sábado, 30 de noviembre de 2024

EL TRANVÍA DE ARRATIA (I)

Inaugurado en 1902, el tranvía eléctrico de Bilbao a Durango y Arratia conformó la mayor red de tranvías interurbanos de España. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Hace 60 años, el 30 de noviembre de 1964 circulaba por última vez el tranvía de Arratia, entonces ya reducido a dos secciones inconexas entre Bilbao y Basauri y entre Lemoa y Zeanuri, pero que cuando se inauguró en 1902 constituyó la red de tranvías interurbanos de mayor longitud de España. Con él desaparecía el último tranvía de Bizkaia, medio de transporte que no se recuperaría en este territorio histórico hasta 33 años más tarde de la mano de Euskotren.

Red del tranvía eléctrico de Bilbao a Durango y Arratia, con vértice en Lemoa, del que partían los tres ramales a Bilbao, Durango y Zeanuri. Dibujo de Pedro Pintado Quintana

Un valle incomunicado

A finales del siglo XIX la mayor parte de las comarcas de Bizkaia contaban con líneas de ferrocarriles o tranvías. Únicamente Lea-Artibai y el valle de Arratia carecían de este sistema de transporte, por lo que sobre ellas pesaba la amenaza de quedar marginadas respecto a las modernas redes de comunicación del momento.

La baja densidad demográfica, únicamente 6.573 habitantes, y la escasez de recursos mineros e industriales de importancia no hacían viable la construcción de un ferrocarril que sirviera exclusivamente al valle de Arratia, por lo que la única posibilidad de que el tren pudiera algún día atravesar esta comarca se encontraba vinculada al establecimiento de una línea directa entre Bilbao y Vitoria que evitara el gran rodeo que entonces, y también ahora, había que dar a través de Miranda de Ebro. Sin embargo, las grandes dificultades que ofrecía el paso de la vía férrea por el puerto de Barazar, por el que se superaba la divisoria de aguas entre el Cantábrico y el Mediterráneo, impidió la materialización de las diversas propuestas planteadas.

Abaratar la construcción de la futura vía férrea parecía la única alternativa para dotar al valle de Arratia con un sistema de transporte moderno y pronto se pensó que la mejor alternativa sería la construcción de un tranvía. Sus costes de establecimiento resultarían notablemente inferiores al aprovechar la calzada de la entonces poco transitada carretera de Bilbao a Vitoria.

Los promotores del tranvía comprendieron que su línea no podía limitarse a cubrir el valle de Arratia, ya que el obligado transbordo de viajeros y mercancías en la estación de Lemoa a los trenes del ferrocarril de Bilbao a Durango supondría un grave inconveniente. Por ello se plantearon la posibilidad de llegar con sus vías directamente hasta el corazón de Bilbao, así como la construcción de un ramal complementario entre Lemoa y Durango, con lo que podrían competir con la vía férrea en un trayecto particularmente activo.

Una vez decidido el recorrido y redactado el proyecto oportuno, los promotores del tranvía iniciaron su tramitación ante el gobierno. Una Real Orden promulgada el 16 de noviembre de 1898, otorgó la concesión para la construcción y explotación de un tranvía de vapor entre Bilbao, Durango y Arratia, por un periodo de 60 años, al empresario Ángel Iturralde.

El tranvía de Arratia contaba con un ramal de enlace con la estación de los Ferrocarriles Vascongados en Lemoa. Fotografía de Reinhard Todt. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Los primeros pasos

Una vez obtenida la concesión, el 9 de enero de 1899 Ángel Iturralde constituyó la Sociedad Anónima del Tranvía Eléctrico de Bilbao a Durango y Arratia (TBDA). No deja de ser llamativo que la propia razón social de la nueva empresa especificara que se trataba de un “Tranvía Eléctrico”, cuando la concesión otorgada tan solo dos meses antes señalaba con claridad la utilización del motor de vapor en su explotación. Lo cierto es que, en aquel momento, la tracción eléctrica se encontraba en pleno desarrollo en nuestro país, sobre todo tras la inauguración del primero de ellos, el 1 de febrero de 1896, entre Santurtzi y Bilbao, por lo que los promotores del de Arratia pronto apostaron por este entonces innovador sistema.

El capital social del TBDA se fijó en 2.150.000 pesetas y la sede social se estableció en el número 10 de la bilbaína calle del Arenal. El primer Consejo de Administración de la nueva empresa estaba presidido por Ildefonso Jauregui Gandía, mientras que el puesto de director-gerente fue asumido por el promotor del proyecto, Ángel de Iturralde.

El 11 de marzo de 1899 se celebró en Areatza un acto oficial, con banquete incluido, que marcó el inicio de las obras de construcción del tranvía. En una primera fase éstas se centraron en el tramo comprendido entre Lemoa y Zeanuri, la de más fácil construcción, ya que no contaba con variantes de importancia respecto a la traza de la carretera, y, además, era la más necesaria, ya que, a diferencia del resto de las poblaciones que iban a ser atendidas por el nuevo tranvía, que ya contaban con la vía del Ferrocarril de Bilbao a Durango, el valle de Arratia carecía de cualquier comunicación ferroviaria.

Las obras se desarrollaron con rapidez, por lo que el 2 de septiembre de 1899, una vez finalizado el asiento de la vía, se procedió a la inauguración provisional de los nueve kilómetros comprendidos entre Lemoa y Arteaga. Para ello se recurrió a la tracción animal, ya que todavía no estaban dispuestas ni las instalaciones de alimentación eléctrica ni los futuros coches motores. Los restantes cinco kilómetros hasta Zeanuri se abrieron al servicio el 26 de noviembre del mismo año.

La apertura del tranvía de Arratia permitió establecer un servicio intermodal entre Bilbao y Vitoria. En Zeanuri los autobuses tomaban el relevo al tranvía para continuar hasta la capital alavesa. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La apertura del tranvía entre Lemoa y Zeanuri impulsó el establecimiento de una curiosa combinación intermodal entre Bilbao y Vitoria. Entre la capital vizcaína y Lemoa se utilizaba el tren de vía estrecha del Central de Vizcaya, para seguir hasta Zeanuri en el tranvía de sangre y continuar hasta la capital alavesa en unos rudimentarios autobuses de vapor con los que se ascendía el duro puerto de Barazar.

