viernes, 15 de abril de 2022

LAS ÚLTIMAS CONCESIONARIAS PRIVADAS (IV)

 

El ferrocarril de San Sebastián a la frontera francesa se mantuvo en el sector privado hasta enero de 1973. Fotografía de Jean-Henry Manara

Nueve empresas… ¡y pico!

Tras la avalancha de abandonos registrada en 1972, en España solo se mantuvieron activas nueve empresas ferroviarias concesionarias de servicios públicos. No se incluyen en esta exigua relación operadores exclusivamente privados, como el Ferrocarril del Tajuña, que únicamente transportaba clinker para su propietario, Portland Valderrivas, y otros muchos trenes mineros e industriales.

En enero de 1974 el asturiano ferrocarril de Carreño se integró en Feve. Fotografía de Jean-Henry Manara

Los operadores ferroviarios privados que sobrevivieron al fatídico año 1972 fueron los siguientes: La Sociedad Explotadora de Ferrocarriles y Tranvías, concesionaria del ferrocarril de San Sebastián a Hendaia; el Ferrocarril de Carreño, titular del tren eléctrico de Gijón a Avilés; el “carrilet” de Reus a Salou,  la Compañía General de Ferrocarriles Catalanes, gestora de una amplia red de vía métrica que, al transporte de viajeros en el entorno de Barcelona, sumaba un notable tráfico de mercancías; la Compañía de los Ferrocarriles de Cataluña y Sarriá, con vías de ancho internacional y especializada en el servicio urbano y suburbano de la capital catalana; Ferrocarriles y Transportes Suburbanos, que gestionaba tres líneas de vía métrica en el entorno de Bilbao, así como una pequeña red de autobuses; el Ferrocarril de Ponferrada a Villablino, que enlazaba estas localidades del Bierzo leonés transportando carbón y, también, viajeros y correo; el Ferrocarril de Palma a Sóller, en la isla de Mallorca, y el Metro de Madrid.

El ferrocarril de Reus a Salou fue clausurado en 1976 por su concesionario, sin ser rescatado por Feve. Fotografía de Jordi Escudé

De todas las empresas ferroviarias que finalizado el año 1972 todavía se encontraban en manos privadas, solo el de Sóller se mantiene en la actualidad en este sector, mientras que las restantes han pasado al sector público o, simplemente, han desaparecido. El primer operador que se vio abocado a abandonar sus concesiones fue la Sociedad Explotadora de Ferrocarriles y Tranvías, titular del popular “Topo” donostiarra, que apenas pudo resistir un mes más, renunciando a su línea el 28 de enero de 1973.

La Compañía General de Ferrocarriles Catalanes renunció a la explotación de sus líneas en 1977. Fotografía de Werner Hardmeier

Un año más aguantó el asturiano Ferrocarril de Carreño, hasta que el 10 de enero de 1974 se vio obligado a arrojar la toalla y ceder su línea de Avilés a Gijón a Feve. Peor suerte corrió el antiguo tranvía de vapor de Reus a Salou en el que el 10 de noviembre de 1975 se suspendió el servicio a la espera de unas obras de renovación que nunca llegaron, privando de un eficaz medio de transporte una comarca en pleno desarrollo gracias al turismo y la industria de la zona.

El ferrocarril de Ponferrada a Villablino mantuvo el servicio público de viajeros hasta 1980. Fotografía de Jordi Escudé

Las siguientes en sucumbir fueron las dos operadoras privadas de Barcelona, la Compañía General de Ferrocarriles Catalanes y la Compañía de los Ferrocarriles de Sarriá y Cataluña, cuyas líneas fueron asumidas provisionalmente por Feve el 1 de enero y el 20 de junio de 1977, respectivamente. Antes de finalizar el año, el 15 de diciembre, también renunciaron a sus líneas los Ferrocarriles y Transportes Suburbanos de Bilbao, rescatadas también por la empresa estatal mientras se dilucidaba su definitivo traspaso a las nacientes instituciones autonómicas.

En 1978 el gobierno decretó la incautación del Metro de Madrid. Archivo Metro de Madrid

El 7 de junio de 1978 el gobierno decretó la incautación del Metro de Madrid, hasta el momento, y con notable diferencia, el mayor operador privado del país, ante la insostenible situación de la empresa concesionaria y de sus servicios. A partir de esa fecha, todavía se mantuvo en manos privadas el ferrocarril de Ponferrada a Villablino, aunque tras la supresión de su mítico tren correo, el último servicio de viajeros explotado con tracción vapor en España, el 10 de mayo de 1980, se convirtió en un ferrocarril exclusivamente carbonero, hasta la supresión definitiva de sus circulaciones en el año 2014.

