lunes, 9 de mayo de 2022

RETROCEDER EN EL TIEMPO

 

Modelo de reloj patrón eléctrico suministrado al Ferrocarril del Urola por la firma vitoriana Lecea y Murua. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Como todos los ferrocarriles del mundo, el del Urola también dotó a todas sus estaciones de los necesarios relojes con los que tener, en todo momento, un conocimiento de la hora lo más preciso posible. En este sentido, la elección de la empresa promovida por la Diputación Provincial de Guipúzcoa fue realmente innovadora, ya que, en 1926, fue la primera línea del país completamente equipada con relojes eléctricos, en lugar de los tradicionales aparatos mecánicos utilizados hasta entonces.

Reloj bifaz periférico de accionamiento eléctrico suministrado por Lecea y Murua al Ferrocarril del Urola. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En el caso del Ferrocarril del Urola el proveedor seleccionado tras el oportuno concurso público fue la firma vitoriana Lecea y Murua. En su origen, consistían en relojes patrones con el movimiento regulado por un péndulo electromagnético alimentado mediante pilas secas. Este cronómetro se colocaba en el interior del gabinete del jefe de estación desde el que, mediante la correspondiente conexión eléctrica, controlaba los motores eléctricos que movían las agujas de la doble esfera periférica, situada sobre el andén principal, en el eje central de la fachada del andén de la estación.

Pronto se puedo comprobar que los relojes fabricados por Lecea y Murua resultaban demasiado adelantados a su tiempo. El personal que debía realizar su mantenimiento no estaba acostumbrado a su manejo y carecía de los conocimientos necesarios para realizar las necesarias reparaciones de su sofisticado sistema eléctrico. Aunque en 1941 la donostiarra Relojería Internacional realizó una reparación integral de todos los relojes de las estaciones del Ferrocarril del Urola, su marcha siguió siendo deficiente, con las consiguientes repercusiones en la regularidad del servicio ferroviario.

Para garantizar el correcto funcionamiento de los relojes, el 31 de diciembre de 1950 el Ferrocarril del Urola suscribió un contrato con el relojero de Azpeitia Silvestre Otamendi Arocena, por el que éste se comprometía a conservar todos los relojes de las estaciones en las debidas condiciones de regularidad, obligándose diariamente a contrastar su funcionamiento para que todos los relojes marcharan de forma uniforme. El convenio se estableció por un período de un año, por el que Silvestre Otamendi una remuneración de 4.800 pesetas, así como un pase de libre circulación para poder acudir en tren a todas las estaciones.

Relojes mecánicos adquiridos por el Ferrocarril del Urola en 1954. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Para contrastar el correcto funcionamiento de los relojes, Otamendi se dirigía todos los días a la estación de Azpeitia y desde sus dependencias llamaba a todas las de la línea preguntando a sus jefes por la hora que marcaban sus respectivos relojes, indicando a continuación las correcciones que debían de efectuar, para seguidamente recabar la información sobre las posibles deficiencias detectadas. En caso de avería el relojero se dirigía a la estación en cuestión, para realizar las reparaciones oportunas. El contrato entre Silvestre Otamendi y el Ferrocarril del Urola se prorrogó anualmente hasta el año 1969.

Detalle del péndulo de los relojes adquiridos en 1954, con el nombre del fabricante grabado en la "lenteja". Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

A pesar del esmerado mantenimiento que realizaba Silvestre Otamendi, el funcionamiento de los relojes del Ferrocarril del Urola siguió siendo una fuente constante de problemas, por lo que, a propuesta del relojero azpeitiarra, la empresa ferroviaria decidió, el 21 de octubre de 1954, sustituirlos por aparatos mecánicos. Los nuevos relojes fueron fabricados por Viuda de Murua (Vitoria), y sus armarios en los talleres del ferrocarril en Azpeitia. Una decisión que suponía un auténtico retroceso en el tiempo, en la tecnología de la medida del tiempo, al pasar de los innovadores relojes eléctricos de 1926 a los ya arcaicos relojes mecánicos, más propios del siglo XIX.

El relojero azpeitiarra Silvestre Otamendi firmó las esferas de los relojes suministrados en 1954 por la Viuda de Murua al Ferrocarril del Urola. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En la operación, se aprovecharon las cajas exteriores y las esferas de los relojes periféricos, pero a fin de simplificar la transmisión mecánica desde el nuevo reloj patrón mecánico, se cambió su ubicación, para pasar a situarse, sobre el andén, pero en las proximidades del despacho del jefe de estación. Cabe señalar que Silvestre Otamendi borró en todas las esferas, tanto del patrón como de los periféricos, el nombre del fabricante vitoriano, colocando en su lugar el suyo.

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