martes, 14 de enero de 2025

EL METRO DE BARCELONA CUMPLE SU PRIMER CENTENARIO (IV)

 

Detalle de la bifurcación de la estación de Aragón entre los ramales del Gran Metro de Barcelona. En la parte inferior de la imagen se aprecian las vías descendentes hacia la Rambla (izquierda) y la Vía Laietana (derecha), mientras que en la superior se observa el puente metálico con la que la vía ascendente de la Rambla cruzaba sobre ambas. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Un puente subterráneo

Los ferrocarriles metropolitanos cuentan con notables obras de infraestructura que, por lo general, pasan completamente desapercibidas al encontrase soterradas en el subsuelo. De este modo, no son apreciadas desde el exterior y difícilmente pueden ser observadas por los viajeros. Únicamente los maquinistas y, naturalmente, el personal encargado del mantenimiento de vías y galerías tienen conocimiento de su existencia.

Como todas las redes de metro del mundo, el de Barcelona cuenta con varias obras singulares totalmente desconocidas. Entre ellas, cabe destacar las que exigió la construcción de la bifurcación de la red del Gran Metro de Barcelona a la salida de la estación de Aragón, donde se dividía, por una parte, hacia la Rambla y, por la otra, hacia la Vía Laietana.

Para evitar posibles colisiones entre los trenes que pudieran converger desde los ramales de Rambla y de la Vía Laietana, los rectores del Gran Metro decidieron que éstos se cruzaran a distinto nivel. Para ello, fue necesario instalar en el interior del túnel un puente metálico con el que la vía ascendente procedente de La Rambla cruzaba sobre la del ramal de la Vía Laietana.


viernes, 10 de enero de 2025

EL METRO DE BARCELONA CUMPLE SU PRIMER CENTENARIO (III)

 

La 1 de Barcelona es la única línea de metro del mundo equipada con el ancho de vía de 1.672 milímetros. Fotografía de Jordi Escudé i Coll

EL DATO

Una red, dos operadores, tres anchos

En la actualidad, la red de ferrocarril metropolitano de Barcelona cuenta con 152 kilómetros de longitud y 181 estaciones, pero, por razones históricas, su operación está dividida entre dos empresas públicas, Transports Metropolitans de Barcelona y Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya. La primera de ellas gestiona 8 líneas, que suman 133,4 kilómetros que son el fruto de la evolución histórica de los antiguos Gran Metro y Transversal, así como de los diferentes trayectos construidos por la sociedad pública municipal Ferrocarril Metropolitano de Barcelona a partir de 1960. Por su parte, las cuatro restantes, que representan otros 18,6 kilómetros de túneles, tienen su origen en el progresivo soterramiento, tanto del antiguo ferrocarril de Barcelona a Sarriá iniciado en 1929, como de la integración urbana de la línea de vía estrecha de Barcelona a Manresa en la ciudad.

Durante décadas, las líneas operadas por la sociedad pública municipal del Ferrocarril Metropolitano de Barcelona y las que gestionaban las antiguas empresas privadas Ferrocarril de Barcelona a Sarriá y la Compañía General de Ferrocarriles Catalanes, ambas integradas en Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya en 1978, funcionaron de forma totalmente independiente, lo que, desde luego, no beneficiaba al ciudadano. Por ello, a partir de la integración tarifaria de los transportes urbanos de la ciudad condal puesta en marcha en 2001, se procedió a integrar también estos servicios en la red metropolitana.

Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya opera en ancho de vía internacional las líneas 6, 7 y 12 de la red de metro de Barcelona. En la imagen, un tren de este operador en la estación de la avenida del Tibidabo. Fotografía de Jordi Escudé i Coll

La integración de las líneas de los Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya en la red de metro de Barcelona culminó el 15 de diciembre de 2003, cuando los servicios de la empresa regional pasaron a denominarse como las líneas 6, 7, 8 y 12 del metropolitano. La primera de ellas enlaza la plaza de Catalunya con Sarriá, la segunda con la avenida del Tibidabo, la tercera, la plaza de España con Molí Nou, y la última es un pequeño ramal, de apenas 600 metros, que enlaza Sarriá con Reina Elisenda.

Otra de las características más llamativas de la red de metro de Barcelona es la coexistencia de hasta tres anchos de vía diferentes, un caso único en el mundo. Como se ha señalado, la primera línea de metro de la ciudad, la impulsada por la sociedad del Gran Metro, se estableció en ancho de vía internacional de 1.435 milímetros. Sin embargo, en la segunda, el Transversal, dada su vocación de conectar las redes ferroviarias que convergían en la capital catalana, se implantó con el ancho de vía español de 1.672 milímetros.

La línea 8 del metro de Barcelona, entre la plaza de España y Molí Nou, es operada por Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya y cuenta con ancho de vía métrico. Estación de Plaza de España. Fotografía de Jordi Escudé i Coll

Las restantes líneas de metro construidas a partir de los años cincuenta también se implantaron con el ancho de vía internacional, medida que también utilizaba el ferrocarril de Barcelona a Sarriá desde 1905 y que se empleó asimismo en sus ramales a la avenida del Tibidabo y a Reina Elisenda. Sin embargo, la línea de Barcelona a Manresa, cuyo tramo inicial entre la plaza de España y Molí Nou constituye la actual línea 8, se estableció en vía métrica, galga que mantiene en la actualidad.

En la actualidad, las líneas 2, 3, 4, 5, 6, 7, 9, 10, 11 y 12 de la red de ferrocarril metropolitano de Barcelona, que suman 120 kilómetros, cuentan con ancho de vía internacional. Por su parte, los 20,7 kilómetros de la línea 1 son de ancho español, mientras que los 11,3 de la línea 8 son de vía métrica.


 

miércoles, 8 de enero de 2025

EL METRO DE BARCELONA CUMPLE SU PRIMER CENTENARIO (II)

 

Retrato de Santiago Rubió Tuduri

SANTIAGO RUBIÓ TUDURÍ


Uno de los personajes clave en la construcción de la primera línea de metro de Barcelona fue el ingeniero Santiago Rubió i Tudurí, autor del proyecto definitivo del Gran Metro.


