martes, 15 de abril de 2025

EL FERROCARRIL DE BARCELONA A TARRAGONA CUMPLE 160 AÑOS (I)

Estación de Martorell, inaugurada en 1854. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Hoy hace 160 que se inauguró la primera conexión ferroviaria entre Barcelona y Tarragona, enlace cuyos orígenes se remontan al año 1854, cuando se inauguró su primera sección entre la capital catalana y Molins de Rei. Esta línea pionera en sus inicios, ya que fue la tercera de Catalunya y la sexta de España se abrió al tráfico cuando el tren daba sus primeros pasos en la península ibérica, territorio que entonces apenas contaba con 174 kilómetros de vías en servicio. Sin embargo, su prolongación hasta la ciudad imperial experimentó toda clase de dificultades que generaron un notable desfase con respecto al desarrollo de este medio de transporte en el resto del país, cuya red ya contaba con más de 4.150 kilómetros cuando se completó la conexión.

Paso de un tren de cercanías de MZA por la estación de Gelida. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El Camino de Hierro del Centro

Desde que en 1848 se inaugurase la era ferroviaria en nuestro país tras la apertura del ferrocarril de Barcelona a Mataró, diversos promotores se interesaron en la construcción de una vía férrea a lo largo del valle del río Llobregat, ya que éste era el camino natural de acceso para comunicar la capital catalana con València, Zaragoza y Madrid. Así, cuando apenas habían transcurrido dos años, el 1 de mayo de 1850, dos empresarios, Lorenzo Milans del Bosch y Guillermo Bignell solicitaron al gobierno la concesión para enlazar Barcelona con Molins de Rei.

Ambos empresarios emprendieron de inmediato los estudios necesarios para implantar la nueva vía férrea y pocos días después, el 11 de julio, la prensa anunciaba que ya habían emprendido la inspección de los terrenos para el levantamiento de planos. Asimismo, indicaba que, si reunían el capital suficiente, era propósito de los promotores del nuevo ferrocarril proseguir con sus vías hacia Martorell y, quizás, hasta Igualada.

Estación de Torredembarra, inaugurada el 15 de abril de 1865. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Pese a que la redacción del proyecto se realizó en pocas semanas y el 3 de agosto de 1850 la prensa lo daba por prácticamente concluido, Milans del Bosch no había realizado los trámites necesarios para consolidar la concesión, por lo que su socio, Guillermo Bignell, en esta ocasión junto a los empresarios Antonio Font y Francisco Bohigas reiteró la petición, sin que, como la ocasión anterior, esta solicitud llegara a buen puerto, ya que fueron incapaces de depositar la fianza para hacer efectiva la concesión.

Otro comerciante de Barcelona, José Casals, también solicitó, el 21 de octubre de 1850, la concesión para construir y explotar el ferrocarril de Barcelona a Molins de Rei, pero, unos días antes, Michel Bergue, un ingeniero británico con raíces francesas y afincado en Barcelona desde 1832, hizo su propia petición, que fue la finalmente atendida. Así, según señala Carlos Urkiola i Casas en su documentado trabajo de investigación sobre esta línea, el 28 de febrero de 1851 logró la concesión definitiva. Poco después, el 3 de abril del mismo año, también obtuvo la autorización para ampliar su recorrido hasta Martorell.

Estación de Tarragona, futuro enlace con las líneas a Reus y a València. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


Para impulsar definitivamente la construcción de la nueva vía férrea se constituyó, el 13 de abril de 1852, la Compañía del Camino de Hierro del Centro, con un capital social de ocho millones de pesetas. Días antes, esta empresa había adquirido a Michel Bergue la concesión, al mismo tiempo que le adjudicó los trabajos para su materialización, por un importe de 7.847.450 pesetas. Sin embargo, todavía sería necesario que trascurriera prácticamente un año para que el 2 de febrero de 1853 un Real Decreto autorizase el inicio provisional de las obras.

Los trabajos de construcción del nuevo ferrocarril debieron enfrentarse a numerosos obstáculos. El primero de ellos, las limitaciones impuestas por las autoridades militares y el ayuntamiento de Barcelona a la ubicación de su estación de cabecera, que, finalmente, se estableció junto a la actual plaza de Catalunya. Ante la falta de espacio, los talleres y otras dependencias se instalaron en la colateral de Sants. También fue preciso determinar el ancho de vía, ya que la concesión contemplaba el uso del ancho de vía hoy considerado como internacional, de 1.435 milímetros, frente a los seis pies castellanos con los que se estaban construyendo todos los ferrocarriles españoles, por lo que los rectores de la Compañía del Camino de Hierro del Centro solicitaron poder unificar su galga con los restantes, autorización que obtuvieron el 13 de junio de 1853.

Pese a que el nuevo ferrocarril aprovechaba el valle del río Llobregat, por lo que su construcción no exigía la realización de obras de envergadura, con excepción de dos túneles, el primero bajo el caso urbano de Molins de Rei y el segundo, de 810 metros de longitud, bajo la loma de Costablanca, su coste por kilómetro fue notablemente superior al de las dos vías férreas existentes ya en Barcelona, las líneas de Mataró y Granollers, debido a que desde sus inicios se estableció la doble vía entre la estación de la plaza de Catalunya y Molins, caso único en España, donde todos los ferrocarriles se implantaron inicialmente con vía única. Además, la ubicación definitiva de la estación de Martorell, que el concesionario quería mantener en la orilla izquierda del río para evitar la construcción de un gran viaducto, encareció notablemente el proyecto, hasta el punto de exigir ampliar el capital social en 1.025.000 pesetas más.

En las inmediaciones de Gelida la vía cruza el cauce del río Noia. Fotografía de Manolo Maristany. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


En marzo de 1854 Michel Bergue ya había concluido las obras de explanación entre Barcelona y Molins y procedía a montar los carriles, por lo que todo parecía indicar que a lo largo del verano de dicho año se podría abrir al servicio. Sin embargo, la revolución liberal que estalló el 28 de junio y una epidemia de peste que asoló toda la costa del Mediterráneo paralizó los trabajos, pese a que su adelantado estado había permitido que el 29 de septiembre circulase por primera vez una locomotora a lo largo de todo el trayecto. Pocos días más tarde, el 13 de octubre, un tren con un centenar de invitados recorrió nuevamente toda la vía. Sin embargo, la autorización oficial para la apertura al servicio público de los 17,6 kilómetros de la nueva línea no tuvo lugar hasta el 26 de noviembre de 1854, y con una sola vía, ya que la segunda no se completó hasta el 30 de septiembre de 1855.

