Fotografía de fábrica de la locomotora “El Valle”.
Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril
El origen del ferrocarril de Triano, hoy integrado en la línea C-2 de
cercanías de Renfe en Bizkaia, hunde sus raíces en la revolución industrial y
el desarrollo de la siderurgia moderna, no en vano y durante su primer cuarto
de siglo de existencia, sus carriles sirvieron de soporte exclusivo para los
trenes de mineral de hierro que bajaban del monte Triano, con destino a los
cargaderos sobre el río Nervión donde se embarcaba hacia los principales
centros industriales europeos.
Uno de los
principales avances experimentados por la industria siderúrgica en el siglo XIX
fue el descubrimiento del procedimiento Bessemer, patentado en 1855, que
permitía la conversión del arrabio producido por los altos hornos, en acero de
gran calidad, de forma masiva y a muy bajo coste. Sin embargo, este sistema
requería minerales de hierro de gran pureza y sin fósforo. A mediados del siglo
XIX, los principales yacimientos conocidos con estas características se
concentraban en las minas suecas de Kiruna y en las del monte Triano en
Bizkaia. Aunque las reservas de las primeras eran muy superiores a las de las
minas vizcaínas, en su contra jugaba un factor determinante: el transporte. En
efecto, en el primer caso, el camino más sencillo era trasladar el mineral al
puerto de Lulea, en el mar Báltico, pero esta rada no se podía utilizar durante
el invierno al helarse sus aguas. La otra opción era la del puerto noruego de
Narvik, libre de hielos durante todo el año, pero su utilización exigía la
construcción de un difícil ferrocarril que debía superar, en sus 170 kilómetros de
recorrido, la cordillera Escandinava, con una altitud máxima de 540 metros , seguido de
un vertiginoso descenso, de 45 kilómetros , hasta el mar. En cambio, la
distancia que separaba los yacimientos del monte Triano de los embarcaderos
sobre la ría del Nervión apenas superaba la decena de kilómetros.
Cargaderos de Sestao-La Punta, donde se descargaba el
mineral de los vagones del ferrocarril de Triano a los barcos que lo
transportaban a las principales siderúrgicas europeas. Fotografía de Telesforo
Errazquín. Archivo del Museo Vasco de Bilbao
La explotación
intensiva de las minas del monte Triano exigía la mejora inmediata de los
medios de transporte en dirección a la ría, basados, hasta mediados del siglo
XIX, en el empleo de carretas de bueyes. Por ello, no es de extrañar que la
primera iniciativa ferroviaria en el País Vasco surgiera precisamente en esta
zona, en concreto, en 1827, cuando Gregorio G. de Azaola planteó la
construcción de un ferrocarril «a la Palmer», es decir, un monorraíl.
El tren de la Diputación
Tras la pionera
propuesta de Azaola, no se volvió a plantear la posibilidad de construir un
ferrocarril en la zona minera de Bizkaia hasta 1856, cuando se constituyó una
empresa con el propósito de establecer un tren desde Ortuella hasta los
cargaderos del Nervión en Sestao. El proyecto pronto suscitó el rechazo de los
ayuntamientos de la zona que, por una parte, temían que la empresa
concesionaria, al parecer también propietaria de diversas explotaciones
mineras, pudiera monopolizar los transportes y estrangular de este modo a los
restantes productores, y, por otra, eran conscientes de que la puesta en marcha
del tren supondría la pérdida del sustento de los numerosos carreteros que se
dedicaban al transporte del mineral. En todo caso, la oposición municipal no
impidió que, el 26 de junio de 1857 el gobierno español aprobase el proyecto de
la línea presentado por Francisco Alberti.
Vista de la estación de Ortuella en sus primeros años
de servicio. Fotografía de Telesforo Errazquín. Archivo del Museo Vasco de
Bilbao
El proyecto de
Alberti implicaba el riesgo de monopolio en el transporte de la mayor riqueza
del territorio. Por ello, la Diputación de Bizkaia decidió intervenir y negociar
con éste la posible cesión de sus derechos. Lamentablemente, ambas parte no
alcanzaron un acuerdo satisfactorio, por lo que la institución provincial
decidió impulsar su propio proyecto. Para ello, reivindicó sus históricas
competencias sobre la red de caminos del territorio, con la propuesta de
establecer una vía férrea cuyos vagones fueran impulsados, en sentido
descendente, entre Ortuella y el Nervión, por la fuerza de la gravedad y por
mulas en el regreso. Según los promotores de la iniciativa, el recurso al
«motor de sangre» permitía eludir los preceptos de la Ley de Ferrocarriles de
1855 que exigía la preceptiva concesión administrativa del gobierno central, ya
que pensaban que esta norma solo se refería a los ferrocarriles que empleaban
locomotoras en su tracción.
El 18 de
septiembre de 1857 la Diputación emprendió las obras de construcción de su
camino de hierro, hecho que pronto fue denunciado por Francisco Alberti ante el
Ministerio de Fomento. A partir de este momento, se estableció un prolongado
pleito en el que la Diputación intentó nuevamente eludir las obligaciones de la
legislación ferroviaria al anunciar que la nueva vía sería, simplemente, una
nueva carretera, sin carriles de hierro sobre el pavimento. Sin embargo, en una
época en la que las competencias forales se encontraban en franco retroceso, finalmente
triunfaron las tesis de Francisco Alberti quien, el 19 de junio de 1859, obtuvo
la definitiva concesión para la construcción de su ferrocarril minero de
Ortuella hasta la desembocadura del río Galindo en el Nervión.
Primitiva locomotora de vapor del ferrocarril de
Triano. Fotografía de John Blyth. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril
Una vez obtenida
la concesión, Alberti anunció ante el Gobernador de Bizkaia su intención de
iniciar las obras del ferrocarril el día 3 de agosto de 1859. Sin embargo, el
lugar elegido para el acto, situado en Ortuella, había sido ocupado por el
camino inconcluso emprendido por la Diputación, por lo que nuevamente estalló
el conflicto entre ambas partes que no se resolvió definitivamente hasta el 23
de junio de 1860, fecha en la que aceptó trasferir todos sus derechos al
representante de la Diputación, Nicolás de Urcullu y Smith, a cambio de la suma
de 45.000 pesetas. Finalmente, quedó patente que el único objetivo de Alberti
era el de especular con la concesión estatal.
Locomotora de vapor “Santurce”. Fotografía de John
Blyth. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril
Una Real Orden,
promulgada el 8 de septiembre de 1860, confirmó el definitivo traspaso de la
concesión de Alberti a Urcullu quien actuaba como testaferro ya que la
legislación del momento no permitía a las Diputaciones explotar negocios
industriales como el del ferrocarril. De hecho, la situación no se regularizó
hasta la Revolución de 1868, cuando se levantó el citado veto. De este modo, el
10 de enero de 1870 la concesión del ferrocarril de Triano pasó,
definitivamente, a manos de la Diputación de Bizkaia.
En todo caso, la
Diputación no esperó a la regularización de la situación legal de la concesión
para emprender las obras de construcción del ferrocarril minero y, tras
impulsar directamente los trabajos, pudo inaugurar el servicio de transporte de
minerales el 26 de junio de 1865.
Gracias y enhorabuena por este post, por lo que nos toca a los de la zona minera en la que generaciones enteras han viajado y viajan por esas vías. Y de paso enhorabuena por el blog. Un saludo. Armando Cruz
ResponderEliminarComo siempre, impresionante documento
ResponderEliminarComo siempre, un documento imprescindible
ResponderEliminarQue voy a decir, gracias
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