Natural de Maó (Menorca), donde nació el 30 de junio de 1892, su familia se mudó a Barcelona cuando apenas contaba con cuatro años, por lo que fue en la ciudad condal donde realizó estudios medios en el Instituto General y Técnico, en el que en 1908 culminó el bachillerato. Posteriormente ingresó en la Escuela de Ingenieros Industriales, en la que se graduó en 1915.


Santiago Rubió dedicó buena parte de su actividad profesional a diferentes proyectos ferroviarios. El primero de ellos fue la construcción del funicular de San Joan, en Montserrat, proyecto que realizó entre los años 1917 y 1918. Tras esta experiencia, pasó a dirigir las obras del Gran Metro de Barcelona entre los años 1921 y 1922.


Tras su paso por el metro, Rubió retornó al mundo de los funiculares y en 1924 proyectó el que comunica la localidad barcelonesa de Gelida con la estación de MZA. Además, también estudió la construcción de un transbordador aéreo entre la estación del ferrocarril de Barcelona a Manresa en Olesa de Montserrat y Esparraguera. Cabe señalar que esta propuesta no se materializó hasta el año 2005 y su existencia fue efímera, ya que se clausuró en 2012. También diseñó los pequeños funiculares que funcionaron en la Exposición Universal de Barcelona de 1929 y participó en la construcción de los túneles de la calle Balmes para el ferrocarril de Barcelona a Sarriá, hoy integrado en la red del metro de Barcelona como línea 6.


Durante la República y la guerra civil, Rubió ocupó diversos cargos de responsabilidad en la Generalitat de Catalunya, entre otros, la dirección de la Escuela de Ingenieros y la subsecretaría de Transportes. Para eludir las represalias de los franquistas, al finalizar el conflicto bélico se vio obligado a exiliarse, primero en Francia y, a partir de 1948, en Argentina, país en el que participó en numerosos proyectos de ingeniería civil.


Rubió retornó a Barcelona en 1965, ciudad en la que residió hasta su muerte, a los 87 años de edad, el 4 de marzo de 1980. En la actualidad, su rico fondo personal, formado por correspondencia y documentación vinculada a su actividad profesional y, también, a sus inquietudes sobre el excursionismo, la filología, la literatura y la industria, se conserva en el Arxiu Nacional de Catalunya.


 

jueves, 2 de enero de 2025

130 AÑOS DEL FERROCARRIL CANTÁBRICO (I)

 

Ficha comercial de la locomotora de vapor número 1 “Pas” del Ferrocarril Cantábrico, construida por la escocesa Dübs en 1895. Esta firma se integró en 1903 en la North British. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Un día como hoy, hace 130 años, el 2 de enero de 1895, se inauguró con la solemnidad propia de tan importante evento, el ferrocarril de Santander a Cabezón de la Sal. Esta era la primera sección de la línea de vía métrica que una década más tarde completaría la conexión entre Santander y Llanes, localidad asturiana donde enlazaba con las vías de los Ferrocarriles Económicos de Asturias que prolongaban el viaje a Oviedo. Durante años, este trayecto fue gestionado por dos empresas independientes, el Ferrocarril Cantábrico y los ya citados Económicos, hasta que en 1972 ambas compañías se integraron en la empresa pública Feve.

En 1900 Dübs entregó al Ferrocarril Cantábrico una nueva locomotora, de mayor envergadura que sus cuatro pequeñas predecesoras, con el fin de poder atender con solvencia el tráfico de mercancías. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La vía métrica en el Cantábrico

Durante todo el siglo xix y el primer tercio del xx la construcción de la red ferroviaria española fue acometida por empresas privadas que, en régimen de concesión, gestionaban posteriormente su explotación durante un periodo generalmente establecido en 99 años. En todo caso, la iniciativa privada contaba con importantes subvenciones del Estado, Diputaciones y Ayuntamientos, tanto en capital como en otros recursos como la cesión de terrenos, de madera para la confección de traviesas de los bosques del entorno y otros beneficios, ayudas que en algunos casos llegaron al 50% de la inversión a realizar.

Para que un ferrocarril pudiera recibir una subvención estatal era preciso que su recorrido estuviera incluido en el Plan General de Ferrocarriles aprobado por el Estado. Sin embargo, la Junta Consultiva de Caminos, Canales y Puertos que, en cumplimiento de la Ley de 13 de abril de 1864, debía estudiar el citado Plan, rechazó la inclusión de una línea paralela al cantábrico, decisión fundamentada en las grandes dificultades técnicas de la obra, a través de un terreno cruzado perpendicularmente por profundos y estrechos valles, con lo que el perfil longitudinal estaría plagado de violentas subidas y bajadas. La escasa densidad de población, la baja actividad económica, en vísperas del boom que pocos años después generaría la minería del hierro y el despegue de la industria siderúrgica, así como las tradicionales comunicaciones entre los principales puertos mediante la navegación de cabotaje, contribuyeron a considerar inviable su construcción y posterior explotación.

Personal del Ferrocarril Cantábrico se esfuerza en girar una de las locomotoras de vapor sistema Engerth adquiridas ante el previsible incremento de la demanda que provocaría la conexión con Asturias. Fotografía de Martin von Simson. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Quedar fuera del Plan General de Ferrocarriles implicaba que cualquier proyecto ferroviario entre Oviedo y Santander, así como su continuación a Bilbao y la frontera francesa, no podría percibir las importantes subvenciones que otorgaba el Estado, lo que comprometía su viabilidad económica, salvo que se optara por reducir al máximo la inversión a realizar. En este sentido, la utilización de un ancho de vía inferior al normal se convertía en la mejor alternativa para abaratar su construcción.

Los buenos resultados económicos del primer ferrocarril de vía métrica de servicio público de la cornisa cantábrica, el Central de Vizcaya entre Bilbao y Durango, hizo que su ejemplo pronto se emulara a lo largo de toda la región. De este modo, se pudo garantizar la viabilidad de las empresas ferroviarias de la zona que no podían acceder a las subvenciones estatales.