En Lemoa el tranvía de Arratia instaló sus talleres y cocheras, así como la principal subestación de tracción de sus líneas. Fotografía de Jeremy Wiseman. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La electrificación

Entre tanto se desarrollaba la explotación provisional del tranvía entre Lemoa y Zeanuri la empresa del TBDA prosiguió a buen ritmo las obras de los restantes tramos su red, al tiempo que tramitaba ante las autoridades la modificación de la concesión para poder sustituir la tracción vapor por la eléctrica, lo que finalmente logró a través de una Real Orden promulgada el 22 de febrero de 1900.

Aunque la concesión original preveía que el nuevo tranvía transcurriría en toda su extensión por las carreteras existentes, pronto se vio que éstas presentaban en algunos tramos fuertes rampas y cerradas curvas que dificultarían en el futuro la explotación de la línea. Con el propósito de mejorar el trazado, el TBDA planteó la realización de diversas variantes que permitieron mejorar sus características, algunas de gran envergadura, como la de Urazurrutia, por la Peña hasta Bolueta, con lo que el tranvía dejaba de lado la dura subida que tiene en esta zona la carretera Bilbao-Durango; la de Puente Nuevo, que eludía el difícil paso por el Boquete mediante un túnel, y la de Galdakao, que evitaba la subida al centro histórico de esta localidad. Éstas y otras pequeñas variantes de menor entidad en Bedia, Lemoa, Astui o Montorra, entre otras, fueron aprobadas mediante las oportunas órdenes ministeriales del 8 de septiembre y del 21 de diciembre de 1900.

Un tranvía de Arratia fotografiado en las inmediaciones de la fábrica de La Basconia (Basauri). Fotografía de Reinhard Todt. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En paralelo, en diciembre del año 1900 se iniciaron los primeros trabajos para la instalación del tendido de la electrificación con la ayuda de tres carros montadores arrastrados por bueyes, al tiempo que se procedía a la adquisición y adecuación de los saltos de agua de Maguna y Garai para la producción de energía eléctrica. En junio de 1901 se recibieron los primeros tranvías eléctricos suministrados por la empresa zaragozana Carde y Escoriaza.

Un año más tarde, el 5 de julio de 1902, a las nueve de la mañana, llegaba el primer tranvía eléctrico en pruebas a Durango y seis días más tarde, el 11 de julio, se verificaron los ensayos con tracción eléctrica del tramo comprendido entre Lemoa y Zeanuri. Tras su buen resultado, el 1 de agosto de 1902 los tranvías eléctricos tomaron el relevo a las mulas en el ramal de Lemoa a Zeanuri. Mientras tanto, las obras de la línea entre Bilbao y Durango prosiguieron a buen ritmo, por lo que el 7 de diciembre de ese mismo año se pudo proceder a su inauguración.

El tranvía de Arratia adquirió seis coches de dos ejes para la futura explotación de las líneas del tranvía urbano de Bilbao. Tras fracasar esta opción, y dada su escasa capacidad, en 1913 se procedió a su reconstrucción y conversión en coches de gran capacidad de bogies. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La guerra con el Central de Vizcaya

Antes incluso de la inauguración del servicio tranviario entre Bilbao, Durango y Zeanuri el TBDA comenzó a explorar la posibilidad de ampliar su negocio con la adquisición de la Compañía del Tranvía Urbano de Bilbao. Hay que tener en cuenta que en aquella época la situación de esta última entidad era muy delicada, al no contar con los recursos necesarios para modernizar y electrificar su red de líneas, establecidas con el ancho de vía de 750 milímetros, diferente al de los restantes tranvías de la capital vizcaína, ya que tanto el de Arratia como los que se dirigían a Santurtzi y Algorta contaban con una galga verdaderamente singular de 1.365 milímetros.

El 30 de noviembre de 1899 el TBDA propuso a la compañía del Tranvía Urbano la adquisición de sus líneas y concesiones, por 684.500 pesetas a pagar en dos años a partir del día de la aceptación de la propuesta. Sin embargo, aunque el 21 de marzo de 1900 se firmaron las escrituras de compra-venta, la situación financiera del TBDA no era lo suficientemente sólida como para afrontar el pago. Así, cuando estaba a punto de expirar el plazo para materializarlo, se solicitó una prórroga hasta el 31 de enero de 1904.

Lejos de mejorar, la situación financiera del TBDA empeoró con el paso del tiempo, por lo que la empresa pidió un nuevo aplazamiento, en el que se señaló como fecha definitiva para efectuar el pago el 31 de enero de 1905. Al final, el tranvía de Arratia tuvo que desistir de su ambicioso objetivo y el 4 de mayo de 1906 traspasó todos sus derechos sobre el Tranvía Urbano a la empresa belga Tramways et Electricité de Bilbao. Poco después, todos los tranvías de Bilbao quedaban bajo la órbita del capital belga salvo la línea de Durango y Arratia.

El tranvía de Arratia contaba con diversas variantes de trazado con las que eludía los puntos más difíciles de las carreteras, como es el caso de la imagen, en la que se aprecia el túnel del Boquete. A la izquierda se aprecia un cargadero de mineral, ya que el transporte de mercancías era una de las principales fuentes de ingresos del tranvía. Fotografía de Félix Zurita Moreno de la Vega. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La explicación a la falta de recursos para la compra del tranvía urbano se encuentra en la guerra abierta que el TBDA había establecido en aquel momento con el Central de Vizcaya, ferrocarril que transcurría prácticamente en paralelo al nuevo tranvía entre Bilbao y Durango. A la batalla tarifaria entre las dos empresas, se sumaron, en 1903, las desavenencias surgidas entre el Central de Vizcaya y las empresas concesionarias de su prolongación hacia Donostia, las compañías de Durango a Zumarraga y de Elgoibar a San Sebastián, en el marco del proceso de fusión entre ellas para la constitución de una sola sociedad operadora.

