martes, 21 de octubre de 2025

EL CREMALLERA DE MONTSERRAT (III)

 

La recuperación del ferrocarril de cremallera de Montserrat exigió la construcción de una variante de trazado que incluía un nuevo puente de 480 metros de longitud. Fotografía de Jordi Escudé i Coll. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

RESURRECCIÓN

Tras la clausura de la línea en 1957, todo parecía indicar que el cremallera de Montserrat pasaría a la historia al igual que otros muchos ferrocarriles, sobre todo de vía estrecha, suprimidos en los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado a o largo y ancho de nuestro país. Sin embargo, el constante aumento de los visitantes de la abadía, peregrinos y excursionistas que ascendían en autobuses y, sobre todo, en automóviles, resultaba incompatible con el cuidado de un entorno natural tan rico y, a su vez, tan sensible, como es el de la montaña de Montserrat.

La necesidad de buscar alternativas de transporte más respetuosas con el medio ambiente hizo que en los años noventa se plantease, cada vez con más fuerza, la idea de reconstruir el viejo tren de cremallera. Así, en 1999 se presentó un proyecto de recuperación que pronto fue asumido por Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya.

A diferencia del primitivo tren, el nuevo cremallera no emplearía la anacrónica tracción por vapor, sino que sería eléctrico. Sin embargo, mantendría buena parte del trazado entre Monistrol-vila y la abadía y, además, volvería a utilizar el ancho de vía métrico y, sobre todo, el sistema Abt, que la empresa autonómica ya utilizaba en el ferrocarril de Nuria, línea que había asumido en 1981 al incorporar los antiguos activos de Ferrocarriles de Montaña a Grandes Pendientes.

La recuperación del nuevo cremallera no afectó al primitivo tramo con origen en la estación de Monistrol de la antigua Compañía del Norte. Además, para conectar Monistrol-Vila con Monistrol-Enllaç se construyó una variante de trazado que incluía un puente metálico de 480 metros de longitud. Asimismo, se eliminaron todos los antiguos pasos a nivel.

En vísperas de la reapertura del ferrocarril de cremallera de Montserrat una locomotora eléctrica procedente de la línea de Nuria realiza un viaje de pruebas. Fotografía de Jordi Escudé i Coll. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Las obras de reconstrucción del histórico ferrocarril de cremallera se iniciaron en julio de 2001 y en noviembre de 2002 se colocaron los primeros carriles. Pocos meses más tarde, en marzo de 2003 se realizaron las primeras pruebas, primero con locomotoras procedentes del tren de Nuria, que también se habían utilizado para remolcar los trenes de trabajo, y, posteriormente, con las nuevas unidades eléctricas adquiridas para la línea, construidas por la firma suiza Stadler.

Una vez verificadas todas las pruebas, el 11 de junio de 2003, tras 46 largos años de paralización, el histórico ferrocarril de cremallera de Montserrat, totalmente reconstruido y actualizado, volvió a la vida. La renovada línea tiene una longitud de 5,28 kilómetros, de los que 4,1, los comprendidos entre la estación de Monistrol-Vila y la abadía, cuentan con cremallera, mientras que el tramo restante a Monistrol-Enllaç, funciona por simple adherencia. El trazado supera un desnivel de más de 500 metros con pendientes de hasta el 15%.

Toda la línea cuenta con vía única, salvo un tramo central de unos 400 metros de longitud, diseñado para realizar el cruce de las composiciones ascendentes con las descendentes sin que éstas tengan que detener la marcha. Todo el trayecto está electrificado a la tensión de 1.500 voltios en corriente continua.

Unidad  adquirida por Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya a la firma suiza Stadler para la reapertura del ferrocarril de cremallera de Montserrat. Fotografía de Miquel Palou Sarroca. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Poco tienen que ver las cifras de demanda del nuevo ferrocarril cremallera de Montserrat con las de su veterano predecesor. El pasado año batió todos sus récords históricos al transportar 721.713 personas que han ascendido hasta el monasterio de un modo sostenible y respetuoso con el medio ambiente.



jueves, 16 de octubre de 2025

EL CREMALLERA DE MONTSERRAT (II)

Retrato de Karl Roman Abt

KARL ROMAN ABT

Karl Roman Abt ha sido un personaje fundamental en la historia y, sobre todo, en la tecnología, de los ferrocarriles de montaña. A él se deben dos invenciones fundamentales en ellos y ambos estuvieron, y siguen estando presentes, en Montserrat: el sistema de cremallera que lleva su nombre que utilizó el tren de cremallera y el de cruzamiento que emplean la mayoría de los funiculares del mundo, también los de Sant Joan y de la Santa Cova de Montserrat. Dado que ambos sistemas son conocidos por su breve apellido, más de uno ha pensado que Abt correspondía a alguna clase de siglas y no al nombre de su creador.


Roman Abt vino al mundo el 16 de julio de 1850 en Bünzen, pequeña localidad del cantón suizo de Argovia. Tras cursar en su localidad los estudios primarios, se graduó en el Politécnico de Zúrich en 1869. Concluida la carrera en 1872, su primer destino laboral fueron los talleres del Ferrocarril Central Suizo en Olten, donde trabajó a las órdenes de otro pionero de los ferrocarriles de cremallera, Niklaus Riggenbach.


