lunes, 13 de octubre de 2025

EL CREMALLERA DE MONTSERRAT (I)

 

A partir del siglo IX, Montserrat se convirtió en un importante centro de peregrinación. Postal comercial. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Tras el hallazgo de una figura de la Virgen, la popular «Moreneta», a finales del siglo IX, la montaña de Montserrat se convirtió en un notable centro de peregrinación. La construcción de una abadía en el siglo XI acentuó el papel de este importante centro monástico como referente religioso más allá del propio ámbito de su entorno, como demuestra la peregrinación que realizó Ignacio de Loiola desde la lejana Azpeitia (Gipuzkoa) en 1522. Tras la decadencia que experimentó tras ser incendiada por las tropas de Napoleón en 1811 y 1812, así como por los efectos de la exclaustración provocada por la desamortización de Mendizábal en 1835, pronto recuperó su pasada vitalidad, sobre después de que el Papa León XIII proclamase a la Virgen de Montserrat como patrona de Catalunya.

La imponente sierra de Montserrat es una barrera natural que históricamente ha dificultado las comunicaciones en la zona. Postal comercial. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Sacrificio o comodidad

Ciertamente, la peregrinación a la abadía de Montserrat exigía importantes sacrificios, dado lo abrupto del terreno y el gran desnivel a superar, pues se encuentra a 720 metros sobre el nivel del mar, mientras que en el valle, la localidad de Monistrol está situada a tan solo 171 metros. Aunque el sufrimiento físico está muy bien valorado entre los creyentes católicos como camino de salvación para sus almas, no todos estaban dispuestos a realizar tan grandes esfuerzos ni a exponerse al peligro de sufrir una caída con funestas consecuencias.

Lo cierto es que, con el transcurso del tiempo y pese a las dificultades existentes, cada día eran más las personas que peregrinaban hasta Montserrat. Como señala Carles Salmerón i Bosch en su libro dedicado al tren de Montserrat, a comienzos del siglo XVII era normal que en las principales festividades se reunieran en la abadía más de 7.000 personas, cifra que se elevaba hasta cerca de 10.000 en las fechas más señaladas.

Para facilitar el acceso a los fieles pronto se pensó en mejorar las comunicaciones con la abadía y en 1698 se transformó el antiguo camino de acceso en una carretera. De este modo, se podía ascender con facilitad y sobre ruedas, cómodamente montados en un carruaje arrastrado por mulas o caballos.

Un tren del ferrocarril de cremallera de Montserrat circula por uno de los tramos más agrestes de su trazado. Postal comercial. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La siguiente mejora en las comunicaciones de la abadía de Montserrat llegó de la mano de una empresa ferroviaria, la concesionaria de la línea de Barcelona a Zaragoza, que pasaba por las proximidades. Para atraer nuevos clientes a sus trenes esta compañía decidió, en 1859, construir una carretera desde su estación de Castellbell hasta el monasterio. Desde entonces, una empresa de diligencias facilitó el enlace entre el ferrocarril y el santuario, proporcionando un acceso más cómodo y seguro.

Pese a la mejora que supuso la nueva carretera y las diligencias, éstas seguían siendo insuficientes ante el creciente número de peregrinos. En consecuencia, en 1878, Joaquín Carrera Sariol, ingeniero del ferrocarril de Barcelona a Francia por Figueres, asociado con el empresario José María González, propuso estudiar la construcción de un ferrocarril hasta el santuario.

Ante el enorme desnivel a vencer, la única solución viable para el ferrocarril era establecer un sistema de cremallera que permitiera superar los inconvenientes de la baja adherencia entre la rueda y el carril. Aunque esta tecnología se conocía prácticamente desde los inicios del tren, lo cierto es que el primer servicio comercial, el del Mount Washington, en New Hampshire (Estados Unidos), no se había completado hasta nueve años antes, en 1869, mientras que el primero del continente europeo, el Vitznau-Rigi Bahn, en Suiza, diseñado por el ingeniero Niklaus Riggenbach, se había inaugurado en 1871. Se trataba, por tanto, de una opción muy novedosa en la época.

Un tren del ferrocarril de cremallera cruza el paso a nivel con la carretera a Montserrat. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El propio Riggenbach asesoró a los promotores del ferrocarril de Montserrat para el diseño de su línea, en la que estaba previsto utilizar el sistema de cremallera diseñado por este facultativo suizo. Así, elaboraron un proyecto para la construcción de un «Ferrocarril, en parte funicular a engranage, desde la estación de Monistrol, en la línea de Zaragoza a Pamplona y Barcelona, al Monasterio de Montserrat».

El ferrocarril propuesto consistía en una línea de vía única y ancho de vía internacional, de 1.435 milímetros, con lo que no hubiera sido factible el tráfico combinado con la línea de ancho convencional español en Monistrol. Su longitud sería de 7.459,54 metros, de los que los 2.686,63 primeros serían de simple adherencia y el resto de cremallera, con rampas máximas de 217,6 milésimas.

Una vez elaborado el proyecto, éste emprendió su tramitación administrativa. El 5 de enero de 1882 una Real Orden autorizó su construcción y, previamente, el 31 de diciembre de 1881, se constituyó con este fin la sociedad de Ferrocarriles de Montaña a Grandes Pendientes. Esta empresa obtendría la concesión definitiva para su construcción y posterior explotación por el plazo habitual de 99 años el 27 de julio de 1882.

Fotografía de fábrica de la locomotora número 8 del ferrocarril de cremallera de Montserrat, construida por SLM en Winterthur (Suiza). Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La construcción

Una vez obtenida la concesión, y tal y como establecía la legislación ferroviaria de la época, se iniciaron las obras de construcción. Sin embargo, éstas se desarrollaron a un ritmo exasperantemente lento debido a las dificultades económicas de sus promotores, pero, también, a sus limitaciones técnicas e inexperiencia en esta clase de ferrocarriles.

Para desbloquear la situación, Ferrocarriles de Montaña a Grandes Pendientes recurrió a uno de los mayores expertos de la época, el suizo Roman Abt, que había desarrollado su propio sistema de cremallera. Con su asesoramiento, se modificó el proyecto inicial, se decidió implantar la cremallera en todo el recorrido, lo que facilitaría una explotación más racional, se modificó el trazado y se optó por el ancho de vía a un metro, con lo que se reducía el gálibo, las explanaciones y las expropiaciones, es decir, se abarataba la construcción. Además, el complejo sistema de cremallera de Riggenbach se sustituyó por el de Abt, más económico y sencillo.