Las dos compañías llamadas a completar la unión entre Asturias y Cantabria no dudaron en elegir el ancho de vía métrico para garantizar la viabilidad de sus empresas, ya que con él lograrían abaratar notablemente el costo de sus infraestructuras, que se estimaba sería un 35% inferior que en el caso de emplear el ancho de vía normal en España de 1.672 milímetros.

El 20 de julio de 1905 se completó la conexión ferroviaria entre Santander y Oviedo. En la imagen, el tren inaugural en la estación de Llanes espera iniciar el primer servicio a Santander. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

De Santander a Cabezón de la Sal

La construcción de la futura línea entre Oviedo y Santander se inició en la vertiente asturiana, donde el 13 de noviembre de 1891 se abrieron al tráfico los 47 kilómetros que conectaban la capital del principado con Infiesto. Un año antes, el 27 de junio de 1890, el Gobierno había dado el primer paso para la materialización del proyecto en Cantabria, al conceder un ferrocarril de vía métrica de 45 kilómetros entre Santander y Cabezón de la Sal a los empresarios Martín Vidal y Leopoldo Pardo.

La iniciativa del nuevo ferrocarril recibió un notable apoyo por parte de todas las localidades por las que pasarían sus vías, pero, sobre todo, de Torrelavega. Aunque esta industriosa localidad ya contaba con una conexión ferroviaria desde la inauguración del ferrocarril de vía ancha de Isabel II en 1858, ésta era muy deficiente debido al enorme rodeo que realizaba entre ambas poblaciones y, sobre todo, por la lejanía de la estación a su casco urbano.

El proyecto definitivo para la construcción del ferrocarril de Santander a Cabezón de la Sal fue aprobado por el gobierno e 24 de marzo de 1891. Pocos meses más tarde, el 30 de septiembre, se aprobó el pliego de condiciones y el 24 de octubre del mismo año una Real Orden confirmó la concesión otorgada a Martín Vidal y Leopoldo Pardo.

El 23 de julio de 1890, antes incluso de que se completasen todas las formalidades de la concesión, se constituyó en Santander la Compañía del Ferrocarril Cantábrico, con un capital social de 6.650.000 pesetas y el propósito de construir y explotar una línea de vía métrica desde la capital cántabra a Cabezón de la Sal. La transferencia de la concesión a la nueva empresa fue autorizada por el gobierno el 4 de enero de 1892.

Como señala Manolo López-Calderón en su documentadísimo libro sobre la Compañía del Ferrocarril Cantábrico, las obras de construcción de la línea entre Santander y Cabezón de la Sal comenzaron en el entorno de la capital cántabra a finales de 1891. Pese a las dificultades que presentó el paso por algunas zonas de geología compleja como las marismas en las proximidades de la capital cántabra, los trabajos se desarrollaron con normalidad, por lo que a finales de 1894 éstos ya estaban prácticamente ultimados. Así, tras la realización de las preceptivas pruebas, el 2 de enero de 1895 se procedió a su solemne inauguración.

Una de las locomotoras del tipo 131T del Ferrocarril Cantábrico cruza airosa uno de los más destacados puentes metálicos entre Santander y Llanes, en concreto, el viaducto sobre el río Nansa. Fotografía de Harad Navé. Archivo Maquetren

La conexión con Asturias

Iniciado el servicio entre Santander y Cabezón de la Sal, la Compañía del Ferrocarril Cantábrico pronto pudo comprobar que los resultados de la explotación no eran los esperados. Mientras tanto, la rápida industrialización de Santander y Torrelavega incrementaron la demanda de carbón asturiano, por lo que la concesionaria pronto valoró la posibilidad de prolongar sus vías para cubrir los 120 kilómetros de vacío existente hasta Infiesto, donde podrían conectar con las de los Ferrocarriles Económicos de Asturias.

El proyecto del ferrocarril de Cabezón de la Sal a Infiesto fue redactado por el ingeniero Francisco Domenchina. Tras ser adquirido por la Compañía del Ferrocarril Cantábrico, esta empresa logró la oportuna concesión gubernamental el 7 de agosto de 1901.

Pese a contar con la preceptiva concesión, la Compañía del Ferrocarril Cantábrico no disponía de los recursos financieros precisos para afrontar tan notable inversión. Por ello, sus responsables decidieron acordar con los Ferrocarriles Económicos de Asturias la cesión del tramo comprendido entre Infiesto y Llanes, mientras que la empresa santanderina se limitaría a construir la sección entre esta última localidad asturiana y Cabezón de la Sal, de 56 kilómetros.

El 24 de febrero de 1900 los accionistas del Ferrocarril Cantábrico aprobaron la cesión del tramo de Infiesto a Llanes a los Económicos de Asturias, así como el inicio de las obras de la prolongación a partir de Cabezón de la Sal. Un año más tarde, en mayo de 1901, se inició la construcción de la nueva infraestructura y, a comienzos de 1904, ya se había concluido la práctica totalidad de los trabajos, por lo que se inició el montaje de la vía.

En marzo de 1905 las obras de construcción de la sección de Cabezón de la Sal a Llanes estaban prácticamente concluidas, de modo que el último día del mes se pudo realizar el primer viaje de pruebas a lo largo de la nueva vía. A finales de mayo, ya era común el paso de trenes de mercancías, que con su peso contribuían al definitivo asiento de la vía y, por último, el 20 de julio se procedió a la inauguración del trayecto. Ese mismo día también se abrió al servicio la vía de los Ferrocarriles Económicos de Asturias con la que se materializó la conexión entre Santander y Oviedo.