En 1874 Abt inició el desarrollo de una de sus grandes invenciones. La familia Hauser, propietaria del Grand-Hotel Giessbach, sobre el lago de Brienz, le encomendó el estudio de un funicular que comunicase su negocio hostelero con el embarcadero del lago de Brienz, que debería superar un desnivel de 98 metros. Hasta la fecha, las instalaciones de este tipo eran de doble vía, ya que no se había resuelto de forma segura el cruce de los vehículos sin que éstos arrollaran y cortaran el cable al pasar sobre él. La solución propuesta por el joven ingeniero suizo fue sencilla e ingeniosa: un cruzamiento con desviaciones sin partes móviles, equipando a un coche con ruedas de doble pestaña en un lado y un tambor de apoyo en el opuesto, y a la inversa en el otro coche. De este modo, el carril exterior forzaba a cada uno de ellos a seguir siempre el mismo camino, sin posibilidad de error alguno.


Este pequeño funicular, de tan solo 345 metros de recorrido, se inauguró el 21 de julio de 1879 y sirvió de modelo para otros muchos a lo largo de todo el planeta. También los diversos funiculares implantados en España desde la apertura de la instalación pionera del Tibidabo el 29 de octubre de 1901 utilizan este sistema que, además de su gran seguridad y extrema simplicidad, permitió abaratar notablemente el coste de construcción y las expropiaciones al reducir la explanación a una sola vía, salvo en el centro, donde se verifica el cruce de los dos coche, frente a la doble vía que exigían hasta entonces esta clase de ferrocarriles.


Tras el inmediato éxito del ferrocarril de Giessbach, Roman Abt trabajó, a partir de 1882, como ingeniero consultor en Francia, país en el que desarrolló su segundo gran invento, la cremallera que lleva su nombre. A diferencia del sistema de Riggenbach, que exigía la utilización de este sistema en todo el trayecto, su propuesta permitía acoplarse y desacoplarse con facilidad al carril dentado y, en consecuencia, emplearlo solo donde hacía verdadera falta, mientras que se podía circular por simple adherencia en los tramos de mejor perfil, sin necesitad, por tanto, de cambiar de locomotora. Además, este carril era de fabricación muy sencilla, un perfil laminado con los dientes precisos. En caso de necesitar mayor agarre, se podían poner dos o hasta tres perfiles de este tipo de forma escalonada, lo que garantiza su total seguridad y un funcionamiento más suave.


Las primeras experiencias del sistema de cremallera Abt se realizaron en el ferrocarril del Harz, en Braunschweig (Alemania), en 1885 y tras sus positivos resultados pronto se implantó en otros muchos ferrocarriles de montaña, sobre todo en Suiza, como es el caso de las líneas de vía métrica de Furka-Oberlap y de Brig a Visp y Zermatt. Desde luego, también se empleó en los tres ferrocarriles de cremallera que funcionaron en España; el que operó los Ferrocarriles Suburbanos de Málaga entre Vélez-Málaga y Ventas de Zafarraya y las dos líneas que gestionó Ferrocarriles de Montaña a Grandes Pendientes en Montserrat y Nuria.


Gracias a estos y otros inventos, Roman Abt cosechó gran fama y el reconocimiento de universidades como las de Hannover y Zurich, que le otorgaron sendos títulos de doctor honoris causa. Además, fue jurado de las Exposiciones Mundiales de 1889 y 1900 en París y de las Exposiciones Nacionales de Italia, celebrada en 1906 en Milán, y Suiza, tanto en la de 1896 en Ginebra como en la de Berna de 1914. En 1887 adquirió el histórico "Freyenhof" en Lucerna, una antigua torre medieval, y construyó junto a ella su residencia.


Roman Abt participó en numerosas empresas del sector ferroviario y fue, entre otros cargos, presidente del Ferrocarril de San Gotardo desde 1892 hasta su nacionalización en 1903 y miembro de los consejos de administración de las empresas constructoras de material ferroviario Schweizerische Industrie-Gesellschaft (SIG) de Neuhausen y de la Schweizerische Lokomotiv und Maschinenfabrik de Winterthur (SLM). Además, participó en la vida política y durante años formó parte del Gran Consejo de la ciudad de Lucerna. Asimismo, conformó una notable colección de arte y presidió la Sociedad de Arte de Lucerna fue miembro de la Comisión Federal de Arte, de la Comisión Nacional de Museos y miembro de la junta del Deutsches Museum de Múnich.

 

Roman Abt falleció en Lucerna, a los 83 años de edad, el 1 de mayo de 1933.

 

lunes, 13 de octubre de 2025

EL CREMALLERA DE MONTSERRAT (I)

 

A partir del siglo IX, Montserrat se convirtió en un importante centro de peregrinación. Postal comercial. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Tras el hallazgo de una figura de la Virgen, la popular «Moreneta», a finales del siglo IX, la montaña de Montserrat se convirtió en un notable centro de peregrinación. La construcción de una abadía en el siglo XI acentuó el papel de este importante centro monástico como referente religioso más allá del propio ámbito de su entorno, como demuestra la peregrinación que realizó Ignacio de Loiola desde la lejana Azpeitia (Gipuzkoa) en 1522. Tras la decadencia que experimentó tras ser incendiada por las tropas de Napoleón en 1811 y 1812, así como por los efectos de la exclaustración provocada por la desamortización de Mendizábal en 1835, pronto recuperó su pasada vitalidad, sobre después de que el Papa León XIII proclamase a la Virgen de Montserrat como patrona de Catalunya.