La principal obra de fábrica del ferrocarril de cremallera de Montserrat era el puente metálico sobre el río Llobregat. Fotografía de Adolfo Zerkowitz. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Mientras se redactaba el nuevo proyecto, la concesión estaba a punto de caducar, por lo que fue preciso solicitar una prórroga, que fue concedida el 11 de julio de 1890. Además, el 10 de abril de 1891 el Gobierno autorizó todos los cambios propuestos en el nuevo proyecto, mientras que el apoyo financiero de la Union des Banques Suisses parecía despejar los problemas financieros.

Pese a estas buenas noticias, todavía quedaba por salvar un último escollo: la autorización para construir la estación superior por parte de la abadía. Aunque el propio abad, Josep Deàs, se manifestaba a favor del proyecto, existía una fuerte oposición entre los que pensaban que el tren desmerecería el espíritu de mortificación y sacrificio de los peregrinos que durante siglos habían ascendido hasta el santuario superando toda clase de dificultades, mientras que otros temían que la invasión de turistas que favorecería el tren desvirtuaría la espiritualidad y el misticismo del lugar. Afortunadamente, se pudieron superar todas las reticencias y el 14 de julio de 1891 la empresa promotora recibió todos los permisos por parte de la asamblea monástica.

Superados todos los escollos, en septiembre de 1891 las obras retomaron su actividad, con más de 150 obreros bajo la dirección del ingeniero suizo Julien Chappuis. Finalizado el año ya se había completado la explanación de los tres primeros kilómetros y, con la ayuda de explosivos se estaba perforando el túnel de los Apóstoles. Entre tanto, diversas empresas suizas fabricaban buena parte de los equipos necesarios: los coches, las cremalleras o los tramos metálicos del puente sobre el Llobregat, mientras que la construcción de las primeras locomotoras se contrató con la firma francesa Cail. Por su parte, la Dortmunder Union de Alemania suministró los carriles y, también, las traviesas, que eran metálicas, ya que con este sistema, además de más ligero que las de madera, aseguraba un perfecto empotramiento en el balasto, algo muy importante en líneas con grandes pendientes, y facilitaba la sujeción de la cremallera.

En la primavera de 1892 llegaron las primeras locomotoras y una de ellas cruzó el gran puente tendido sobre el río Llobregat el 27 de junio. Esta estructura metálica era la obra de mayor envergadura de la línea, ya que contaba con 117,6 metros de longitud y constaba de tres tramos. También tenía cierta entidad el puente sobre la riera de Mara, de sillería y 20 metros de luz. Por lo demás, el trazado de la nueva vía se ceñía al máximo a la difícil orografía de la sierra de Montserrat y, en consecuencia, únicamente se perforaron dos túneles, el primero, conocido como el del Ángel, apenas contaba con 11 metros de longitud, mientras que el de los Apóstoles era algo mayor, con una galería de 235 metros.

Vista del tren de cremallera de Montserrat a su paso por el puente de fábrica sobre la riera de Mara. Fotografía de Adolfo Zerkowitz. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La inauguración

Durante el verano de 1892 la construcción de la línea estaba prácticamente concluida. Sin embargo, la falta de autorizaciones y la realización de diversas pruebas fueron retrasando la inauguración definitiva. Finalmente, el 4 de octubre se formó un tren especial para trasladar a varias autoridades locales como el gobernador civil, el director general de arquitectura o el marqués de Monistrol. Sin embargo, según relata Carles Salmerón, la experiencia resultó bastante accidentada, ya que en el punto más difícil del trayecto se averió la locomotora y fue preciso descender hasta Monistrol para sustituirla por otra máquina.

Dos días más tarde tuvo lugar la inauguración definitiva, con la solemnidad propia de la época, acentuada al coincidir con la celebración en el monasterio del 400 aniversario del descubrimiento de América. Para facilitar el acto, la Compañía del Norte, entonces titular del ferrocarril de Barcelona a Zaragoza, organizó un tren especial que partió de la estación de la capital catalana a las 5:53 de la madrugada, para llegar a la de Monistrol a las 8:18.

Para incrementar los atractivos de Montserrat se construyeron dos funiculares, a la cima de Sant Joan y a la Santa Cova. Postal Comercial. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En Monistrol esperaba un tren especial formado por la locomotora de vapor número 5, bautizada con el nombre de abad deás, en homenaje al rector de la abadía, Josep Deàs, que había facilitado la autorización para establecer la estación superior, en cabeza de un solitario coche salón, el A-1, construido por la firma Schweizerische Industrie-Gesellschaft, lujosamente engalanado con banderas suizas y españolas. Tras realizar una breve parada en la estación de Montserrat-villa para que pudiera subir el párroco de la localidad, el tren inaugural prosiguió su marcha hasta alcanzar el santuario a las 9:11 horas.

Tras los discursos y actos religiosos de rigor, al mediodía se ofreció un suculento banquete a los invitados y a las 16:30 el obispo de Barcelona bendijo las instalaciones y el material móvil. Por último, a las 17:54 partió el tren hacia Monistrol, para abordar en esta estación un tren de la Compañía del Norte con el que todos los invitados llegaron a Barcelona a las 21:25.


La apertura del «aeri» de Montserrat, más espectacular y, sobre todo, más rápido, afectó a la demanda del ferrocarril de cremallera. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Una explotación con altibajos

Los inicios del cremallera de Montserrat no fueron fáciles, ya que la demanda en los primeros años fue muy inferior a la que esperaban sus promotores. Es preciso tener en cuenta que sus potenciales clientes no disponían de billetes combinados con el ferrocarril del Norte, mientras que si disfrutaban de esta ventaja los que seguían optando por las diligencias de la Sociedad de Coches y Tartanas. Sin embargo, la mayor comodidad y rapidez del tren fue restando viajeros a los servicios por carretera hasta que, tras un acuerdo con el tren de cremallera, se suprimieron en 1895.

En 1900 el tren de cremallera superó por primera vez la cifra de 80.000 viajeros anuales, cantidad que, con algunas oscilaciones, iría ascendiendo poco a poco hasta alcanzar los 103.000 en el año 1913, lo que, en buena medida, fue posible gracias a la construcción de un nuevo trazado de acceso a la estación de Monistrol de la Compañía, abierto el 22 de abril de 1905, que facilitó notablemente el trasbordo con los trenes de vía ancha.

La llegada de un nuevo ferrocarril a la comarca, la vía métrica que en la actualidad opera Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya entre Barcelona y Manresa, facilitó la llegada de más viajeros. Para poder atenderlos, el cremallera construyó una variante de trazado de 973,53 metros con los que acercó sus vías a las del nuevo tren, que se inauguró el 23 de enero de 1923. Unos años antes, otra empresa, la Compañía Anónima de Funiculares y Ascensores había construido un funicular desde las inmediaciones de la abadía hasta la cima de Sant Joan, inaugurado el 1 de septiembre de 1918, añadiendo nuevos atractivos a los peregrinos y excursionistas.

