martes, 18 de marzo de 2025

170 AÑOS DE FERROCARRIL EN ALBACETE (I)

 

El 18 de marzo de 1855 se inauguró el ferrocarril de Madrid a Albacete, la primera conexión ferroviaria entre dos capitales españolas. Postal comercial. Fondo José Luis García Mateo. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El ferrocarril inició su implantación en la península ibérica con cierto retraso respecto a otros países de su entorno. Tras la inauguración del primer ferrocarril explotado únicamente con tracción mecánica en el mundo, el de Liverpool a Manchester, en 1830, nuestro país tuvo que esperar 18 años para poder ver en servicio sus primeras locomotoras de vapor entre Barcelona y Mataró. Además, la implantación de este medio de transporte fue en sus comienzos titubeante, con la construcción de pequeñas líneas que apenas sumaban algunas decenas de kilómetros. Por ello, el 18 de marzo de 1855 representa un notable hito en la historia ferroviaria española ya que por primera vez quedaron enlazadas por vía férrea dos capitales: Madrid y Albacete. Esta última ciudad se convirtió, asimismo, en la cuarta capital provincial, tras Barcelona, Madrid y València, en contar con este revolucionario medio de transporte.

El origen del ferrocarril de Albacete se estableció en la primitiva estación de Aranjuez. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El segundo ferrocarril de España

El origen del ferrocarril de Madrid a Albacete se encuentra en la segunda vía férrea inaugurada en España, la que, desde el 10 de febrero de 1851, conectó la capital de España con los reales sitios de Aranjuez. La concesión de esta línea había sido otorgada en abril de 1844 a Pedro Lara Meliá quien, pese a organizar una empresa, el «Camino de Hierro de María Cristina», no logró reunir los capitales necesarios para su construcción.

Un año más tarde, el 6 de abril de 1945, el empresario, financiero y especulador malagueño José Salamanca Mayol se hizo con la concesión del ferrocarril de Madrid a Aranjuez. Con la colaboración del ingeniero Pedro Miranda y los británicos hermanos Green se redactó el proyecto constructivo y en mayo de 1846 se pudieron emprender las obras.

José Salamanca, además de empresario, era en aquel momento ministro de Hacienda, pero sus más que turbios manejos le obligaron a tomar el camino del exilio en París a comienzos de 1848. Tras su huida, las obras, ya resentidas por la falta de recursos de su promotor, quedaron paralizadas y no se pudieron reemprender hasta finales de 1849, cuando la situación política permitió el retorno de Salamanca a España.

En una de sus habituales corruptelas, Salamanca logró que el gobierno otorgara una garantía al capital invertido en la construcción de su ferrocarril, lo que le permitió dar el impulso definitivo a sus obras. De este modo, el 9 de febrero de 1851 se pudo abrir al tráfico el ferrocarril de Madrid a Aranjuez, el segundo de la península ibérica, con un viaje en el que el tren inaugural se adentró por la puerta de Las Damas hasta el interior del propio recinto del palacio real.

Durante décadas, las locomotoras de tipo “Creusot Mercancías” de MZA, construidas a partir de 1861, aseguraron la tracción de los trenes de carga en las vías férreas de La Mancha. En la imagen, una de ellas, la 332, ya rematriculada por Renfe como 030-2310, fotografiada en 1962 sobre el puente giratorio del depósito de locomotoras de Albacete. Fotografía de Lawrence G. Marshall. Fondo Pedro Pintado Quintana

¡Al Mediterráneo!

José Salamanca siempre consideró que su ferrocarril de Madrid a Aranjuez no era sino el primer paso para alcanzar un objetivo mucho más ambicioso: comunicar la capital de España con el Mediterráneo. Por ello, en junio de 1851, cuando apenas habían transcurrido unos meses desde la apertura de la línea, propuso al gobierno ampliar sus vías hasta Almansa, punto equidistante hacia los puertos de València, Alacant y Cartagena, dársenas que en ese momento se disputaban la primicia de ser la primera salida de la meseta al mar.

Salamanca propuso que la construcción del ferrocarril de Aranjuez a Almansa fuera ejecutada por cuenta del Estado y abonada en acciones, fórmula poco ortodoxa, pero que fue aceptada por el gobierno el 19 de diciembre de 1851. Además, poco después, el 13 de agosto de 1852, también logró que el gobierno le comprase por más de 60 millones de reales el ferrocarril de Madrid a Aranjuez para, inmediatamente después, arrendarle su explotación.

Albacete contó con un activo depósito de locomotoras de vapor que contó con algunas de las escasas locomotoras diseñadas específicamente para el servicio de maniobras, como es el caso de la 605 de MZA, fotografiada en 1966 en su puente giratorio. Fotografía de Lawrence G. Marshall. Fondo Pedro Pintado Quintana

El siguiente paso para la construcción de la vía férrea entre Aranjuez y Almansa fue la licitación de las obras, que el 31 de julio de 1852 fueron adjudicadas, ¡cómo no!, a José de Salamanca. El importe del contrato ascendía a la respetable cifra de 190 millones de reales que el empresario malagueño cobraría en acciones con garantía de interés del 6%.

Con un sistema de financiación hecho a medida del contratista, éste pudo iniciar las obras del nuevo ferrocarril, frente al que apenas se presentaban obstáculos de entidad a lo largo de las amplias llanuras de La Mancha. Como punto de partida de la nueva línea se tomó la estación de Aranjuez, pero como ésta se había orientado directamente hacia los reales sitios, el inicio tuvo que situarse junto a la vía procedente de Madrid, por lo que quedó configurada como estación en fondo de saco. Esta disposición obligó durante décadas a que todos los trenes que desde la capital se dirigieran hacia el este o hacia el sur tuvieran que invertir la marcha en Aranjuez. Pese a su escasa operatividad, esta situación se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX.

El primer tramo de la nueva línea abierto al tráfico fue el de Aranjuez a Tembleque. Sus poco más de 52 kilómetros se inauguraron el 12 de septiembre de 1853. Algo más tarde, el 20 de junio los carriles se prolongaron otros 47 kilómetros, al entrar en servicio el trayecto entre Tembleque y Alcázar de San Juan, localidad que a partir de 1860 se convertiría en la bifurcación de la futura línea a Andalucía con respecto a la del Mediterráneo.