La imponente sierra de Montserrat es una barrera natural que históricamente ha dificultado las comunicaciones en la zona. Postal comercial. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Sacrificio o comodidad

Ciertamente, la peregrinación a la abadía de Montserrat exigía importantes sacrificios, dado lo abrupto del terreno y el gran desnivel a superar, pues se encuentra a 720 metros sobre el nivel del mar, mientras que en el valle, la localidad de Monistrol está situada a tan solo 171 metros. Aunque el sufrimiento físico está muy bien valorado entre los creyentes católicos como camino de salvación para sus almas, no todos estaban dispuestos a realizar tan grandes esfuerzos ni a exponerse al peligro de sufrir una caída con funestas consecuencias.

Lo cierto es que, con el transcurso del tiempo y pese a las dificultades existentes, cada día eran más las personas que peregrinaban hasta Montserrat. Como señala Carles Salmerón i Bosch en su libro dedicado al tren de Montserrat, a comienzos del siglo XVII era normal que en las principales festividades se reunieran en la abadía más de 7.000 personas, cifra que se elevaba hasta cerca de 10.000 en las fechas más señaladas.

Para facilitar el acceso a los fieles pronto se pensó en mejorar las comunicaciones con la abadía y en 1698 se transformó el antiguo camino de acceso en una carretera. De este modo, se podía ascender con facilitad y sobre ruedas, cómodamente montados en un carruaje arrastrado por mulas o caballos.

Un tren del ferrocarril de cremallera de Montserrat circula por uno de los tramos más agrestes de su trazado. Postal comercial. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La siguiente mejora en las comunicaciones de la abadía de Montserrat llegó de la mano de una empresa ferroviaria, la concesionaria de la línea de Barcelona a Zaragoza, que pasaba por las proximidades. Para atraer nuevos clientes a sus trenes esta compañía decidió, en 1859, construir una carretera desde su estación de Castellbell hasta el monasterio. Desde entonces, una empresa de diligencias facilitó el enlace entre el ferrocarril y el santuario, proporcionando un acceso más cómodo y seguro.

Pese a la mejora que supuso la nueva carretera y las diligencias, éstas seguían siendo insuficientes ante el creciente número de peregrinos. En consecuencia, en 1878, Joaquín Carrera Sariol, ingeniero del ferrocarril de Barcelona a Francia por Figueres, asociado con el empresario José María González, propuso estudiar la construcción de un ferrocarril hasta el santuario.

Ante el enorme desnivel a vencer, la única solución viable para el ferrocarril era establecer un sistema de cremallera que permitiera superar los inconvenientes de la baja adherencia entre la rueda y el carril. Aunque esta tecnología se conocía prácticamente desde los inicios del tren, lo cierto es que el primer servicio comercial, el del Mount Washington, en New Hampshire (Estados Unidos), no se había completado hasta nueve años antes, en 1869, mientras que el primero del continente europeo, el Vitznau-Rigi Bahn, en Suiza, diseñado por el ingeniero Niklaus Riggenbach, se había inaugurado en 1871. Se trataba, por tanto, de una opción muy novedosa en la época.

Un tren del ferrocarril de cremallera cruza el paso a nivel con la carretera a Montserrat. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El propio Riggenbach asesoró a los promotores del ferrocarril de Montserrat para el diseño de su línea, en la que estaba previsto utilizar el sistema de cremallera diseñado por este facultativo suizo. Así, elaboraron un proyecto para la construcción de un «Ferrocarril, en parte funicular a engranage, desde la estación de Monistrol, en la línea de Zaragoza a Pamplona y Barcelona, al Monasterio de Montserrat».

El ferrocarril propuesto consistía en una línea de vía única y ancho de vía internacional, de 1.435 milímetros, con lo que no hubiera sido factible el tráfico combinado con la línea de ancho convencional español en Monistrol. Su longitud sería de 7.459,54 metros, de los que los 2.686,63 primeros serían de simple adherencia y el resto de cremallera, con rampas máximas de 217,6 milésimas.

Una vez elaborado el proyecto, éste emprendió su tramitación administrativa. El 5 de enero de 1882 una Real Orden autorizó su construcción y, previamente, el 31 de diciembre de 1881, se constituyó con este fin la sociedad de Ferrocarriles de Montaña a Grandes Pendientes. Esta empresa obtendría la concesión definitiva para su construcción y posterior explotación por el plazo habitual de 99 años el 27 de julio de 1882.

Fotografía de fábrica de la locomotora número 8 del ferrocarril de cremallera de Montserrat, construida por SLM en Winterthur (Suiza). Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La construcción

Una vez obtenida la concesión, y tal y como establecía la legislación ferroviaria de la época, se iniciaron las obras de construcción. Sin embargo, éstas se desarrollaron a un ritmo exasperantemente lento debido a las dificultades económicas de sus promotores, pero, también, a sus limitaciones técnicas e inexperiencia en esta clase de ferrocarriles.

Para desbloquear la situación, Ferrocarriles de Montaña a Grandes Pendientes recurrió a uno de los mayores expertos de la época, el suizo Roman Abt, que había desarrollado su propio sistema de cremallera. Con su asesoramiento, se modificó el proyecto inicial, se decidió implantar la cremallera en todo el recorrido, lo que facilitaría una explotación más racional, se modificó el trazado y se optó por el ancho de vía a un metro, con lo que se reducía el gálibo, las explanaciones y las expropiaciones, es decir, se abarataba la construcción. Además, el complejo sistema de cremallera de Riggenbach se sustituyó por el de Abt, más económico y sencillo.