Un tren de viajeros del Ferrocarril Cantábrico, remolcado por una locomotora articulada sistema Engerth, cubre el servicio entre Santander y Oviedo. Fotografía de Harald Navé. Archivo Maquetren

La explotación

La apuesta por ampliar sus vías y buscar la conexión con Asturias fue un acierto y en muy pocos años se cuadruplicó el tráfico de mercancías. Así, si en 1904 los trenes del Ferrocarril Cantábrico transportaron 80.281 toneladas, en 1910 esta cifra se había disparado hasta las 333.705 toneladas. Aunque no de forma tan espectacular, la evolución de los viajeros también fue muy positiva, al pasar de los 393.727 pasajeros de 1904 a los 594.811 de 1910.

Mientras que el tráfico de mercancías se estabilizó en las dos décadas siguientes, el de viajeros experimentó un aumento sostenido y en 1922 se superó, por primera vez, el millón de pasajeros transportados. La crisis económica iniciada en 1929 y la Guerra Civil frenaron esta progresión, pero una vez finalizado el conflicto bélico se recuperó rápidamente y se batieron todos los registros anteriores, al movilizar 2.934.568 personas y más de 540.000 toneladas en 1944.

La buena marcha del negocio animó al Ferrocarril Cantábrico a mejorar sus servicios, con la compra de nuevas locomotoras y vagones, pero la inversión más importante fue la duplicación de la vía entre Santander y Torrelavega, trayecto en el que se estaba consolidando un importante tráfico de cercanías entre las dos poblaciones más importantes de la provincia. Iniciadas las obras en 1946, éstas no se concluyeron hasta el 20 de julio de 1955, fecha que coincidía con el 50 aniversario de la conclusión de la conexión con los Ferrocarriles Económicos de Asturias en Llanes.

Un tren-tranvía, denominación que recibían los servicios de cercanías en la época, abandona la estación de Mar, situada en el tramo de Santander a Torrelavega, el de mayor actividad del Ferrocarril Cantábrico. Fotografía de Harald Navé. Archivo Maquetren

El Ferrocarril Cantábrico también modernizó su material motor, con la progresiva sustitución de la tracción vapor por la diesel. La primera adquisición consistió en unos automotores diesel-eléctricos comprados de ocasión en Francia en una operación conjunta liderada por la vecina Compañía de los Ferrocarriles de Santander a Bilbao y en la que también participaron Económicos de Asturias y Suburbanos de Bilbao. En concreto, Cantábrico y Económicos incorporaron un par de composiciones con las que se pudo establecer servicios directos de Santander a Oviedo que invertían cinco horas y media en cubrir el trayecto entre ambas capitales, frente a las ocho que requerían los trenes de vapor.

A comienzos de los años cincuenta, la incorporación de los automotores diésel-eléctricos Brissonneau et Lotz adquiridos de ocasión en Francia permitió mejorar el servicio directo entre Santander y Oviedo. Fotografía de Rafael Fernández-Llebrez Puché


En 1956 el Ferrocarril Cantábrico puso en servicio su primera locomotora diesel de línea, fabricada en Francia por Alsthom, a la que pronto se unieron otras tres máquinas idénticas construidas bajo licencia en España. Dado su óptimo rendimiento, en 1965 adquirió otras tres unidades similares, algo más potentes, también suministradas por la factoría de la multinacional gala en Tarbes.

En 1956 el Ferrocarril Cantábrico incorporó a su parque motor la primera locomotora diesel de línea, construida por Alsthom en Tarbes (Francia). Fotografía de Lawrence G. Marshall

El parque de locomotoras diesel del Cantábrico se completó con un pequeño tractor de maniobras suministrado en 1962 por la barcelonesa Metalúrgica de San Martín y con otros tres, de mayores dimensiones, construidos por la Sociedad Española de Construcción Naval bajo licencia de las firmas británicas Yorkshire y Rolls Royce. Además, en 1961 incorporó tres elegantes automotores Renault adquiridos también de ocasión a los ferrocarriles de la Bretaña francesa y, a partir de 1965, recibió ocho automotores y cuatro remolques de la alemana MAN.

En 1961 el Ferrocarril Cantábrico amplió su parque de material autopropulsado con la compra de tres automotores diesel Renault adquiridos de ocasión a un ferrocarril de la Bretaña francesa. Fotografía de Rafael Fernández-Llebrez Puché

Pese a todas estas inversiones, el Ferrocarril Cantábrico no pudo eludir las dificultades comunes a otras muchas líneas de vía estrecha españolas del momento. Al progresivo aumento de la competencia de la carretera se unía el rápido incremento de los gastos de explotación, disparados por las mejoras salariales decretadas por el gobierno, que no eran debidamente compensadas con la autorización de nuevas tarifas.

A partir de 1945 el tráfico de viajeros decreció progresivamente hasta estabilizarse en unos dos millones de viajeros anuales, aunque la puesta en servicio de los modernos automotores MAN permitió que mejorase, hasta superar los dos millones y medio. No sucedió lo mismo con las mercancías, que en 1957 marcaron su récord absoluto, con más de 900.000 toneladas transportadas. A partir de ese año inició un rápido declive, hasta las poco más de 300.000 toneladas movilizadas en 1971.

Los automotores diesel MAN protagonizaron la mayor parte de los servicios de viajeros del Ferrocarril Cantábrico y, posteriormente de Feve, entre 1965 y 1985. Fotografía de Rafael Fernández-Llebrez Puché

Consecuencia de la caída de los tráficos e ingresos, en 1971 el Ferrocarril Cantábrico registró, por primera vez en su historia, pérdidas por cerca de dos millones de pesetas. Ante la imposibilidad de enderezar esta trayectoria, la empresa se vio obligada a renunciar a la explotación de sus líneas el 30 de junio de 1972.

La principal inversión realizada por Feve en el antiguo Ferrocarril Cantábrico fue la electrificación de sus vías entre Santander y Cabezón de la Sal. En la imagen, una de las unidades de la serie 3500 de la empresa estatal fotografiada en la estación de Puente de San Miguel. Fotografía de Enric Vives. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

De Feve a Renfe y Adif

Tras el abandono de las concesiones del Ferrocarril Cantábrico, la explotación de la línea de Santander a Llanes fue asumida por Ferrocarriles de Vía Estrecha, Feve. Pocos meses antes, el 4 de abril del mismo año, esta empresa pública también había rescatado las concesiones de los Económicos de Asturias, por lo que toda la línea de Santander a Oviedo, y también las de Santander a Bilbao, a San Sebastián y a la frontera, así como las que continuaban desde la capital asturiana hasta el Ferrol, quedaron en manos del mismo operador.