Una vez en servicio la línea desde Madrid hasta Alcázar de San Juan y con las obras muy adelantadas hasta Albacete, todo parecía indicar que en breve se podrían poner en comunicación las dos capitales y, de hecho, en el verano de 1854 ya habían llegado a esta ciudad los primeros trenes de trabajo. Sin embargo, apenas habían transcurrido unos días desde la apertura de la vía hasta Alcázar de San Juan cuando en la capital de España estalló la «Vicalvarada», un nuevo pronunciamiento militar impulsado por el general Leopoldo O’Donnell.

La serie 741 a 780 de MZA, más tarde Renfe 040-2401 a 2440, fue diseñada en 1907 para el arrastre de trenes de mercancías, lo que no impidió que, ante la falta de locomotoras de mejores prestaciones, también fueran empleadas en la tracción de trenes de viajeros como el que captó la cámara a su llegada a Albacete en 1962. Fotografía de Lawrence G. Marshall. Fondo Pedro Pintado Quintana

Aunque, en un primer momento la asonada no logró derrocar al gobierno, pocos días después, el 17 de julio de 1854, se desencadenó en Madrid una violenta sublevación en la que José Salamanca se convirtió en el centro de las iras revolucionarias, ya que personificaba como pocos las corruptelas de los gobiernos conservadores que habían dirigido el país en los últimos años. Su palacio en el paseo de Recoletos fue asaltado y, tras desvalijar sus obras de arte, le prendieron fuego.

Por fortuna para su persona, momentos antes del asalto el general Cordova le advirtió que debía huir cuanto antes de Madrid. Así, despojado de sus ricos ropajes se encaminó al depósito de locomotoras de la estación de Atocha, donde encontró la locomotora de vapor «Isabel», encendida y en presión, preparada para remolcar el primer tren de la mañana.

Sin dudarlo, Salamanca sobornó al jefe de depósito y enfundado en un blusón de maquinista tomó los mandos de la locomotora y en compañía de un fogonero emprendió la huida. Al llegar a Aranjuez, el telegrafista le advirtió que había salido de Madrid un tren en su persecución, así que el empresario malagueño decidió proseguir la marcha.

Al llegar a La Gineta, apenas a 20 kilómetros de Albacete, José Salamanca decidió bajar de la locomotora y buscar refugio en las proximidades de la ermita de la virgen de los Llanos, a tiempo que ordenó al fogonero que continuara la marcha con la locomotora hasta llegar a la capital provincial, donde debería presentarse ante los ingenieros de la línea, Lorenzo Cardenal y Agustín Elcoro. Por tanto, todo parece indicar que para el 18 de julio de 1854 el tendido de la vía en este trayecto estaba lo suficientemente avanzado como para garantizar la circulación, al menos, de una locomotora aislada.

La primitiva estación de Albacete contaba con una sencilla marquesina metálica que protegía a los viajeros de las inclemencias del tiempo. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Aunque poco después Salamanca fue detenido por la Guardia Civil y entregado a la Junta Revolucionaria, pudo permanecer tranquilo en Albacete hasta que se tranquilizó la situación política. Naturalmente, todos estos sucesos paralizaron las obras, por lo que la apertura del ferrocarril hasta Albacete se retrasó durante unos meses más.

Calmada la situación, Salamanca pudo rematar las obras y, además, renegociar su vinculación con los ferrocarriles de Madrid a Aranjuez y a Almansa. Así, de arrendatario y contratista, el 10 de marzo de 1855 pasó a ser concesionario único, por 99 años de ambas líneas. Para su gestión, el especulador malagueño organizó la Compañía del Ferrocarril del Mediterráneo.

A los pocos días de regularizar la nueva concesión y una vez rematadas las obras, se pudo inaugurar el nuevo tramo entre Alcázar de San Juan y Albacete, con el que se culminaba la conexión de la capital manchega con Madrid. Para tan magno evento, Salamanca no escatimó en gastos y, según el diario La Soberanía Nacional, gastó más de 40.000 duros en banquetes, arcos triunfales, adornos florales y otros fastos.

El domingo 18 de marzo de 1855, a las siete de la mañana, partió de la madrileña estación de Atocha el primer tren inaugural, en el que viajaba una representación de la Milicia Nacional. Tres cuartos de hora más tarde emprendió la marcha otra composición para la prensa, oficinas del Estado, ayuntamientos y otras corporaciones; a los ocho y cuarto la tercera circulación, ocupada por los socios del Casino y «los muchos amigos particulares del empresario», y, por último, a las nueve y media, la composición en la que viajaba el Gobierno, los Diputados a cortes y sus allegados. En total, se estima que se desplazaron unas 3.000 personas desde Madrid hasta la nueva estación de Albacete.

El tren inaugural alcanzó la estación de Albacete a las 17:30, tras invertir en el viaje 8 horas para cubrir los 276 kilómetros del recorrido, a una velocidad media de apenas 35 kilómetros por hora debido a las prolongadas paradas que se realizaron en las nuevas estaciones del trayecto. En un pabellón levantado junto a la estación de la capital manchega se celebró un fastuoso y bien surtido banquete que la prensa de la época comparó con las cervantinas bodas de Camacho. A partir de las 21:30, los cuatro trenes emprendieron, uno tras otro, el regreso a la capital de España.

La llegada del ferrocarril a Albacete favoreció el desarrollo de la agricultura en La Mancha, en especial la viticultura. En la imagen, un vagón foudre, especializado en el transporte de vinos, construido en Bilbao por Mariano de Corral para una empresa de La Roda de Albacete. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El camino al Mediterráneo

Inaugurada la vía férrea hasta Albacete, José de Salamanca, a través de su Compañía del Ferrocarril del Mediterráneo, prosiguió con las obras hacia Almansa. En esta ciudad estaba previsto que el nuevo ferrocarril empalmase con otras dos concesiones, la otorgada el 26 de agosto de 1852 al empresario valenciano José Campo para conectar con su línea, ya en servicio, entre València y Xàtiva, y la concedida una semana más tarde, el 4 de septiembre, a José Viudes Gardoqui, marqués de Río Florido, para conectar Almansa con Alacant.