La principal obra de fábrica del ferrocarril de cremallera de Montserrat era el puente metálico sobre el río Llobregat. Fotografía de Adolfo Zerkowitz. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Mientras se redactaba el nuevo proyecto, la concesión estaba a punto de caducar, por lo que fue preciso solicitar una prórroga, que fue concedida el 11 de julio de 1890. Además, el 10 de abril de 1891 el Gobierno autorizó todos los cambios propuestos en el nuevo proyecto, mientras que el apoyo financiero de la Union des Banques Suisses parecía despejar los problemas financieros.

Pese a estas buenas noticias, todavía quedaba por salvar un último escollo: la autorización para construir la estación superior por parte de la abadía. Aunque el propio abad, Josep Deàs, se manifestaba a favor del proyecto, existía una fuerte oposición entre los que pensaban que el tren desmerecería el espíritu de mortificación y sacrificio de los peregrinos que durante siglos habían ascendido hasta el santuario superando toda clase de dificultades, mientras que otros temían que la invasión de turistas que favorecería el tren desvirtuaría la espiritualidad y el misticismo del lugar. Afortunadamente, se pudieron superar todas las reticencias y el 14 de julio de 1891 la empresa promotora recibió todos los permisos por parte de la asamblea monástica.

Superados todos los escollos, en septiembre de 1891 las obras retomaron su actividad, con más de 150 obreros bajo la dirección del ingeniero suizo Julien Chappuis. Finalizado el año ya se había completado la explanación de los tres primeros kilómetros y, con la ayuda de explosivos se estaba perforando el túnel de los Apóstoles. Entre tanto, diversas empresas suizas fabricaban buena parte de los equipos necesarios: los coches, las cremalleras o los tramos metálicos del puente sobre el Llobregat, mientras que la construcción de las primeras locomotoras se contrató con la firma francesa Cail. Por su parte, la Dortmunder Union de Alemania suministró los carriles y, también, las traviesas, que eran metálicas, ya que con este sistema, además de más ligero que las de madera, aseguraba un perfecto empotramiento en el balasto, algo muy importante en líneas con grandes pendientes, y facilitaba la sujeción de la cremallera.

En la primavera de 1892 llegaron las primeras locomotoras y una de ellas cruzó el gran puente tendido sobre el río Llobregat el 27 de junio. Esta estructura metálica era la obra de mayor envergadura de la línea, ya que contaba con 117,6 metros de longitud y constaba de tres tramos. También tenía cierta entidad el puente sobre la riera de Mara, de sillería y 20 metros de luz. Por lo demás, el trazado de la nueva vía se ceñía al máximo a la difícil orografía de la sierra de Montserrat y, en consecuencia, únicamente se perforaron dos túneles, el primero, conocido como el del Ángel, apenas contaba con 11 metros de longitud, mientras que el de los Apóstoles era algo mayor, con una galería de 235 metros.

Vista del tren de cremallera de Montserrat a su paso por el puente de fábrica sobre la riera de Mara. Fotografía de Adolfo Zerkowitz. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La inauguración

Durante el verano de 1892 la construcción de la línea estaba prácticamente concluida. Sin embargo, la falta de autorizaciones y la realización de diversas pruebas fueron retrasando la inauguración definitiva. Finalmente, el 4 de octubre se formó un tren especial para trasladar a varias autoridades locales como el gobernador civil, el director general de arquitectura o el marqués de Monistrol. Sin embargo, según relata Carles Salmerón, la experiencia resultó bastante accidentada, ya que en el punto más difícil del trayecto se averió la locomotora y fue preciso descender hasta Monistrol para sustituirla por otra máquina.

Dos días más tarde tuvo lugar la inauguración definitiva, con la solemnidad propia de la época, acentuada al coincidir con la celebración en el monasterio del 400 aniversario del descubrimiento de América. Para facilitar el acto, la Compañía del Norte, entonces titular del ferrocarril de Barcelona a Zaragoza, organizó un tren especial que partió de la estación de la capital catalana a las 5:53 de la madrugada, para llegar a la de Monistrol a las 8:18.

Para incrementar los atractivos de Montserrat se construyeron dos funiculares, a la cima de Sant Joan y a la Santa Cova. Postal Comercial. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En Monistrol esperaba un tren especial formado por la locomotora de vapor número 5, bautizada con el nombre de abad deás, en homenaje al rector de la abadía, Josep Deàs, que había facilitado la autorización para establecer la estación superior, en cabeza de un solitario coche salón, el A-1, construido por la firma Schweizerische Industrie-Gesellschaft, lujosamente engalanado con banderas suizas y españolas. Tras realizar una breve parada en la estación de Montserrat-villa para que pudiera subir el párroco de la localidad, el tren inaugural prosiguió su marcha hasta alcanzar el santuario a las 9:11 horas.

Tras los discursos y actos religiosos de rigor, al mediodía se ofreció un suculento banquete a los invitados y a las 16:30 el obispo de Barcelona bendijo las instalaciones y el material móvil. Por último, a las 17:54 partió el tren hacia Monistrol, para abordar en esta estación un tren de la Compañía del Norte con el que todos los invitados llegaron a Barcelona a las 21:25.