Un tren del ferrocarril de cremallera espera emprender la marcha en la estación de Montserrat. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En 1923, la Compañía Anónima de Funiculares y la de Ferrocarriles de Montaña a Grandes Pendientes se fusionaron. Ese mismo año, el tren de cremallera atendió a más de 177.000 personas y los nuevos rectores de la sociedad decidieron implicarse en más proyectos, como la construcción de un segundo funicular entre la abadía y la Santa Cova, abierto en 1929, o un nuevo tren de cremallera a otro santuario mariano, en concreto, el de Nuria (Girona), inaugurado el 22 de marzo de 1931.

La positiva marcha del cremallera, que en 1929 superó los 190.000 viajeros, se vio truncada en los años treinta, tanto por la aparición de un nuevo competidor, el «aeri», un teleférico inaugurado el 17 de mayo de 1930 que desde entonces comunica la abadía con el ferrocarril de vía métrica de forma más rápida y espectacular, como por el clima político de la segunda república, poco proclive a las grandes manifestaciones religiosas. En consecuencia, en 1935 apenas se transportaron poco más de 85.000 personas.

El fogonero revisa su locomotora antes de iniciar la marcha en la estación de Monistrol. Se aprecia, entre los carriles, las láminas del sistema de cremallera Abt. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Durante la guerra civil, el servicio prestado por el cremallera de Montserrat fue muy irregular y siempre vinculado a la evolución de los acontecimientos políticos y bélicos. La conversión de la abadía en un hospital militar exigió establecer circulaciones tanto para trasladar a los heridos que llegaban a Monistrol en trenes ambulancia por las vías de la Compañía del Norte, como para el personal sanitario y los familiares y allegados que visitaban a los pacientes.

Finalizada la guerra, y pese a que en la retirada republicana se incendió la cochera situada junto a la estación del Norte en Monistrol, con la pérdida de una locomotora y siete coches de viajeros, no se destruyeron otros elementos fundamentales, como el gran puente sobre el Llobregat, al no explotar las cargas que se habían colocado en él. Así, aunque el servicio se suspendió el 24 de enero de 1939, pocos días después, el 8 de febrero, los trenes del ferrocarril de cremallera volvieron a circular.

En los años cuarenta la demanda del ferrocarril de cremallera de Montserrat se incrementó de forma notable. Excursión de trabajadores de La Maquinista Terrestre y Marítima. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Un final accidentado

Tras la guerra civil, el clima de fervor religioso impulsado por los vencedores favoreció la rápida recuperación del tráfico de viajeros en el cremallera de Montserrat. Así, en 1947, año en que se celebró la entronización de la Virgen de Montserrat, la demanda ascendió hasta los 273.359 viajeros, el récord histórico de la línea.

La positiva situación de la línea se truncó el 25 de julio de 1953. Esa jornada, festividad de Sant Jaume, el ferrocarril estableció un servicio especial, pero cuando uno de ellos ascendía, la avería de su locomotora provocó su retroceso y la colisión con el tren que le precedía. Como consecuencia de la colisión, ambos se prosiguieron su caída y solo la pericia del maquinista de un tercer tren pudo detener su marcha, al lograr detenerse, retroceder y adecuar su velocidad a la de los que descendían sin control. El trágico balance de esta sucesión de choques fue de ocho muertos y 122 heridos, 16 de ellos de gravedad.

Pese a que una vez analizados los vehículos implicados y las instalaciones, y tras la realización de las reparaciones precisas, quince días más tarde se retomó el servicio, este accidente afectó directamente a la demanda. Este hecho, unido al progresivo desarrollo de los transportes mecánicos por carretera, se tradujo en una rápida reducción de los usuarios, que en 1956 fueron poco más de 81.000 personas.

Tras la clausura en 1957, las instalaciones del ferrocarril de cremallera de Montserrat quedaron abandonadas. Estación de Monistrol-villa. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Aunque Ferrocarriles de Montaña a Grandes Pendientes solicitó su inclusión en el Plan de Ayuda y Mejora de los ferrocarriles de vía estrecha aprobado por el Ministerio de Obras Públicas en 1953, con propuestas que incluían la electrificación de la línea de Montserrat, finalmente no logró reunir los recursos necesarios para la modernización del servicio. En consecuencia, y ante el progresivo incremento de su déficit de explotación provocada por la constante caída del tráfico, el 29 de enero de 1957 la concesionaria se vio obligada a solicitar el cierre de la línea, que se verificó el 12 de mayo de dicho año.


 


viernes, 10 de octubre de 2025

MEMORIAS DEL FERROCARRIL

Portada del número 1 de Memorias del Ferrocarril


Recientemente ha llegado a los kioscos una nueva publicación, Memorias del Ferrocarril. Con el apoyo de Abomey-Maquetren, editora de publicaciones tan conocidas en este ámbito como la veterana Maquetren o, desde hace ya más de veinte años, de la prestigiosa Revista de Historia Ferroviaria, dos de los antiguos miembros del Consejo de Redacción de esta última, Joan Alberich y Juanjo Olaizola, unidos a dos firmas de indudable prestigio en el panorama del ferrocarril en nuestro país, las de Manuel González Márquez y Alberto García Álvarez, han decidido dar vida a esta nueva revista.

El objetivo de Memorias del Ferrocarril no es otro que ahondar en la investigación y divulgación de todas las facetas de la historia del ferrocarril en nuestro país; las empresas, la ingeniería y la arquitectura, el material móvil, los fabricantes o quienes les han dado vida; trabajadores y clientes. Para ello, y como garantiza la trayectoria de quienes forman su Consejo de Redacción, su propósito es aunar el rigor de los textos con la calidad de un notable aparato gráfico que ayude a documentar y comprender lo mejor posible el devenir de nuestros ferrocarriles a lo largo del tiempo.

Inicio del artículo dedicado a los automotores WMD-1 y 2 de la Compañía del Norte


Como todo proyecto editorial, Memorias del Ferrocarril nunca podrá avanzar sin la ayuda de sus lectores. Por ello, su Consejo de Redacción les anima a aportar quejas, sugerencias, iniciativas y, por supuesto, también a publicar sus trabajos en esta nueva revista. Para ello ponen a disposición de sus lectores un buzón de correo electrónico: memoriasferrocarril@gmail.com. 