El ferrocarril de Sóller sigue operado por una concesionaria privada integral, que gestiona la infraestructura y el servicio. Fotografía de Juanjo Olaizola

El ferrocarril de Palma a Sóller es, por tanto, una auténtica reliquia de tiempos pasados, no solo por conservar buena parte de su trazado y material móvil original, sino por ser el último concesionario privado integral en España, es decir, que gestiona tanto la infraestructura como el servicio prestado por sus trenes… sin olvidar a una línea muy singular, como es el donostiarra funicular del Monte Igueldo, también en manos privadas desde 1912.

El funicular del Monte Igueldo ha sido gestionado, desde su inauguración en 1912, por el mismo concesionario privado original. Fotografía de Juanjo Olaizola


 

martes, 12 de abril de 2022

LAS ÚLTIMAS CONCESIONARIAS PRIVADAS (III)

Jaime Badillo colaboró con diversas publicaciones ferroviarias, entre ellas, la revista Vía Libre, en la que publicó esta nota con ocasión de su nombramiento como Director de Feve

JAIME BADILLO DÍEZ, Madrid, 15 de enero de 1917-21 de noviembre de 2015


Nombrado presidente del Consejo de Administración de Feve el 9 de junio de 1972, en el momento álgido del proceso de abandono de sus servicios por parte de las concesionarias privadas, al Ingeniero de Caminos Jaime Badillo Díez le correspondió afrontar un reto digno del mejor equilibrista, al mantener el servicio, sin disponer de los recursos precisos, y, además, asentar las bases del futuro de los ferrocarriles de vía estrecha de nuestro país.

Dotado de una sólida formación, a su Doctorado en la escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, de la que se licenció en 1942, se sumaban también una licenciatura en Ciencias Exactas y el título de Doctor Ingeniero Geógrafo, finalizada su primera carrera ingresó en Renfe el 14 de julio de 1942.

Jaime Badillo desarrolló la mayor parte de su carrera profesional en Renfe, siendo uno de sus primeros destinos los trabajos de electrificación de las líneas de Madrid a Ávila y Segovia, del que dejó testimonio en la Revista de Obras Públicas. En 1965 fue nombrado director adjunto de su notable colega, Carlos Roa Rico, con el que contribuyó a materializar los planes de racionalización y modernización de la empresa estatal impulsados por el notable ingeniero asturiano.

El 9 de junio de 1972 Jaime Badillo abandonó Renfe para pasar a dirigir los destinos de Feve en un momento crucial en el que la pequeña empresa estatal se vio desbordada por el aluvión de abandonos de concesiones por parte del sector privado. Ante esta avalancha, tuvo que hacer frente a una situación totalmente imprevista y no contemplada en sus presupuestos: mantener una red que había duplicado con creces su extensión y triplicado su plantilla y sus gastos.

Jaime Badillo presidió Feve durante cinco fructíferos años, entre el 9 de junio de 1972 y el 18 de febrero de 1977, periodo en el que sentó las bases del desarrollo de los ferrocarriles de vía estrecha españoles en las siguientes décadas. Consciente de que poco podían hacer sus trenes en el servicio de viajeros de largo recorrido, incapaces de competir con las modernas carreteras y las primeras autopistas, centró sus esfuerzos en dos sectores fundamentales: el transporte de mercancías y los servicios de cercanías en las grandes ciudades. Lamentablemente, su nombramiento llegó demasiado tarde como para poder evitar el cierre de la red de tranvías y ferrocarriles interurbanos de Granada a comienzos de 1974 y que ahora se recuperan de la mano de su moderno tranvía, pero con los siempre limitados recursos disponibles, desplegó una ingente tarea para renovar vías, electrificar las cercanías de Santander y mejorar el parque de material, cuya máxima expresión fue la compra de las eficientes unidades eléctricas de la serie 3500, algunas de ellas aun en activo.