La apertura del «aeri» de Montserrat, más espectacular y, sobre todo, más rápido, afectó a la demanda del ferrocarril de cremallera. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Una explotación con altibajos

Los inicios del cremallera de Montserrat no fueron fáciles, ya que la demanda en los primeros años fue muy inferior a la que esperaban sus promotores. Es preciso tener en cuenta que sus potenciales clientes no disponían de billetes combinados con el ferrocarril del Norte, mientras que si disfrutaban de esta ventaja los que seguían optando por las diligencias de la Sociedad de Coches y Tartanas. Sin embargo, la mayor comodidad y rapidez del tren fue restando viajeros a los servicios por carretera hasta que, tras un acuerdo con el tren de cremallera, se suprimieron en 1895.

En 1900 el tren de cremallera superó por primera vez la cifra de 80.000 viajeros anuales, cantidad que, con algunas oscilaciones, iría ascendiendo poco a poco hasta alcanzar los 103.000 en el año 1913, lo que, en buena medida, fue posible gracias a la construcción de un nuevo trazado de acceso a la estación de Monistrol de la Compañía, abierto el 22 de abril de 1905, que facilitó notablemente el trasbordo con los trenes de vía ancha.

La llegada de un nuevo ferrocarril a la comarca, la vía métrica que en la actualidad opera Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya entre Barcelona y Manresa, facilitó la llegada de más viajeros. Para poder atenderlos, el cremallera construyó una variante de trazado de 973,53 metros con los que acercó sus vías a las del nuevo tren, que se inauguró el 23 de enero de 1923. Unos años antes, otra empresa, la Compañía Anónima de Funiculares y Ascensores había construido un funicular desde las inmediaciones de la abadía hasta la cima de Sant Joan, inaugurado el 1 de septiembre de 1918, añadiendo nuevos atractivos a los peregrinos y excursionistas.

Un tren del ferrocarril de cremallera espera emprender la marcha en la estación de Montserrat. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En 1923, la Compañía Anónima de Funiculares y la de Ferrocarriles de Montaña a Grandes Pendientes se fusionaron. Ese mismo año, el tren de cremallera atendió a más de 177.000 personas y los nuevos rectores de la sociedad decidieron implicarse en más proyectos, como la construcción de un segundo funicular entre la abadía y la Santa Cova, abierto en 1929, o un nuevo tren de cremallera a otro santuario mariano, en concreto, el de Nuria (Girona), inaugurado el 22 de marzo de 1931.

La positiva marcha del cremallera, que en 1929 superó los 190.000 viajeros, se vio truncada en los años treinta, tanto por la aparición de un nuevo competidor, el «aeri», un teleférico inaugurado el 17 de mayo de 1930 que desde entonces comunica la abadía con el ferrocarril de vía métrica de forma más rápida y espectacular, como por el clima político de la segunda república, poco proclive a las grandes manifestaciones religiosas. En consecuencia, en 1935 apenas se transportaron poco más de 85.000 personas.

El fogonero revisa su locomotora antes de iniciar la marcha en la estación de Monistrol. Se aprecia, entre los carriles, las láminas del sistema de cremallera Abt. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Durante la guerra civil, el servicio prestado por el cremallera de Montserrat fue muy irregular y siempre vinculado a la evolución de los acontecimientos políticos y bélicos. La conversión de la abadía en un hospital militar exigió establecer circulaciones tanto para trasladar a los heridos que llegaban a Monistrol en trenes ambulancia por las vías de la Compañía del Norte, como para el personal sanitario y los familiares y allegados que visitaban a los pacientes.

Finalizada la guerra, y pese a que en la retirada republicana se incendió la cochera situada junto a la estación del Norte en Monistrol, con la pérdida de una locomotora y siete coches de viajeros, no se destruyeron otros elementos fundamentales, como el gran puente sobre el Llobregat, al no explotar las cargas que se habían colocado en él. Así, aunque el servicio se suspendió el 24 de enero de 1939, pocos días después, el 8 de febrero, los trenes del ferrocarril de cremallera volvieron a circular.

En los años cuarenta la demanda del ferrocarril de cremallera de Montserrat se incrementó de forma notable. Excursión de trabajadores de La Maquinista Terrestre y Marítima. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Un final accidentado

Tras la guerra civil, el clima de fervor religioso impulsado por los vencedores favoreció la rápida recuperación del tráfico de viajeros en el cremallera de Montserrat. Así, en 1947, año en que se celebró la entronización de la Virgen de Montserrat, la demanda ascendió hasta los 273.359 viajeros, el récord histórico de la línea.

La positiva situación de la línea se truncó el 25 de julio de 1953. Esa jornada, festividad de Sant Jaume, el ferrocarril estableció un servicio especial, pero cuando uno de ellos ascendía, la avería de su locomotora provocó su retroceso y la colisión con el tren que le precedía. Como consecuencia de la colisión, ambos se prosiguieron su caída y solo la pericia del maquinista de un tercer tren pudo detener su marcha, al lograr detenerse, retroceder y adecuar su velocidad a la de los que descendían sin control. El trágico balance de esta sucesión de choques fue de ocho muertos y 122 heridos, 16 de ellos de gravedad.

Pese a que una vez analizados los vehículos implicados y las instalaciones, y tras la realización de las reparaciones precisas, quince días más tarde se retomó el servicio, este accidente afectó directamente a la demanda. Este hecho, unido al progresivo desarrollo de los transportes mecánicos por carretera, se tradujo en una rápida reducción de los usuarios, que en 1956 fueron poco más de 81.000 personas.