En este primer número, el lector podrá encontrar un amplio artículo sobre los más variados aspectos ferroviarios de la Exposición Internacional que se celebró en Barcelona en 1929, obra de Joan Alberich. El mismo autor también publica un trabajo, continuación de otros ya aparecidos en la Revista de Historia Ferroviaria sobre los primeros automotores de la vía ancha española, en este caso, los WMD-1 y 2 de la Compañía del Norte. Por último, la sección Memoria Fotográfica presenta una amplia colección de imágenes captadas por el austriaco Reimar Holzinger, una persona muy destacada en el mundo del ferrocarril, experto en aparatos de vía que colaboró, entre otras muchas obras, en el diseño de los del AVE de Madrid a Sevilla, autor de muchos de los listados de fábrica de locomotoras de vapor que han servido de referencia para otros muchos investigadores, y muy comprometida en la defensa de cualquier causa justa en defensa de los oprimidos.

Locomotora eléctrica de los Altos Hornos de Vizcaya en Sagunt (València), fotografiada en 1965 por Reimar Holzinger. Fondo Ingo Hüetter. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


Con una periodicidad semestral, el próximo mes de marzo aparecerá el segundo número de Memorias del Ferrocarril cuyo contenido, seguro, resulta tan o más estimulante, riguroso y variado como el primero.

miércoles, 8 de octubre de 2025

DE STOCKTON A DARLINGTON, DOS SIGLOS DE HISTORIA FERROVIARIA (y IV)

 

La locomotora de vapor «Espinal» maniobra por la playa de vías del Museo Vasco del Ferrocarril de Euskotren durante la celebración del último Día Internacional de los Museos, el 18 de mayo de 2025. Fotografía de Juanjo Olaizola
 

ESPINAL

En 1823 George Stephenson, con su hijo Robert y el apoyo financiero de Edward Pease y Thomas Richarson fundó la Robert Stephenson & Company, con el propósito de construir locomotoras de vapor. Para ello establecieron sus talleres en la calle Forth, en Newcastle on Tyne.

Esta empresa, la primera del mundo destinada específicamente a la construcción de locomotoras de vapor, pronto se consolidó, primero, tras el éxito de las máquinas que suministró al ferrocarril de Stockton a Darlington y, posteriormente, tras el triunfo en Rainhill de la «Rocket» y la fabricación de las locomotoras del ferrocarril de Manchester a Liverpool. De sus talleres salieron, además, máquinas para algunos de los primeros ferrocarriles de los Estados Unidos, Francia, Bélgica, Alemania, Italia o Rusia.

En 1902 Robert Stephenson & Co. trasladó sus instalaciones a Darlington, donde continuó con la producción de locomotoras, que solo se vio interrumpida por la Primera Guerra Mundial, en la que durante unos años se dedicó a la fabricación de material bélico. Finalizada la contienda volvió a su actividad habitual. En 1937 adquirió las instalaciones de Hawthorn, Leslie & Co. en la que a su vez se había integrado años atrás otra firma histórica, Black Hawthorn. En 1944, Vulcan Foundry, filial de English Electric, adquirió los talleres de Robert Stephenson y mantuvo la producción de locomotoras hasta 1962.

Pese a su incuestionable pedigrí, en España no han abundado las locomotoras construidas por Robert Stephenson. En 1852 el Ferrocarril de Valencia al Grau adquirió dos máquinas del tipo 1-2-0, seguidas de otras dos del mismo rodaje suministradas en 1857 al ferrocarril de Córdoba a Sevilla. El ferrocarril de Bobadilla a Algeciras contó con un sólo ejemplar, tipo 0-3-0, fabricado en 1882, al que siguieron en 1887 las dos que recibió el ferrocarril minero de Orconera en Bizkaia. Finalmente, en 1953 el Ferrocarril de Río Tinto adquirió cinco hermosas locomotoras tipo 1-3-0+3T, popularmente conocidas como «Gildas».

Placa de construcción de la locomotora de vapor «Espinal» que refleja su construcción en los talleres Robert Stephenson & Co. de Newcastle. Fotografía de Juanjo Olaizola

Precisamente una de las locomotoras construidas para el ferrocarril minero de La Orconera, bautizada con el nombre de «Espinal» y que recibió el número de fábrica 2631, se conserva en la actualidad en el Museo Vasco del Ferrocarril, institución que gestiona la sociedad pública del Gobierno Vasco Euskotren. Aunque se trata de una modesta locomotora diseñada para realizar maniobras en las minas y embarcaderos de este ferrocarril, esta máquina es, en la actualidad, la más antigua de todas las construidas en los talleres fundados por los Stephenson operativa en el mundo. Durante las jornadas especiales que celebra esta institución, la «Espinal» vuelve a la vida y se pavonea con orgullo ante los visitantes.

lunes, 6 de octubre de 2025

DE STOCKTON A DARLINGTON, DOS SIGLOS DE HISTORIA FERROVIARIA (III)

 

La concepción mecánica de la «Locomotion» era aún muy primitiva, con cilindros verticales integrados en la caldera y una transmisión del movimiento mediante un complejo sistema de balancines y bielas

¿EL PRIMER FERROCARRIL DEL MUNDO?

No es voluntad del autor de estas líneas ser un aguafiestas, máxime cuando todo el mundo ferroviario, especialmente en Gran Bretaña, conmemora este mes de septiembre el bicentenario del ferrocarril de Stockton a Darlington como el primero del planeta, pero, ¿realmente lo es?

Como ya se ha señalado, desde la más remota antigüedad se conocían los caminos guiados. A finales del siglo XVIII ya era común el uso de vías metálicas en minas y canales y en 1805 Trevitick hizo rodar sobre ellas la primera locomotora de vapor. Posteriormente, diversas minas británicas emplearon esta clase de máquinas, por lo que, el de Stockton a Darlington no fue, ni mucho menos, el primer ferrocarril en el sentido más estricto del término.

Representación de la locomotora «Rocket» ante sus rivales «Sans Pareil» y «Novelty» en el concurso de Rainhill

Aunque los primeros ferrocarriles se establecieron exclusivamente para el transporte de mercancías, sobre todo el carbón de las minas británicas, ya en 1796 se había construido en West Yorkshire el Lake Lock Rail Road, el primer ferrocarril de servicio público que transportaba tanto viajeros como mercancías. En consecuencia, tampoco fue el de Stockton a Darlington pionero en este sentido. Entonces, ¿Por qué muchos consideran esta línea como el primer ferrocarril del mundo?