Feve realizó importantes inversiones para mejorar el servicio de viajeros y, también, el de mercancías, con la incorporación de modernos vagones plataforma con los que potenció el transporte intermodal mediante contenedores, así como tolvas para minerales. En cuanto a los pasajeros, la principal actuación fue la electrificación de la línea entre Santander y Cabezón de la Sal, obra que contribuyó a consolidar el movimiento de cercanías en este trayecto.

La electrificación se abrió al tráfico en dos etapas, la primera, los 30 kilómetros comprendidos entre Santander y Puente de San Miguel, inaugurada el 23 de octubre de 1981, completada hasta Cabezón de la Sal el 20 de diciembre de 1984. El nuevo servicio de cercanías fue asumido por las nuevas unidades de la serie 3500.

Feve renovó la totalidad de las vías del antiguo Ferrocarril Cantábrico entre Santander y Llanes y modernizó sus sistemas de señalización y comunicaciones. Al mismo tiempo, potenció el transporte de mercancías, sobre todo con la interconexión de las siderúrgicas de Asturias y Bizkaia, pero también con la atención de clientes tan importantes como la factoría de Solvay en Barreda. Además, retiró del servicio los trenes diesel más antiguos, reconstruyó los automotores MAN e introdujo modernos trenes diesel para el servicio regional, popularmente conocidos como “Apolos”.

Desde el 1 de enero de 2013 Renfe opera todos los servicios de viajeros en las vías del antiguo Ferrocarril Cantábrico. Estación de Torrelavega. Fotografía de Juanjo Olaizola

La empresa estatal operó el antiguo Ferrocarril Cantábrico hasta el 31 de diciembre de 2012. En esa fecha, el gobierno de España, en su propósito de racionalizar el sector público, decidió disolver Feve e integrar sus servicios de viajeros y mercancías en Renfe, mientras que la gestión de sus infraestructuras pasó a manos de Adif. Ambas empresas públicas gestionan desde entonces este histórico ferrocarril de vía métrica.


lunes, 30 de diciembre de 2024

EL METRO DE BARCELONA CUMPLE SU PRIMER CENTENARIO (I)

 

El 30 de diciembre de 1924 se inauguró la primera línea de metro de Barcelona, entre las plazas de Lesseps y Catalunya. Archivo de la Fundació de Transports Metropolitans de Barcelona

Si alguien busca en Wikipedia o en otras muchas publicaciones, sean digitales o impresas, es fácil que encuentre la fecha de 1863 como el origen del actual ferrocarril metropolitano de Barcelona. Sin embargo, lo que ese año se puso en servicio fue el tren de Barcelona a Sarrià, una línea con vocación urbana, pero establecida en superficie y explotada con locomotoras de vapor. De hecho, no sería hasta el año 1929 cuando, progresivamente, se procedió a su soterramiento y transformación a los parámetros habituales de un metropolitano. Sin embargo, cinco años antes de esta operación, el 30 de diciembre de 1924, se inauguraba en la ciudad condal la primera línea auténticamente metropolitana, hoy conocida como L-3, con trazado subterráneo en su integridad y operada con tracción eléctrica. Su construcción fue impulsada por la sociedad Gran Metropolitano de Barcelona, S.A.

La imagen no refleja medio coche del Gran Metro sino una de las instalaciones más curiosas de la red de metro de Barcelona, el elevador de trenes de las cocheras de Lesseps, situadas en superficie, lo que obligó a instalar un ascensor que permitiera subir o bajar los coches al túnel. En la fotografía, se aprecia como uno de estos vehículos asoma desde el subsuelo. Foto de Bonaventura Coll. Colección de César Ariño Planchería

El Gran Metro…

Desde los albores de la revolución industrial en Catalunya, la población de su capital, Barcelona, había experimentado un fuerte y constante aumento. Si en 1800 la ciudad contaba con 115.000 habitantes, en 1850 ya había alcanzado los 187.000 y con el cambio de siglo, superó el medio millón. Naturalmente, este crecimiento, favorecido por el derribo en 1854 de las murallas que cercaban la ciudad histórica y la aprobación del plan Cerdá en 1859, provocó la expansión de la trama urbana y la necesidad de ofrecer a los ciudadanos servicios de transporte público que, durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX fue proporcionado por diversas compañías de tranvías que emplearon, inicialmente, el motor de sangre, seguidamente el de vapor y, a partir de 1899, el eléctrico.

Pese al fundamental papel de los tranvías en la movilidad ciudadana, la demanda era, en ocasiones, muy superior a la oferta, por lo que, a la vista del éxito de los primeros ferrocarriles metropolitanos del mundo establecidos en Londres, Budapest, Nueva York, París o Berlín, pronto surgieron propuestas para implantar este medio de transporte en la ciudad condal. La primera de ellas fue impulsada por Pablo Muller y Octavio Zaragoza, quienes en 1907 solicitaron la concesión para la construcción de un ferrocarril subterráneo con el que pretendían enlazar el parque de la Ciutadella con la Bonanova por el Paseo de Colón, Rambla, plaza de Catalunya, paseo de Gràcia, Mayor de Gràcia, plaza Lesseps, Putxet y Sant Gervasi.

El proyecto presentado por Muller y Zaragoza fue aprobado por el Gobierno y el 27 de diciembre de 1907 una Real Orden autorizó la tramitación de la concesión. Sin embargo, sus promotores no lograron reunir los capitales necesarios para afrontar su construcción, estimados en 7,5 millones de pesetas.