Tras la clausura en 1957, las instalaciones del ferrocarril de cremallera de Montserrat quedaron abandonadas. Estación de Monistrol-villa. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Aunque Ferrocarriles de Montaña a Grandes Pendientes solicitó su inclusión en el Plan de Ayuda y Mejora de los ferrocarriles de vía estrecha aprobado por el Ministerio de Obras Públicas en 1953, con propuestas que incluían la electrificación de la línea de Montserrat, finalmente no logró reunir los recursos necesarios para la modernización del servicio. En consecuencia, y ante el progresivo incremento de su déficit de explotación provocada por la constante caída del tráfico, el 29 de enero de 1957 la concesionaria se vio obligada a solicitar el cierre de la línea, que se verificó el 12 de mayo de dicho año.


viernes, 10 de octubre de 2025

MEMORIAS DEL FERROCARRIL

Portada del número 1 de Memorias del Ferrocarril


Recientemente ha llegado a los kioscos una nueva publicación, Memorias del Ferrocarril. Con el apoyo de Abomey-Maquetren, editora de publicaciones tan conocidas en este ámbito como la veterana Maquetren o, desde hace ya más de veinte años, de la prestigiosa Revista de Historia Ferroviaria, dos de los antiguos miembros del Consejo de Redacción de esta última, Joan Alberich y Juanjo Olaizola, unidos a dos firmas de indudable prestigio en el panorama del ferrocarril en nuestro país, las de Manuel González Márquez y Alberto García Álvarez, han decidido dar vida a esta nueva revista.

El objetivo de Memorias del Ferrocarril no es otro que ahondar en la investigación y divulgación de todas las facetas de la historia del ferrocarril en nuestro país; las empresas, la ingeniería y la arquitectura, el material móvil, los fabricantes o quienes les han dado vida; trabajadores y clientes. Para ello, y como garantiza la trayectoria de quienes forman su Consejo de Redacción, su propósito es aunar el rigor de los textos con la calidad de un notable aparato gráfico que ayude a documentar y comprender lo mejor posible el devenir de nuestros ferrocarriles a lo largo del tiempo.

Inicio del artículo dedicado a los automotores WMD-1 y 2 de la Compañía del Norte


Como todo proyecto editorial, Memorias del Ferrocarril nunca podrá avanzar sin la ayuda de sus lectores. Por ello, su Consejo de Redacción les anima a aportar quejas, sugerencias, iniciativas y, por supuesto, también a publicar sus trabajos en esta nueva revista. Para ello ponen a disposición de sus lectores un buzón de correo electrónico: memoriasferrocarril@gmail.com. 

En este primer número, el lector podrá encontrar un amplio artículo sobre los más variados aspectos ferroviarios de la Exposición Internacional que se celebró en Barcelona en 1929, obra de Joan Alberich. El mismo autor también publica un trabajo, continuación de otros ya aparecidos en la Revista de Historia Ferroviaria sobre los primeros automotores de la vía ancha española, en este caso, los WMD-1 y 2 de la Compañía del Norte. Por último, la sección Memoria Fotográfica presenta una amplia colección de imágenes captadas por el austriaco Reimar Holzinger, una persona muy destacada en el mundo del ferrocarril, experto en aparatos de vía que colaboró, entre otras muchas obras, en el diseño de los del AVE de Madrid a Sevilla, autor de muchos de los listados de fábrica de locomotoras de vapor que han servido de referencia para otros muchos investigadores, y muy comprometida en la defensa de cualquier causa justa en defensa de los oprimidos.

Locomotora eléctrica de los Altos Hornos de Vizcaya en Sagunt (València), fotografiada en 1965 por Reimar Holzinger. Fondo Ingo Hüetter. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


Con una periodicidad semestral, el próximo mes de marzo aparecerá el segundo número de Memorias del Ferrocarril cuyo contenido, seguro, resulta tan o más estimulante, riguroso y variado como el primero.

miércoles, 8 de octubre de 2025

DE STOCKTON A DARLINGTON, DOS SIGLOS DE HISTORIA FERROVIARIA (y IV)

 

La locomotora de vapor «Espinal» maniobra por la playa de vías del Museo Vasco del Ferrocarril de Euskotren durante la celebración del último Día Internacional de los Museos, el 18 de mayo de 2025. Fotografía de Juanjo Olaizola
 

ESPINAL

En 1823 George Stephenson, con su hijo Robert y el apoyo financiero de Edward Pease y Thomas Richarson fundó la Robert Stephenson & Company, con el propósito de construir locomotoras de vapor. Para ello establecieron sus talleres en la calle Forth, en Newcastle on Tyne.

Esta empresa, la primera del mundo destinada específicamente a la construcción de locomotoras de vapor, pronto se consolidó, primero, tras el éxito de las máquinas que suministró al ferrocarril de Stockton a Darlington y, posteriormente, tras el triunfo en Rainhill de la «Rocket» y la fabricación de las locomotoras del ferrocarril de Manchester a Liverpool. De sus talleres salieron, además, máquinas para algunos de los primeros ferrocarriles de los Estados Unidos, Francia, Bélgica, Alemania, Italia o Rusia.