Entre los aspectos más relevantes del Stockton a Darlington cabe señalar su gran longitud, cerca de 40 kilómetros, una distancia muy notable para la época. Además, se considera que fue el primero en ofrecer un servicio de viajeros operado con tracción vapor, lo que solo es cierto parcialmente. En efecto, como se ha señalado, en el viaje inaugural, aunque la mayor parte de los invitados montaron sobre los vagones destinados al transporte de carbón, la junta directiva del ferrocarril lo hizo en un coche específicamente diseñado para el servicio de viajeros, bautizado como «Experiment», por lo que, probablemente, fue la primera circulación de pasajeros impulsada por una locomotora de vapor. Sin embargo, como ya se ha señalado, este primer viaje no tuvo continuidad, y durante muchos años los trenes de viajeros fueron arrastrados entre Stockton y Darlington por mulas y caballos.

Un siglo más tarde, las descendientes de la «Rocket» cuadruplicaban su velocidad, al alcanzar los 200 kilómetros por hora. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Por todo ello, otros muchos historiadores se inclinan por considerar la línea de Liverpool a Manchester como el primer ferrocarril moderno del mundo. En efecto, fue el primero del planeta diseñado para ser operado en exclusiva mediante fuerza mecánica, mientras que, cuando fue inaugurado el 15 de setiembre de 1830, en la línea de Stockton a Darlington todavía convivían las locomotoras de vapor con el motor de sangre, especialmente en el servicio de viajeros. Además, las vías del tren de Liverpool se tendieron con una separación entre sus carriles de media pulgada superior a la línea de Darlington, con lo que se estableció el ancho de vía que, en la actualidad, se considera el internacional de 1.435 milímetros. Por último, la locomotora que venció en el concurso de Rainhill, la «Rocket», era técnicamente muy superior y notablemente más evolucionada que la «Locomotion», pues contaba con avances que sentaron las bases definitivas para el desarrollo de estas máquinas, entre los que destacan el acoplamiento directo de los motores a las ruedas, el tiro forzado mediante el escape del motor y el uso de calderas multitubulares, desarrolladas por el francés Marc Seguin, que permitían producir el gran volumen de vapor que necesitaban para su correcto funcionamiento.


lunes, 29 de septiembre de 2025

DE STOCKTON A DARLINGTON, DOS SIGLOS DE HISTORIA FERROVIARIA (II)

 

Retrato de George Stephenson realizado por el pinto John Lucas

GEORGE STEPHENSON 

 

Considerado como el padre del ferrocarril, George Stepenshon vino al mundo en Wylam, Northumberland, el 9 de junio de 1781, en el seno de una familia humilde y como era habitual en la época, analfabeta. Su padre, Robert, trabajaba en las minas de carbón de su localidad natal, Wylam, como fogonero en las máquinas de vapor de bombeo.

 

Sin posibilidades económicas para recibir una formación básica, George Stephenson trabajó desde niño en varias minas, hasta que con 17 años alcanzó el puesto de fogonero en las vecinas explotaciones de Water Row. Con los magros ingresos que le proporcionaba su salario, pudo pagar los gastos de una escuela nocturna, alfabetizarse a los 18 años y cursar sus primeros estudios de aritmética.

 

En 1811, tras reparar con éxito una bombeadora en las minas de Killngworth, George Stephenson fue nombrado ingeniero y responsable del mantenimiento y reparación de todas las máquinas de vapor de esta empresa. En ellas, preocupado por los frecuentes accidentes provocados por el gas grisú, diseñó y patentó una lámpara de seguridad que evitaba las deflagraciones.

 

Mientras perfeccionaba su lámpara, en 1814 Stephenson construyó su primera locomotora de vapor, inspirada en una máquina diseñada por el ingeniero Matthew Murray, y que bautizó con el nombre de «Blücher». Su diseño fue capaz de remolcar un tren de 30 toneladas a la velocidad de 6,5 kilómetros por hora. Tras el éxito de esta máquina, la empresa minera le encomendó la fabricación de nuevas locomotoras, tanto para sus minas como para el vecino ferrocarril de las minas de Hetton. En 1817 construyó la primera locomotora del mundo de tres ejes para el ferrocarril de Kilmarnock & Troon.

 

Estas primeras locomotoras resultaban muy pesadas para las vías de la época, por lo que Stephenson estudió nuevos diseños de carriles forjados que fueran capaces de soportarlas. Estos nuevos materiales fueron empleados en su siguiente proyecto, los trece kilómetros del ferrocarril de Hetton, inaugurado en 1820.

 

Como se ha señalado, a partir de 1821 Stephenson dirigió las obras del ferrocarril de Stockton a Darlington en compañía de su hijo Robert. Para suministrar las nuevas locomotoras que necesitaría la línea, ambos se asociaron con Edward Pease para levantar en Newcastle una fábrica que recibiría el nombre de Robert Stephenson & Company.

 

Tras el de Darlington, Stephenson trabajó en nuevos proyectos ferroviarios, como el Bolton & Leigh Railway y, sobre todo, el de Liverpool a Manchester, donde superó los graves problemas que ofrecía la orografía, sobre todo el paso por la inestable turbera de Chat Moss, así como la construcción de algunas trincheras y terraplenes de notable envergadura. Además, su locomotora «Rocket» venció en el concurso de Rainhill, organizado por los promotores de la línea para seleccionar el mejor modelo, tras superar las prestaciones de otras tres máquinas de vapor rivales.

 

El éxito del ferrocarril de Liverpool a Manchester, inaugurado el 15 de septiembre de 1830, impulsó el definitivo desarrollo de este medio de transporte y muchos promotores quisieron contar con los servicios de Stephenson y, por supuesto, con las locomotoras que construía con su hijo en Newcastle. Así, participó en las obras del ferrocarril de Leicester a Swannington, abierto en 1832, y más tarde en el Grand Junction, el North Midland, o las líneas de Manchester a Leed, de Birmingham a Derby o la de Sheffield a Rotherham. Además, sus locomotoras se exportaron a Bélgica, Francia, Alemania, Rusia o Italia, contribuyendo a difundir el ancho de vía implantado en la línea de Liverpool a Manchester, cuatro pies, ocho pulgadas y media, es decir, los 1.435 milímetros del considerado actualmente como ancho de vía internacional.