La meritoria labor de Jaime Badillo a la hora de reconstruir una red ferroviaria moribunda no pasó desapercibida y el 7 de junio de 1978 fue seleccionado por el Ministerio de Transportes y Comunicaciones para hacer frente a otro gran reto: presidir el primer Consejo de Incautación del Metro de Madrid, incautado ese mismo día por el gobierno central, ante la insostenible situación económica de su primitivo concesionario que, al igual que había sucedido a las compañías de vía estrecha, se había visto superado por el desfase entre el constante incremento de los gastos y los insuficientes aumentos de tarifas.

Al igual que cuando llegó a Feve en 1972, el panorama que se encontró Jaime Badillo  en el metro de Madrid era desolador; material móvil anticuado, trabajadores descontentos, instalaciones obsoletas,… un peligroso cóctel que se traducía en constantes accidentes, algunos de gravedad. En sus pocos meses al frente del suburbano, Badillo pudo poner freno a la situación y sentar las bases para el futuro del servicio.

La labor profesional de Jaime Badillo fue objeto de diversos reconocimientos, entre los que destacan la concesión de la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil, y la del Mérito Militar con distintivo blanco, así como la Medalla al Mérito Profesional del Colegio de Ingenieros y la Insignia de los Ingenieros de Minas. Además, también fue nombrado director honorario de Renfe y presidente del Consejo de Obras Públicas. Tras una dilatada vida, falleció en Madrid, a los 98 años de edad, el 21 de noviembre de 2015.

 


jueves, 7 de abril de 2022

LAS ÚLTIMAS CONCESIONARIAS PRIVADAS (II)

 

El 6 de marzo de 1972 Feve asumió la explotación del Ferrocarril de La Robla. Fotografía de Werner Hardmeier

El proceso se acelera

En contraste con el goteo de abandonos por parte de los antiguos concesionarios registrado entre 1941 y 1960, en los años sesenta este proceso experimentó una brusca aceleración. Sin duda, la progresiva recuperación de los transportes mecánicos por carretera, primero en el sector de las mercancías y pronto también en el de los viajeros, arrebató a las empresas ferroviarias de vía estrecha buena parte de sus tráficos, al tiempo que debían hacer frente al constante incremento de sus gastos, sobre todo en lo que respecta a la mano de obra, cuyos haberes aumentaba el gobierno por decreto, sin autorizar su justa compensación mediante la paralela modificación de las tarifas, en un intento de frenar la inflación económica. Así, si en los veinte años anteriores la Explotación de Ferrocarriles por el Estado había asumido poco más de 500 kilómetros de líneas, en los cinco años comprendidos entre 1961 y 1965 se vio obligada a rescatar más de 1.000 kilómetros, a los que habría que sumar otros 135 de nueva construcción en la línea de Ferrol a Gijón.

En resumen, frente a una media anual de 30,35 kilómetros incorporados a la Explotación de Ferrocarriles por el Estado tras el abandono de sus concesionarios en las décadas de 1940 y 1950, los cinco primeros años de la década de los sesenta el porcentaje se incrementó, sin contar con los nuevos tramos del ferrocarril de Ferrol a Gijón, en un alarmante 578%, hasta alcanzar una media anual de 205,8 kilómetros. Y lo peor es que las perspectivas más inmediatas hacían prever que el proceso se mantendría e, incluso, aceleraría, en los siguientes años.

A mediados de los años sesenta era inaplazable adoptar las medidas necesarias para reorganizar los servicios operados por la Explotación de Ferrocarriles por el Estado, pero, al igual que sucedió en 1941, en lugar de incorporar los ferrocarriles de vía estrecha a Renfe, se optó por mantener su segregación, con la constitución de una nueva empresa pública con idénticos fines, pero dedicada en exclusiva a la explotación de ferrocarriles de ancho inferior al normal español: Ferrocarriles de Vía Estrecha, más conocida por su acrónimo; Feve.

Cuando se constituyó Feve, el 23 de septiembre de 1965, la nueva empresa pública asumió la gestión de 2.112 kilómetros de vías férreas, repartidos en 23 pequeñas redes, sin conexión entre sí, y establecidos en cuatro anchos de vía diferentes. La mayoría de ellas contaban con instalaciones y equipos muy anticuados, donde la tracción vapor todavía mantenía un papel destacado y en las que la tracción eléctrica se limitaba a 396 kilómetros, pero en los que, además, se utilizaban hasta cuatro tensiones diferentes: 600, 1.200, 1.500 y 3.000 voltios en corriente continua.