La continuación de la vía hasta Martorell tuvo que afrontar las principales dificultades de toda la línea, los dos túneles y el gran puente sobre el río Llobregat. Por ello la apertura de los diez kilómetros comprendidos desde Molins de Rei se retrasó hasta el 10 de noviembre de 1856. Ello no implicaba el final de las obras, ya que en Martorell se instaló una estación provisional. De hecho, la travesía del Llobregat, mediante un viaducto de once tramos metálicos, y la estación definitiva no se inauguraron hasta el 23 de junio de 1859. Habían transcurrido cerca de nueve años desde los primeros proyectos hasta la conclusión de los escasos treinta kilómetros del ferrocarril de Barcelona a Martorell.

El ferrocarril de Barcelona a Valls ofreció una nueva conexión por la costa del Garraf. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


¿Por la costa o por el interior?

Tras alcanzar Martorell, se planteó de inmediato la continuación de la vía férrea y aunque se elaboraron varios proyectos en dirección a Igualada, finalmente se desechó esta opción, que no sería retomada hasta cuatro décadas más tarde y en vía métrica, en favor de la prolongación hacia Tarragona. Sin embargo, esta nueva alternativa pronto suscitó un encendido debate entre los que defendían abrirse camino por las abruptas costas del Garraf, postura que propugnaban las poblaciones del litoral como Vilanova i la Geltrú y Sitges, frente a los que optaban por seguir la ruta tradicional del interior, por el Penedès, encabezados por Vilafranca. 

Mientras se construía la línea de Martorell, uno de sus promotores, Jaime Ceriola Castellá, solicitó el 10 de mayo de 1852 la concesión para prolongar la vía a Reus por Vilafranca del Penedès, mientras, prácticamente en paralelo, otro empresario, Magin de Grau Figueras, inició las gestiones para construir un ferrocarril por la costa, cuya concesión obtuvo el 5 de julio de 1854. Sin embargo, ni uno ni otro tenían los recursos necesarios para afrontar tan ambiciosos proyectos y, finalmente, el 18 de enero de 1857, ambas concesiones fueron adquiridas por el Crédito Mobiliario Barcelonés.

Una vez ambas concesiones en una sola mano, la decisión final se decantó por el camino del interior, técnicamente menos compleja. Sin embargo, el proceso para el inicio de las obras fue nuevamente complejo y tras prolongadas negociaciones, el Crédito Mobiliario Barcelonés optó por traspasar la concesión a la Compañía del Camino de Hierro del Centro. Una Real Orden promulgada el 14 de julio de 1861 refrendó definitivamente operación.

Una vez aclarado el panorama, la empresa concesionaria sustituyó su razón social por la de Compañía de los Ferrocarriles de Tarragona a Martorell y Barcelona, cambio autorizado el 10 de septiembre de 1861, y adjudicó su construcción al contratista francés Jean Grimaldi. Como señala Guillermo Bas Ordoñez en su documentado trabajo sobre las locomotoras de vapor de la Compañía de los ferrocarriles de Tarragona a Barcelona y Francia, la nueva vía partiría de Martorell en dirección suroeste, para seguir el valle del río Anoia, que cruzaría en tres ocasiones en las inmediaciones de Gelida. A continuación, pasaría por Sant Sadurní d’Anoia, y ascendería a La Granada, para descender por Vilafranca del Penedès y El Vendrell. En este punto, la vía tomaría dirección al sur,  para alcanzar la costa y, tras superar Torredembarra, llegar a Tarragona.

Joan Montserrat y Joan Solé señalan que Grimaldi subcontrató las obras a diferentes contratistas locales, como es el caso de Juan Busca Durán, José Deulofeu Esgrús, Agustín Vila Llobet y Miguel Pujol Sábat, entre otros muchos. En todo caso, y pese a algunos desacuerdos entre las partes, los trabajos se desarrollaron a buen ritmo entre los años 1862 y 1863, gracias a la participación de más de 3.500 peones, incluidos numerosos soldados cedidos por las autoridades militares. De este modo, a finales de 1863 los movimientos de tierras y las explanaciones estaban prácticamente concluidas y de las 221 obras de fábrica previstas, ya se habían terminado 217.

En enero de 1864 ya se habían recibido las primeras locomotoras de vapor que, al igual que las que circulaban entre Barcelona y Martorell, eran de construcción británica. Sin embargo, cuando el 31 de julio finalizó el plazo pactado con Jean Grimaldi, las obras, aunque muy adelantadas, no se habían concluido, por lo que, de inmediato, ambas partes se enzarzaron en un prolongado pleito que paralizó por completo los trabajos.

Para desbloquear la situación, la empresa concesionaria decidió completar por su cuenta las obras y en enero de 1865 los trabajos estaban lo suficientemente adelantados como para efectuar las primeras pruebas y en una de ellas, realizada el 15 de enero de 1865 en presencia del arzobispo de Tarragona, se autorizó al maquinista para que alcanzara la mayor velocidad posible. Según publicó el Diario de Tarragona, los 34 kilómetros entre Vilafranca y Torredembarra se cubrieron en tan solo 20 minutos, lo que habría supuesto una velocidad medida de 102 kilómetros por hora, cifra realmente impresionante para la época.

Finalmente, y mientras la empresa concesionaria seguía pleiteando con su antiguo contratista, se dieron por concluidas las obras de los 73,1 kilómetros comprendidos entre Martorell y Tarragona. Así, el 15 de abril de 1865 se puso, por fin, en comunicación, Barcelona con Tarragona. Poco después, se completó también el empalme con la vía férrea procedente de València, con lo que comenzó a conformarse el hoy conocido como corredor mediterráneo.