En 1902 Robert Stephenson & Co. trasladó sus instalaciones a Darlington, donde continuó con la producción de locomotoras, que solo se vio interrumpida por la Primera Guerra Mundial, en la que durante unos años se dedicó a la fabricación de material bélico. Finalizada la contienda volvió a su actividad habitual. En 1937 adquirió las instalaciones de Hawthorn, Leslie & Co. en la que a su vez se había integrado años atrás otra firma histórica, Black Hawthorn. En 1944, Vulcan Foundry, filial de English Electric, adquirió los talleres de Robert Stephenson y mantuvo la producción de locomotoras hasta 1962.

Pese a su incuestionable pedigrí, en España no han abundado las locomotoras construidas por Robert Stephenson. En 1852 el Ferrocarril de Valencia al Grau adquirió dos máquinas del tipo 1-2-0, seguidas de otras dos del mismo rodaje suministradas en 1857 al ferrocarril de Córdoba a Sevilla. El ferrocarril de Bobadilla a Algeciras contó con un sólo ejemplar, tipo 0-3-0, fabricado en 1882, al que siguieron en 1887 las dos que recibió el ferrocarril minero de Orconera en Bizkaia. Finalmente, en 1953 el Ferrocarril de Río Tinto adquirió cinco hermosas locomotoras tipo 1-3-0+3T, popularmente conocidas como «Gildas».

Placa de construcción de la locomotora de vapor «Espinal» que refleja su construcción en los talleres Robert Stephenson & Co. de Newcastle. Fotografía de Juanjo Olaizola

Precisamente una de las locomotoras construidas para el ferrocarril minero de La Orconera, bautizada con el nombre de «Espinal» y que recibió el número de fábrica 2631, se conserva en la actualidad en el Museo Vasco del Ferrocarril, institución que gestiona la sociedad pública del Gobierno Vasco Euskotren. Aunque se trata de una modesta locomotora diseñada para realizar maniobras en las minas y embarcaderos de este ferrocarril, esta máquina es, en la actualidad, la más antigua de todas las construidas en los talleres fundados por los Stephenson operativa en el mundo. Durante las jornadas especiales que celebra esta institución, la «Espinal» vuelve a la vida y se pavonea con orgullo ante los visitantes.

lunes, 6 de octubre de 2025

DE STOCKTON A DARLINGTON, DOS SIGLOS DE HISTORIA FERROVIARIA (III)

 

La concepción mecánica de la «Locomotion» era aún muy primitiva, con cilindros verticales integrados en la caldera y una transmisión del movimiento mediante un complejo sistema de balancines y bielas

¿EL PRIMER FERROCARRIL DEL MUNDO?

No es voluntad del autor de estas líneas ser un aguafiestas, máxime cuando todo el mundo ferroviario, especialmente en Gran Bretaña, conmemora este mes de septiembre el bicentenario del ferrocarril de Stockton a Darlington como el primero del planeta, pero, ¿realmente lo es?

Como ya se ha señalado, desde la más remota antigüedad se conocían los caminos guiados. A finales del siglo XVIII ya era común el uso de vías metálicas en minas y canales y en 1805 Trevitick hizo rodar sobre ellas la primera locomotora de vapor. Posteriormente, diversas minas británicas emplearon esta clase de máquinas, por lo que, el de Stockton a Darlington no fue, ni mucho menos, el primer ferrocarril en el sentido más estricto del término.

Representación de la locomotora «Rocket» ante sus rivales «Sans Pareil» y «Novelty» en el concurso de Rainhill

Aunque los primeros ferrocarriles se establecieron exclusivamente para el transporte de mercancías, sobre todo el carbón de las minas británicas, ya en 1796 se había construido en West Yorkshire el Lake Lock Rail Road, el primer ferrocarril de servicio público que transportaba tanto viajeros como mercancías. En consecuencia, tampoco fue el de Stockton a Darlington pionero en este sentido. Entonces, ¿Por qué muchos consideran esta línea como el primer ferrocarril del mundo?

Entre los aspectos más relevantes del Stockton a Darlington cabe señalar su gran longitud, cerca de 40 kilómetros, una distancia muy notable para la época. Además, se considera que fue el primero en ofrecer un servicio de viajeros operado con tracción vapor, lo que solo es cierto parcialmente. En efecto, como se ha señalado, en el viaje inaugural, aunque la mayor parte de los invitados montaron sobre los vagones destinados al transporte de carbón, la junta directiva del ferrocarril lo hizo en un coche específicamente diseñado para el servicio de viajeros, bautizado como «Experiment», por lo que, probablemente, fue la primera circulación de pasajeros impulsada por una locomotora de vapor. Sin embargo, como ya se ha señalado, este primer viaje no tuvo continuidad, y durante muchos años los trenes de viajeros fueron arrastrados entre Stockton y Darlington por mulas y caballos.