La creación de Feve no impidió que muchas de las líneas asumidas por la nueva empresa pública desaparecieran. De hecho, tras confeccionar precipitadamente someros estudios de viabilidad, la mayoría fueron clausuradas pese a las protestas de las comarcas afectadas. En concreto, entre 1966 y 1971 se suprimieron 1.358 kilómetros.

Tren de la Compañía Vasco-Asturiana, integrada en Feve el 15 de abril de 1972. Fotografía de Werner Hardmeier

1972, se precipita el final

Hasta 1972, las principales concesionarias de vía estrecha habían logrado capear el temporal y, de hecho, hasta entonces, la Explotación de Ferrocarriles por el Estado y Feve solamente habían asumido líneas de poca longitud, reducido tráfico y escasos rendimientos, con excepción de la gran línea de Fuente del Arco a Peñarroya y Puertollano, las operadas por la Compañía de los Ferrocarriles de Santander a Bilbao o el activo “trenet” de València. Sin embargo, en este año las operadoras de la cornisa cantábrica, todas ellas afectadas por los mismos males, es decir, la proliferación de la competencia de la carretera, el incremento del gasto y la forzada contención de las tarifas, se vieron obligadas a renunciar a sus concesiones.

El proceso se inició el 6 de marzo de 1972, fecha en que la Compañía de los Ferrocarriles de La Robla, operadora de la línea de vía métrica más larga de Europa, abandonó su explotación, que fue asumida de inmediato por Feve. No había transcurrido un mes cuando el 4 de abril renunciaron a sus derechos los Ferrocarriles Económicos de Asturias, concesionarios de la línea de Oviedo a Llanes.

El ferrocarril del Langreo también padeció la pérdida de protagonismo del carbón en la economía española. El 1 de junio de 1972 sus vías, de un ancho muy similar al internacional, también se integraron en Feve

Otro ferrocarril carbonero que, al igual que la de La Robla, se vio duramente afectado por la pérdida de protagonismo de este combustible en el sector energético, la Compañía Vasco-Asturiana, abandonó sus líneas el 15 de abril y el 1 de junio le seguía el ferrocarril de Langreo a Gijón, también especializado en el transporte de la hulla asturiana y que, curiosamente, contaba con ancho de vía similar al internacional, de 1.440 milímetros entre las caras internas de sus carriles.

Esta imparable oleada prosiguió el 24 de junio de 1972 con la incorporación de las líneas y ramales de los antiguos Ferrocarriles Vascongados, que enlazaba Bilbao con San Sebastián. Seis días más tarde, el 30 de junio, sucumbía el Ferrocarril del Cantábrico, concesionario de la línea de Santander a Llanes.

El 24 de junio de 1972 se integraron en Feve las líneas operadas por la Compañía de los Ferrocarriles Vascongados. Fotografía de Werner Hardmeier

En consecuencia, en tan solo seis meses la red de Feve se vio incrementada en 1.131 kilómetros, a los que se sumaron los 188 del antiguo Santander-Bilbao, de su titularidad, pero que por convenio operaban desde 1967 las empresas de Robla y Cantábrico, y la conclusión de la línea del Ferrol a Gijón. De este modo, en tan breve periodo la red gestionada por la empresa estatal duplicó con creces su extensión, mientras que el personal y el gasto llegaron a triplicarse.

Ante esta avalancha resultaba imposible arbitrar los recursos necesarios para hacer frente a las necesidades más perentorias y, mucho menos, para realizar las numerosas inversiones de modernización y mejora que todas estas líneas precisaban tras largos años de descapitalización. La Memoria del ejercicio de 1973 era elocuente a la hora de describir con claridad la difícil situación que tuvo que afrontar Feve en esos momentos: 

La situación económica durante el ejercicio ha sido en ocasiones angustiosa, al no existir en los Presupuestos del Estado, con destino a Feve, consignación suficiente para cubrir el presupuesto aprobado para las atenciones del Ejercicio, cuya insuficiencia de 1.121,7 millones de pesetas, que excedía sólo en 527,5 millones a la resultante del año anterior, correspondía, sin embargo, a una situación que había pasado de 956 kilómetros explotados y una plantilla de 2.846 agentes, a 2.057 kilómetros de líneas con 6.716 agentes.

En los años siguientes, el ritmo de incorporaciones no fue tan intenso. El 29 de enero de 1973 se integró en Feve el popular «Topo», que enlazaba San Sebastián con Hendaia, y, un año más tarde, el 10 de enero de 1974, le tocó el turno al ferrocarril de Carreño, de Avilés a Aboño.