MZA realizó importantes mejoras en la línea de Barcelona a Tarragona, incluido el nuevo edificio de la estación de Martorell. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


De mano en mano

Una vez completado el ferrocarril entre Barcelona y Tarragona, el tráfico ferroviario pronto se consolidó tanto por la demanda que generaban las comarcas recorridas por la nueva vía férrea como por la que aportaban las líneas afluentes de Reus y, sobre todo, de València. Sin embargo, a los pocos años la positiva evolución de la compañía concesionaria se vio alterada con el estallido de la tercera guerra carlista, que además de provocar diversos daños en la infraestructura, provocó numerosas interrupciones del servicio, con la consiguiente repercusión en las cifras de transportes e ingresos. Por otra parte, la situación económica de la empresa, ahogada por las deudas contraídas durante la construcción, era muy delicada. 

Para superar esta situación, finalizada la guerra carlista en territorio catalán los rectores del ferrocarril de Tarragona a Martorell y Barcelona decidieron fusionar su empresa con la del vecino de Barcelona a Francia por Figueras. Así, el 10 de diciembre de 1875 ambas constituyeron una nueva sociedad, la Compañía de los Ferrocarriles de Tarragona a Barcelona y Francia, que asumió la explotación de ambas líneas.

La fusión no supuso la conjura de los problemas que acuciaban al ferrocarril del Penedès. Por el contrario, poco después, el 12 de enero de 1877 un empresario de Vilanova i la Geltrú, Franciscó Gumá, obtuvo la concesión para construir el temido ferrocarril por las costas del Garraf, la línea de Valls a Vilanova i la Geltrú y Barcelona, que completó el 31 de enero de 1883. Esta nueva vía cruzaba con la procedente de Martorell en Sant Vicenç de Calders, pero dada la natural rivalidad entre ambas empresas, no se estableció un enlace entre ellas en este punto hasta el 24 de abril de 1887.

Francisco Gumá se arruinó en sus empresas ferroviarias, con los que ambicionó enlazar su línea de Barcelona a Valls con Zaragoza y Madrid, proyecto para el que adquirió una empresa moribunda, la de los os Ferrocarriles Carboníferos de Aragón que explotaba una línea entre la capital aragonesa y Escatrón. Poco después. El 5 de diciembre de 1881, fundó la Compañía de los Ferrocarriles Directos de Madrid a Zaragoza y Barcelona, en la que enterró sus últimos recursos hasta malvender todas sus sociedades al Tarragona a Barcelona y Francia el 19 de octubre de 1886.

Pese a su creciente importancia, al abarcar buena parte de las líneas de vía ancha de Catalunya, la situación financiera de la Compañía de Tarragona a Barcelona y Francia siempre fue delicada y agotó sus últimos recursos en intentar materializar el proyectado ferrocarril directo a Zaragoza. Así, el 1 de enero de 1895 no pudo evitar la suspensión de pagos y, finalmente, el 1 de enero de 1899, se integró en una de las grandes empresas ferroviarias del país, la de Madrid-Zaragoza-Alicante.

En 1957 Renfe electrificó la línea de Barcelona a Tarragona por el interior. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


Renfe

La Compañía de los ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante realizó notables inversiones para mejorar la línea de Barcelona a Tarragona, que pronto se convirtió en su principal opción para el tráfico de mercancías, en detrimento de la alternativa por las costas del Garraf. Con el cambio de siglo, el incremento de la demanda exigió ampliar diversas instalaciones, entre las que destacan los magníficos edificios levantados en Martorell o Vilafranca del Penedès.

En los años veinte, la compañía de Madrid-Zaragoza-Alicante estableció la doble vía en el ferrocarril de la costa, lo que favoreció el trasvase de buena parte del tráfico de la línea del interior a ésta. Esta empresa también llegó a estudiar la electrificación de su trazado por el Penedès, al menos entre Barcelona y Martorell, pero el estallido de la guerra civil paralizó todos los proyectos de mejora. Finalizado el conflicto, las líneas de esta empresa, al igual que las de todas las concesionarias de ferrocarriles de vía ancha del país, se integraron en la nueva empresa pública Renfe, constituida el 1 de febrero de 1941.

Tras la electrificación, las unidades "suizas" de las series 600 y 700 se adueñaron de los servicios de cercanías en la línea de Barcelona a Tarragona. Fotografía de Johan Kunts. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Una vez superados los peores momentos de la posguerra, Renfe emprendió un ambicioso plan de electrificación de sus líneas de mayor tráfico, entre las que incluyó el entonces denominado como el «ocho catalán». La puesta en tensión de la vía entre Barcelona y Tarragona se realizó en dos fases, ya que se priorizó el trazado por la costa, en detrimento de la histórica línea del interior. Así, el 26 de junio de 1956 se inauguró la electrificación de Barcelona a Tarragona por Vilanova i la Geltrú y, también, entre Martorell y la ciudad condal, pero la sección entre Martorell y San´t Vicenç de Calders no se completó hasta el 12 de enero de 1957.

La duplicación de la vía exigió construir un nuevo puente sobre el Llobregat. Fotografía de Manolo Maristany. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


Pese a que la línea de Barcelona a Tarragona por el interior había sido pionera en la utilización de la doble vía, como se ha señalado, la primera de España, completada en 1855 entre la capital catalana y Molins de Rei, esta mejora no se aplicó al resto de la línea, salvo, en 1930, a la sección entre Sant Vicenç de Calders y Tarragona, pero como parte de la duplicación de la vía por el trazado costero. Tuvieron que transcurrir otras cinco décadas para que Renfe emprendiera la duplicación de la línea del interior, que en 1980 se amplió entre Molins y Castellbisbal.

Renfe especializó la línea del interior en el tráfico de mercancías. Fotografía de Manolo Maristany. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El 9 de octubre de 1982 se puso en servicio la doble vía entre Martorell y Sant Vicenç de Calders. Sin embargo, todavía fue preciso esperar más de dos años para completar esta infraestructura en el pequeño tramo comprendido entre Castellbisbal y Martorell, el más complejo, ya que exigió la construcción de una variante de 3,4 kilómetros de longitud que incluía un nuevo túnel de 872 metros bajo la loma de Costablanca, así como la sustitución del primitivo puente sobre el Llobregat. El nuevo trazado se inauguró el 24 de febrero de 1985.