Mientras proseguían las obras, el 23 de noviembre de 1856, en otra oscura maniobra financiera, José Salamanca se hizo con la concesión de Almansa a Alacant, de modo que quedaba en sus manos a totalidad de la línea de Madrid hasta el Mediterráneo. Apenas había transcurrido un mes cuando, el 31 de diciembre, y obteniendo una notable plusvalía, transfirió todo este conjunto de concesiones a un grupo de banqueros franceses encabezados por la familia Rotschild. Ese mismo día se fundó la Compañía de los ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante, MZA, que, junto a la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte, lideró el ferrocarril español hasta su nacionalización e integración en Renfe en 1941.

El 17 de noviembre de 1857 se completaron las obras de los 80 kilómetros comprendidos entre Albacete y Almansa. Además, el 15 de marzo de 1858 se pudo inaugurar su prolongación hasta Alacant, con lo que, por primera vez, se estableció una comunicación ferroviaria entre Madrid y el mar. La conexión con Xàtiva aun tuvo que esperar más de un año hasta su apertura el 19 de noviembre de 1859. Sin embargo, esta concesión jamás se integró en MZA y, de hecho, décadas más tarde pasaría a formar parte de la red de su gran rival, la Compañía del Norte, lo que, sin duda, penalizó durante años las comunicaciones de Madrid con València.

Llegada de un tren de viajeros a la estación de Albacete, procedente de Madrid, en 1950. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

170 años

La tercera conexión de la línea del Mediterráneo, la del puerto de Cartagena, no se completó hasta el 27 de abril de 1865, con la apertura de su último tramo en obras, entre Agramón y Calasparra. El empalme con la línea general del Mediterráneo se estableció en la estación de Chinchilla, situada a unos 18 kilómetros al este de la capital provincial.

Un año más tarde, el 15 de septiembre de 1866, se completó la gran línea de Alcázar de San Juan a Sevilla, con lo que, a excepción de algunos ramales, quedó definitivamente configurada la red ferroviaria de a provincia de Albacete.

Cuando en 1967 se inauguró la nueva estación de Albacete la tracción vapor se encontraba en plena decadencia. Sin embargo, la nueva terminal fue equipada con todo lo necesario para atender las viejas locomotoras de vapor, incluidas las grúas hidráulicas para repostar el agua necesaria. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

El ferrocarril contribuyó al desarrollo económico de la provincia de Albacete, en especial de su sector agrícola, en el que pronto destacaron las exportaciones de vinos. Para incrementar la capacidad de la línea del Mediterráneo, MZA emprendió con el cambio de siglo la progresiva implantación de la doble vía, iniciada el 18 de agosto de 1905 con la apertura del pequeño tramo comprendido entre Madrid-Atocha y Getafe y completada hasta Alcázar de San Juan en 1914. La continuación hasta la capital provincial no quedó concluida hasta 1929.

Un año más tarde, en 1930, la doble vía alcanzó la importante bifurcación de Chinchilla, pero la guerra civil y la postración económica que trajo consigo, postergaron esta obra, que no alcanzó Almansa hasta la tardía fecha del 15 de octubre de 1979. Ese mismo día entró en servicio otro notable cambio en la historia del ferrocarril en Albacete, la electrificación de toda la línea entre Alcázar de San Juan y Almansa, así como su continuación hasta València.

En los años setenta, la tracción diesel protagonizó la vida de la estación de Albacete y tras la electrificación de 1979 todavía se mantuvo en la cabeza de los trenes que se dirigían a Alacant y Murcia. Fotografía de José Luis García Mateo

La apertura de la electrificación trajo consigo la implantación, a partir del 1 de junio de 1980, del nuevo servicio de trenes Intercity entre Madrid y València, que cubrían el recorrido en cuatro horas y cuarto. Estos trenes lograron de inmediato la aceptación del público, con el consiguiente incremento de las frecuencias.

A los Intercity se sumaron, tras completar Renfe la electrificación de la vía entr Almansa y Alacant, los trenes Talgo que conectaban la capital mediterránea con Madrid. Estos trenes, unidos a los de largo recorrido a Murcia y Cartagena, convirtieron a Albacete en la capital mejor comunicada con Madrid de toda España, al contar con hasta 24 circulaciones diarias en cada sentido, con trenes de calidad que invertían poco más de dos horas en cubrir este trayecto.

La electrificación de la línea de Albacete permitió establecer un intenso servicio Intercity entre Madrid y València que, más tarde, sería sustituido por los trenes Alaris. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

La situación de las comunicaciones ferroviarias de Albacete experimentó un cambio radical con la apertura de las primeras secciones de la nueva línea de alta velocidad Madrid-Levante. En el diseño de la nueva infraestructura, en lugar de seguir la ruta tradicional por Alcázar de San Juan, se optó por una red en forma de «Y» entre Madrid y Montilla de Palancar, donde se bifurca, por una parte, hacia València, y por otra, hacia Albacete, Alacant y Murcia.

La primera sección de la nueva infraestructura, entre Madrid y Albacete, se inauguró el 15 de diciembre de 2010 y tres días más tarde también se abrió el ramal desde a bifurcación de Montilla del Palancar a València. En cambio, fue necesario esperar hasta el 18 de junio de 2013 para completar el trazado de alta velocidad desde Albacete hasta Alacant.

Tras la electrificación de la línea entre Almansa y Alacant y la implantación de nuevos trenes Talgo, Albacete pasó a contar con el servicio de viajeros de largo recorrido más denso de España. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

La implantación de la alta velocidad entre Albacete y Madrid tuvo un aspecto positivo, la reducción del tiempo de viaje en unos 30 minutos, pero también implicó la reducción de las conexiones diarias entre ambas capitales, al perder el intenso servicio con origen o destino a València, que dejaron de pasar por la capital manchega. Solo la progresiva incorporación de nuevos operadores privados ha logrado recuperar, aunque no por completo, el número de circulaciones que se registró en el pasado con los servicios Alaris y Altaria.