El 30 de junio de 1972 se incorporó a Feve la línea de Santander a Llanes, operada hasta entonces por la Compañía del Ferrocarril Cantábrico. Fotografía de Werner Hardmeier

Finalmente, en 1977, Feve se hizo cargo de tres redes ferroviarias caracterizadas por sus importantes servicios de cercanías, aunque la primera de ellas también registraba un destacado tráfico de mercancías. El 1 de enero se integraba en la empresa pública la Compañía General de los Ferrocarriles Catalanes, con una red de 141 kilómetros de vía métrica; el 20 de junio le llegaba el turno a los Ferrocarriles de Barcelona a Sarriá y Cataluña, de ancho internacional y 59 kilómetros de extensión y, por último, el 15 de diciembre la empresa estatal asumió los antiguos Ferrocarriles y Transportes Suburbanos de Bilbao, de ancho métrico y 62 kilómetros de vías.

En resumen, a finales de 1977, la red de Feve había alcanzado la extensión de 2.026 kilómetros, es decir, pese a la oleada de clausuras registrada entre 1966 y 1971, la empresa prácticamente había recuperado su kilometraje inicial. En aquel momento, la presencia del sector privado como operador de ferrocarriles con servicio público de viajeros y mercancías había quedado reducida en España a su mínima expresión: el ferrocarril de Ponferrada a Villablino, en el Bierzo, y el de Palma a Sóller en Mallorca, tras la clausura, sin pasar a manos de Feve, del ferrocarril de Reus a Salou, el 23 de mayo de 1976. 

Líneas incorporadas a Feve entre 1972 y 1977

 

Línea

Compañía

Kilómetros

Fecha incorporación

León-Bilbao

Fc. de la Robla

340

6 de marzo de 1972

Oviedo-Llanes

Fc. Económicos, S.A.

118

4 de abril de 1972

San Esteban de Pravia a Oviedo y Fuso a Collanzo

Vasco Asturiano

104

15 de abril de 1972

Gijón a Laviana y ramales

Fc. de Langreo

60

12 de junio de 1972

Bilbao a San Sebastián y ramales

Fc. Vascongados

161

24 de junio de 1972

Santander a Llanes

Fc. Cantábrico

127

30 de junio de 1972

Santander a Bilbao

Feve

188

30 de junio de 1972

Vegadeo Luarca

Feve

58

6 septiembre 1972

San Sebastián a Hendaya

SEFT

21

29 de enero de 1973

Gijón a Avilés

Fc. Carreño

27

10 de enero de 1974

Barcelona a Manresa y ramales

Fc. Catalanes

141

1 de enero de 1977

Barcelona a Tarrasa y Sabadell

Fc. de Sarría y Cataluña

59

20 de junio de 1977

Bilbao a Plencia y ramales

Fc. y Transportes Suburbanos

62

15 diciembre 1977

Fuente: FEVE, Memorias de los ejercicios 1972-1977.

 

 

lunes, 4 de abril de 2022

LAS ÚLTIMAS CONCESIONARIAS PRIVADAS (I)

 

Tren de viajeros de los Ferrocarriles Económicos de Asturias, empresa que renunció a sus concesiones el 4 de abril de 1972. Fotografía de Jea-Henry Manara
 

LA FECHA: 4 de abril de 1972

En realidad, el 4 de abril fue una más de una larga lista de fechas que reflejaron el prolongado proceso en el que la práctica totalidad de las empresas concesionarias ferroviarias españolas abandonaron sus explotaciones para ser asumidas por el sector público. Si esta evolución tiene una fecha clave en lo que respecta a las que gestionaban líneas establecidas con vía ancha, el 1 de febrero de 1941, día en la que formalmente fueron nacionalizadas e integradas en la nueva empresa estatal Renfe, en el caso de las de vía estrecha este horizonte es notablemente difuso, marcado por un lentísimo goteo que se inició en 1897 con la incautación del ferrocarril Vasco-Navarro y que concluyó en 1977 cuando Feve asumió la gestión provisional de los Ferrocarriles y Transportes Suburbanos de Bilbao. A partir de entonces, solo los ferrocarriles de Ponferrada a Villablino y Sóller permanecieron en el sector privado como gestores integrales de infraestructuras y servicios de transporte público de viajeros y mercancías, aunque, en la actualidad, solo éste último ha logrado sobrevivir.