Agrupar en una única empresa las tres concesionarias resultaba un negocio muy atractivo y diversos especuladores, sobre todo capitales repatriados de Cuba, tomaron posiciones en el Central de Vizcaya, mientras otros, auspiciados por los hermanos Chávarri y capitaneados por Plácido Allende, tomaron el control de las compañías del Durango a Zumarraga y del Elgoibar a San Sebastián. En este contexto, ambas decidieron romper el tráfico combinado con el Central para llegar a Bilbao, y pasaron a establecerlo con el tranvía, lo que obligaba a trasbordar viajeros y mercancías en Durango, ya que los ferrocarriles eran de vía métrica y el tranvía de 1.365 milímetros.

La guerra de tarifas establecida entre el Central de Vizcaya y el TBDA tuvo graves consecuencias para ambos. El tren llegó a perder en el ejercicio de 1903 hasta un 23% de sus viajeros y su recaudación disminuyó un 30%. Aunque el tranvía ganó la batalla en el transporte de viajeros, logró su victoria fue a costa de reducciones temerarias de las tarifas, con las que apenas podía compensar sus gastos y comprometían su situación económica.

A partir de 1905 las relaciones entre el Central de Vizcaya y sus vecinas a Zumarraga y San Sebastián normalizaron y el 5 de noviembre de 1906 se fusionaron para constituir la Compañía de los Ferrocarriles Vascongados. Sin embargo, la nueva empresa decidió mantener los convenios que el tranvía había suscrito con el Ferrocarril de Durango a Zumárraga, pues éstos obligaban al TBDA a percibir tarifas totalmente antieconómicas. De este modo, los Ferrocarriles Vascongados lograron ahogar las finanzas del tranvía de Arratia.

Un coche del tranvía de Arratia circula por el centro de Durango. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Vascongados toma el control

La guerra de tarifas mantenida con el Ferrocarril Central de Vizcaya y las condiciones poco ventajosas de los convenios con el ferrocarril de Durango a Zumarraga arrastraron al TBDA a una situación económica muy delicada, que solamente pudo ser superada mediante el endeudamiento. Por su parte, la recién creada Compañía de los Ferrocarriles Vascongados pronto comprendió que el enfrentamiento entre ambas empresas no conducía más que al agotamiento y ruina de ambas.

Conocedores de la desesperada situación financiera del tranvía, la Compañía de los Ferrocarriles Vascongados optó por tomar el control de su competidor. Así, el 12 de junio de 1911 adquirió todas las acciones del TBDA al 30,50% de su valor nominal. El bajo precio de estos títulos es el mejor reflejo de la mala situación económica en que se encontraba la empresa tranviaria.

Espartano interiorismo de un coche del tranvía de Arratia. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

A pesar de la adquisición de todas sus acciones por parte de los Ferrocarriles Vascongados, la Compañía del Tranvía Eléctrico de Bilbao a Durango y Arratia mantuvo su personalidad jurídica, y continuó siendo la gestora de las concesiones de las que era titular. Sin embargo, de inmediato se procedió a reordenar el servicio, de modo que el tranvía dejó de ser una competencia para el tren para convertirse en un sistema complementario que permitía acercar a las estaciones del ferrocarril a los viajeros y mercancías captados por el tranvía en su recorrido.

Bajo sus nuevos mentores el TBDA inició una serie de actuaciones de modernización y mejora, entre la que destacó la modernización de los tranvías más pequeños, dotándolos de nuevas carrocerías de mayor longitud y gran capacidad de transporte, que fueron realizadas en los talleres de Lemoa. La experiencia adquirida animó a los gestores de la empresa a construir en estas mismas dependencias ocho nuevos automotores de grandes dimensiones.

El tráfico respondió positivamente a todas estas mejoras y en 1929 transportó 4.196.460 viajeros y 89.287 toneladas de mercancías. Sin embargo, la posterior crisis que asoló la economía mundial durante los años treinta afectó con dureza al tranvía, que registró una caída del tráfico próxima al 18%.

El tranvía de Arratia sufrió grandes daños durante la guerra civil, como la destrucción del tramo entre Amorebieta y Durango. El furgón automotor número 50 de la imagen, pese a los terribles destrozos, fue reconstruido y trabajó hasta los años cincuenta. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Un cierre escalonado

A partir de los años veinte el progresivo desarrollo de los transportes mecánicos por carretera hizo que el tranvía comenzara a ser considerado como un medio de transporte desfasado e incluso molesto, sobre todo en el caso de los servicios interurbanos, como el que prestaba el TBDA, que al ocupar parcialmente la estrecha calzada de las carreteras de la época, en las que incluso circulaban en contra dirección al disponer de vía única, podían llegar a dificultar el tráfico rodado. Un decreto promulgado por el Gobierno de la República el 21 de julio de 1933 por el que se prohibía el establecimiento de nuevos tranvías sobre la explanación de las carreteras así como la ampliación y mejora de las existentes, supuso la sentencia de muerte de este tipo de servicios.

Pocos años más tarde, la Guerra Civil, iniciada el 18 de julio de 1936, vino a alterar la pacífica existencia de la línea. Una vez estabilizado el frente entre Gipuzkoa y Bizkaia, el TBDA fue utilizado por las fuerzas republicanas para realizar todo tipo de movimientos de tropas y suministros, tanto en el frente de los Intzortas (Elorrio, Arrasate), como en el área de Barazar, Otxandio y Ubidea.

La clausura del tramo entre Lemoa y Galdakao exigió implantar unas cocheras y talleres en los bilbaínos muelles de Urazurrutia, para poder atender el material móvil que prestaba servicio entre Bilbao y Galdakao. Fotografía de Félix Zurita Moreno de la Vega. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La neutralización de este tipo de transportes es siempre un objetivo militar de primer orden, por lo que el tranvía fue el objetivo de diversos bombardeos por parte del ejército franquista. El tramo más dañado fue el comprendido entre Amorebieta y Durango, en el que no se pudo recuperar el servicio. En consecuencia, a partir del 30 de noviembre de 1938 se procedió a su levante.