La estación de Vilafranca del Penedès es la cabecera de los servicios de Rodalies a Barcelona. Fotografía de Manolo Maristany. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


El corredor mediterráneo

Tras la duplicación de la vía, la línea del interior mantuvo su especialización en el tráfico de mercancías, mientras que el de viajeros de largo recorrido entre Barcelona y Tarragona se canalizó preferentemente por la del litoral. El servicio de cercanías se integró en la línea 4 de Rodalies que conecta Manresa con Barcelona y Sant Vicençs de Calders y el tramo entre Sant Vicenç y Tarragona cuenta con cuatro líneas regionales con origen en Barcelona y destinos a Lleida, Riba-roja, Ulldecona y Zaragoza. Además, la línea RT-2 de cercanías de Tarragona enlaza esta ciudad con L’Arboc.

La vocación por el transporte de mercancías de la línea del Penedès se verá acentuada en los próximos años con las obras actualmente en marcha para la adaptación del trazado entre Tarragona y Castellbisbal al ancho de vía europeo, mediante la incorporación de un tercer carril. Esta intervención ha exigido obras de notable envergadura, como la reconstrucción del túnel de Roda de Bara, reabierto el pasado 3 de marzo tras la ampliación de su gálibo, o la recuperación del viejo trazado entre Martorell y Castellbisbal, así como la modernización de la variante realizada en los años ochenta.

La línea de Barcelona a Tarragona por el Penedès se convertirá en un eslabón fundamental en el corredor Mediterráneo de mercancías. Para su adaptación se ha recuperado el antiguo túnel de Costablanca, en el que ya se ha instalado el tercer carril. Fotografía de Iñaki Bengoetxea Arrizabalaga


En el momento de cumplir su 160 aniversario, la histórica conexión ferroviaria de Barcelona y Tarragona por el Penedès no vive su mejor momento, al estar inmersa en las numerosas obras para su adaptación al ancho de vía internacional, con las inevitables afecciones de estos trabajos al servicio diario, pero una vez concluyan todas las intervenciones previstas, quedará dispuesta para afrontar un nuevo futuro, que la convertirá en el principal eje de transporte de mercancías entre la península ibérica y Europa, sin olvidar su vocación de servicio al ciudadano, con la puesta al día de los servicios regionales y de cercanías. 



domingo, 6 de abril de 2025

170 AÑOS DE FERROCARRIL EN ALBACETE (III)

 

Vista de la fachada principal de la segunda estación de Albacete, en la que destaca su tímpano neoclásico. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


Las cuatro estaciones de Albacete

A lo largo de su historia, Albacete ha contado con cuatro estaciones de ferrocarril. La primera, la inaugurada en 1855, experimentó a partir de 1858 diversas ampliaciones, culminadas hacia 1900, por lo que en la capital manchega el resultado de estas obras ha sido considerada como su segunda estación. Esta dependencia se mantuvo en servicio hasta 1967 cuando una variante del trazado ferroviario en la ciudad implicó la apertura de una nueva estación que atendió todos sus servicios ferroviarios hasta el año 2010, cuando la llegada de la alta velocidad impulsó su sustitución por la actual.

La primera de las estaciones de Albacete se situó en el noroeste de su histórico casco urbano, prácticamente al borde de sus históricas murallas, donde en la actualidad desemboca el paseo de Salamanca, inaugurado a la par que el ferrocarril y bautizado con ese nombre no en homenaje a la capital castellano-leonesa sino del promotor del ferrocarril, José Salamanca. A partir de 1858, tras la apertura de la vía hasta Alacant y València, el incremento del tráfico obligó a ampliar el primitivo pabellón, que mantuvo su estructura en una sola planta, pero que recibió diferentes mejoras como la instalación de una marquesina metálica sobre el andén principal y una elegante entrada de estilo neoclásico en la fachada orientada a la ciudad.

Durante décadas, la estación y la traza ferroviaria marcaron el límite nororiental de Albacete. Sin embargo, como sucedió en otras muchas ciudades, la deficiente planificación urbana facilitó que a comienzos del siglo XX se levantaran diversos edificios al lado opuesto de las vías. El ferrocarril comenzó a ser visto como una barrera y, en consecuencia, se estudió el posible traslado de sus instalaciones.

Fachada principal de la tercera estación de Albacete, inaugurada en 1967 y en la que destaca su gran cristalera de colores. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

Los estudios para la construcción de la tercera estación se remontan a los años veinte del pasado siglo, como parte del proyecto del nuevo ferrocarril de Saint Girons (Francia) a Baeza (Jaén). Esta nueva vía debía empalmar en Albacete con la línea de Madrid a Alacant, por lo que, en lugar de ampliar la estación de la capital manchega se decidió construir una nueva medio kilómetro más al norte.

Los proyectos para la construcción de la que sería tercera estación de Albacete así como su posterior ejecución se vieron afectados por la crisis económica de los años treinta, la guerra civil y las posteriores penurias de la posguerra. Por ello, las nuevas instalaciones no pudieron entrar en servicio hasta el 26 de noviembre de 1967, día en que fue inaugurada por el ministro de transportes de la época, Federico Silva Muñoz.

El nuevo edificio de viajeros fue diseñado en estilo racionalista y en él destacaba su llamativa fachada central, realizada con una gran cristalera de colores, así como un notable mosaico, situado sobre las taquillas, diseñado por el vizcaíno Santiago Uranga. Pese a que la tracción vapor se encontraba en aquella época en pleno retroceso, la estación fue equipada con las necesarias tomas de agua y con un notable depósito de locomotoras, incluido su puente giratorio.

La vida de la estación de 1967 no fue muy prolongada, ya que la llegada de la alta velocidad trajo consigo nuevos requisitos de servicios al viajero que esta terminal no podía atender. Por ello, fue derribada en el año 2009 para dar paso, en el mismo emplazamiento, a unas nuevas dependencias.

Vista aérea de las obras de construcción de la actual estación de Adif en Albacete. Fondo Tecsa. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Las obras de la cuarta estación de Albacete se iniciaron en noviembre de 2006 y durante un tiempo tuvieron que convivir con la antigua. Finalmente, las nuevas dependencias fueron inauguradas el 15 de diciembre de 2010, tras una inversión de 48 millones de euros. Junto a ella, se levantó también un centro comercial Vialia y, además, integra la estación de autobuses de la ciudad, con lo que se garantiza una magnifica intermodalidad. En la operación, se rescató el histórico mosaico de Santiago Uranga, que fue reubicado en la nueva zona de atención al cliente.