En todo caso, en este dilatado proceso en el que los ferrocarriles de vía estrecha pasaron, poco a poco, del sector privado al público, hay un año clave, 1972, ejercicio en el que, uno tras otro, sucumbieron todos los concesionarios del importante corredor del Cantábrico. Si elegimos para esta sección la fecha del 4 de abril de hace medio siglo es por ser el día en el que Feve rescató la primera línea de este eje, la operada por los Ferrocarriles Económicos de Asturias entre Oviedo y Llanes.

El ferrocarril Vasco-Navarro fue el primero de vía estrecha explotado por el Estado. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La larga decadencia del sistema concesional

Salvo honrosas excepciones, la explotación de las concesiones ferroviarias españolas no fue un buen negocio para sus promotores, aunque algunos de ellos obtuvieran lucrativos rendimientos en otras facetas, desde la propia especulación con títulos y acciones, hasta la importación de equipos fabricados por empresas vinculadas a ellos o los beneficios que aportaban las nuevas urbanizaciones levantadas en el entorno de las estaciones. En consecuencia, la historia del modelo ferroviario concesional español es la de una larga crisis que tiene su punto culminante en los grandes cambios que implicó la Primera Guerra Mundial ya que, pese a la neutralidad de nuestro país, la economía española experimentó su primera crisis energética, provocada por la paralización de las importaciones de carbón británico y la consiguiente escasez de un combustible entonces esencial para el funcionamiento del ferrocarril. En paralelo, la propia contienda europea provocó un proceso inflacionario hasta entonces desconocido y que las concesionarias no podían atenuar con el incremento de sus tarifas, ya que éstas se encontraban estrictamente reguladas por las propias concesiones.

La crisis generalizada de las compañías ferroviarias a partir de 1917 solo se pudo paliar con la creciente intervención estatal; anticipos, modificación de las tarifas, ayudas a la modernización de equipos, que culminaron durante la Dictadura de Primo de Rivera con la aprobación del Estatuto Ferroviario que estaba llamado a ser el primer paso para la nacionalización de todos los ferrocarriles en dificultades, indistintamente de cuál fuera su ancho de vía. Sin embargo, este proceso finalmente culminó en 1941 con un criterio totalmente arbitrario; el ancho de vía, dejando al margen de la nacionalización a todos los ferrocarriles con ancho de vía inferior al normal (entonces de 1.672 milímetros), pese a que algunos como Langreo, Ponferrada-Villablino, Vasco-Asturiano, Robla, Utrillas, Peñarroya-Puertollano o Manresa-Berga eran esenciales para la economía nacional al transportar buena parte de la producción hullera del país.

La nacionalización de los ferrocarriles de vía ancha en 1941 estuvo justificada en su importancia estratégica para la economía del país, pero la operación dejó al margen ferrocarriles esenciales por su relevancia en el transporte del principal combustible de la época, por no compartir el ancho de vía español, como es el caso del ferrocarril de Ponferrada a Villablino. Fotografía de Martin Dieterich 

En una decisión difícil de comprender, el Estado franquista decidió dejar a su suerte a las concesionarias de ferrocarriles de vía estrecha, aunque es preciso señalar que las más importantes presentaban un balance económico algo más saneado que sus congéneres de vía ancha. Evidentemente, la reducción del gasto en su construcción que supuso la elección de un ancho de vía más reducido y, en consecuencia, su menor endeudamiento, había jugado en su favor.

Solo las corruptelas del franquismo explican que el ferrocarril de Cercedilla a Navacerrada fuera el único de vía métrica integrado en Renfe. Fotografía de Jean-Henry Manara

La lenta nacionalización de los ferrocarriles de vía estrecha

En todo caso, la situación de las empresas ferroviarias de vía estrecha era muy desigual. Aunque la mayoría se encontraban al borde de la bancarrota en los años previos a la Guerra Civil, la paralización de la competencia de la carretera que trajo consigo el conflicto bélico y una larga posguerra marcada por la absoluta escasez de combustibles líquidos y otros elementos tan esenciales como los neumáticos, permitió que recuperasen buena parte del tráfico que habían logrado arrebatar camiones, autobuses y automóviles en los años previos. No obstante, otras concesionarias estaban arruinadas y, de hecho, como ya se ha señalado, desde la incautación del Vasco-Navarro en 1897 habían ido formando un heterogéneo conglomerado de líneas rescatadas por el gobierno e integradas en un organismo del Ministerio de Fomento; la Explotación de Ferrocarriles por el Estado. En concreto, en vísperas de la creación de Renfe, este ente operaba 868 kilómetros de vías, repartidos en 19 líneas, inconexas entre sí, y con seis anchos de vía distintos. ¡Un auténtico cajón de sastre!