El siguiente cierre tuvo lugar el 27 de marzo de 1950, cuando se suprimió la sección comprendida entre Lemoa y Amorebieta. Aunque ese año el tranvía de Arratia alcanzó sus máximos históricos en ingresos y tráfico de viajeros, con 6.749.914 clientes transportados, la sangría no se detuvo y el ayuntamiento de Bilbao aprovechó los destrozos provocados por las inundaciones del 14 de octubre de 1953 para trasladar su terminal, desde el céntrico teatro de Arriaga, hasta los periféricos muelles de Urazurrutia.

El 1 de agosto de 1956 se suprimió un nuevo tramo, en este caso entre Galdakao y Lemoa. De este modo, la red quedó dividida en dos secciones incomunicadas entre sí: Bilbao a Galdakao, de 10 kilómetros, y Lemoa a Zeanuri, con otros 15. Una nueva amputación, verificada el 1 de octubre de 1958, suprimió el trayecto entre Urbi (Basauri) y Galdakao, así como el acceso al centro de Zeanuri.

El 30 de noviembre de 1964 circularon por última vez los tranvías de Arratia. En la imagen, el coche 55 fotografiado en la sección de Bilbao a Urbi, a su paso  por el bilbaíno barrio de La Peña. Fotografía de Félix Zurita Moreno de La Vega. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Todo parecía indicar que el 5 de diciembre de 1962, fecha en la que debía caducar la concesión del tranvía, éste desaparecería. Sin embargo, su agonía todavía se prolongó otros dos años, ya que la administración no había organizado un servicio alternativo de autobuses y no se podía dejar incomunicadas las comarcas atendidas por él. Solo tras la inauguración, el 2 de noviembre de 1964 de las líneas de autobuses Zeanuri-Lemoa-Bilbao y Urbi-Bilbao se pudo prescindir de su veterano antecesor y el 30 de noviembre de 1964 se clausuró de forma definitiva, desapareciendo con él la última muestra de este medio de transporte en Bizkaia.



jueves, 14 de noviembre de 2024

LA VÍA ESTRECHA EN CARTAGENA CUMPLE SU SESQUICENTENARIO (y IV)

 

La fachada de la estación de vía estrecha de Cartagena apenas delata que en su interior se encuentra una activa terminal ferroviaria. Fotografía de Juanjo Olaizola

UNA ESTACIÓN CAMUFLADA

Por lo general, las estaciones ferroviarias, y sobre todo si se trata de terminales en ciudades de cierta entidad, suelen contar con edificios de relevancia con los que la empresa ferroviaria resalta su presencia y atrae a los viajeros s sus servicios. Este no, es, desde luego, el caso de la estación terminal del ferrocarril de Los Nietos en Cartagena.

Si en algo destaca la estación de Cartagena es, precisamente, en que no llama la atención en absoluto. A diferencia de la terminal de la línea de vía ancha procedente de Murcia, que cuenta con una magnífica fachada de estilo neoclásico con elementos modernistas, con la que destaca en el paisaje como imponente remate de la avenida de Las Américas, la del tren de vía estrecha a Los Nietos, situada en las proximidades de la anterior, en la esquina que conforman las calles Orán y Trovero Marín, pasa prácticamente desapercibida, ya que en su exterior apenas se diferencia de cualquier otro edificio de viviendas de la zona.

El edificio de la estación de Cartagena, como se aprecia en la fotografía, apenas desvela en su fachada exterior lo que alberga en su interior. Solo un par de rótulos y un reloj pueden hacer pensar que se trata de una terminal ferroviaria y no un edificio de viviendas. De hecho, tres de sus plantas lo son, ya que sirven como residencia de varios ferroviarios y sus familias. Ciertamente, la cosa cambia cuando, por lo que a simple vista parece un portal, se accede a su interior donde, tras pasar por las correspondientes máquinas validadoras de títulos de transporte se alcanza lo que podría ser un patio de vecindad, pero que, en realidad, alberga una pequeña estación con dos vías y tres andenes, dos laterales y uno central. El conjunto está cubierto con una marquesina metálica que cobija a los viajeros de la lluvia y, sobre todo, da sombra en los muchos días soleados del año.

Feve levantó la actual terminal de la línea a Los Nietos en Cartagena en el año 1972 y aprovechó la operación para trasladar a sus inmediaciones los antiguos talleres de mantenimiento de material motor y remolcado de este pequeño ferrocarril, situados a kilómetro y medio de distancia en Santa Lucía. Años más tarde, en 1995, se construyó junto a estas dependencias la estación de autobuses de la ciudad, lo que, desde entonces, facilita las conexiones intermodales y la movilidad sostenible en la comarca.


jueves, 7 de noviembre de 2024

LA VÍA ESTRECHA EN CARTAGENA CUMPLE SU SESQUICENTENARIO (III)

 

Fotografía de fábrica de los tractores Sentinel de la serie 20 a 23 del ferrocarril de Cartagena a Los Blancos. Se observa su singular configuración, con la caldera vertical, apenas perceptible, a la izquierda; la cabina de conducción en el centro, y los depósitos de agua y carbón a la derecha. También se aprecian las cadenas que transmiten el movimiento del eje motor central al delantero. Archivo de Jordi Ibáñez

UNAS EXTRAÑAS LOCOMOTORAS

En sus últimos años de actividad, The Carthagena & Herrerías Steam Tramways intentó modernizar la tracción de sus servicios ferroviarios con la incorporación de las que, probablemente, hayan sido las locomotoras de vapor más raras que hayan circulado en los ferrocarriles españoles. Se trataba de cuatro tractores construidos en 1930 por la firma británica Sentinel Waggon Works Limited de Sherewsbury, especializada en la construcción de motores de vapor compactos con los que equipaba para el sector ferroviario automotores y locomotoras, pero que también se emplearon con profusión en camiones y otros vehículos de carretera.

Ciertamente, resulta llamativo que en plena crisis financiera, que un año más tarde desembocó en la quiebra de The Carthagena & Herrerías Steam Tramways, se adquiriesen ni más ni menos que cuatro nuevas locomotoras y, además, de un concepto tan innovador. De hecho, apenas había experiencia en España con esta clase de motores compactos de vapor y, por ejemplo, únicamente había en toda la red de ancho español un automotor de estas características, que en esas fechas había suministrado la propia Sentinel al ferrocarril de Zafra a Huelva.

