Monolito
inaugural del ferrocarril directo de Madrid a Burgos colocado frente a la
estación de la capital castellana. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi
Hace medio siglo, el 4 de julio de 1968 entraba en servicio la última gran línea ferroviaria clásica construida en ancho convencional en España. Se trataba del ferrocarril directo de Madrid a Burgos, de compleja génesis, cuya explotación nunca alcanzó las expectativas de sus promotores. En la actualidad, con la vía interceptada por el hundimiento del túnel de Somosierra, apenas registra tráficos de entidad, con la excepción de sus primeros kilómetros, integrados en la red de Cercanías de Madrid.
La
comunicación ferroviaria entre Madrid y la frontera francesa, puesta en
servicio en 1864, se efectuó por una ruta indirecta que pasaba por Ávila y
Valladolid. Con este trazado se pretendió optimizar al máximo la gran inversión
a realizar, ya que esta sección estaba llamada a convertirse en el tronco común
de las restantes líneas con destino a la cornisa cantábrica y Galicia. Sin
embargo, esta opción supuso un notable incremento del trayecto entre la capital
de España y Burgos, por lo que pronto surgieron diversas iniciativas para la
construcción de un ferrocarril que, a través de Somosierra, permitiese el
enlace directo entre ambas ciudades.
Detalle
de la moderna vía instalada en los años sesenta en el ferrocarril directo de Madrid
a Burgos. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril
Pese
a las numerosas propuestas realizadas en este sentido desde 1894, finalmente
ninguna de ellas llegó a materializarse, hasta que en 1926 el proyecto fue
incluido en el Plan de Ferrocarriles de Urgente Construcción impulsado por el
Conde de Guadalhorce. De inmediato, las compañías ferroviarias, sobre todo la
del Norte, así como la banca, fuertemente implicada en el proceso de
nacionalización del capital extranjero de estas empresas, mostraron su frontal
oposición al proyecto, ya que consideraban que esta línea nunca ofrecería la
más mínima rentabilidad, al transcurrir por zonas con un escaso desarrollo
demográfico y económico, al tiempo que arrebataría a la principal línea de esta
empresa buena parte del tráfico que desde Madrid se dirigía al País Vasco y la
frontera francesa, convirtiendo su explotación, hasta entonces rentable, en
deficitaria.
Además
de los argumentos económicos que esgrimían los opositores al proyecto, también
utilizaron otros de carácter técnico, entre los que destacaba la afirmación de
que el acortamiento obtenido con la nueva vía era más ficticio que real. Frente
al acortamiento de la distancia existente entre Madrid y Burgos, que por la vía
de la Compañía del Norte era de 369 kilómetros, mientras que por la directa
sería de 284, lo que suponía una reducción del 23%, debería tenerse en cuenta
el efecto que las características del trazado tienen sobre la capacidad de
tráfico y el tiempo de viaje. En este sentido, las empresas ferroviarias
comparaban las cualidades de la línea tradicional entre Valdestillas y Burgos,
frente al nuevo ferrocarril, que en la sección de Aranda de Duero a la capital
castellana era;
El
ferrocarril directo de Madrid a Burgos contó desde sus inicios con un moderno
CTC. En la imagen, la mesa de control de Madrid-Chamartín, que gestionaba la
circulación desde la capital española hasta Riaza. Archivo EuskoTren/Museo
Vasco del Ferrocarril
una verdadera
montaña rusa, en pendientes y contrapendientes de hasta 10 milésimas, obligadas
por el cruce en terreno quebrado de las divisorias del Duero, del Arlanza y del
Arlanzón, aparte de otros cursos de agua como el Esgueva.
Contrasta este
accidentado trazado con el suave perfil de la línea del Norte desde el cruce
del Duero hasta Burgos, que sin contrapendiente alguna se eleva en rampas que
no exceden de cinco milésimas.
Si
claras eran las ventajas de la línea existente entre el Duero y Burgos frente
al nuevo proyecto, no lo eran, ni mucho menos, en lo que respecta a la travesía
del Sistema Central, donde la línea del Norte presenta un durísimo ascenso, con
rampas de 20 milésimas, hasta el paso de La Cañada. En contrapartida, el
directo superaría Somosierra mediante un largo túnel de 3.895 metros de
longitud, lo que permitiría reducir la rampa máxima a la mitad, tan solo 10
milésimas, al tiempo que ofrecía un trazado menos sinuoso.
La
madrileña estación de Chamartín se levantó como cabecera del ferrocarril
directo de Madrid a Burgos. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril
Las obras
A
pesar de la abierta oposición de la banca y de las compañías ferroviarias, que
abogaban por destinar la cuantiosa inversión prevista a mejorar el trazado
tradicional entre Madrid y Ávila, el gobierno prosiguió con sus planes
constructivos e inició las obras del nuevo ferrocarril el 21 de julio de 1928.
Pronto se adjudicaron, por valor de 118 millones de pesetas, todas las obras
comprendidas entre Burgos y Miraflores de la Sierra, ya que todavía estaba por
determinar el trazado definitivo hasta Madrid, debido a que éste dependía en
buena medida del desarrollo de los proyectos de nuevos enlaces ferroviarios de
esta ciudad así como del posible establecimiento de una estación en Chamartín.
Entre
los años 1928 y 1930 se habían invertido en el nuevo ferrocarril un total de 59
millones de pesetas. Dos años más tarde, cuando el 13 de abril de 1932 se
derogó el Plan de Ferrocarriles de Urgente Construcción del conde de
Guadalhorce, prácticamente estaban
finalizadas las obras de infraestructura entre Burgos y Miraflores.