Cuando en 1941 se creó Renfe, habría sido lógico integrar en la nueva empresa pública las líneas entonces gestionadas por la Explotación de Ferrocarriles por el Estado, pero esta operación se limitó a 293 kilómetros, todos ellos de vía ancha, repartidos entre cinco líneas. Por el contrario, se decidió que Renfe transfiriera a la Explotación de Ferrocarriles por el Estado dos líneas de ancho métrico que había heredado de la antigua Compañía del Norte, las de Carcaixent a Dénia y de Tudela a Tarazona, consagrando de este modo una absurda e ineficiente dualidad de gestión pública de la red ferroviaria. La única excepción a esta norma fue la del ferrocarril eléctrico de Cercedilla a Guadarrama, también de vía métrica que, sin embargo, fue asumido por Renfe, en una contradictoria decisión motivada por los intereses personales de su promotor, a su vez, influyente personaje del Régimen franquista.

Establecidas dos entidades para la gestión de los ferrocarriles nacionalizados, una exclusiva para los de vía ancha, Renfe, y otra para los que contasen con cualquier otro ancho de vía, la Explotación de Ferrocarriles por el Estado, se decidió que las  líneas con ancho inferior al normal que fueran viables se mantuvieran en manos de sus propietarios, aunque se sugirió su posible federación, opción que no logró consolidarse ante el desinterés de estas empresas, siempre muy celosas por mantener en todo momento su independencia de acción.

Algunos ferrocarriles, como el del Irati, no fueron rescatados por el Estado y se clausuraron tras la renuncia de sus concesionarios. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En todo caso, la situación financiera de las empresas de vía estrecha no era, por lo general, muy brillante, de modo que progresivamente se vieron obligadas a renunciar a sus concesiones. En principio, sus líneas fueron asumidas por la Explotación de Ferrocarriles por el Estado, aunque, si las autoridades estimaban que el trayecto estaba adecuadamente cubierto por las carreteras del entorno, autorizaban su definitiva clausura. Éste fue el caso, entre otros, de los ferrocarriles del Plazaola (Pamplona a San Sebastián), Bidasoa (Irun a Elizondo), Irati (Pamplona a Sangüesa), Cortes a Borja o del tren de cremallera a Montserrat.

Cuando el Ministerio de Obras Públicas estimaba que un ferrocarril abandonado por el su concesionario no podía ser reemplazado adecuadamente por la carretera, procedía al rescate de su concesión y a su integración en la Explotación de Ferrocarriles por el Estado. Al principio, este proceso se tradujo en un lento goteo que entre 1941 y 1960 incorporó al organismo público 520 kilómetros, a los que se añadieron otra veintena de líneas de nueva construcción. En todo caso, su nacionalización no implicaba automáticamente su supervivencia y, de hecho, en el mismo periodo se clausuraron tres líneas que sumaban 89 kilómetros. Caso aparte fue el del ferrocarril de Tudela a Tarazona, devuelto a Renfe tras ensancharse su vía en 1952.

 

domingo, 3 de abril de 2022

170 AÑOS DE COMUNICACIONES FERROVIARIAS ENTRE VALÈNCIA Y SU GRAU (y V)

 

Vagón foudre de la firma Vicente Gandía Plá, con sede en el Grao de València. Fondo Mariano de Corral. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Un exportador de vinos

La construcción, hace 170 años, del ferrocarril de València al Grao fue clave para el desarrollo de su puerto y su progresiva transformación en uno de los más importantes nodos logísticos de nuestro país. Al calor de sus muelles y de sus numerosas estaciones ferroviarias, pronto surgieron toda clase de empresas vinculadas al mundo del transporte; desde operadores de servicios de mercancías, hasta constructores de material móvil, como es el caso de los Astilleros de la Unión Naval de Levante, donde se fabricaron y repararon ténderes para locomotoras de vapor o toda clase de vagones, o los talleres de Construcciones Móviles, S.A., Sucesores de Gay, que suministraron tranvías, coches y vagones a diversas administraciones.