España apenas ha contado con experiencia en vehículos ferroviarios de vapor con caldera vertical, motores compactos y transmisiones mediante engranajes. En la red de vía ancha, el único ejemplo ha sido el automotor de vapor del ferrocarril de Zafra a Huelva, en la actualidad conservado en el museo del ferrocarril de Venta de Baños. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

A diferencia de las locomotoras de vapor convencionales, que disponen de una gran caldera tubular horizontal y dos cilindros, también horizontales que accionan directamente, mediante bielas, un eje motor que, a su vez, trasmite su movimiento, también con bielas, a las restantes ruedas acopladas, la configuración de las locomotoras Sentinel de Cartagena, matriculadas en la serie 20 a 23, presentaban una configuración radicalmente distinta. La caldera, muy compacta, se ubicaba en posición vertical, junto a la cabina de conducción, de la que apenas se distinguía desde el exterior. Junto a ella, un pequeño motor de dos cilindros con un diámetro interior de tan solo 170 milímetros, muy inferior al de las locomotoras de menor tamaño de la línea, las asignadas a las maniobras, que era de 305 milímetros. Lo mismo sucedía con su carrera, de 220 milímetros, frente a los 432 de las de maniobra. Pese a su reducido tamaño, gracias a sus elevadas revoluciones, podía generar 200 caballos de potencia.

Mientras que en las locomotoras de vapor convencionales el movimiento del motor se transmite directamente al eje motor mediante bielas, en el caso de los tractores Sentinel del tren de Cartagena a Los Blancos, lo hacían mediante una cadena de engranajes. Las máquinas eran de tres ejes, siendo el central el que recibía la fuerza del motor y lo transmitía a los aledaños mediante cadenas, en posición interior entre éste y el situado bajo la caldera, y exterior el que impulsaba el emplazado en el otro extremo, bajo el depósito de agua y carbón de la máquina.

Durante años, las singulares locomotoras de vapor Sentinel permanecieron apartadas en una vía muerta hasta su definitivo desguace a mediados de los años sesenta del pasado siglo, sin que nunca llegaran a prestar servicio. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Tras su llegada a Cartagena, no parece que los curiosos tractores de vapor Sentinel dieran buen resultado. De hecho, según señala el citado libro Los trenes mineros de Cartagena, Mazarrón y Morata el antiguo gerente de la línea, Juan Vidal Rosique, refirió a los autores que pensaba que nunca habían llegado a prestar servicio comercial. Es posible que el fracaso de esta notable inversión precipitase la propia ruina de la empresa concesionaria del ferrocarril de Cartagena a Los Blancos. Sea como fuere, durante años permanecieron apartados en una vía muerta hasta su definitivo desguace a mediados de los años sesenta del pasado siglo.


domingo, 20 de octubre de 2024

LA VÍA ESTRECHA EN CARTAGENA CUMPLE SU SESQUICENTENARIO (II)

 

 Retrato de Melitón Martín Arranz

 

MELITÓN MARTÍN ARRANZ, Segovia, 9 de marzo de 1820, Madrid, 14 de septiembre de 1886


Hijo del exilio liberal, su padre, jefe político en Segovia y diputado entre 1822 y 1823 tuvo que huir a Gran Bretaña tras la entrada de los Cien Mil Hijos de San Luis y la consiguiente represión absolutista de Fernando VII, Melitón Martín, primer impulsor de un proyecto ferroviario entre Cartagena y Herrerías se formó como ingeniero en Inglaterra, aunque su título no fue reconocido en España cuando retornó en 1840.

En su exilio familiar, Melitón Martín tuvo ocasión de aprender otros idiomas, además del castellano materno y del inglés. Así, gracias a su dominio del francés, el italiano y el alemán, tras su retorno a España pudo trabajar en una oficina ministerial como intérprete, trabajo que mantuvo hasta 1845, cuando un grupo empresarial británico le contrató como ingeniero para el estudio del ferrocarril desde Madrid a Francia por Bilbao que promovían en aquella época las instituciones vizcaínas. Tres años más tarde, fue nombrado director de la Fábrica de Alumbrado y Gas de Madrid, empresa en la que modernizó profundamente sus caducas instalaciones.

En 1852, tras la aprobación tres años antes de la Ley de Pesas y Medidas, publicó el libro Nuevo Sistema Legal de Pesas y Medidas al alcance de todos, que alcanzó una notable difusión, quince ediciones hasta 1876. También trabajó para el Canal de Isabel II, cuyas obras retrató el fotógrafo británico Charles Clifford, con quien colaboró en otras muchas actividades, incluidas sus ascensiones en globo, para las que suministró el gas necesario desde su fábrica madrileña.

Junto a sus proyectos ferroviarios pioneros, Melitón Martín trabajó como ingeniero de material, vía y obras del ferrocarril de Madrid a Aranjuez, el segundo de España. En sus obras utilizó, por primera vez en el país, el alumbrado eléctrico en la construcción del puente sobre el arroyo Abroñigal. Cuatro años más tarde, en 1856, redactó el proyecto del ferrocarril de Triano.

Melitón Martín se mantuvo hasta 1860 al frente de la fábrica de gas de Madrid y estableció otras en Cartagena, Vitoria, Burgos, Pamplona y Jerez. Este trabajo lo compaginó con sus iniciativas ferroviarias, como la citada entre Cartagena y Herrerías o la más ambiciosa de Córdoba a Espiel y de ésta a enlazar con la línea de Ciudad a Badajoz, precedente del Córdoba-Almorchón.

A partir de 1856, Melitón Martín se implicó en los proyectos ferroviarios de su Segovia natal y publicó varios trabajos en defensa del paso del tren por esta ciudad, en detrimento de Ávila, aunque fue ésta última localidad la que finalmente logró el paso del ferrocarril del Norte. En la capital castellana estableció una fábrica de loza, «La Segoviana» y representó a la ciudad en el Congreso de los Diputados en las legislaturas de 1860, 1863 y 1870. Además, en 1863 fue nombrado ingeniero jefe de la Compañía de los Ferrocarriles del Noroeste, empresa en la que diseñó los trazados y, también, los edificios de las estaciones de las líneas de León a Gijón y a La Coruña.