La actual estación de Albacete dispone de nueve vías, seis de ancho europeo y otras tres de ancho ibérico, a los que se puede acceder desde cuatro andenes de 410 metros de longitud.


 

 

martes, 1 de abril de 2025

170 AÑOS DE FERROCARRIL EN ALBACETE (II)


Entre las numerosas obras realizadas por Agustín Elcoro Berecibar destaca el proyecto del nuevo puerto de Alacant

AGUSTÍN ELCORO BERECIBAR


Entre los muchos artífices de la construcción del ferrocarril de Madrid al Mediterráneo cabe señalar la figura del ingeniero vasco Agustín Elcoro Berecibar, a quién José Salamanca ordenó presentarse al fogonero que le acompañó en su precipitada huida de Madrid. Natural de la villa vizcaína de Elorrio, donde nació e 11 de febrero de 1812, curso sus primeros estudios de gramática castellana y latina bajo la dirección del profesor Manuel Gallárraga. Entre los años 1826 y 1829 asistió al Real Seminario de Nobles de Bergara, donde amplió su formación campos como las matemáticas, geometría, hidráulica, geografía, meteorología o astronomía.

Entre 1829 y 1830 amplió sus estudios en materia de lógica, metafísica y arquitectura, al mismo tiempo que se inició en el mundo de la construcción al participar en algunas obras de nueva planta en su villa natal, como una ermita, una fuente y un lavadero público. Poco después, se trasladó a Madrid para continuar su formación en la Academia de San Fernando.

En la capital de España, Agustín Elcoro compaginó sus estudios de arquitectura, en los que obtuvo el título el 28 de mayo de 1837, con los de ingeniero de caminos canales y puertos. Licenciado en esta última carrera, ingresó al servicio del Estado como ingeniero segundo en Santander, para, a partir de 1843, trabajar en las obras de construcción de la carretera de Madrid a Alacant, experiencia que una década más tarde le resultaría muy útil al frente de las obras del ferrocarril entre ambas capitales.

Elcoro afrontó toda clase de obras, como el proyecto del nuevo puerto de Alacant, que redactó en 1847. Un año más tarde fue destinado a la demarcación de Murcia y, poco después, al puerto de València. A partir de 1853 su presencia fue clave en la construcción de la línea del Mediterráneo, en la que su sólida formación como arquitecto sirvió para que pudiera diseñar todas las estaciones de la línea entre Almansa y Alacant.

En 1855 fue nombrado jefe de Distrito en Tarragona y ese mismo año también se integró, como vocal, en la junta consultiva de caminos. Más tarde, en 1865 participó en la comisión que debía redactar el nuevo plan general de ferrocarriles, trabajo que no pudo culminar al fallecer prematuramente en Madrid el 1 de febrero de 1867, cuando tan solo contaba con 54 años.

martes, 18 de marzo de 2025

170 AÑOS DE FERROCARRIL EN ALBACETE (I)

 

El 18 de marzo de 1855 se inauguró el ferrocarril de Madrid a Albacete, la primera conexión ferroviaria entre dos capitales españolas. Postal comercial. Fondo José Luis García Mateo. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El ferrocarril inició su implantación en la península ibérica con cierto retraso respecto a otros países de su entorno. Tras la inauguración del primer ferrocarril explotado únicamente con tracción mecánica en el mundo, el de Liverpool a Manchester, en 1830, nuestro país tuvo que esperar 18 años para poder ver en servicio sus primeras locomotoras de vapor entre Barcelona y Mataró. Además, la implantación de este medio de transporte fue en sus comienzos titubeante, con la construcción de pequeñas líneas que apenas sumaban algunas decenas de kilómetros. Por ello, el 18 de marzo de 1855 representa un notable hito en la historia ferroviaria española ya que por primera vez quedaron enlazadas por vía férrea dos capitales: Madrid y Albacete. Esta última ciudad se convirtió, asimismo, en la cuarta capital provincial, tras Barcelona, Madrid y València, en contar con este revolucionario medio de transporte.

El origen del ferrocarril de Albacete se estableció en la primitiva estación de Aranjuez. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El segundo ferrocarril de España

El origen del ferrocarril de Madrid a Albacete se encuentra en la segunda vía férrea inaugurada en España, la que, desde el 10 de febrero de 1851, conectó la capital de España con los reales sitios de Aranjuez. La concesión de esta línea había sido otorgada en abril de 1844 a Pedro Lara Meliá quien, pese a organizar una empresa, el «Camino de Hierro de María Cristina», no logró reunir los capitales necesarios para su construcción.

Un año más tarde, el 6 de abril de 1945, el empresario, financiero y especulador malagueño José Salamanca Mayol se hizo con la concesión del ferrocarril de Madrid a Aranjuez. Con la colaboración del ingeniero Pedro Miranda y los británicos hermanos Green se redactó el proyecto constructivo y en mayo de 1846 se pudieron emprender las obras.

José Salamanca, además de empresario, era en aquel momento ministro de Hacienda, pero sus más que turbios manejos le obligaron a tomar el camino del exilio en París a comienzos de 1848. Tras su huida, las obras, ya resentidas por la falta de recursos de su promotor, quedaron paralizadas y no se pudieron reemprender hasta finales de 1849, cuando la situación política permitió el retorno de Salamanca a España.

En una de sus habituales corruptelas, Salamanca logró que el gobierno otorgara una garantía al capital invertido en la construcción de su ferrocarril, lo que le permitió dar el impulso definitivo a sus obras. De este modo, el 9 de febrero de 1851 se pudo abrir al tráfico el ferrocarril de Madrid a Aranjuez, el segundo de la península ibérica, con un viaje en el que el tren inaugural se adentró por la puerta de Las Damas hasta el interior del propio recinto del palacio real.