 

En 1845 George Stephenson viajó a España, donde algunos empresarios británicos se proponían construir un ferrocarril desde Santander hasta Alar del Rey, donde enlazaría con el canal de Castilla, sin desdeñar la posible prolongación de la futura vía férrea hasta alcanzar Madrid. Las grandes dificultades orográficas a vencer y el escaso tráfico previsible hicieron que el gran ingeniero británico desaconsejase su realización. Tres años más tarde, ya prácticamente retirado, falleció a los 67 años en su casa de Chesterfield, el 12 de agosto de 1848, apenas dos meses antes de que se inaugurase el primer ferrocarril en la península ibérica entre Barcelona y Mataró.

sábado, 27 de septiembre de 2025

DE STOCKTON A DARLINGTON, DOS SIGLOS DE HISTORIA FERROVIARIA (I)

Hace dos siglos, el 27 de septiembre de 1825, se inauguró el ferrocarril de Stockton a Darlington

Aunque, como en la mayoría de los inventos, el tren fue el fruto de la suma de diferentes avances tecnológicos, son muchos los que consideran la línea británica de Stockton a Darlington como el primer ferrocarril del mundo. De su inauguración, el 27 de septiembre de 1825, se cumple este mes su primer bicentenario, efeméride que se celebrará en todo el planeta, y en especial en Inglaterra, con numerosos actos conmemorativos.

Desde la antigüedad, las rodadas marcadas por el paso de los carros se aprovecharon para establecer los primeros caminos guiados. Calle de Pompeya. Fotografía de Juanjo Olaizola

Los inicios del ferrocarril

Los primeros caminos con sistemas de guiado de los vehículos que transitaban sobre ellos ya eran conocidos en la antigüedad y, de hecho, se han encontrado huellas de sistemas arcaicos de vías en las ciudades Asirias de Babilonia y Ur. En sus calles se puede observar aun la traza de los surcos paralelos que marcaban el paso de carros, que se aprovecharon para profundizarlos y lograr que los vehículos pudieran circular sin salirse de su rodadura.

Más tarde, griegos y romanos adoptaron sistemas similares, como se puede observar en las antiguas canteras de Siracusa, así como en Esparta o Pompeya. Sin embargo, sería preciso esperar hasta el siglo XV para que los transportes guiados emprendieran una lenta, pero sostenida evolución, en las minas centroeuropeas.

Desde tiempos inmemoriales el transporte en las minas se realizaba mediante sistemas arcaicos que requerían un gran esfuerzo humano, como el arrastre de sacos o cestos o incluso carretillas y narrias. Estas últimas –especies de trineos con patines de madera- se deslizaban sobre los suelos embarrados de las galerías, conformando unos surcos que pronto se consolidaron mediante tablones de madera con los que se evitaba que estos vehículos se atascaran en el fango. Pronto, los patines fueron reemplazados por pequeñas ruedas.

Varios tratados del siglo XVI presentan ilustraciones en las que se representa a aquellos primitivos ferrocarriles de raíles de madera, como De Re Metalica, publicado en Basilea en 1556. El uso de este tipo de transporte se generalizó en las explotaciones mineras centroeuropeas donde las vagonetas de cuatro ruedas, arrastradas por animales de tiro o por los propios mineros, y cargadas de mineral, se desplazaban sobre tablas de madera paralelas.

Primitivo ferrocarril minero. Se aprecia que las ruedas de los vagones carecen de pestañas, mientras que los carriles cuentan con un reborde interior que garantiza el guiado de los vehículos

El siguiente paso hacia el desarrollo del ferrocarril fue dotar a las vías de rebordes, para facilitar el guiado automático de las vagonetas que, en caso contrario, corrían el constante peligro de caer al barro y quedar atascadas. Sin embargo, a partir del siglo XVIII se desarrolló un nuevo sistema, en el que el reborde, la pestaña, pasó a colocarse en las ruedas y no en los carriles, lo que, entre otras ventajas, simplificó las maniobras de cambio de vías.

También a lo largo del siglo XVIII evolucionaron los propios carriles, como se ha señalado, inicialmente de madera. Para evitar su desgaste prematuro, pronto comenzó a colocarse una llanta metálica sobre la superficie de rodadura y no tardaron mucho en constatar que, si la rueda también se enllantaba con un aro de hierro, el bajo coeficiente de fricción permitía transportar más carga con el mismo esfuerzo. El siguiente paso, gracias a la progresiva evolución de la siderurgia impulsada por los avances de la revolución industrial, fue la fabricación íntegramente metálica de ruedas y carriles.

A lo largo del siglo XVIII estos primitivos caminos de hierro adquirieron un notable desarrollo, sobre todo en Gran Bretaña, tanto en la industria minera como en el establecimiento de enlaces entre los canales que conformaban la amplia red de navegación interior del país. Sin embargo, es más que probable que estos primitivos ferrocarriles no hubieran alcanzado la impresionante difusión que registraron en la siguiente centuria si no se hubiera intentado la máquina de vapor.

A partir de 1712, el inglés Thomas Newcomen desarrolló las primeras máquinas de vapor que fueron notablemente perfeccionadas por su paisano James Watt en 1769. Este fue el primer motor mecánico que dispuso la humanidad y su fuerza impulsó la revolución industrial. Sin embargo, este motor presentaba un grave inconveniente: su excesivo peso en relación con a la potencia que podía proporcionar. En consecuencia, su utilización en el transporte se veía notablemente limitada y aunque ingenieros como el francés Nicholas-Joseph Cugnot construyeron a partir de 1770 algunos carromatos impulsados por estas máquinas, resultaban tan pesados que se hundían y atascaban en los caminos de la época.

En definitiva, si la humanidad quería aprovechar la fuerza mecánica del único motor que disponía a comienzos del siglo XIX, era necesario disponer de un camino perfeccionado que pudiera soportar el enorme peso de la caldera, los cilindros y, también, de las ingentes provisiones de agua y carbón necesarios. No hay que olvidar que una locomotora de apenas 200 caballos tenía un consumo medio de 8 kilogramos de combustible y cerca de 100 litros de agua para recorrer un solo kilómetro.

Locomotora de vapor diseñada por Richard Trevithick en 1805. Se aprecia que sus ruedas carecen de pestaña y que el guiado lo aseguraban los rebordes de los carriles

Una atracción de feria

Richard Trevithick, un ingeniero de minas británico, patentó en 1802 el primer desarrollo de una locomotora de vapor adaptada a circular sobre carriles de hierro. Dos años más tarde, el 21 de febrero de 1804, logró que una de sus máquinas recorriera sobre las vías de un ferrocarril industrial en Gales una distancia de dieciséis kilómetros en cuatro horas y cinco minutos, trayecto en el que fue capaz de arrastrar tras ella una composición de cinco vagones cargados con diez toneladas de hierro y setenta personas.

Esta primitiva locomotora contaba con un único cilindro que accionaba un gran volante mediante su correspondiente biela. La transmisión del movimiento a las ruedas se realizaba a través de engranajes, lo que pronto se convirtió en uno de sus puntos débiles, al no absorber éstos el constante golpeteo sobre las juntas de los carriles. Además, su elevado peso, ocho toneladas, acabó por destruir las primitivas vías sobre las que circulaba.