Sus inquietudes sociales quedaron reflejadas en varias obras de carácter filosófico y sociológico, entre las que destacan títulos como Ponos; La hormiga y el Universo; La leyenda del trabajo; La filosofía del sentido común; Las huelgas, sus causas y sus remedios, o El trabajo en España, apuntes para una Memoria.

 


 

lunes, 14 de octubre de 2024

LA VÍA ESTRECHA EN CARTAGENA CUMPLE SU SESQUICENTENARIO (I)

 

Una composición del tranvía de vapor de Cartagena a Los Blancos encabezada por la locomotora de vapor número 8 espera pacientemente iniciar la marcha en la estación de Cartagena. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 

LA FECHA: 14 de octubre de 1874

La riqueza minera de la sierra de Cartagena impulsó, hace siglo  medio, la construcción del único ferrocarril de vía estrecha y servicio público de esta comarca, cuyo primer tramo entre Cartagena y La Unión se inauguró el 14 de octubre de 1874. Durante la larga vida de este pequeño tren, que nació siendo tranvía, se han vivido cambios tan notables como el de su ancho de vía o su propio destino. Si durante décadas conectó la histórica Carthago Nova con la zona minera de Los Nietos, el declive de éstas, en paralelo al desarrollo del turismo, propició en los años setenta del pasado siglo la clausura de su tramo final y la construcción de un nuevo trayecto hasta la nueva estación de Los Blancos, muy próxima a las playas del Mar Menor.

Esquema del tranvía-ferrocarril de Cartagena a Los Blancos publicado en la Memoria de la Explotación de Ferrocarriles por el Estado de 1941-1942. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Un tranvía de vapor

Las riquezas mineras de la sierra de Cartagena han sido explotadas desde tiempos inmemoriales, primero por los íberos, más tarde por los fenicios y, posteriormente, por los romanos. Tras la caída del Imperio, esta actividad decayó y no recuperó su antigua pujanza hasta el siglo XIX y, con ello, rápidamente se incrementó la demanda de transporte en la comarca. Reflejo de la nueva situación fue la construcción de una nueva carretera de peaje entre Cartagena, La Unión y Portmán.

Para conocer con detalle la historia ferroviaria de la zona resulta de lectura imprescindible el libro Los trenes mineros de Cartagena, Mazarrón y Morata, obra de José Antonio Gómez Martínez, Joaquín Andrés Sánchez Vintró y José Vicente Coves Navarro. En ella se recoge cómo la primera propuesta para la construcción de una vía férrea entre Cartagena y Las Herrerías, localidad que en 1860 vio trocado su nombre por el de La Unión, se remonta a un proyecto presentado por el ingeniero segoviano Melitón Martín en 1858.

Esta primera iniciativa no tuvo más desarrollo, por lo que fue preciso esperar hasta el año 1871 cuando los ayuntamientos de Cartagena y La Unión otorgaron al empresario Celestino García la concesión de un tranvía de vapor entre sus municipios, que debería establecerse a lo largo de la carretera de Cartagena a Portmán, con un recorrido de 8.428 metros. El primero de los consistorios otorgó su autorización el 3 de octubre y el segundo, el 19 de diciembre de dicho año.

Es preciso tener en cuenta el momento en que se otorgó esta concesión, en pleno Sexenio Revolucionario y de acuerdo con la Ley del 14 de noviembre de 1868 que, entre otros aspectos, marcaba que las concesiones ferroviarias se otorgarían a perpetuidad a sus peticionarios, y no por 99 años, en el caso de los ferrocarriles, o de 60, en el de los tranvías, como había sido la práctica habitual hasta entonces, y volvería a a serlo, transcurrido este periodo histórico. En todo caso, y como fue habitual durante la era ferroviaria en tiempos de las concesiones privadas, la del tranvía de vapor de Cartagena a La Unión vivió varios traspasos, fruto de la especulación, hasta que llegó a manos de la empresa británica The Carthagena Tramway & Construction, Co. Ltd., fundada el 30 de agosto de 1872.

La nueva concesionaria negoció de inmediato cómo debía colocar sus vías y finalmente acordó con la empresa concesionaria del camino de Cartagena a La Unión y Portmán la utilización del tercio derecho de esta calzada. Para garantizar la seguridad y evitar la invasión de la traza por otros vehículos, se levantaría un pequeño muro de separación de piedra y 70 centímetros de altura.

Un tren de viajeros circula entre Cartagena y Los Blancos. En la imagen se aprecia su origen tranviario, con la vía pegada a la calzada de la carretera. Fotografía de Peter Gray. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

The Carthagena Tramway & Constrution optó por el ancho de 1.067 milímetros para implantar sus vías. Esta medida se había utilizado por primera vez el año 1861 en Noruega, tras haberlo recomendado el propio Robert Stephenson, ya que el ilustre ingeniero británico consideraba que era la medida más reducida con la que era posible disponer de locomotoras de vapor eficientes. Tras sus buenos resultados en el país escandinavo, esta medida pronto se popularizó en otros países como Japón, así como en numerosas colonias británicas o en líneas construidas por empresas inglesas.

Pese a las difíciles circunstancias políticas de la época, en las que se pasó de la regencia del general Serrano al breve reinado de Amadeo de Saboya y, a continuación, a la Primera República, la empresa británica pudo iniciar las obras de construcción del tranvía el 11 de mayo de 1873. A finales de ese mismo mes se recibió la primera locomotora y los trabajos avanzaban con rapidez, aunque la revolución cantonal, en la que Cartagena tuvo especial protagonismo, pronto paralizó las obras, que no se pudieron retomar con normalidad hasta febrero de 1874. El 23 de dicho mes se realizaron las pruebas en línea de la primera locomotora y el 2 de marzo llegaron los primeros coches de viajeros.