Vista aérea de la estación de Albacete, antes de su adaptación a la alta velocidad. Fondo Tecsa. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


miércoles, 12 de marzo de 2025

EL FERROCARRIL DE SAN SEBASTIÁN A HERNANI (y IV)

 

La unidad 205 fue captada en el punto kilométrico 2,5 del “Topo” entre las estaciones donostiarras de Amara y Loiola. Este tramo se inauguró en 1903 como parte del ferrocarril de San Sebastián a Hernani y es el trayecto electrificado más antiguo en servicio ininterrumpido de España. Fotografía de Juanjo Olaizola

El ferrocarril eléctrico más antiguo

El ferrocarril de San Sebastián a Hernani fue el segundo operado con tracción eléctrica en España, inaugurado tan solo un año más tarde que el primero que, por cierto, también funcionó en la capital guipuzcoana en un pequeño trayecto de apenas 3 kilómetros que permitía la ascensión al monte Uía, abierto el 8 de junio de 1902.

El pionero ferrocarril de Ulía se clausuró en 1917 y el de Hernani, como ya se ha señalado, en 1958, desapareciendo con ellos los últimos vestigios de los primeros pasos de la tracción eléctrica ferroviaria en España. Sin embargo, ésto no es del todo cierto, ya que, pese a su clausura oficial, hubo un tramo del ferrocarril de San Sebastián a Hernani que sobrevivió al cierre, y, de hecho, aun continúa en servicio: el comprendido entre las donostiarras estaciones de Amara y Loiola. Por tanto, es con diferencia, el tramo ferroviario electrificado en servicio ininterrumpido más antiguo de España.

En efecto, aunque el Decreto 773/1959 de 6 de mayo aprobó la definitiva resolución de la concesión de ferrocarril de San Sebastián a Hernani, el abandono de la explotación y el levante del ferrocarril, un nuevo Decreto, el 2417/1961, de 23 de noviembre, excluyó el tramo comprendido entre los puntos kilométricos 1,200 y 4,005, es decir, entre la estación de Amara y la de Loiola, ya que, como señalaba el texto legal “El mencionado trozo se incorporará al Ferrocarril de San Sebastián a la Frontera Francesa”. Es preciso recordar que, desde la apertura del “Topo”, éste había aprovechado este pequeño tramo del ferrocarril de Hernani para acceder hasta el corazón de San Sebastián.

Una vez integrado este tramo en la concesión del Ferrocarril de San Sebastián a la Frontera Francesa, continuó prestando servicio, viendo pasar por sus vías, primero, los cada vez más vetustos trenes del popular “Topo”, más tarde, las unidades de la serie 3500 de Feve y, posteriormente las de las series 200 y300 de Euskotren, hasta llegar a las modernas composiciones de la serie 900 del operador vasco. Entre tanto, el trazado ha experimentado algunos cambios de entidad, como el soterramiento de Morlans y el de Anoeta, este último con una nueva estación subterránea. Además, en breve conectará en las proximidades de Amara con la nueva variante urbana que, además de conectar directamente las líneas de Euskotren en la capital guipuzcoana, sin necesidad de invertir marcha como hasta ahora, permitirá recuperar el acceso hasta el corazón de la ciudad, tal y como hizo el ferrocarril de Hernani entre 1903 y 1954.


lunes, 10 de marzo de 2025

EL FERROCARRIL DE SAN SEBASTIÁN A HERNANI (III)

Bogie “máxima tracción” de los automotores del ferrocarril de San Sebastián a Hernani. Se observa el mayor diámetro de las ruedas del eje motor, respecto al de apoyo. Fotografía de José María Valero Suárez. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Máxima tracción

El ferrocarril de San Sebastián a Hernani inició su andadura con un parque motor formado por seis automotores de dos ejes y otros seis de mayores dimensiones montados sobre bogies de un sistema denominado “máxima tracción”. A primera vista, este nombre podría sugerir al lector poco avezado en la historia de la tecnología ferroviaria que estos vehículos debían contar con una potencia inusitada. ¡Nada más lejos de la realidad!

Los tranvías y automotores “máxima tracción” fueron fruto de la rápida evolución de la tracción eléctrica una vez el ingeniero norteamericano Frank Sprague asentara sus principios fundamentales en Ritchmond a partir de 1888. Los primeros tranvías eléctricos eran de pequeño tamaño, de dos ejes, cada uno de ellos impulsado por su propio motor eléctrico.

Tranvía “máxima tracción” de la Compañía Madrileña de Urbanización, promotora de la Ciudad Lineal. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El éxito de los primeros tranvías pronto exigió aumentar su capacidad y el paso más sencillo fue agregar un remolque, también de dos ejes, al coche motor. De este modo, se duplicaba la capacidad, pero con el inconveniente de incrementar el personal necesario, ya que a conductor y al cobrador del coche motor se debía sumar otro cobrador para el remolque, con el consiguiente aumento de los gastos de explotación.

El primer paso para superar este inconveniente fueron los coches “máxima tracción”. Al tratarse de vehículos de grandes dimensiones, montado sobre bogies, ofrecían una capacidad similar a la de una composición de automotor y remolque convencional de dos ejes, pero podía ser atendido por solo dos trabajadores; el conductor y un cobrador. Además, para que el coste de adquisición fuera similar, únicamente contaban con dos motores de tracción, en los inicios de la tracción eléctrica, el equipo más caro del vehículo.

Disponer de tan solo dos motores podía generar problemas de falta de adherencia, de ahí que se diseñasen los bogies “máxima tracción”. En ellos, el diámetro de las ruedas de uno de los ejes, el impulsado por el motor eléctrico, es notablemente superior al otro, que únicamente sirve de guía. De este modo, la mayor parte del peso del vehículo descansa sobre los ejes motores, con lo que se incrementa notablemente su adherencia.