En 1808, Trevithick dio a conocer al público londinense otra máquina de vapor sobre carriles, que daba vueltas sobre una vía circular. Por un chelín, el público podía intentar montar en marcha al coche que arrastraba la máquina a una velocidad de hasta 20 kilómetros por hora. Como su nombre indica, Catch-me-who-can (Cójame quien pueda), se convirtió en una divertida atracción de feria, un auténtico precedente de muchos de los actuales tiovivos.

Locomotora de vapor «Salamanca», diseñada por Matthew Murray en 1812, equipada con un sistema de cremallera ante la desconfianza en la reducida adherencia entre la rueda y el carril metálicos


Tras las primeras experiencias de Trevithick, otros ingenieros desarrollaron nuevos modelos, poco a poco más perfeccionados, como la «Salamanca», diseñada por Matthew Murray en 1812 y que contaba con un sistema de cremallera, ante la desconfianza que inicialmente generaba la reducida fricción entre las ruedas y los carriles de hierro. Un año más tarde, William Hedley construyó la «Puffing Billy», que demostró su capacidad en las minas de carbón de Wylam cerca de Newcastle y que, en la actualidad, expuesta en el Museo de Ciencias de Londres, es la locomotora más antigua del mundo.

Plano del recorrido aprobado en 1821 para el ferrocarril de Stockton a Darlington. Dibujo de Pedro Pintado Quintana


El primer ferrocarril de servicio público a vapor

Gracias a estas primitivas locomotoras de vapor, los pequeños ferrocarriles mineros de Gran Bretaña fueron adquiriendo relevancia y, al mismo tiempo, favorecieron el desarrollo de las importantes explotaciones carboneras del país. El éxito de estas iniciativas animó a un grupo de empresarios mineros del noreste de Inglaterra para asociarse y construir una línea que enlazase sus minas, al noroeste de Darlington, con el puerto de Stockton, donde el combustible podría ser embarcado con destino a los centros de consumo.

El proyecto, impulsado por el empresario Edward Pease, era el de mayor envergadura de su época, con 42 kilómetros de recorrido, y, además, estaba previsto que fuera de servicio público, es decir, no atendería exclusivamente las necesidades de una empresa minera sino las de todos los interesados en transportar por ella toda clase de mercancías y, también, viajeros. En 1818, Pease encomendó al ingeniero George Overton el estudio de la línea, cuyo coste se estimó en unos 113.000 libras esterlinas.

En principio, estaba previsto que el nuevo ferrocarril fuera operado con tracción animal, tal y como estableció una ley promulgada por el parlamento británico el 19 de abril de 1821. En ella se autorizaba a que la nueva vía podría ser transitada por cualquier persona que dispusiera de los vehículos debidamente adaptados a circular por ella, para lo que tendría que abonar un peaje a la empresa concesionaria. La línea permanecería cerrada por la noche y los propietarios de las tierras situadas en un entorno de cinco millas, podrían construir libremente sus propios ramales y enlaces.

Sello utilizado por la compañía del ferrocarril de Stockton a Darlington, en el que destaca el lema «Periculum privatum utilitas publica», riesgo privado en beneficio de lo público. Resulta llamativo que el motor reflejado en la imagen sea el de sangre y no el más moderno de vapor, en cuyo uso esta línea fue pionera 

Recibida la autorización parlamentaria, de inmediato se iniciaron las obras de construcción de la nueva vía férrea. Para ello, Edward Pease decidió contratar los servicios del ingeniero de minas George Stephenson, quien ya había construido más de una docena de locomotoras de vapor para diversos trenes mineros. Nombrado ingeniero jefe, con un salario anual de 660 libras esterlinas, el 22 de enero de 1822, George Stephenson pronto persuadió a los responsables de la empresa sobre las ventajas de sustituir el motor de sangre inicialmente previsto en la línea por el de vapor.

Mientras se debatía la conveniencia del cambio del sistema de tracción, el 23 de mayo de 1822 se iniciaron las obras en una ceremonia celebrada en St John's Well, cerca de Stockton, acto en el que se colocó un simbólico tramo de vía. La separación entre sus carriles se estableció en 4 pies y 8 pulgadas, 1.422 milímetros, el mismo que ya había utilizado Stephenson en el ferrocarril de Killingworth.

Para conocer de primera mano las ventajas de las locomotoras de vapor, Pease se trasladó en 1822 a Killingworth, donde, en compañía de varios de sus socios, pudo visitar la mina de carbón de Hitton y, sobre todo, las locomotoras de vapor construidas por Stephenson que trabajaban ahí. Convencido de sus virtudes, una nueva ley, aprobada el 23 de mayo de 1823, autorizó la sustitución del motor de sangre por el de vapor. 

Puente metálico sobre el río Gaunless, diseñado por George Stephenson para el ferrocarril de Stockton a Darlington

La línea

El ferrocarril de Stockton a Darlington tenía en sus inicios una longitud de 25 millas, unos 40 kilómetros, una distancia verdaderamente considerable para la época. Tenía su origen en las minas de Phoenix Pit, Old Etherley, cerca de Shildon, y llegaba a Cottage Row, en Stockton. Además, contaba con un ramal de 800 metros para enlazar con el depósito del material motor y remolcado, establecido en Darlington, y otros a Hagger Leases y a Yarm.

La línea carecía de túneles, pero su explanación exigió levantar terraplenes de hasta 15 metros de altura. Los puentes más destacados eran, por una parte, el que levantó el propio Stephenson sobre el río Gaunless, de estructura metálica, y el del Skerne, de fábrica, diseñado por el arquitecto Ignatius Bonomi. La vía era única, pero cada milla, aproximadamente, contaba con una vía de apartadero para facilitar el cruce de los trenes.

Sistema de vía utilizado en el ferrocarril de Stockton a Darlington, en el que los carriles se apoyaban sobre dados de piedra. Fotografía de Pedro Pintado Quintana

La mayor parte de la vía se estableció con carriles de hierro colado, con un peso de 13,9 kilogramos por metro, pero en algo más de seis kilómetros se emplearon carriles de fundición más pesados, de 28,5 kilos por metro. Estos carriles, de unos 4,5 metros de longitud, se asentaban sobre dados de piedra empotrados en el terreno, lo que se consideró suficiente para mantener el ancho de vía, al mismo tiempo que facilitaba el paso de los caballos que deberían arrastrar los trenes.