Completadas las obras y realizadas las oportunas pruebas, hace 150 años, el 14 de octubre de 1874, se inauguró el tranvía de vapor de Cartagena a La Unión, aunque su apertura al público se retrasó hasta el día 19 del mismo mes. A partir de esa fecha, los habitantes de la comarca dispusieron de hasta seis servicios diarios en cada sentido, una frecuencia realmente elevada para los ferrocarriles españoles de la época.

En la estación de El Estrecho, un tren de viajeros espera reemprender la marcha en su trayecto entre Los Blancos y Cartagena. Fotografía de Jeremy Wiseman. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Pequeñas prolongaciones

El 21 de diciembre de 1874 se constituyó en Londres The Carthagena & Herrerías Steam Tramways, con un capital social de 150.000 libras, que, de inmediato, se hizo cargo del tranvía de Cartagena a La Unión. Aunque en sus inicios sus trenes únicamente prestaban servicios de viajeros, a partir de 1880 también comenzaron a transportar mercancías.

Fue precisamente el transporte de minerales el que impulsó la primera prolongación de la línea de Cartagena a La Unión, en concreto, los 803 metros hasta la nueva estación de La Unión-Mercado, abiertos el 1 de junio de 1883. Poco después, la vía se amplió hasta El Descargador, tramo de 1.719 metros inaugurado el 15 de abril de 1884. A diferencia de la sección inicial, la concesión para la construcción de ambos tramos no era de tranvía, sino de ferrocarril y por 99 años.

Locomotora de vapor número 10 «Eolo». El ferrocarril de Cartagena a Los Blancos contó con once máquinas similares, suministradas entre 1880y 1907 por la firma británica Hunslet. Además de la llamativa distancia entre el tercer y cuarto eje, se aprecia la presencia de una bomba Worthington, con la que en los años veinte se modernizó esta máquina, lo que le permitía utilizar en la alimentación de su caldera agua precalentada con el vapor de escape. Fondo Tomás Ariza. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Tras la ampliación a El Descargador, The Carthagena & Herrerías Steam Tramways construyó diversos ramales de pequeña envergadura para conectar sus vías, desde sus talleres de mantenimiento de Santa Lucía, con el puerto de Cartagena. El primero de ellos, abierto el 6 de julio de 1886, tenía 577 metros y enlazaba con el muelle de Figueroa. Le siguieron los 632 metros de la ampliación a los muelles de Rolandi, en servicio desde el 10 de abril de 1888, y el del muelle de Pedreño-Aznar, de 793 metros, completado el 9 de abril de 1890.

Más notable fue la siguiente ampliación de esta pequeña red de vía estrecha, el tramo comprendido entre El Porvenir y Los Blancos, de 5.200 metros de longitud, inaugurado el 7 de julio de 1897. El Porvenir se encontraba a tan solo 561 metros de El Descargador, por lo que, desde entonces este corto trayecto quedó convertido en un pequeño ramal que únicamente prestaba servicio de mercancías, mientras que los trenes de viajeros pasaron a recorrer la línea entre Cartagena, El Porvenir y Los Blancos.

La locomotora número 14 «Descargador» pertenecía a una serie de cuatro máquinas de maniobras suministradas por la firma británica Manning Wardle entre 1887 y 1907. Fotografía de Frank Jones. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La Explotación de Ferrocarriles por el Estado

La vida económica de The Carthagena & Herrerías Steam Tramways nunca fue demasiado boyante. Los avatares de la minería en la comarca afectaron directamente a la explotación y el cierre de las principales explotaciones restó tráficos de mercancías, pero también de viajeros, al reducirse los desplazamientos de sus trabajadores.

La primera guerra mundial afectó especialmente a la comarca, con la paralización de las exportaciones como consecuencia de las dificultades que registró el tráfico marítimo y, en consecuencia, la empresa tranviaria cerró el ejercicio de 1915 con un abultado déficit. Esta situación se reprodujo en 1918, 1919, 1921 y 1922 y aunque intentó mejorar el servicio, con la incorporación, en 1931, de unos innovadores tractores de maniobras de vapor, fue inevitable que ese mismo año la empresa concesionaria presentase la suspensión de pagos. El 31 de marzo, The Carthagena & Herrerías Steam Tramways renunció a sus concesiones, que al día siguiente, 1 de abril de 1931, fueron asumidas por la Explotación de Ferrocarriles por el Estado.

Las dificultades políticas y económicas de los años treinta impidieron que el gobierno de la República pudiera realizar mejoras de entidad en el ferrocarril de Cartagena a Los Blancos. Posteriormente, la sobreexplotación que experimentó la línea durante la Guerra Civil, unido a la falta de mantenimiento y a los daños provocados por el conflicto bélico obligaron a paralizar el servicio en 1938.

Finalizada la guerra, en abril de 1939 se pudo retomar el transporte de mineral de forma muy precaria, ya que apenas se disponía de material motor y remolcado en condiciones. Para la recuperación del servicio de viajeros se tuvo que esperar hasta el 1 de enero de 1943, una vez reparados coches, locomotoras, vías y estaciones.

En la posguerra, la Explotación de Ferrocarriles por el Estado estudió la electrificación de la línea entre Cartagena y La Unión y su conexión y explotación conjunta con los tranvías urbanos de la ciudad. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En la inmediata posguerra la desaparición de la competencia de los transportes mecánicos por carretera ante la gran escasez de combustibles líquidos y neumáticos permitió albergar esperanzas sobre el porvenir del pequeño tren de Cartagena. Así, la Dirección General de la Explotación de Ferrocarriles por el Estado aprobó, el 3 de junio de 1941, la realización de diversas inversiones de mejora, entre las que, sin duda, destacaban la electrificación del tramo hasta La Unión y el estudio de su posible prolongación hasta algún punto del Mar Menor, lo que impulsaría el desarrollo del tráfico de viajeros.

