Gracias al esfuerzo de la editorial de la revista Maquetren, los investigadores, estudiosos y aficionados del ferrocarril español tenemos a nuestra disposición una nueva obra que, sin duda, será todo un referente en la materia: TRENES DE PAPEL: 150 AÑOS DE EXPEDICIONES AMBULANTES Y COCHES CORREO EN ESPAÑA.
Furgón postal de Feve. Fotografía de Enric Vives
Fruto del trabajo investigador de tres empleados de Correos; Gaspar Martínez Lorente, Pedro Navarro Moreno y Javier Berbel Silva, equipo al que se ha unido el conocido investigador de temas ferroviarios Pedro Pintado Quintana, el nuevo volumen publicado por Maquetren nos ofrece una completa visión de la historia del transporte del correo por ferrocarril en España. El libro, estructurado en dos amplias secciones, presenta, en la primera de ellas, la historia y evolución de los vehículos utilizados en nuestro país en el transporte postal, tanto los pertenecientes a la Dirección General de Correos, como los que eran propiedad de las diferentes compañías de vía ancha y estrecha que prestaron este servicio. En la segunda parte el trabajo analiza la organización del transporte postal por ferrocarril.
Interior del departamento de Correos del coche TCE-4 de los Ferrocarriles Vascongados. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
Los orígenes, tanto del correo como del ferrocarril se pierden en la noche de los tiempos. Sin embargo, hasta el desarrollo de la revolución industrial ambos sistemas de comunicación tenían una utilidad muy restringida: los servicios de postas solo estaban al alcance de las minorías más pudientes mientras que los primitivos trenes arrastrados por mulas únicamente se empleaban en pequeños trayectos con una elevada demanda, como podía ser el entorno de una mina o el enlace entre dos canales de navegación.
Alsasua, tren postal de Madrid a Hendaia. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi
La invención de la máquina de vapor fue trascendental para el desarrollo del ferrocarril como medio universal de transporte. El primer motor inventado por la humanidad tenía una gran limitación: el elevado peso, tanto de la caldera como de la ingente cantidad de combustible y de agua que necesitaba para su funcionamiento. De haber sido más ligero, probablemente se habría podido aplicar directamente al transporte por carretera, pero su gran tara exigió la utilización de un camino especial, capaz de soportarla: el camino de hierro.
Coche DDO de la Explotación de Ferrocarriles por el Estado, en el que se aprecia el buzón para el servicio de correos. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
A partir de 1830, gracias al perfeccionamiento de las primitivas locomotoras de vapor realizado por Georges y Robert Stephenson, el ferrocarril se convirtió en el primer medio de transporte terrestre impulsado por fuerza mecánica y ante sus innumerables ventajas frente a carretas y diligencias, pronto se tejió una densa red de comunicaciones que al finalizar el siglo XIX cubría con mayor o menor densidad prácticamente todo el planeta.
Los diversos gobiernos europeos y sus servicios postales pronto comprendieron las ventajas que podía aportar al transporte del correo el rápido desarrollo de la red ferroviaria. El tiempo necesario para el envío de una carta se podía reducir de semanas a días o incluso a unas pocas horas y, además, tenía capacidad sobrada para trasladar no solo correspondencia, sino toda clase de paquetes y envíos postales. De este modo, no es de extrañar que a la hora de otorgar las oportunas concesiones a las empresas privadas interesadas en establecer una vía férrea, una de las exigencias habituales de los poderes públicos fuera el de ofrecer el transporte gratuito del correo, así como la reserva de al menos un hilo telegráfico para las necesidades gubernamentales. Así lo establecía, en nuestro propio país, la primera Ley para regular la construcción de ferrocarriles en España, la misma que cometió el grave error técnico de establecer un ancho diferente al predominante en el resto de Europa, que fue promulgada el 31 de diciembre de 1844. Mucho más acertado fue el artículo 29 del citado texto legal en el que se indicaba que «Las cartas y pliegos, así como sus conductores o agentes necesarios al servicio del correo, serán trasportados gratuitamente por los convoyes ordinarios de la compañía en toda la extensión de la línea».
30 de septiembre de 1982. Último servicio ambulante del trenet de València. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi
En consecuencia, gracias a la máquina de vapor, el transporte, tanto de personas como de información, se democratizó, dejó de ser algo al alcance únicamente de las élites, para estar a disposición de todos los ciudadanos. De la mano de la locomotora nuestra sociedad conoció la primera globalización. Gracias al tren, fue posible difundir noticias, ideas, conocimientos y, en definitiva, la cultura y, por supuesto, fue posible viajar de forma rápida, cómoda y barata a lugares hasta entonces remotos.
Matasello del último servicio ambulante del trenet de València. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
Durante cerca de siglo y medio el tren fue el principal medio para el transporte del Correo. En todos los ferrocarriles de servicio público circulaba diariamente al menos un tren que, además de trasladar pasajeros en primera, segunda o tercera clase, también atendía las necesidades del servicio postal. Dada la trascendencia de éste, eran comúnmente conocidos como «trenes correo». A las estaciones acudían los carteros a recoger y entregar la correspondencia, mientras que complejas redes de distribución acercaban este servicio a las poblaciones del entorno, convirtiéndolo en universal. Muchos eran también los ciudadanos que, deseando la entrega más rápida posible de sus cartas, las depositaban en el buzón situado en el furgón postal, con lo que garantizaban su reparto a la mañana siguiente.
Carga de paquetería postal en una unidad "suiza". Fotografía de Jordi Escudé i Coll
Correo y ferrocarril tejieron hasta 1993 una rica historia técnica y humana, hasta ahora poco conocida y apenas tratada en algunos artículos publicados en revistas especializadas, difíciles de consultar en la actualidad. Ahora, cuando se conmemora el 25 aniversario de la supresión de los últimos trenes postales y gracias a la labor investigadora de tres grandes profesionales de Correos y, a su vez, amigos del ferrocarril, junto con nuestro compañero Pedro Pintado,ve la luz este libro, en el que el lector podrá encontrar respuesta a cualquier cuestión relacionada con esta interesantísima faceta de nuestra historia ferroviaria: la evolución de los servicios, el parque de material móvil utilizado y, lo que es más importante, el testimonio de aquellos que trabajaron en ellos como Ambulantes.
Como cantaba Concha Piquer, «aquel Ambulante de Correos, aquel no volverá», pero nos queda el recuerdo, la historia y el legado de un servicio que, de la mano del tren, se convirtió en fundamental para el desarrollo económico, social y cultural de nuestro país. Para conocer todos sus detalles, os animamos a sumergiros en la lectura de este gran trabajo. ¡Seguro que el viaje resulta apasionante!
Magnífica crónica, como siempre.
ResponderEliminarMagnífica crónica, como siempre.
ResponderEliminar¡Sobresaliente!
ResponderEliminarMuy interesante, me gusta mucho enhorabuena para todos los que habéis contribuido.
ResponderEliminarMuy interesante, el libro será más. Donde adquirirlo? Fui ambulante de correos durante 25 años y hago mío todo el relato.
ResponderEliminarEl servicio de correos por ferrocarril, funcionaba bien. Una vez tuve una anécdota. Haciendo fotos en el P.V.,y en la estación de Paramo, se me abrió un llavero y perdí la llave de abrir el depósito de gasolina del coche. Llamé a mi casa a Barcelona, y les dije que copiasen la llave y me la enviasen por correo urgente a lista de correos de Ponferrada, en 24 h tenia la llave.
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