Un siglo más tarde, las descendientes de la «Rocket» cuadruplicaban su velocidad, al alcanzar los 200 kilómetros por hora. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Por todo ello, otros muchos historiadores se inclinan por considerar la línea de Liverpool a Manchester como el primer ferrocarril moderno del mundo. En efecto, fue el primero del planeta diseñado para ser operado en exclusiva mediante fuerza mecánica, mientras que, cuando fue inaugurado el 15 de setiembre de 1830, en la línea de Stockton a Darlington todavía convivían las locomotoras de vapor con el motor de sangre, especialmente en el servicio de viajeros. Además, las vías del tren de Liverpool se tendieron con una separación entre sus carriles de media pulgada superior a la línea de Darlington, con lo que se estableció el ancho de vía que, en la actualidad, se considera el internacional de 1.435 milímetros. Por último, la locomotora que venció en el concurso de Rainhill, la «Rocket», era técnicamente muy superior y notablemente más evolucionada que la «Locomotion», pues contaba con avances que sentaron las bases definitivas para el desarrollo de estas máquinas, entre los que destacan el acoplamiento directo de los motores a las ruedas, el tiro forzado mediante el escape del motor y el uso de calderas multitubulares, desarrolladas por el francés Marc Seguin, que permitían producir el gran volumen de vapor que necesitaban para su correcto funcionamiento.


lunes, 29 de septiembre de 2025

DE STOCKTON A DARLINGTON, DOS SIGLOS DE HISTORIA FERROVIARIA (II)

 

Retrato de George Stephenson realizado por el pinto John Lucas

GEORGE STEPHENSON 

 

Considerado como el padre del ferrocarril, George Stepenshon vino al mundo en Wylam, Northumberland, el 9 de junio de 1781, en el seno de una familia humilde y como era habitual en la época, analfabeta. Su padre, Robert, trabajaba en las minas de carbón de su localidad natal, Wylam, como fogonero en las máquinas de vapor de bombeo.

 

Sin posibilidades económicas para recibir una formación básica, George Stephenson trabajó desde niño en varias minas, hasta que con 17 años alcanzó el puesto de fogonero en las vecinas explotaciones de Water Row. Con los magros ingresos que le proporcionaba su salario, pudo pagar los gastos de una escuela nocturna, alfabetizarse a los 18 años y cursar sus primeros estudios de aritmética.

 

En 1811, tras reparar con éxito una bombeadora en las minas de Killngworth, George Stephenson fue nombrado ingeniero y responsable del mantenimiento y reparación de todas las máquinas de vapor de esta empresa. En ellas, preocupado por los frecuentes accidentes provocados por el gas grisú, diseñó y patentó una lámpara de seguridad que evitaba las deflagraciones.

 

Mientras perfeccionaba su lámpara, en 1814 Stephenson construyó su primera locomotora de vapor, inspirada en una máquina diseñada por el ingeniero Matthew Murray, y que bautizó con el nombre de «Blücher». Su diseño fue capaz de remolcar un tren de 30 toneladas a la velocidad de 6,5 kilómetros por hora. Tras el éxito de esta máquina, la empresa minera le encomendó la fabricación de nuevas locomotoras, tanto para sus minas como para el vecino ferrocarril de las minas de Hetton. En 1817 construyó la primera locomotora del mundo de tres ejes para el ferrocarril de Kilmarnock & Troon.

 

Estas primeras locomotoras resultaban muy pesadas para las vías de la época, por lo que Stephenson estudió nuevos diseños de carriles forjados que fueran capaces de soportarlas. Estos nuevos materiales fueron empleados en su siguiente proyecto, los trece kilómetros del ferrocarril de Hetton, inaugurado en 1820.

 

Como se ha señalado, a partir de 1821 Stephenson dirigió las obras del ferrocarril de Stockton a Darlington en compañía de su hijo Robert. Para suministrar las nuevas locomotoras que necesitaría la línea, ambos se asociaron con Edward Pease para levantar en Newcastle una fábrica que recibiría el nombre de Robert Stephenson & Company.

 

Tras el de Darlington, Stephenson trabajó en nuevos proyectos ferroviarios, como el Bolton & Leigh Railway y, sobre todo, el de Liverpool a Manchester, donde superó los graves problemas que ofrecía la orografía, sobre todo el paso por la inestable turbera de Chat Moss, así como la construcción de algunas trincheras y terraplenes de notable envergadura. Además, su locomotora «Rocket» venció en el concurso de Rainhill, organizado por los promotores de la línea para seleccionar el mejor modelo, tras superar las prestaciones de otras tres máquinas de vapor rivales.

 

El éxito del ferrocarril de Liverpool a Manchester, inaugurado el 15 de septiembre de 1830, impulsó el definitivo desarrollo de este medio de transporte y muchos promotores quisieron contar con los servicios de Stephenson y, por supuesto, con las locomotoras que construía con su hijo en Newcastle. Así, participó en las obras del ferrocarril de Leicester a Swannington, abierto en 1832, y más tarde en el Grand Junction, el North Midland, o las líneas de Manchester a Leed, de Birmingham a Derby o la de Sheffield a Rotherham. Además, sus locomotoras se exportaron a Bélgica, Francia, Alemania, Rusia o Italia, contribuyendo a difundir el ancho de vía implantado en la línea de Liverpool a Manchester, cuatro pies, ocho pulgadas y media, es decir, los 1.435 milímetros del considerado actualmente como ancho de vía internacional.

 

En 1845 George Stephenson viajó a España, donde algunos empresarios británicos se proponían construir un ferrocarril desde Santander hasta Alar del Rey, donde enlazaría con el canal de Castilla, sin desdeñar la posible prolongación de la futura vía férrea hasta alcanzar Madrid. Las grandes dificultades orográficas a vencer y el escaso tráfico previsible hicieron que el gran ingeniero británico desaconsejase su realización. Tres años más tarde, ya prácticamente retirado, falleció a los 67 años en su casa de Chesterfield, el 12 de agosto de 1848, apenas dos meses antes de que se inaugurase el primer ferrocarril en la península ibérica entre Barcelona y Mataró.