Factoría de Construcciones Móviles, S.A., establecidos en el antiguo taller de Vía y Obras de la Compañía de Tranvías y Ferrocarriles de Valencia en el Grau. Fotografía Finezas. Arxiu Històric de FGV

Fueron también muchas las empresas que se instalaron en el Grao para aprovechar las ventajas que ofrecían sus magníficas comunicaciones para el transporte de sus mercancías. Desde almacenes de productos petrolíferos y de carbones, hasta fábricas de fertilizantes, se ubicaron en las inmediaciones del puerto valenciano. Entre otros muchos, se encontraba la firma de Vicente Gandía Plá, que, según señalaba la publicidad de sus vagones foudre, se dedicaba a la exportación de vinos, probablemente de La Mancha y de Utiel-Requena, que transportaría por vía férrea hasta el puerto, para su posterior expedición por vía marítima.

El bodeguero J. Vento también tenía su sede en el Grau valenciano. Vagón foudre construido por Mariano de Corral. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Los vagones foudre fueron una de las especialidades del ferrocarril español. Bajo la apariencia de un vagón cerrado convencional, se ocultaban una o dos grandes cubas en las que se transportaban los caldos hasta los mercados de consumo. El que protagoniza de esta imagen fue construido en los años veinte por la firma vasca Mariano de Corral, predecesora de la actual Amurrio Ferrocarril y Equipos.


 

sábado, 2 de abril de 2022

170 AÑOS DE COMUNICACIONES FERROVIARIAS ENTRE VALÈNCIA Y SU GRAU (IV)

 

Fachada principal de la estación del Grao de València, la más antigua de España. Fotografía de Mercedes García Fernández

La estación más antigua de España

Aunque en Mallorca afirman que la estación de Sóller es la más antigua del mundo, ya que su edificio fue levantado en el año 1606, es fácil suponer que, en su origen, debió de tener otra función, ya que todavía fue necesario que transcurrieran dos siglos para la invención del ferrocarril. De hecho, era una antigua mansión, reciclada en 1912 para su nueva finalidad.

Descartada la estación de Sóller, la estación más antigua que se conserva en España es la del Grao de València, levantada hace ahora 170 años, ya que otras predecesoras en los ferrocarriles de Barcelona a Mataró o de Madrid a Aranjuez, fueron destruidas y sustituidas por nuevas construcciones a lo largo de los años, mientras que en la antigua terminal valenciana todavía se conserva el edificio original.

Aunque sus proyectistas, el ingeniero británico James Beatty y el español Domingo Cardenal señalaron en la memoria constructiva de las estaciones del ferrocarril de València al Grao que «toda idea de lujo en ellas debe desterrarse porque el gasto que produce es completamente improductivo», en realidad, diseñaron sencillos, pero elegantes edificios de un depurado estilo neoclásico. En el caso del Grao, la fachada que recae sobre las vías estaba provista de una marquesina de hierro y cristal que acotaba la zona de espera de los viajeros. En la fachada principal, orientada hacia los muelles del puerto, se utilizaron los rehundidos como elegante recurso ornamental sobre los paramentos de ladrillo con revoco, mientras que en los basamentos de las columnas se utilizó piedra de Montcada, que ofrecía cierta concesión al lujo, no exenta de funcionalidad.

La primitiva estación del Grao ha experimentado, a lo largo de sus 170 años de historia, numerosos cambios. Su activa vida se vio marcada por la supresión del servicio de viajeros en 1925 y su especialización en el tráfico de mercancías hacia el puerto, lo que hizo prescindibles determinadas dependencias, como las taquillas o las salas de espera, que fueron reacondicionadas para otras funciones como factorías y estancias para el personal ferroviario. Además, durante la Guerra Civil se vio afectada por los bombardeos de la aviación fascista, que destruyeron su fachada sur, posteriormente reconstruida respetando el estilo original.

Desde 1925, la estación del Grao de València se utilizó para regular el acceso ferroviario a los muelles del puerto de la ciudad. Sin embargo, en 2006 se inauguró una nueva conexión, más directa, desde la estación de clasificación de Font de Sant Lluis, lo que supuso su desafección. Desde entonces, su antigua playa de vías se ha empleado como aparcamiento, así como en diferentes eventos como la instalación de circos y ferias, y en actividades populares como concursos de paellas. Mientras tanto, el histórico edificio levantado en 1852, como se ha señalado, la estación ferroviaria más antigua de España, espera paciente un nuevo destino que permita la preservación y recuperación de una construcción fundamental para la historia del ferrocarril en nuestro país.