Durante décadas, las locomotoras de tipo “Creusot Mercancías” de MZA, construidas a partir de 1861, aseguraron la tracción de los trenes de carga en las vías férreas de La Mancha. En la imagen, una de ellas, la 332, ya rematriculada por Renfe como 030-2310, fotografiada en 1962 sobre el puente giratorio del depósito de locomotoras de Albacete. Fotografía de Lawrence G. Marshall. Fondo Pedro Pintado Quintana

¡Al Mediterráneo!

José Salamanca siempre consideró que su ferrocarril de Madrid a Aranjuez no era sino el primer paso para alcanzar un objetivo mucho más ambicioso: comunicar la capital de España con el Mediterráneo. Por ello, en junio de 1851, cuando apenas habían transcurrido unos meses desde la apertura de la línea, propuso al gobierno ampliar sus vías hasta Almansa, punto equidistante hacia los puertos de València, Alacant y Cartagena, dársenas que en ese momento se disputaban la primicia de ser la primera salida de la meseta al mar.

Salamanca propuso que la construcción del ferrocarril de Aranjuez a Almansa fuera ejecutada por cuenta del Estado y abonada en acciones, fórmula poco ortodoxa, pero que fue aceptada por el gobierno el 19 de diciembre de 1851. Además, poco después, el 13 de agosto de 1852, también logró que el gobierno le comprase por más de 60 millones de reales el ferrocarril de Madrid a Aranjuez para, inmediatamente después, arrendarle su explotación.

Albacete contó con un activo depósito de locomotoras de vapor que contó con algunas de las escasas locomotoras diseñadas específicamente para el servicio de maniobras, como es el caso de la 605 de MZA, fotografiada en 1966 en su puente giratorio. Fotografía de Lawrence G. Marshall. Fondo Pedro Pintado Quintana

El siguiente paso para la construcción de la vía férrea entre Aranjuez y Almansa fue la licitación de las obras, que el 31 de julio de 1852 fueron adjudicadas, ¡cómo no!, a José de Salamanca. El importe del contrato ascendía a la respetable cifra de 190 millones de reales que el empresario malagueño cobraría en acciones con garantía de interés del 6%.

Con un sistema de financiación hecho a medida del contratista, éste pudo iniciar las obras del nuevo ferrocarril, frente al que apenas se presentaban obstáculos de entidad a lo largo de las amplias llanuras de La Mancha. Como punto de partida de la nueva línea se tomó la estación de Aranjuez, pero como ésta se había orientado directamente hacia los reales sitios, el inicio tuvo que situarse junto a la vía procedente de Madrid, por lo que quedó configurada como estación en fondo de saco. Esta disposición obligó durante décadas a que todos los trenes que desde la capital se dirigieran hacia el este o hacia el sur tuvieran que invertir la marcha en Aranjuez. Pese a su escasa operatividad, esta situación se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX.

El primer tramo de la nueva línea abierto al tráfico fue el de Aranjuez a Tembleque. Sus poco más de 52 kilómetros se inauguraron el 12 de septiembre de 1853. Algo más tarde, el 20 de junio los carriles se prolongaron otros 47 kilómetros, al entrar en servicio el trayecto entre Tembleque y Alcázar de San Juan, localidad que a partir de 1860 se convertiría en la bifurcación de la futura línea a Andalucía con respecto a la del Mediterráneo.

Una vez en servicio la línea desde Madrid hasta Alcázar de San Juan y con las obras muy adelantadas hasta Albacete, todo parecía indicar que en breve se podrían poner en comunicación las dos capitales y, de hecho, en el verano de 1854 ya habían llegado a esta ciudad los primeros trenes de trabajo. Sin embargo, apenas habían transcurrido unos días desde la apertura de la vía hasta Alcázar de San Juan cuando en la capital de España estalló la «Vicalvarada», un nuevo pronunciamiento militar impulsado por el general Leopoldo O’Donnell.

La serie 741 a 780 de MZA, más tarde Renfe 040-2401 a 2440, fue diseñada en 1907 para el arrastre de trenes de mercancías, lo que no impidió que, ante la falta de locomotoras de mejores prestaciones, también fueran empleadas en la tracción de trenes de viajeros como el que captó la cámara a su llegada a Albacete en 1962. Fotografía de Lawrence G. Marshall. Fondo Pedro Pintado Quintana

Aunque, en un primer momento la asonada no logró derrocar al gobierno, pocos días después, el 17 de julio de 1854, se desencadenó en Madrid una violenta sublevación en la que José Salamanca se convirtió en el centro de las iras revolucionarias, ya que personificaba como pocos las corruptelas de los gobiernos conservadores que habían dirigido el país en los últimos años. Su palacio en el paseo de Recoletos fue asaltado y, tras desvalijar sus obras de arte, le prendieron fuego.

Por fortuna para su persona, momentos antes del asalto el general Cordova le advirtió que debía huir cuanto antes de Madrid. Así, despojado de sus ricos ropajes se encaminó al depósito de locomotoras de la estación de Atocha, donde encontró la locomotora de vapor «Isabel», encendida y en presión, preparada para remolcar el primer tren de la mañana.

Sin dudarlo, Salamanca sobornó al jefe de depósito y enfundado en un blusón de maquinista tomó los mandos de la locomotora y en compañía de un fogonero emprendió la huida. Al llegar a Aranjuez, el telegrafista le advirtió que había salido de Madrid un tren en su persecución, así que el empresario malagueño decidió proseguir la marcha.

Al llegar a La Gineta, apenas a 20 kilómetros de Albacete, José Salamanca decidió bajar de la locomotora y buscar refugio en las proximidades de la ermita de la virgen de los Llanos, a tiempo que ordenó al fogonero que continuara la marcha con la locomotora hasta llegar a la capital provincial, donde debería presentarse ante los ingenieros de la línea, Lorenzo Cardenal y Agustín Elcoro. Por tanto, todo parece indicar que para el 18 de julio de 1854 el tendido de la vía en este trayecto estaba lo suficientemente avanzado como para garantizar la circulación, al menos, de una locomotora aislada.

La primitiva estación de Albacete contaba con una sencilla marquesina metálica que protegía a los viajeros de las inclemencias del tiempo. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Aunque poco después Salamanca fue detenido por la Guardia Civil y entregado a la Junta Revolucionaria, pudo permanecer tranquilo en Albacete hasta que se tranquilizó la situación política. Naturalmente, todos estos sucesos paralizaron las obras, por lo que la apertura del ferrocarril hasta Albacete se retrasó durante unos meses más.