Automotor número 178 del ferrocarril de Gelves a Puebla del Río, construido por Devis (València) para Tranvías de Sevilla. Se aprecia el diferente diámetro de las ruedas de los ejes exteriores, motores, de los interiores, de apoyo. Fotografía de Jeremy Wiseman. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Los tranvías y automotores con bogies “máxima tracción” alcanzaron un notable desarrollo a finales del siglo XIX y la primera década del XX y en España circularon vehículos de este tipo en San Sebastián, Bibao, Santander, Vigo, Barcelona, Granada, Sevilla o Madrid. Sin embargo, pronto fueron superados por nuevos diseños con bogies en los que ambos ejes estaban motorizados, como es común en la actualidad. No obstante, en 1993 este concepto reapareció en la serie 2001 a 2051 de los tranvías de Bruselas, los primeros de piso bajo integral de la capital belga, diseñados por Bombardier.

lunes, 3 de marzo de 2025

EL FERROCARRIL DE SAN SEBASTIÁN A HERNANI (II)

 

Retrato de Horacio Azqueta Monasterio realizado por el dibujante Flores Kaperotxipi y publicado en El Pueblo Vasco el 6 de noviembre de 1927

HORACIO AZQUETA MONASTERIO

 

Hijo de un destacado capitán de la marina mercante y armador, Horacio Azqueta fue el primer director de explotación del ferrocarril eléctrico de San Sebastián a Hernani. Natural de la villa vizcaína de Bermeo, en la que vino al mundo el 22 de diciembre de 1873, en 1887 su familia trasladó su residencia a San Sebastián, donde concluyó sus estudios secundarios para, a continuación, ingresar en la Escuela de Caminos, Canales y Puertos de Madrid.

 

Finalizados sus estudios superiores, Horacio Azqueta trabajó en diversos proyectos e iniciativas, incluida la construcción y posterior dirección del ferrocarril de San Sebastián a Hernani, así como en otros negocios anejos, como la creación del parque de atracciones de Martutene, incluida su plaza de toros cubierta. A partir de 1912 compaginó este puesto con el de director del ferrocarril de San Sebastián a la frontera francesa y, desde 1917, también fue el máximo responsable técnico del tranvía de Irun a Fuenterrabia.

 

En 1923 las tres operadoras de las que Horacio de Azqueta era director de explotación, los ferrocarriles de Hernani y de la frontera, así como el tranvía de Fuenterrabía, se fusionaron para constituir la Sociedad Explotadora de Ferrocarriles y Tranvías, de la que el ingeniero bermeano pasó a ser director. Además, también ostentó este puesto en su filial, la Sociedad Minera Guipuzcoana, titular del ferrocarril del Plazaola.

 

Junto a su trabajo en la Sociedad Explotadora de Ferrocarriles y Tranvías de la que fue director hasta 1940 y, posteriormente, continuó como vocal hasta su fallecimiento en 1959, Horacio Azqueta participó en otras empresas, como es el caso de la Sociedad Suministradora General de Electricidad de San Sebastián o de la Sociedad de Fosfatos de Logrosán. Además, participó activamente en la vida política del momento a través del partido liberal de Romanones, primero, como concejal en San Sebastián, entre 1911 y 1917, más tarde, tras las elecciones del 24 de febrero de 1918 como Diputado a Cortes, cargo del que dimitió el 24 de enero de 1919 al ser nombrado Director General de Obras Públicas, mientras que el 2 de enero de 1921 fue nombrado Senador.

 

Junto a sus negocios y a su actividad política, Azqueta permaneció en el cuerpo de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos del Estado, en el que, el 16 de marzo de 1928, logró el asenso a ingeniero jefe de segunda clase. Tras la Guerra Civil pasó a formar parte del primer Consejo de Administración de la recién constituida Renfe, como vocal en representación de Ministerio de Obras Públicas, cargo en el que se mantuvo durante casi seis años, hasta el 6 de diciembre de 1946.

 

Aunque el 21 de enero de 1944 Horacio Azqueta se jubiló como ingeniero de caminos, tras haber sido nombrado Presidente de Sección un año antes, aun se mantuvo activo al ser nombrado, el 26 de abril de 1944 como miembro de a Junta Superior de Ferrocarriles y Transportes por Carretera. Tras una larga carrera, vinculada estrechamente al ferrocarril, falleció en San Sebastián el 16 de febrero de 1959.


 

viernes, 28 de febrero de 2025

EL FERROCARRIL DE SAN SEBASTIÁN A HERNANI (I)

 

El automotor número 13 del ferrocarril eléctrico de San Sebastián a Hernani fue captado en las proximidades de esta última localidad a los pocos meses de la inauguración de la línea. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El 28 de febrero de 1958 circulaba por última vez uno de los ferrocarriles pioneros en la implantación de la tracción eléctrica en España, el pequeño tren que desde 1903 comunicaba San Sebastián con la vecina Hernani. Se trataba, además, de la segunda experiencia en nuestro país de lo que en la actualidad se conoce como “tren-tranvía”, concepto recientemente recuperado en la línea de Cádiz a Chiclana, pues al llegar a la capital guipuzcoana sus composiciones abandonaban la explanación ferroviaria para circular por las calles de la ciudad.

La principal obra del ferrocarril de San Sebastián a Hernani era el viaducto de Ergobia, de 180 metros de longitud, conformado por 14 arcos de sillería y tres tramos metálicos sobre el río Urumea, la carretera de San Sebastián a Hernani y las vías del Ferrocarril del Norte. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Del vapor….

La primera comunicación ferroviaria entre Hernani y San Sebastián es estableció el 1 de septiembre de 1863, fecha en la que la Compañía de Caminos de Hierro del Norte de España inauguró la sección entre la capital guipuzcoana y Beasain de su gran línea de Madrid a Irun. Sin embargo, el servicio que prestaba esta empresa, dirigido fundamentalmente al transporte de viajeros y mercancías de largo recorrido, no estaba diseñado para atender adecuadamente el tráfico local existente entre ambas poblaciones y su entorno más inmediato.

Para solucionar la falta de servicios de cercanías entre San Sebastián y Hernani, los Diputados Francisco de Ansaldo y Fermín Calbetón impulsaron una proposición de ley que autorizaba a Mariano Areizaga y Gortazar a estudiar la construcción de un ferrocarril rural entre ambas poblaciones. El proyecto fruto de este trabajo fue aprobado mediante una Real Orden promulgada el 25 de junio de 1892. De inmediato, se iniciaron los trámites para la subasta de su concesión.