Superadas las tensiones que la Primera Guerra Mundial provocó en la sociedad y economía española, Barcelona experimentó un rápido incremento de la movilidad, pero los tranvías se veían limitados por la congestión viaria que comenzaba a afectar a las principales arterias de la ciudad. Por ello, y a la vista de los buenos resultados que comenzaba a ofrecer el primer ferrocarril metropolitano de España, inaugurado en Madrid el año 1919, la misma entidad que había garantizado su financiación, el Banco de Vizcaya, decidió impulsar la implantación de este medio de transporte en la ciudad condal. Así, tras realizar los trámites oportunos, el banco vasco obtuvo, el 12 de febrero de 1921, la concesión para su construcción y explotación.

Para impulsar definitivamente el proyecto, el Banco de Vizcaya decidió asociarse con otras entidades financieras y empresas de transporte para constituir, el 26 de mayo de 1921, la sociedad Gran Metropolitano de Barcelona, S.A. en la que, junto al banco vasco, participaban también los bancos Hispano-Colonial y Arnús-Garí, así como Tranvías de Barcelona y Ferrocarriles de Cataluña. El capital social se fijó en 15 millones de pesetas. Poco después, el 15 de junio de 1921, se adjudicaron las primeras obras a otra firma vasca, Hormaeche y Beraza, compañía que ya se había curtido en la construcción de la línea Sol-Cuatro Caminos del metro de Madrid.

Las obras, dirigidas por el ingeniero Santiago Rubió i Tudurí, contemplaron importantes cambios respecto al proyecto original de Muller y Zaragoza. Por una parte, se acortó el recorrido, con la supresión del tramo final entre Lesseps y la Bonanova y, por otra, se suprimió el paso por el Paseo de Colón, en el que se temían problemas de filtraciones en un subsuelo muy irregular, que sería sustituido por un ramal a través de la Via Laietana. Esta alternativa ofrecía la ventaja de poder aprovechar los túneles que el ayuntamiento de Barcelona había construido bajo esta importante arteria cuando procedió a su apertura en 1908. De hecho, el 27 de febrero de 1922 se firmó la escritura por la que el consistorio vendió dichas galerías a la empresa del Gran Metropolitano por 800.000 pesetas.

Según el nuevo proyecto, el Gran Metropolitano construiría una pequeña red en forma de Y, con un tronco común entre Lesseps y la calle Aragón, donde se bifurcaría, por una parte, por la Rambla, y por otra, por la Vía Laietana. Esta propuesta fue autorizada por el gobierno el 23 de abril de 1922 y la oportuna concesión se otorgó el 2 de agosto del mismo año.

Los primeros trenes del Gran Metro de Barcelona fueron construidos en los bilbaínos astilleros de Euskalduna. En la imagen, uno de estos coches fotografiado durante su traslado a la capital catalana. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Las obras de construcción del primer metro de Barcelona debieron hacer frente a numerosos contratiempos. La compleja geología de la ciudad, sobre todo en la zona baja, con un nivel freático muy elevado, dificultó el avance de las galerías. Además, el 2 de mayo de 1922 dimitió el ingeniero director, Santiago Rubió, que fue sustituido por Justo Gonzalo Garrido. En marzo de 1923 una huelga paralizó las obras durante dos meses y el conflicto provocó la ruptura del contrato con Hormaeche en mayo de dicho año, por lo que los últimos trabajos fueron realizados directamente por la empresa concesionaria.

Pese a todos los contratiempos, Gran Metropolitano fue capaz de terminar las obras en un plazo muy inferior al previsto en la concesión, seis años, y, de hecho, en menos de cuatro, el 30 de diciembre de 1924, procedió a inaugurar el primer tramo, entre las plazas de Lesseps y Catalunya. Barcelona se convertía así en la segunda ciudad española y la duodécima del mundo en disponer de un ferrocarril metropolitano.

La primera línea de metro de la ciudad condal tenía una longitud de 2.741 metros, cuatro estaciones en Lesseps, Diagonal, Aragón y Catalunya y contaba con composiciones de coche motor y remolque construidos en Bilbao por Euskalduna. Aunque estaba en Barcelona, ciertamente era un metro muy vizcaíno, ya que de este territorio procedía buena parte del capital, la empresa constructora y los propios trenes que estrenaron el servicio.

La apertura del resto de la red no se hizo esperar y el 5 de julio de 1925 se completó el trayecto entre la plaza de Catalunya y la Rambla, que concluía en la estación del Liceo. En cuanto al ramal de la Via Laietana, su construcción se vio ralentizada por los constantes problemas que provocaron las aguas subterráneas. Así, el primer tramo entre Aragón y Jaume I no se pudo abrir hasta el 19 de diciembre de 1926, mientras que los difíciles 311 metros finales para su continuación hasta la central de Correos, establecidos en vía única, no se inauguraron hasta el 20 de febrero de 1934.

El 10 de junio de 1926 se inauguró el Transversal, la segunda línea del metro de Barcelona, entre las estaciones de La Bordeta y plaza de Catalunya. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

… Y el Transversal

Prácticamente en paralelo a la construcción del Gran Metro, otra empresa, denominada Ferrocarril Metropolitano de Barcelona, S.A., en la que, por cierto, también tenía gran relevancia el capital vizcaíno, pues estaba presidida por el financiero bilbaíno Horacio Echevarrieta Maruri, impulsó la construcción de la segunda línea de metro de Barcelona.

El origen de esta segunda línea se encontraba en la problemática que generaba en la ciudad la descoordinación con la que se estableció su red ferroviaria, en la que cada antigua compañía concesionaria había implantado su propia estación terminal. Para enlazarlas, el ingeniero de la Compañía del Norte Fernando Reyes Garrido propuso en 1910 la construcción de un túnel que conectase todas las terminales de Barcelona mediante una galería en la que se podría establecer una gran estación central en la plaza de Catalunya.