Calmada la situación, Salamanca pudo rematar las obras y, además, renegociar su vinculación con los ferrocarriles de Madrid a Aranjuez y a Almansa. Así, de arrendatario y contratista, el 10 de marzo de 1855 pasó a ser concesionario único, por 99 años de ambas líneas. Para su gestión, el especulador malagueño organizó la Compañía del Ferrocarril del Mediterráneo.

A los pocos días de regularizar la nueva concesión y una vez rematadas las obras, se pudo inaugurar el nuevo tramo entre Alcázar de San Juan y Albacete, con el que se culminaba la conexión de la capital manchega con Madrid. Para tan magno evento, Salamanca no escatimó en gastos y, según el diario La Soberanía Nacional, gastó más de 40.000 duros en banquetes, arcos triunfales, adornos florales y otros fastos.

El domingo 18 de marzo de 1855, a las siete de la mañana, partió de la madrileña estación de Atocha el primer tren inaugural, en el que viajaba una representación de la Milicia Nacional. Tres cuartos de hora más tarde emprendió la marcha otra composición para la prensa, oficinas del Estado, ayuntamientos y otras corporaciones; a los ocho y cuarto la tercera circulación, ocupada por los socios del Casino y «los muchos amigos particulares del empresario», y, por último, a las nueve y media, la composición en la que viajaba el Gobierno, los Diputados a cortes y sus allegados. En total, se estima que se desplazaron unas 3.000 personas desde Madrid hasta la nueva estación de Albacete.

El tren inaugural alcanzó la estación de Albacete a las 17:30, tras invertir en el viaje 8 horas para cubrir los 276 kilómetros del recorrido, a una velocidad media de apenas 35 kilómetros por hora debido a las prolongadas paradas que se realizaron en las nuevas estaciones del trayecto. En un pabellón levantado junto a la estación de la capital manchega se celebró un fastuoso y bien surtido banquete que la prensa de la época comparó con las cervantinas bodas de Camacho. A partir de las 21:30, los cuatro trenes emprendieron, uno tras otro, el regreso a la capital de España.

La llegada del ferrocarril a Albacete favoreció el desarrollo de la agricultura en La Mancha, en especial la viticultura. En la imagen, un vagón foudre, especializado en el transporte de vinos, construido en Bilbao por Mariano de Corral para una empresa de La Roda de Albacete. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El camino al Mediterráneo

Inaugurada la vía férrea hasta Albacete, José de Salamanca, a través de su Compañía del Ferrocarril del Mediterráneo, prosiguió con las obras hacia Almansa. En esta ciudad estaba previsto que el nuevo ferrocarril empalmase con otras dos concesiones, la otorgada el 26 de agosto de 1852 al empresario valenciano José Campo para conectar con su línea, ya en servicio, entre València y Xàtiva, y la concedida una semana más tarde, el 4 de septiembre, a José Viudes Gardoqui, marqués de Río Florido, para conectar Almansa con Alacant.

Mientras proseguían las obras, el 23 de noviembre de 1856, en otra oscura maniobra financiera, José Salamanca se hizo con la concesión de Almansa a Alacant, de modo que quedaba en sus manos a totalidad de la línea de Madrid hasta el Mediterráneo. Apenas había transcurrido un mes cuando, el 31 de diciembre, y obteniendo una notable plusvalía, transfirió todo este conjunto de concesiones a un grupo de banqueros franceses encabezados por la familia Rotschild. Ese mismo día se fundó la Compañía de los ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante, MZA, que, junto a la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte, lideró el ferrocarril español hasta su nacionalización e integración en Renfe en 1941.

El 17 de noviembre de 1857 se completaron las obras de los 80 kilómetros comprendidos entre Albacete y Almansa. Además, el 15 de marzo de 1858 se pudo inaugurar su prolongación hasta Alacant, con lo que, por primera vez, se estableció una comunicación ferroviaria entre Madrid y el mar. La conexión con Xàtiva aun tuvo que esperar más de un año hasta su apertura el 19 de noviembre de 1859. Sin embargo, esta concesión jamás se integró en MZA y, de hecho, décadas más tarde pasaría a formar parte de la red de su gran rival, la Compañía del Norte, lo que, sin duda, penalizó durante años las comunicaciones de Madrid con València.

Llegada de un tren de viajeros a la estación de Albacete, procedente de Madrid, en 1950. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

170 años

La tercera conexión de la línea del Mediterráneo, la del puerto de Cartagena, no se completó hasta el 27 de abril de 1865, con la apertura de su último tramo en obras, entre Agramón y Calasparra. El empalme con la línea general del Mediterráneo se estableció en la estación de Chinchilla, situada a unos 18 kilómetros al este de la capital provincial.

Un año más tarde, el 15 de septiembre de 1866, se completó la gran línea de Alcázar de San Juan a Sevilla, con lo que, a excepción de algunos ramales, quedó definitivamente configurada la red ferroviaria de a provincia de Albacete.

Cuando en 1967 se inauguró la nueva estación de Albacete la tracción vapor se encontraba en plena decadencia. Sin embargo, la nueva terminal fue equipada con todo lo necesario para atender las viejas locomotoras de vapor, incluidas las grúas hidráulicas para repostar el agua necesaria. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

El ferrocarril contribuyó al desarrollo económico de la provincia de Albacete, en especial de su sector agrícola, en el que pronto destacaron las exportaciones de vinos. Para incrementar la capacidad de la línea del Mediterráneo, MZA emprendió con el cambio de siglo la progresiva implantación de la doble vía, iniciada el 18 de agosto de 1905 con la apertura del pequeño tramo comprendido entre Madrid-Atocha y Getafe y completada hasta Alcázar de San Juan en 1914. La continuación hasta la capital provincial no quedó concluida hasta 1929.