Para atender el servicio, el propio George Stepehson construyó dos locomotoras de vapor de dos ejes. Sus motores, para evitar condensaciones, se integraban verticalmente en la propia caldera, y transmitían su movimiento a las ruedas mediante un complejo sistema de balancines y bielas. La primera de ellas, bautizada con el premonitorio nombre de «Locomotion», se terminó de construir a principios de septiembre de 1825 y la madrugada del día 26 llegó por carretera, desde la fábrica en la que fue construida en Newcastle, a la estación de Aycliffe Lane, a unos seis kilómetros de Darlington, donde fue colocada sobre la vía. Presa del nerviosismo y el entusiasmo, de inmediato se procedió a su encendido y a realizar las primeras maniobras para poder inaugurar con ella el ferrocarril sin más dilación.

Acción de 25 libras esterlinas de la compañía del ferrocarril de Stockton a Darlington. En el grabado destaca el puente sobre el río Skerne, el más antiguo del mundo aún en servicio


La inauguración

No perdieron el tiempo los promotores del ferrocarril de Stockton a Darlington, ya acuciados por las deudas acumuladas por la construcción de su línea, y al día siguiente, 27 de septiembre de 1825, procedieron a su solemne inauguración. La «Locomotion» se puso en cabeza de una composición formada por 34 vagones, los cinco primeros cargados con carbón y, sobre ellos, algunos valientes. El sexto vagón transportaba harina y varios viajeros, y el séptimo a los ingenieros y topógrafos que habían participado en la construcción. El octavo vehículo era un coche específicamente diseñado para el transporte de viajeros y que había sido bautizado con el nombre de «Experiment», en el que montaron los directivos de la compañía ferroviaria. Le seguían otros seis vagones habilitados para los invitados, catorce con obreros y seis más con carbón, que también fueron tomados al asalto por quienes no querían perderse el acontecimiento. Así, frente a los 300 invitados previstos, las crónicas de la época estimaban que viajaron entre 450 y 600 personas.

El tren emprendió la marcha tras un hombre montado a caballo que abría el paso al convoy enarbolando una bandera con el lema de Edward Pease; «Periculum privatum utilitas publica», es decir, «riesgo privado para el bien público». Pronto, gracias a la pendiente favorable, alcanzó una velocidad de entre 16 y 19 kilómetros por hora. Atrás quedaron los que les seguían a pie o a caballo, pero pronto tuvo que detenerse ante la rotura de una de las ruedas del vagón en el que viajaban los ingenieros y topógrafos.

Una vez desenganchado el vagón averiado, se prosiguió la marcha y tras una pequeña parada para realizar unos ajustes en la locomotora, ésta llegó a superar los 24 kilómetros por hora. En Darlington, el convoy inaugural fue recibido por más de 10.000 personas.

El tren inaugural recorrió 14 kilómetros en unas dos horas, aunque si se descuentan los 55 minutos perdidos en las dos paradas, la velocidad media fue de 13 kilómetros por hora, una cifra impresionante para la época, sobre todo si se tiene en cuenta el peso arrastrado, más de 90 toneladas, cuando el mejor carro de bueyes apenas podía cargar poco más de tonelada y media.

En 1828 el ferrocarril de Stockton a Darlington incorporó a su parque sus primeras locomotoras de vapor de tres ejes acoplados. En ellas, el movimiento del motor se transfería directamente a uno de los ejes, preconizando el sistema que pronto se implantaría en esta clase de ingenios


Los primeros años

Tras la inauguración se inició la explotación de la línea, en la que, durante los primeros años, convivieron las locomotoras de vapor con el motor de sangre, sobre todo en el servicio de viajeros, en los que la fuerza mecánica no se implantó definitivamente hasta el 7 de septiembre de 1833.

No hay que olvidar que, en aquel momento, las máquinas de vapor no eran demasiado fiables. La propia «Locomotion», la única locomotora disponible durante los primeros días, se averió a principios de octubre de 1825 y no se pudo reparar hasta el día 13 de dicho mes, por lo que en este periodo el motor de sangre aseguró todo el servicio en la línea. En noviembre llegó la segunda locomotora y a principios de 1826 otras dos, por lo que caballos y mulas pronto quedaron relegados a las maniobras y a los trenes de viajeros.

Aunque en las primeras semanas los maquinistas eran asalariados de la compañía, a partir de febrero de 1826 se aplicó una curiosa fórmula, por la que se les pagaba por las toneladas kilómetro que transportaban, mientras que ellos debían comprar el carbón que consumían en el trayecto y, también, abonar el salario del fogonero. Más interesante fue una innovación implantada en enero de 1826, un embarcadero en el que se podía descargar el carbón de los vagones directamente sobre las bodegas de los barcos.

Gracias a las bajas tarifas, facilitadas por los menores gastos de explotación que proporcionaban las locomotoras frente al motor de sangre, el tráfico de carbón se multiplicó en pocos años. Así, si en el primer ejercicio completo el ferrocarril de Stockton a Darlington transportó 18.500 toneladas, el siguiente año ya fue capaz de movilizar 52.000.

La primera locomotora del ferrocarril de Stockton a Darlington, la «Locomotion», prestó servicio hasta el año 1850. En 1857 fue preservada y expuesta en varios emplazamientos, como la estación de Darlington North Road, donde fue captada en esta imagen. En la actualidad se conserva en el museo Locomotion de Shildon. Fotografía de Pedro Pintado Quintana

Superadas las dificultades de los primeros años, la Compañía del ferrocarril de Stockton a Darlington consolidó el servicio y amplió sus líneas. En 1830, ante los problemas de calado que ofrecían los muelles de Stockton, la vía se prolongó unos diez kilómetros hasta el nuevo puerto de Middlesbrough. Ese mismo año, la empresa ferroviaria ya disponía de 19 locomotoras, pero aún contaba con 50 caballos.

En los siguientes años, la compañía del ferrocarril de Stockton a Darlington amplió su red con la construcción de nuevas líneas y ramales. Así, en 1863 contaba con 320 kilómetros de vías, atendidas por unas 160 locomotoras de vapor. Dicho año, la empresa desapareció formalmente, tras fusionarse, el 13 de julio, con la North Eastern Railway Company.

En la actualidad, la línea del valle del Tees integra la mayor parte del antiguo ferrocarril de Stockton y Darlington, en concreto, entre Bishop Auckland y Saltburn. En ella, los trenes de la concesionaria Northern Trains circulan con frecuencias de treinta minutos en las horas punta, por un trazado que ahora cumple sus doscientos años de vida. El paso sobre el río Skerne, que en 1990 protagonizó los billetes de 5 libras esterlinas, es, en la actualidad, el puente ferroviario más antiguo del mundo en servicio ininterrumpido.