desarrollo de la hidroelectricidad en la zona.

Bores se mantuvo al servicio del Ministerio hasta 1917, cuando retornó al sector privado con el propósito de impulsar diversas iniciativas vinculadas a la generación hidroeléctrica, en especial para abastecer a la industria vizcaína. Cuatro años más tarde, regresó a su provincia natal tras ser nombrado jefe de Vías y Obras del ayuntamiento de Málaga, donde impulsó la realización de importantes obras para el abastecimiento de aguas y la creación de una eficiente red de alcantarillado en la capital de la Costa del Sol.

Su etapa al servicio del consistorio malagueño finalizó bruscamente tras la sustitución del alcalde de la ciudad por un militar impuesto por la Dictadura de Primo de Rivera. El nuevo regidor impulsó una campaña de descredito hacia la labor de Bores hasta forzar su dimisión en noviembre de 1926. Más tarde, el ingeniero de Antequera narraría esta traumática experiencia en su libro Como trató la Dictadura a un ingeniero español, publicada en Málaga en 1931.

Este pequeño trabajo no fue, ni mucho menos, la única publicación de José Bores, que colaboró con diversas revistas, como es el caso de La Electricidad, la Revista Nacional de Economía o la Revista de Obras Públicas. En esta última fue en la que más se prodigó, primero con una serie de cinco artículos, redactados en colaboración con su socio Luis Vasconi, en los que describieron sus proyectos para el abastecimiento de aguas a Bilbao. Le siguieron, a partir de 1919, una serie de artículos en los que analizó temas como el Congreso Nacional de Ingeniería de 1920 y, sobre todo, en los que abordó el denominado Problema Ferroviario.

Las alteraciones que provocó en la economía española la Primera Guerra Mundial puso en cuestión el sistema ferroviario español y su desarrollo mediante concesiones. Para atajar la grave crisis de transportes que podría generar la quiebra de las empresas operadoras, Bores propuso su nacionalización, mediante la progresiva adquisición de sus acciones y títulos de deuda. Además, consideraba necesario duplicar la extensión de la red existente, con la construcción de 15.000 nuevos kilómetros de vías férreas, la sustitución del carbón por la hidroelectricidad, para reducir los costes de explotación, y la unificación del ancho de vía con Europa. Para la gestión de la red ferroviaria proponía su descentralización y estructuración territorial según las regiones históricas del país.

En octubre de 1929, cuando estaba a punto de cumplir los 70 años, Bores retornó al servicio de la Administración al ser nombrado por Rafael Benjumea, Ministro de Fomento de la Dictadura, consejero inspector general y presidente de la sección del Consejo de Obras Públicas. Poco tiempo ejerció este cargo, ya que dos meses más tarde, en diciembre, al cumplir la edad reglamentaria, se produjo su cese definitivo.