Con el nombre oficial de Ferrocarril Subterráneo S.O.-N.E. de Barcelona, Sans, San Martín, Enlaces y Estaciones Centrales, el proyecto de Fernando Reyes, concluido el 15 de agosto de 1912, planteaba la construcción de una línea de 7.368 metros de longitud con origen en La Bordeta, donde conectaría con las líneas de MZA procedentes de Tarragona, para continuar por la calle de Sants hasta la plaza de España, Gran Via y plaza de la Universitat. A partir de este punto se bifurcaría en dos ramales, uno por la Ronda y otro por la calle Pelayo, lo que permitiría establecer dos estaciones subterráneas en la plaza de Catalunya, para volver a unirse en Urquinaona, Ronda de Sant Pere y Vilanova, hasta alcanzar la estación del Norte.

Material para Ferrocarriles y Construcciones de Barcelona construyó los primeros coches del metro Transversal, en su momento, los de mayor envergadura del mundo. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Dado que la función principal de esta línea sería la de conectar las redes de MZA y Norte, el ancho de vía elegido para ella no podía ser otro que el normal español, es decir, 1.672 milímetros, diferente al que emplearía el Gran Metro, el internacional de 1.435 milímetros.

Al igual que en el caso del Gran Metro, las perturbaciones provocadas por la Primera Guerra Mundial paralizaron el proyecto, que no se retomó hasta el 17 de diciembre de 1920, día en que se constituyó la empresa Ferrocarril Metropolitano de Barcelona, S.A., encabezada por Horacio Echevarrieta y en la que también participaban el comerciante Adolfo Gaminde Eguileor, el ingeniero Eugenio Maëder Boucher, el banquero Luis Marsans Peix y el abogado Alfredo Viñas Heras. El 7 de marzo de 1922 el gobierno otorgó la concesión a la nueva entidad.

La conexión del metro Transversal y los trenes de cercanías de la Compañía del Norte convirtió a la plaza de Catalunya en el centro de la movilidad de Barcelona. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Para financiar las obras, la concesionaria incrementó su capital inicial, de tan solo 200.000 pesetas, a 10 millones, operación aprobada el 10 de abril de 1922, que el 21 de noviembre del mismo año sería ampliado con otros cinco millones. De ellos, 4,5 serían suscritos por el ayuntamiento de Barcelona, organismo que, con el paso del tiempo, adquirió un notable protagonismo en el devenir de esta empresa.

El 8 de junio de 1922 el rey, Alfonso XIII, presidió en la plaza de España el inicio oficial de las obras, aunque éstas no comenzaron realmente hasta el 5 de febrero de 1923 con la apertura del primer pozo de extracción de materiales en el cruce entre la Gran Via y Urgell. Al igual que sucedió con el Gran Metro, los trabajos se vieron dificultados por la geología, las huelgas, los accidentes, algunos de enorme gravedad como el que sepultó a 11 trabajadores en la Gran Via, y los problemas de las contratas, por lo que éstas fueron finalmente ejecutadas directamente por la concesionaria.

Una de las obras más complejas de la nueva línea fue el cruce sobre el túnel del Gran Metro en la plaza de Catalunya, que obligó a seccionar su bóveda y cruzarla mediante un puente metálico subterráneo de 450 toneladas de peso, construido en los astilleros que en Cádiz tenía Horacio Echevarrieta. Finalmente, superados todos los inconvenientes, el 10 de junio de 1926 se procedió a la inauguración de la línea, por la que circulaban doce grandes coches construidos en Barcelona por Material para Ferrocarriles y Construcciones que, gracias al generoso gálibo de la vía ancha, fueron durante muchos años los más grandes del mundo. La línea tenía una longitud de 4.063 metros y nueve estaciones en La Bordeta, Mercat Nou, Sants, Hostafrancs, España, Rocafort, Urgell, Universitat y Catalunya.

En los años treinta la plaza de Catalunya se convirtió en el centro neurálgico de la movilidad en Barcelona. En ella convergían, además de los diversos servicios de tranvías de la superficie, las líneas subterráneas del ferrocarril de Sarrià, del Gran Metro y del Transversal, así como los trenes de cercanías de la Compañía del Norte. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La construcción del tramo de La Bordeta a la plaza de Catalunya agotó los recursos financieros de la empresa concesionaria, mientras que el tráfico y los ingresos no alcanzaron los niveles esperados. En consecuencia, las obras para completar la línea se paralizaron y no pudieron reemprenderse hasta alcanzar un acuerdo con el Ayuntamiento de la ciudad y la Compañía del Norte por el que ésta última, interesada en que sus nuevos trenes de cercanías eléctricos pudieran alcanzar el centro de la ciudad, prolongaría el trazado desde su estación término de la avenida de Vilanova hasta la plaza Catalunya.

La conexión entre la estación del Norte y la de plaza de Catalunya, con cuatro vías, dos para la empresa ferroviaria y dos para el metro, se inauguró el 1 de julio de 1932. El mismo día también se prolongó la línea del Transversal en su extremo opuesto, entre La Bordeta y Santa Eulalia. Además, el 1 de abril de 1933 se amplió el servicio entre la estación del Norte y Marina.

Durante la Guerra Civil todos los transportes públicos de Barcelona, incluidas las líneas del Gran Metro y el Transversal, fueron colectivizados por el Sindicato Único del Ramo del Transporte. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La municipalización de la red

Durante la Guerra Civil, tanto el Gran Metro como el Transversal fueron colectivizados por sus sindicatos. Al finalizar el conflicto, los antiguos concesionarios recuperaron el servicio, pero, en el caso del Transversal, la nacionalización de toda la red ferroviaria española de vía ancha implicó su integración en Renfe a partir del 1 de febrero de 1941, situación que se mantuvo hasta el 24 de septiembre de 1943.

Tras la guerra, Barcelona experimentó un importante crecimiento demográfico, con el consiguiente incremento de la movilidad y la demanda. Sin embargo, las empresas concesionarias del metro no disponían de los recursos necesarios para financiar las obras de ampliación que exigía la ciudad, y aunque el 23 de junio de 1951 el Transversal se prolongó 1.875 metros entre las estaciones de Marina y Clot, el 30 de octubre de 1952 se aprobó un decreto que daba paso a la municipalización de la red. Este proceso concluyó el 24 de febrero de 1960 con la constitución de la sociedad pública municipal Ferrocarril Metropolitano de Barcelona.