Derogado
el Plan Guadalhorce, un proyecto de ley presentado a las Cortes por Decreto de
23 de junio de 1932 propuso que el ferrocarril directo de Madrid a Burgos
debería ser construido por el Estado con el auxilio de las regiones interesadas.
Dos años más tarde, un nuevo proyecto de ley fechado el 16 de febrero de 1934
situaba a esta línea como tercera de las que debían ejecutarse por cuenta
exclusiva del Estado.
Vías de
la estación de Lerma. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril
Las
obras del ferrocarril directo de Madrid a Burgos no llegaron a paralizarse
durante la República, aunque su ritmo se redujo notablemente ante los vaivenes
legislativos que afectaron a todos los ferrocarriles de nueva construcción
impulsados por el plan de 1926. Por el contrario, finalizada la Guerra Civil el
Régimen de Franco decretó la conclusión de los trabajos de esta línea y la declaró
de urgente realización, por lo que rápidamente se subastaron las obras de los
tramos que todavía no se habían ejecutado, concentrados la mayoría de ellos en
la provincia de Madrid.
Inauguración tardía
y rápido declive
Hacia
el año 1950, las obras de la infraestructura del ferrocarril directo de Madrid
a Burgos estaban prácticamente finalizadas, pero los trabajos de montaje de la
superestructura no se iniciaron de inmediato. En consecuencia, parecía que esta
línea correría la misma suerte que otras muchas incluidas en el plan
Guadalhorce y quedaría definitivamente abandonada. No sería hasta el año 1962,
coincidiendo en el tiempo con un informe emitido por el Banco Internacional de
Reconstrucción y Desarrollo que desaconsejaba la construcción de nuevos
ferrocarriles en España y que por tanto supuso el definitivo abandono de la
mayoría de los ferrocarriles del Plan Guadalhorce todavía en obras, cuando se
inició el montaje, en vía única, pese a que toda la explanación estaba prevista
para doble, entre Burgos y Aranda. Todavía tendrían que transcurrir seis años
para su definitiva inauguración, presidida por el Jefe del Estado, el dictador
Franco, el 4 de julio de 1968.
La construcción de los enlaces ferroviarios de
Madrid estuvo directamente vinculada a la del directo de Madrid a Burgos.
Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril
Una
vez finalizadas las obras, el Madrid-Burgos nunca alcanzó el tráfico previsto
por sus promotores. Es preciso tener en cuenta que el mismo día en que se
inauguraba el ferrocarril directo, se concluyeron las obras de electrificación
de la línea tradicional por Valladolid. De este modo, el directo, en vía única
y tracción diésel, veía muy limitada su capacidad para competir con la antigua
línea del Norte, dotada de doble vía y tracción eléctrica. En consecuencia,
Renfe la utilizó, casi en exclusiva, para el paso de los trenes de viajeros
directos entre la capital de España, el País Vasco y la frontera francesa,
mientras que los trenes de mercancías siguieron circulando preferentemente por
la ruta tradicional por Valladolid, dotada de un mejor equipamiento para estos
tráficos. Por otra parte, la política tarifaria de la empresa estatal tampoco
favoreció una mayor utilización de la nueva vía, ya que para limitar la caída
de ingresos que implicaba la reducción en cerca de 90 kilómetros del recorrido,
consideraba en sus baremos de tarifas una longitud de 340 kilómetros frente a
los 284 reales.
Aunque
en sus inicios el directo de Madrid a Burgos vivió años de gloria, con el paso
de los rápidos trenes Talgo y Ter de Madrid al País Vasco y de los trenes
internacionales a París; el Puerta del Sol y el Francisco de Goya, el tráfico
regional no llegó a consolidarse, tanto por el escaso número de habitantes de
las localidades atendidas por la nueva vía como por el emplazamiento de las
estaciones, generalmente muy alejadas de cualquier núcleo de población. La
apertura de la nueva línea de Alta Velocidad de Madrid a Valladolid el 20 de
diciembre de 2007 supuso el inmediato desvío de la mayor parte de los trenes de
largo recorrido a Euskadi, mientras que el hundimiento de un tramo del túnel de
Somosierra en marzo de 2011 implicó la interrupción de los últimos servicios de
viajeros.
Tren Talgo de Madrid a Bilbao fotografiado
sobre el puente de Riaza. Fotografía de Marcos Maté Luna
En
la actualidad, el ferrocarril directo languidece con algunas circulaciones de
mercancías entre Burgos y Aranda de Duero, así como entre la capital de España
y Soto del Real, aunque únicamente registra tráfico de pasajeros en sus
primeros kilómetros, desde la capital de España hasta Colmenar Viejo, al
haberse integrado este tramo en la red de cercanías. En consecuencia, transcurridos
cincuenta años desde su inauguración, esta impresionante obra, sin apenas
tráfico, se enfrenta un futuro incierto, por otra parte común al de muchos de
los ferrocarriles del Plan Guadalhorce que llegaron a entrar en servicio.
Un gran golpe a esta línea fué la construcción de la variante de acceso a la nueva estación de Burgos: Rosa de Lima. El incremento de la rampa (con la disminución de carga asociada que supuso al tráfico sentido Aranda de Duero y Madrid), no compensaba ni siquiera el menor kilometraje por ésta línea hasta Madrid
ResponderEliminarY las tarifas de precios 31 euros… 180 km
EliminarLos puentes de Chozas de la Sierra y Miraflores de la Sierra, quien los construyó y cuando
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