Un año más tarde, en 1930, la doble vía alcanzó la importante bifurcación de Chinchilla, pero la guerra civil y la postración económica que trajo consigo, postergaron esta obra, que no alcanzó Almansa hasta la tardía fecha del 15 de octubre de 1979. Ese mismo día entró en servicio otro notable cambio en la historia del ferrocarril en Albacete, la electrificación de toda la línea entre Alcázar de San Juan y Almansa, así como su continuación hasta València.

En los años setenta, la tracción diesel protagonizó la vida de la estación de Albacete y tras la electrificación de 1979 todavía se mantuvo en la cabeza de los trenes que se dirigían a Alacant y Murcia. Fotografía de José Luis García Mateo

La apertura de la electrificación trajo consigo la implantación, a partir del 1 de junio de 1980, del nuevo servicio de trenes Intercity entre Madrid y València, que cubrían el recorrido en cuatro horas y cuarto. Estos trenes lograron de inmediato la aceptación del público, con el consiguiente incremento de las frecuencias.

A los Intercity se sumaron, tras completar Renfe la electrificación de la vía entr Almansa y Alacant, los trenes Talgo que conectaban la capital mediterránea con Madrid. Estos trenes, unidos a los de largo recorrido a Murcia y Cartagena, convirtieron a Albacete en la capital mejor comunicada con Madrid de toda España, al contar con hasta 24 circulaciones diarias en cada sentido, con trenes de calidad que invertían poco más de dos horas en cubrir este trayecto.

La electrificación de la línea de Albacete permitió establecer un intenso servicio Intercity entre Madrid y València que, más tarde, sería sustituido por los trenes Alaris. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

La situación de las comunicaciones ferroviarias de Albacete experimentó un cambio radical con la apertura de las primeras secciones de la nueva línea de alta velocidad Madrid-Levante. En el diseño de la nueva infraestructura, en lugar de seguir la ruta tradicional por Alcázar de San Juan, se optó por una red en forma de «Y» entre Madrid y Montilla de Palancar, donde se bifurca, por una parte, hacia València, y por otra, hacia Albacete, Alacant y Murcia.

La primera sección de la nueva infraestructura, entre Madrid y Albacete, se inauguró el 15 de diciembre de 2010 y tres días más tarde también se abrió el ramal desde a bifurcación de Montilla del Palancar a València. En cambio, fue necesario esperar hasta el 18 de junio de 2013 para completar el trazado de alta velocidad desde Albacete hasta Alacant.

Tras la electrificación de la línea entre Almansa y Alacant y la implantación de nuevos trenes Talgo, Albacete pasó a contar con el servicio de viajeros de largo recorrido más denso de España. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

La implantación de la alta velocidad entre Albacete y Madrid tuvo un aspecto positivo, la reducción del tiempo de viaje en unos 30 minutos, pero también implicó la reducción de las conexiones diarias entre ambas capitales, al perder el intenso servicio con origen o destino a València, que dejaron de pasar por la capital manchega. Solo la progresiva incorporación de nuevos operadores privados ha logrado recuperar, aunque no por completo, el número de circulaciones que se registró en el pasado con los servicios Alaris y Altaria.

Vista aérea de la estación de Albacete, antes de su adaptación a la alta velocidad. Fondo Tecsa. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


miércoles, 12 de marzo de 2025

EL FERROCARRIL DE SAN SEBASTIÁN A HERNANI (y IV)

 

La unidad 205 fue captada en el punto kilométrico 2,5 del “Topo” entre las estaciones donostiarras de Amara y Loiola. Este tramo se inauguró en 1903 como parte del ferrocarril de San Sebastián a Hernani y es el trayecto electrificado más antiguo en servicio ininterrumpido de España. Fotografía de Juanjo Olaizola

El ferrocarril eléctrico más antiguo

El ferrocarril de San Sebastián a Hernani fue el segundo operado con tracción eléctrica en España, inaugurado tan solo un año más tarde que el primero que, por cierto, también funcionó en la capital guipuzcoana en un pequeño trayecto de apenas 3 kilómetros que permitía la ascensión al monte Uía, abierto el 8 de junio de 1902.

El pionero ferrocarril de Ulía se clausuró en 1917 y el de Hernani, como ya se ha señalado, en 1958, desapareciendo con ellos los últimos vestigios de los primeros pasos de la tracción eléctrica ferroviaria en España. Sin embargo, ésto no es del todo cierto, ya que, pese a su clausura oficial, hubo un tramo del ferrocarril de San Sebastián a Hernani que sobrevivió al cierre, y, de hecho, aun continúa en servicio: el comprendido entre las donostiarras estaciones de Amara y Loiola. Por tanto, es con diferencia, el tramo ferroviario electrificado en servicio ininterrumpido más antiguo de España.

En efecto, aunque el Decreto 773/1959 de 6 de mayo aprobó la definitiva resolución de la concesión de ferrocarril de San Sebastián a Hernani, el abandono de la explotación y el levante del ferrocarril, un nuevo Decreto, el 2417/1961, de 23 de noviembre, excluyó el tramo comprendido entre los puntos kilométricos 1,200 y 4,005, es decir, entre la estación de Amara y la de Loiola, ya que, como señalaba el texto legal “El mencionado trozo se incorporará al Ferrocarril de San Sebastián a la Frontera Francesa”. Es preciso recordar que, desde la apertura del “Topo”, éste había aprovechado este pequeño tramo del ferrocarril de Hernani para acceder hasta el corazón de San Sebastián.

Una vez integrado este tramo en la concesión del Ferrocarril de San Sebastián a la Frontera Francesa, continuó prestando servicio, viendo pasar por sus vías, primero, los cada vez más vetustos trenes del popular “Topo”, más tarde, las unidades de la serie 3500 de Feve y, posteriormente las de las series 200 y300 de Euskotren, hasta llegar a las modernas composiciones de la serie 900 del operador vasco. Entre tanto, el trazado ha experimentado algunos cambios de entidad, como el soterramiento de Morlans y el de Anoeta, este último con una nueva estación subterránea. Además, en breve conectará en las proximidades de Amara con la nueva variante urbana que, además de conectar directamente las líneas de Euskotren en la capital guipuzcoana, sin necesidad de invertir marcha como hasta ahora, permitirá recuperar el acceso hasta el corazón de la ciudad, tal y como hizo el ferrocarril de Hernani entre 1903 y 1954.