El 30 de marzo de 1894 se publicaba en la Gaceta de Madrid el pliego de condiciones técnicas que debía regir la nueva concesión que, entre otros aspectos, señalaba que la línea debería tener estaciones en San Sebastián, Loiola, Astigarraga, Ergobia y Hernani; que contaría con dos locomotoras de vapor, tres coches primera y cinco de segunda para el transporte de viajeros y tres vagones cubiertos y cuatro plataformas para las mercancías. Además, establecía que, tras otorgar la concesión, las obras de construcción deberían comenzar a los seis meses, y concluir en el plazo de dos años. Como era habitual, la concesión se otorgaría por un periodo de 99 años.

Una vez publicado el pliego de condiciones se procedió a la subasta de la concesión que el 8 de agosto de 1894 fue otorgada al propio Mariano Areizaga y Gortazar. La nueva línea no contaba con subvención directa o indirecta del Estado, pero fue declarada de utilidad pública, con derecho a expropiación forzosa y a la ocupación de terrenos de dominio público.

El nuevo ferrocarril debería atender a los municipios de San Sebastián, Alza, Astigarraga y Hernani, cuya población ascendía en aquel momento a 37.742 personas. La longitud de la línea sería de 11.800 metros.

El 2 de enero de 1895 Mariano Areizaga emprendió formalmente la construcción de la línea, tras realizar el acopio de algunos materiales. Sin embargo, los trabajos no se desarrollaron con la celeridad deseada, por lo que su promotor se vio obligado a solicitar dos prórrogas, la primera a comienzos de 1897 y la segunda el 11 de febrero de 1901. En este último caso el concesionario alegó que la grave crisis que atravesaba el país a causa de las guerras coloniales en Cuba y Filipinas, así como las dificultades económicas del Ferrocarril de Elgoibar a San Sebastián, del que en cierto modo era continuación, habían frenado la buena marcha de las obras. El nuevo plazo para la inauguración de la línea se estableció en el primero de diciembre de 1903.

El ferrocarril de Hernani tenía su origen en la donostiarra calle de Elcano, para circular como un tranvía por el centro de la capital guipuzcoana hasta la estación de Amara. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

… a la electricidad

Pese a las dificultades económicas que atravesaba el proyecto, el 16 de enero de 1899 Mariano Areizaga solicitó al ayuntamiento de San Sebastián modificar el acceso a la ciudad, inicialmente previsto por el barrio de Eguia, para poder establecer una vía con origen en la calle Elcano. Desde ésta, atravesaría la Plaza de Guipúzcoa y las calles de Getaria y Prim hasta alcanzar la estación del ferrocarril de Elgoibar a San Sebastián en Amara. A continuación, proseguiría por las riberas del Urumea hasta enlazar con el trazado inicialmente aprobado en Loiola. Su propuesta incluía también la posibilidad de tender un ramal a la estación de los Ferrocarriles del Norte.

Frente a esta petición, el 8 de febrero de 1899 la Compañía del Tranvía de San Sebastián, con su servicio recién electrificado y que años antes había firmado un convenio con el consistorio por el que, de existir nuevas propuestas, contaba con preferencia para el establecimiento de nuevas vías en la ciudad  en caso de existir un nuevo peticionario, presentó ante el ayuntamiento su propia solicitud para la construcción de una línea que pretendía enlazar el centro de la ciudad con la estación de ferrocarril de Amara, así como con los muelles del puerto. Tras un prolongado litigio, el 10 de abril de 1902 la empresa tranviaria vio aprobado su proyecto, mientras que el ferrocarril de San Sebastián a Hernani pudo materializar su modificación, pero bajo la condición de no realizar servicios de carácter urbano en este trayecto.

Composición del ferrocarril de San Sebastián a Hernani, formada por un automotor y un remolque jardinera, ambos de bogies, captada en las proximidades de Astigarraga. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Mientras se tramitaba el expediente de la línea urbana de San Sebastián, Mariano Areizaga también solicitó la modificación del tramo final de acceso a Hernani, que al igual que en la capital, se realizaría por algunas de las calles de la localidad. Naturalmente, circular como un tranvía implicaba la sustitución de la tracción vapor inicialmente prevista, por la fuerza eléctrica, cambio que fue aprobado mediante una Real Orden promulgada el 22 de febrero de 1902.

Pese a estos logros, las obras no experimentaban avances, por lo que el 11 de febrero de 1902 se constituyó en Bilbao la Compañía Anónima del Ferrocarril de San Sebastián a Hernani. Su indisimulado propósito no era otro que adquirir la concesión de la línea, concluir su construcción y posteriormente gestionar su explotación. Para ello, la nueva sociedad contaba con un capital social de 500.000 pesetas en mil acciones repartidas entre Placido Allende Plágaro, que poseía 334 títulos, José Manuel Alonso Zabala, con 333, y Enrique Fernández Villaverde García Rivero, con otros 333.

El cambio de titularidad de la concesión fue aprobado mediante la Real Orden del 19 de marzo de 1902 y de inmediato se procedió a ampliar el capital social, hasta alcanzar la suma de 3.727.500 pesetas, cifra que permitiría afrontar las obras. Hasta ese momento, Mariano Areizaga únicamente había realizado las expropiaciones en el término de San Sebastián, en una longitud de 2.820 metros, mientras que en Alza y Astigarraga todavía no se había concluido el proceso y en Hernani era necesario adquirir los terrenos necesarios para los doscientos metros finales de la línea. Además, había ejecutado el 75% de la explanación, incluida la perforación del único túnel del recorrido en Loiola y buena parte del viaducto de Ergobia, y la vía estaba asentada en unos 3.200 metros.

Gracias a los recursos financieros de la nueva concesionaria, las obras adquirieron un notable desarrollo bajo la dirección del ingeniero y accionista Manuel Alonso Zabala. Así, al inicio del verano de 1903 éstas se encontraban prácticamente concluidas por lo que el 1 de agosto el Ministerio de Fomento autorizó la puesta en servicio de la nueva línea, que fue inaugurada al día siguiente.

