En
1896 la Compañía del Tranvía de San Sebastián aprobó electrificar su red. La
iniciativa era verdaderamente novedosa, ya que en aquel momento, en España
únicamente empleaba este sistema de tracción la línea de Bilbao a Santurtzi. En
consecuencia, los rectores de la empresa donostiarra intentaron asesorarse al
máximo sobre esta tecnología y, antes de tomar una decisión definitiva,
decidieron enviar al vocal del Consejo de Administración Justo Sansinenea y al
secretario de este órgano rector, Blas de Escoriaza, a un viaje de estudios por
Europa para conocer de primera mano las principales experiencias en materia de
tranvías eléctricos realizadas en el continente.
Justo
Sansinenea y Blas de Escoriaza partieron el 13 de agosto de 1896 de los andenes
de la estación del Norte para visitar la instalación que había efectuado Thomson-Houston en el tranvía de Burdeos
a Bouscat, tranvía dirigido por el ingeniero donostiarra Carlos Goenaga.
En
su estancia en Burdeos, y ante los resultados de los tranvías de la capital de
Aquitania, los delegados de la Compañía del Tranvía se convencieron de las
ventajas de establecer una central térmica para generar el fluido necesario
para el servicio, solución que se consideró más económica que el aprovechamiento
de algún salto de agua, ya que esta última solución exigiría la construcción de
una línea de transporte de fuerza y una central trasformadora. Además, el
suministro no estaría sometido a la menor producción en periodos de estiaje
que, por regla general, coincidían con el verano, precisamente la época en la
que los tranvías donostiarras registraban mayor demanda. Asimismo, desecharon
la opción de contratar el suministro con una empresa local, que provocaría una
situación de dependencia que podía limitar su libertad de acción. Por otra
parte, en aquel momento, las pocas empresas eléctricas que operaban en la
capital guipuzcoana no tenían capacidad suficiente para atender la demanda que
generarían los tranvías.
Una
vez visitada la red bordelesa, los dos delegados de la Compañía del Tranvía se
dirigieron en tren a París, donde pudieron conocer de primera mano los diversos
sistemas de tracción mecánica en servicio en la capital francesa. Primero,
visitaron algunas líneas operadas con tranvías de vapor sistema Serpollet y, a
continuación, redes de tranvías eléctricos que funcionaban, tanto mediante
baterías de acumuladores como por toma exterior de corriente y, en este último
caso, bien por línea aérea, bien por conducción subterránea.
Los
delegados de la Compañía del Tranvía consideraron que los tranvías de vapor no
resultaban de interés «por
su enorme coste de tracción y por la suciedad que dejan en la proximidad de los
rails, a manera de un reguero de grasa paralelo a la vía, que en una población
que se precia de tan limpia como San Sebastián no sería tolerado». En cuanto a los
tranvías de acumuladores, tras montar en ellos, consideraron que el viaje
resultaba muy molesto debido a las grandes trepidaciones del coche provocadas
por el peso excesivo de las baterías, algo que «si en París es admisible por haber público para todo,
no se soportaría en San Sebastián». Además, el coste del coche-kilómetro, de 0,36
francos, era superior al que generaba el motor de sangre en la capital
guipuzcoana. Por último, el coste de instalación de la alimentación subterránea
era muy elevado y eran frecuentes las pérdidas de fuerza e incluso las
interrupciones del servicio por filtraciones de agua, sobre todo con motivo de
fuertes lluvias.
Desde
París, los delegados de la Compañía del Tranvía se dirigieron a Lyon, donde pudieron
conocer de primera mano los tranvías a Oullins y a Saint Fous, implantadas por
la firma Thomson-Houston, así como
las líneas a Ecully y de Saint Just a Saint Foy, cuya electrificación había
realizado la Compagnie de l’Industrie
Electrique de Genève. En todas ellas tomaron buena nota de las características
del servicio de transporte, tanto de viajeros como de mercancías, incluido el
de tranvías fúnebres en los que se trasladaban a los difuntos y sus comitivas
de deudos y allegados hasta el cementerio de Saint Foy. Además, también se
interesaron sobre el negocio complementario de venta del excedente de energía
generada a particulares, cuya implantación en San Sebastián podría generar una
interesante fuente de ingresos. Sobre todos estos temas trataron largamente con
el director de la explotación, el ingeniero Jean-Louis Berthet, persona que, pocos años más tarde, cobraría notable
protagonismo en la historia del tranvía donostiarra, ya que en septiembre de
1900 se convertiría en su director.
Tras
visitar Lyon, los Juan Sansinenea y Blas de Escoriaza se dirigieron a Ginebra,
donde pudieron visitar las realizaciones de la la Compagnie de l’Industrie Electrique de Ginebra, y la más reciente
de las realizaciones de esta sociedad, la electrificación de los tranvías de
Lausanne, a cuya inauguración, celebrada el 1 de septiembre de 1896, tuvieron
ocasión de asistir como invitados. Además de analizar con detalle las nuevas
instalaciones, los delegados de la Compañía del Tranvía de San Sebastián se
sorprendieron gratamente al comprobar la facilidad con la que los nuevos
vehículos ascendían por las fuertes rampas que caracterizan las calles de esta
ciudad.
Una
vez concluida la visita a Suiza, los delegados de la Compañía del Tranvía de
San Sebastián retornaron a la capital guipuzcoana el 10 de septiembre de 1896,
un viaje de casi un mes de duración que dio como fruto un extenso informe; Historial del viaje al extranjero por los
delegados del Consejo, conservado en el Museo Vasco del Ferrocarril de Euskotren,
en el que se detalla todo el periplo y las enseñanzas adquiridas durante el
mismo. Poco después, con todo lo aprendido, se procedió a la contratación de
toda la electrificación con la Compagnie
de l’Industrie Electrique de Ginebra, empresa que realizó la instalación en
un tiempo récord, ya que en tan solo un año la puso en servicio.
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