El proyecto de electrificación proponía emplear la tensión de 600 voltios en corriente continua con lo que, al contar con el mismo ancho de vía que los tranvías de la ciudad, se podrían prolongar sus servicios entre Cartagena y La Unión. Para ello, estaba previsto adquirir tres coches motores que atenderían el tráfico de viajeros en colaboración con los de la compañía Tramways de Carthagène, S.A. Lamentablemente, y aunque la Memoria de la Explotación de los Ferrocarriles por el Estado del año 1943 señala la inversión de 100.000 pesetas en este ambicioso proyecto, nada se hizo, y la tracción vapor siguió asegurando la tracción de los trenes durante dos décadas más.

Personal del ferrocarril de Cartagena a Los Blancos posa junto a la locomotora «La Esperanza», construida por Hunslet en 1882. Fotografía de Gustavo Reder. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La crisis de la minería en la comarca y el desarrollo del camionaje provocó que a lo largo de los años cincuenta fuera desapareciendo el tráfico de mercancías, aunque éste no se suprimió definitivamente hasta el 15 de agosto de 1965. Por el contrario, el movimiento de viajeros experimentó una progresiva recuperación, consolidada a partir de 1959 gracias a la introducción de los primeros automotores diesel suministrados por la firma francesa Billard.

Los primitivos talleres de mantenimiento del material motor y remolcado del tranvía de Cartagena a La Unión se establecieron en Santa Lucía, lo que exigió la construcción de un ramal de enlace de kilómetro y medio de longitud. En la imagen, protagonizada por la locomotora «Titán», se aprecia el precario estado de la instalación, en la que ha desaparecido la cubierta. Fotografía de Frank Jones. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

FEVE

El 23 de septiembre de 1965 la Explotación de Ferrocarriles por el Estado se convirtió en la empresa pública Ferrocarriles de Vía Estrecha, más conocida por el acrónimo Feve. La nueva entidad estudió de inmediato la situación de las líneas que había heredado, dispersas por toda la geografía española, y su posible viabilidad. Así, en pocos años, la mayoría de ellas se clausuraron, ante su elevado déficit y escaso potencial, pero éste no fue el caso de la que conectaba Cartagena con Los Blancos, históricamente una de las que mayores pérdidas registraba todos los años, ya que se confiaba en su potencial, ante el rápido desarrollo que experimentaba el turismo en el vecino Mar Menor.

En 1976 se inauguró el nuevo trazado entre las estaciones de El Estrecho y Los Nietos, lo que implicó el abandono del primitivo trazado hasta Los Blancos. Fotografía de Martin Dieterich. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En 1970, Feve decidió estrechar la vía de 1.067 milímetros del ferrocarril de Cartagena a Los Blancos, para unificarla con el ancho métrico de la mayor parte de su red ferroviaria. La operación fue muy compleja ya que, para no suspender el tráfico, se fue imbricando una nueva vía sobre la existente. Además, los trabajos se vieron dificultados por lluvias torrenciales que el 20 de octubre de 1972 provocaron la destrucción de una gran balsa con estériles de las minas que anegaron la traza ferroviaria. El servicio no se pudo recuperar hasta el 4 de noviembre.

Las inundaciones también destruyeron la vía en el último tramo de la línea, entre El Estrecho y Los Blancos, circunstancia que Feve aprovechó para recuperar los antiguos proyectos de prolongación de la vía hasta el Mar Menor. Así, mientras en agosto de 1973 se implantaba de forma definitiva el ancho de vía métrico entre Cartagena y El Estrecho, poco después se iniciaron las obras de ampliación del trazado.

Feve levantó una nueva estación terminal en Cartagena el año 1972. Fotografía de Martin Dieterich. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El 8 de noviembre de 1976 se logró, por fin, culminar el viejo proyecto de alcanzar el Mar Menor, con la apertura al tráfico de la nueva traza entre El Estrecho y la estación de Los Nietos, aunque situada en un despoblado y a cierta distancia de las playas. Al mismo tiempo, Feve modernizó el material móvil en servicio, al reemplazar los automotores Billard por otros suministrados por la firma alemana MAN.

Tras la prolongación de la línea hasta Los Nietos, Feve estudió nuevas mejoras, como la ampliación de sus vías hasta el Cabo de Palos. Además, se volvió a plantear su electrificación, pero en este caso a la tensión de 25 kV en corriente alterna monofásica que, de haberse realizado, habría servido como campo de experimentación de este sistema, posteriormente adoptado en España por las líneas de alta velocidad. Ninguna de estas iniciativas llegó a materializarse.

Un automotor MAN de Feve abandona la estación de Cartagena en dirección a Los Nietos. Tras él se aprecia la fachada de la estación de la línea de vía ancha de Murcia a Cartagena. Fotografía de Martin Dieterich. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Durante años, los automotores MAN, primero en su versión original y, posteriormente, sucesivamente modernizados con nuevos motores, interiorismos y carrocerías, aseguraron el movimiento de viajeros entre Cartagena y su comarca, que el año 1977 alcanzó su máximo histórico, con más de 1.225.000 viajeros.

Tras la progresiva transferencia a las respectivas comunidades autónomas de las líneas operadas por Feve en Euskadi, Catalunya, València y Mallorca, la línea de Cartagena a Los Nietos era la única de la empresa estatal aislada, y muy alegada, del resto de sus líneas, concentradas a lo largo de las dos vertientes de la cordillera cantábrica. Por ello, y dado que su recorrido transcurría íntegramente por el territorio de la Región de Murcia, fue eterna candidata a la transferencia a este gobierno autonómico, lo que, finalmente, nunca llegó a suceder.

En la actualidad, todos los servicios de la línea de vía métrica de Cartagena a Los Nietos son atendidos con automotores diesel de la serie 2900. Fotografía de María Mercedes García Fernández

Tras la disolución de Feve el 31 de diciembre de 2012, la integración de sus servicios ferroviarios en Renfe y de sus infraestructuras en Adif, la línea de Cartagena a los Nietos también se repartió entre ambas empresas públicas. Desde entonces, cinco modernos automotores diesel de la serie 2900, construidos por Sunsundegui y CAF en el año 2011, aseguran la movilidad de los ciudadanos en un servicio hoy en día integrado en el núcleo de cercanías de Murcia/Alacant como su línea C-4f.