La compañía del ferrocarril de San Sebastián a Hernani diversificó su negocio con la venta de los excedentes de energía eléctrica a particulares. Tapa de registro de su antigua red de distribución en la capital guipuzcoana. Fotografía de Juanjo Oaizola

Diversidad de negocios

55 fueron los años en los que el ferrocarril de San Sebastián a Hernani se mantuvo en servicio. Una vez inaugurada la línea, la empresa concesionaria estableció un intenso servicio de trenes de viajeros, con una circulación cada veinte minutos en cada sentido. Esta oferta incentivó su utilización y si en 1904 registró 652.500 viajeros, en 1926 la demanda ya había ascendido hasta los 1.571.100 pasajeros.

Aunque el transporte de viajeros fue siempre el más destacado, la empresa ferroviaria no desatendió el de mercancías, centrado preferentemente en los productos hortofrutícolas que transportaban las “casheras” de la zona para su venta en los mercados de San Sebastián. Además, la realización de algunas obras importantes en su entorno, como fue el caso de la construcción de los cuarteles de Loiola, generaron en algunos años una importante actividad en este sector.

El resultado económico de la explotación, con coeficientes que oscilaron entre el 77,7 del año 1904 y el excelente 43,1 del año 1924 siempre se vio condicionado por el fuerte endeudamiento en el que habían incurrido sus promotores para financiar las obras. De hecho, hasta el 69% de los beneficios debía destinarse a sufragar las cargas financieras (intereses y amortización de obligaciones). Por ello, únicamente los titulares de acciones preferentes lograron obtener un dividendo anual del 4%, mientras que los propietarios de acciones ordinarias nunca llegaron a ver retribuida su inversión.

Para aumentar sus ingresos, la empresa ferroviaria promovió la construcción de un singular parque de atracciones en Martutene, en el que destacaba la primera plaza de toros cubierta de España, inaugurada el 13 de mayo de 1908, pero no con un festejo taurino sino con un concierto de la orquesta filarmónica de Berlín, dirigida por Richard Strauss. De hecho, la primera corrida no se celebró hasta el 7 de junio de dicho año, en la que participaron los famosos diestros Cocherito, Barajas y Jorquito.

Otra fuente de ingresos del ferrocarril de Hernani fue la venta a diversos abonados de San Sebastián de los excedentes de la producción eléctrica de su central térmica de Astigarraga, a la que en 1905 se sumó un salto instalado sobre el río Urumea en Goizueta (Navarra), por lo que, al igual que sucedía en otras ciudades europeas y norteamericanas, contribuyó de forma decisiva a la popularización de esta entonces novedosa fuente de alumbrado y energía en la capital de Gipuzkoa.

La estación de Loioa se convirtió en el punto de enlace entre el “Topo” (vías de la izquierda) y el ferrocarril de Hernani (derecha). Fotografía de Christian Schnabel. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La Sociedad Explotadora de Ferrocarriles y Tranvías

Un hito fundamental en la historia del ferrocarril de Hernani fue la inauguración del tren de San Sebastián a la frontera francesa, el popular “Topo” donostiarra, abierto el 5 de diciembre de 1912. Esta nueva línea compartía, desde la estación de Loiola, el acceso a la capital guipuzcoana con el tren de Hernani. Además, ambas empresas optaron por establecer nuevas vías en las calles de San Sebastián, de modo que permitían configurar un gran bucle desde la plaza de Gipuzkoa, por las calles de Peñaflorida, Garibay, Fuenterrabía y Prim, con lo que se evitaban las constantes inversiones de marcha que, hasta entonces, era necesario efectuar en la calle Elcano.

Tras la inauguración del “Topo”, la terminal del ferrocarril de Hernani se trasladó de la calle Elcano a la vecina de Peñaflorida. Fotografía de G. Masino. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


La estrecha vinculación entre ambos ferrocarriles iba más allá de la explotación conjunta del tramo entre el centro donostiarra y Loiola. Algunos de sus promotores como Plácido Allende, una buena parte del accionariado, los consejos de administración y el ingeniero-director, Horacio Azqueta, eran también comunes en ambas empresas explotadoras. Con el paso del tiempo, estas conexiones desembocaron en la fusión de ambas empresas y la creación, en 1923, de la Sociedad Explotadora de Ferrocarriles y Tranvías (SEFT). Junto a ambas también se integró el tranvía de Irún a Fuenterrabía y la mayoría del accionariado del Ferrocarril de Pamplona a San Sebastián, “el Plazaola”, gestionado por la Compañía Minera Guipuzcoana.

En 1929, la Compañía del Norte electrificó su línea entre Altsasu e Irun, lo que le permitió implantar un notable servicio de trenes de cercanías con los que pudo competir con los pequeños ferrocarriles y tranvías de vía métrica que habían florecido en este entorno (tranvías de San Sebastián a Rentería y a Tolosa, ferrocarriles a la frontera y a Hernani). No obstante, el tráfico de viajeros, aunque se resintió inicialmente, pronto se recuperó hasta alcanzar en 1953 su máximo histórico, con 2.352.724 usuarios.

El 15 de enero de 1943 la caída de un rayo destruyó los talleres y cocheras del ferrocarril de Hernani en Astigarraga. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Un incendio devastador

La Guerra Civil no causó graves daños en el ferrocarril de Hernani, pero pocos años más tarde, la noche del 15 de enero de 1943, un rayo provocó un violento incendio que destruyó por completo las cocheras y talleres de la empresa, situados en Astigarraga, así como la central térmica y la mayor parte del material móvil ahí estacionado, incluida la mitad de los automotores. Ante la falta de vehículos, se suspendieron todos los servicios hasta que la SEFT recibió autorización para poder emplear en esta línea los automotores del ferrocarril de la frontera.

Tras el incendio de las cocheras de Astigarraga y la destrucción de buena parte de su material móvil, los automotores del “Topo” reforzaron el servicio en el ferrocarril de Hernani. Fotografía de Jeremy Wiseman. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Los efectos de este incendio repercutieron gravemente en la explotación de la línea, ya que fue precisa la reconstrucción total de las cocheras y de la subcentral. Por otra parte, la penuria material que padecía el país en la inmediata postguerra dificultó la adquisición de nuevos equipos y, finalmente, los importantes gastos ocasionados por este incidente impidieron la realización de otras obras de modernización y mejora del servicio.

