Ferrocarriles en el entorno de las Peñas de Aya. Dibujo de Mike Bent
La
minería en las Peñas de Aya
La riqueza minera del macizo granítico
de las Peñas de Aya era conocida desde los tiempos del Imperio Romano.
Testimonio de esta antigua actividad, son las numerosas galerías, que suman más
de 16 kilómetros de longitud y que todavía se conservan en el paraje de
Arditurri. El tráfico comercial generado por estas explotaciones, exportado por
vía marítima a través de diversos muelles emplazados en la desembocadura del
río Bidasoa, unido a su estratégica situación geográfica, tuvo como
consecuencia el establecimiento de una aglomeración urbana que, según se
desprende de los restos arqueológicos descubiertos en los barrios iruneses de
Santiago y del Juncal, pudo constituir la ciudad romana más importante de la
cornisa Cantábrica.
Las Peñas de Aya, también conocidas
como de Los Tres Reyes, tienen su origen en un diapiro tardihercínico, es
decir, una intrusión, principalmente granítica, en el corazón del denominado
macizo paleozóico de las Cinco Villas. Su altura máxima es de 838 metros.
El levantamiento de este diapiro
produjo una serie de movimientos geológicos y arrastres de minerales, cuyo
resultado final fue la formación de un filón de contacto situado entre las
capas de pizarras y granitos, el cual presenta en sus afloramientos óxidos de
hierro (hematíes-rubio), y en su profundidad, hierro espático. Asimismo,
existen depósitos de otros minerales como galena y zinc.
Tal y como se ha señalado, fueron los
romanos los que iniciaron el aprovechamiento de los recursos mineros de Peñas
de Aya. Su actividad se centró principalmente en el coto de Arditurri, donde
explotaron inicialmente diversos filones de galena, con el fin de beneficiar
su contenido en plomo y plata. Posteriormente, también se laboreó el mineral de
hierro, el cual era exportado a través del puerto de Irún.
En la Edad Media se reanudó la
explotación de estos yacimientos con el fin de abastecer de mineral de hierro a
las numerosas ferrerías de la zona. Testimonio de esta actividad, es el Fuero
de las Ferrerías concedido al Valle de Irún por el Rey Alfonso XI en 1388.
Fue a mediados del siglo XIX cuando se
inició la explotación industrial de los recursos mineros de las Peñas de Aya,
donde se establecieron dos áreas claramente diferenciadas:
- Coto minero de Arditurri, situado al Oeste del macizo de Peñas de Aya. A finales del siglo XIX, los principales titulares de las concesiones eran, por una parte, la Real Compañía Asturiana de Minas y, por otra, la sociedad Chávarri Hermanos. Estos últimos construyeron un ferrocarril de vía estrecha, con un ancho de vía de 750 milímetros, con el que conducían el mineral hasta el puerto de Pasajes, donde era directamente embarcado en las bodegas de los barcos, mediante un espectacular cargadero Cantilever.
- Grupo de Escolamendi, Miauri y minas del Este, situadas al Este del macizo de Peñas de Aya. La salida del mineral extraído en estos cotos se dirigía, utilizando diversos medios de transporte, hacia Irún.
Este trabajo incidirá en el estudio del
coto minero de Arditurri así como su ferrocarril minero, en los que centró su
interés la Real Compañía Asturiana de
Minas. Las minas situadas al Este del macizo de Peñas de Aya contaron con
sus propios medios de transporte que terminaron por ser tributarios del
desaparecido Ferrocarril del Bidasoa.
Vagoneta de la explotación minera de Catavera, fotografiada en el alto de Udana. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi
Los
transportes de mineral a la fábrica de Capuchinos
En principio, la mayor parte de los
minerales extraídos en la provincia de Gipuzkoa se transportaban a la
fundición de Capuchinos por carretera, excepto los de la mina Catavera.
La explotación de Catavera estaba emplazada
en el municipio guipuzcoano de Oñati, en un paraje escarpado y agreste situado
en pleno corazón del macizo de Aitzgorri, a 1.055 metros de altitud. Dadas las
evidentes dificultades de acceso a este punto, la Real Compañía Asturiana de Minas estableció en 1893 un tranvía
aéreo tricable, sistema Otto Pohlig, construido por la casa alemana Bleichert.
Su longitud era de 3.100 metros y ofrecía una capacidad de transporte de 70
toneladas. Con esta instalación se salvaba un desnivel de 540 metros, lo que
permitía conducir la producción al alto de Udana, punto situado sobre la
carretera que enlaza Oñati con Legazpia, a 514 metros de altitud.
En Udana, la Real Compañía Asturiana de Minas construyó dos hornos de
tratamiento del mineral que, una vez calcinado, era remitido mediante carros a
la estación del ferrocarril del Norte en Brinkola. Desde este punto, la
producción se remitía hasta la estación de Pasajes desde donde, mediante un
ramal establecido en 1888, los vagones llegaban directamente a la fundición de
Capuchinos. Para las maniobras en este empalme, la Real
Compañía Asturiana de Minas adquirió una locomotora de vía ancha y caldera
vertical, suministrada por la casa belga Cockerill, en 1891.
La explotación de las minas de Catavera
cesó en 1935 ante el agotamiento de los principales filones. Con ello se
clausuró también el tranvía aéreo a los hornos de calcinación del alto de
Udana.
Por lo que respecta al aprovechamiento
de las blendas extraídas en las concesiones de la Real Compañía Asturiana de Minas en Arditurri, su volumen, durante
toda la segunda mitad del siglo XIX fue muy escaso. Según Luis Castells, la producción de blenda y calamina en todo el
territorio de la provincia de Gipuzkoa fue, entre 1871 y 1900 de 6.752
toneladas, y la de galena de 4.647 toneladas lo que supone una media de 380
toneladas anuales de ambos minerales. Aunque desconocemos el porcentaje que
pueda corresponder a las explotaciones de Arditurri, es evidente que para
movilizar su producción resultaba suficiente el transporte mediante mulas o
carros para cubrir la docena de kilómetros que separaban los yacimientos, de la
fundición de Capuchinos, sin que fueran necesarias infraestructuras más
complejas como la construcción de un ferrocarril minero.
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