Las penurias de la posguerra quedaron reflejadas en los cuatro coches, dos motores y dos remolques, de la serie S del Gran Metro de Barcelona, con un diseño en el que prevalecía el ahorro de materiales, como es la ausencia de un revestimiento exterior. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El proceso de municipalización fue muy complejo y mientras se materializaba se abrió una nueva línea en la ciudad, la número 2, más tarde integrada en la 5, inaugurada el 21 de julio de 1959. El nuevo trayecto, de 2.232 metros, contaba con las estaciones de Sagrera, Congrés, Maragall, Virrei Amat y Vilapicina.

Vista general de las cocheras y talleres del metro Transversal en La Bordeta en los años sesenta. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Una vez municipalizadas las dos empresas operadoras del metro de la ciudad, el Transversal pasó a denominarse línea 1, el nuevo trayecto de Sagrera a Vilapicina como línea 2 y la más antigua, la del Gran Metro, como línea 3.

Durante el proceso de municipalización de las líneas de metro de Barcelona se inauguró la nueva línea 2, más tarde integrada en la 5, entre Sagrera y Vilapicina. A partir de 1960 se implantó en este trayecto un sistema de conducción automática pionero en el mundo que se mantuvo en servicio durante una década. Fotografía de Josep Brangulí. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La red se amplía

A partir de los años cincuenta, el Ministerio de Obras Públicas impulsó la progresiva ampliación de la red del metropolitano de Barcelona, con la prolongación de las tres líneas existentes, así como con la construcción de la nueva línea 4, inaugurada el 5 de febrero de 1973 y que parcialmente aprovechaba el ramal por la Via Laietana del antiguo Gran Metro. En sus tres kilómetros iniciales se integraron las estaciones de Urquinaona y Jaume I, a las que se sumaron las de Gran Via, Girona, General Mola (actual Verdaguer) y Joanic.

Si en 1970 la red tenía una extensión de 23 kilómetros, a finales de la década ya había alcanzado los 46, gracias a las diversas prolongaciones que experimentaron sus cuatro líneas en este periodo. A partir de los años ochenta, la Generalitat tomó el relevo al gobierno central en la ampliación del sistema y en diez años su extensión se incrementó en un 50%, con 24 nuevos kilómetros.

En 1970 entraron en servicio en la línea 5 los primeros trenes de la nueva serie 1000, diseñados por la firma alemana MAN. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El 15 de septiembre de 1995 la red de metro de Barcelona se amplió con una nueva línea, la 2, de prolongada génesis, con seis kilómetros que pasaron a conectar las estaciones de Sant Antoni y Sagrada Família. Ocho años más tarde, el 16 de diciembre de 2003 se inauguró la línea 11 entre Trinitat Nova y Can Cuiàs, establecida en vía única en toda su longitud, con puntos de cruce en sus cinco estaciones y conducción totalmente automatizada, por lo que sus trenes no requieren la presencia de un conductor. De este modo, la red alcanzó los 85 kilómetros y contaba con 123 estaciones.

Con el cambio de siglo, además de ampliarse algunas de las líneas ya existentes, los principales esfuerzos se han centrado en la construcción de las líneas transversales 9 y 10 que, al igual que la 11, cuentan con conducción automática. La génesis de esta obra ha sido particularmente compleja, tanto por su gran extensión, más de 47 kilómetros y 52 estaciones, como por el sistema constructivo utilizado, único en el mundo, de una gran galería perforada mediante tuneladoras y dividida en dos pisos, con una vía en cada uno de ellos. Además, en muchos tramos la traza transcurre a gran profundidad, en algunos puntos hasta a 90 metros bajo la superficie, lo que ha obligado a dotar a sus estaciones con sistemas de acceso fuera de lo común.

Moderno tren de la serie 5000, suministrada por CAF al Metro de Barcelona a partir del año 2005. Fondo CAF. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Aunque la Autoritat del Transport Metropolità de l'Àrea Barcelona autorizó el inicio de las obras de estas líneas el 15 de junio de 2000, el primer tramo, entre Can Peixauet y Can Zam, integrado en la línea 9, no entró en servicio hasta el 13 de diciembre de 2009. Unos meses más tarde, el 18 de abril de 2010, se inauguró el trayecto Bon Pastor a Gorg, en la línea 10, y el 26 de junio del mismo año se procedió a la apertura de la sección La Sagrera-Bon Pastor, en el tramo común de las líneas 9 y 10, y la conexión entre Bon Pastor y Can Peixauet.

A medida que avanzaban las obras de ambas líneas, se ha procedido a su apertura. Así, el 12 de febrero de 2016 se inauguró la conexión de la línea 9 entre las terminales T1 y T2 del aeropuerto del Prat y la Zona Universitària, mientras que el 8 de septiembre de 2018 entró en servicio el tramo de la línea 10 entre Can Tries/Gornal y Foc. El 23 de noviembre de 2019 este último recorrido se prolongó a la Ciutat de la Justícia, el 1 de febrero de 2020 hasta la Zona Franca y el 7 de noviembre de 2021 se inauguraron tres estaciones situadas en el viaducto de la calle A del polígono industrial de la Zona Franca: Port Comercial | La Factoria, Ecoparc y ZAL | Riu Vell.

En la actualidad, de este macroproyecto se han ejecutado la totalidad de los ramales de la línea 9 y también se ha completado el de la 10 entre Bon Pastor y Gorg, mientras que, en el otro extremo, todavía falta concluir la sección de la Zona Universitària hasta Pratenc. Del tronco común para ambas líneas, prestan servicio las secciones de Can Tries a la Zona Universitària y de La Sagrera a Bon Pastor, pero todavía se encuentra en construcción el tramo central entre la Zona Universitària y La Sagrera. En resumen, de los 47 kilómetros previstos, ya se han abierto 38, en los que se insertan 37 de las 52 estaciones que contempla el proyecto.