Tras el incendio de las cocheras de Astigarraga, el ferrocarril de Hernani reconstruyó cinco de sus automotores con nuevas carrocerías construidas en Zaragoza por Material Móvil y Construcciones. En la imagen, el nuevo coche 53 en la terminal de Hernani. Fotografía de Christian Schnabel. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

A este cúmulo de dificultades deben añadirse los negativos resultados económicos que la explotación registró a partir de 1949 debido al constante incremento de los costes, principalmente de energía y personal, así como a la creciente competencia de otros medios de transporte. Tras la guerra, a los trenes de cercanías de la Compañía del Norte, integrada en Renfe en 1941, se sumó la concurrencia de diversas líneas de autobuses, una entre San Sebastián y Hernani por Aiete y otra entre la capital guipuzcoana, Astigarraga y Ergobia. Ante este negativo panorama, el ferrocarril eléctrico se degradaba rápidamente ante la grave descapitalización de la empresa concesionaria y la consiguiente falta de inversiones de modernización y mejora.

En 1954 el ayuntamiento de San Sebastián prohibió el acceso de los trenes de Hernani y del “Topo” al centro de la ciudad, lo que supuso una considerable reducción del tráfico de viajeros. Fotografía de Christian Schnabel. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Un consistorio antitranviario

En todo caso, el final del ferrocarril de Hernani está íntimamente vinculado a las decisiones del ayuntamiento de San Sebastián, abiertamente hostil a la circulación de trenes y tranvías por sus calles. Tras la Guerra Civil, y al tratarse de concesiones municipales, el consistorio forzó a la Compañía del Tranvía a sustituir sus líneas por otras de trolebuses y también intentó obligar a la SEFT a eliminar el circuito urbano por el que circulaban los trenes de Hernani y del “Topo”. Sin embargo, esta empresa no estaba dispuesta a atender las exigencias de las autoridades locales, consciente que de hacerlo perdería gran parte de sus viajeros, al tener que dejarlos en la estación de Amara, punto entonces situado en el extrarradio de la ciudad, mientras que los servicios de autobuses procedentes de Hernani e Irún podían llegar hasta el corazón de la capital de Gipuzkoa.

El primer intento municipal para limitar en la estación de Amara el paso de los trenes de la SEFT tuvo lugar el 9 de mayo de 1942 cuando, sin previo aviso a la Compañía y con la excusa de una avería en el alcantarillado, se iniciaron en la calle Prim unas obras de reparación que interrumpieron forzosamente la circulación ferroviaria. Según señala el informe elaborado al efecto por la Inspección Técnica y Administrativa de Ferrocarriles, el Ayuntamiento desarrolló los trabajos a un ritmo deliberadamente lento, por lo que el servicio no se pudo reanudar con normalidad, y solo tras las insistentes protestas de la SEFT y el organismo inspector, hasta el 19 del mismo mes.

Las antiguas cocheras de Astigarraga también fueron reconstruidas con nuevas estructuras de hormigón armado. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

A comienzos de los años cincuenta, el material móvil de los Ferrocarriles de Hernani y de la frontera necesitaba con urgencia una profunda modernización que la SEFT no podía afrontar. Este hecho, unido a una sucesión de pequeños accidentes dio al Ayuntamiento la excusa perfecta para solicitar al Ministerio de Obras Públicas la autorización oportuna para paralizar la circulación de los trenes por las calles de la ciudad. Obtenida ésta mediante Orden Ministerial de 1 de mayo de 1954, el 24 del mismo mes, un acuerdo municipal ordenó el fin de la circulación de los trenes a partir del 7 de junio.

Naturalmente, la SEFT mostró su desacuerdo con la decisión municipal y anunció el correspondiente recurso, al tiempo que ordenaba a sus maquinistas que no atendieran la orden de prohibición. Así, los dos primeros trenes que e 7 de junio de 1954 llegaron desde Irun y Hernani a la estación de Amara desobedecieron las indicaciones de la policía municipal y penetraron en el circuito urbano. Finalmente, un retén de los municipales levantó una barricada y de este modo lograron detener el servicio ferroviario.

La sangría de viajeros provocada por la prohibición de acceder al centro de San Sebastián provocó el cierre del ferrocarril de Hernani en 1958. En la imagen, uno de sus últimos servicios a su paso por el donostiarra barrio de Loiola. Fotografía de Jeremy Wiseman. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El fin

Pese a la evidente arbitrariedad del consistorio, la SEFT no estaba en condiciones de mantener un prolongado pleito contra el ayuntamiento, por lo que optó por alcanzar un acuerdo que incluía una importante compensación económica, así como el compromiso municipal de construir una nueva estación en Amara, algo que nunca cumplió, y a prolongar hasta este punto el servicio de trolebuses de la ciudad.

Una vez eliminado el circuito urbano, la demanda del ferrocarril de Hernani cayó en picado, al no poder competir con los autobuses que seguían llegando hasta el centro de la ciudad. Así, si en 1953 el servicio ferroviario había sido utilizado por 2.352.724 personas, en cuatro años esta cifra se redujo a los 944.284 usuarios registrados en 1957.

Ante esta situación la explotación del ferrocarril de Hernani resultaba inviable y la SEFT no tuvo más remedio que clausurar la línea. A las 22;17 del 28 de febrero de 1958 partió el automotor número 51 desde la donostiarra estación de Amara, para realizar el último servicio. A sus mandos se encontraba Domingo Sardina Fernández, quien había sido también el conductor del primer servicio el 2 de agosto de 1903. Tras rendir viaje en Hernani, el tren se dirigió a las cocheras de Astigarraga, donde encerró a las 23:45. Poco después, esta unidad, así como otros cuatro automotores, fueron recuperados por el ferrocarril de la frontera, donde continuaron prestando servicio otros veinte años, hasta su definitiva retirada en 1978.