Trabajadores de la Compañía de los Ferrocarriles Vascongados. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril
Hoy, festividad del Primero de Mayo, es buen momento para recordar que derechos que ahora parecen evidentes, como la libertad sindical o la huelga, no lo eran, ni mucho menos, hace apenas cien años. Lo sucedido en la primera huelga de los Ferrocarriles Vascongados ilustra perfectamente cual era la situación de los trabajadores hace un siglo y nos recuerda la difícil lucha de la clase obrera para la conquista de los derechos más básicos.
Desde
los inicios de la explotación del ferrocarril de Bilbao a Durango en 1882, los
diversos Consejos de Administración, amparados en la legislación vigente,
habían disfrutado de plena autonomía para decidir de forma absolutamente unilateral y arbitraria en sus relaciones con los trabajadores. No tenían mayor problema en incrementar
o reducir la jornada laboral y el salario, o en admitir y despedir el personal
del modo que considerasen más conveniente. Los ferroviarios, desorganizados
durante muchos años, no tenían otro derecho que obedecer y trabajar sin rechistar. El único
conflicto social de importancia registrado en estos primeros años fue en
realidad ajeno a la propia dinámica de la empresa, en concreto, la
participación en la huelga general de 1903 iniciada en la zona minera de
Vizcaya.
Al
igual que en el resto de las empresas ferroviarias, el proceso de consolidación
de los movimientos sindicales en los Ferrocarriles Vascongados fue lento y
lleno de dificultades, tanto por una legislación muy restrictiva en la materia
como por la postura de los rectores de la sociedad, abiertamente hostiles a
cualquier forma de asociacionismo obrero. De hecho, fue precisamente esta
actitud el desencadenante de la primera huelga en el seno de la Compañía.
Tras
diversas experiencias de asociacionismo obrero, en 1909, y al calor de la nueva
Ley de Huelgas y Coligaciones (1) se
constituyó en Madrid la Unión Ferroviaria, sindicato de inspiración socialista
que pretendía agrupar a todos los trabajadores del sector. El núcleo fundacional
de esta agrupación estaba constituido por empleados de la empresa de los
ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante, pero pronto comenzó a extender
su radio de acción a otras compañías, algo que de inmediato generó el rechazo
de sus respectivos Consejos de Administración (2).
Ferrocarriles
Vascongados no fue ajeno a este proceso y en diciembre de 1910 su Comité
Ejecutivo decidió que, a partir del primero de enero de 1911, cesarían en sus
puestos 26 trabajadores de los talleres de Durango, en teoría con la excusa de
«haberse dado término a las reparaciones extraordinarias», (3) aunque el verdadero motivo se encontraba en su filiación o simpatía hacia el
sindicato ferroviario.(4) De
hecho, pocos meses más tarde, en concreto a partir del 10 de marzo, la empresa comenzó a cubrir los puestos vacantes con otros obreros afines a las organizaciones
católicas vinculadas al presidente de la Compañía, el Marqués de Acillona, (5) quien, sin embargo, ante la investigación abierta por el Gobierno civil, no
tuvo ningún reparo en negar cualquier vinculación de los despidos con su
filiación sindical (6).
El
26 de mayo de 1911 la empresa dio una nueva vuelta de tuerca en su afán de
reprimir la libertad sindical de sus empleados al proceder al despido de dos
maquinistas, Cosme Escribano y Mateo Lecanda, afiliados a la Unión Ferroviaria,
al considerar que eran los únicos culpables de un retraso de media hora que
acumuló un tren de mercancías que condujeron de Deva a Bilbao el 28 de abril.
En su descargo, ambos alegaron que
…el retraso
sólo fue de diez minutos, y si se prolongó a media hora fue culpa del jefe de
estación, que mientras se hacía cargo de las máquinas que habían cambiado, dio
salida a un tren de viajeros antes, teniendo que esperar otros cruces y
ocasionando la media hora de retraso que podían haber ganado en Elgoibar donde
para hora y media. (7)
Fueran
diez o treinta minutos, el despido de los maquinistas por el retraso de un tren
de mercancías era un castigo a todas luces excesivo incluso en aquella época,
en la que este tipo de faltas se sancionaba con una amonestación o, a lo sumo,
con una multa de cinco pesetas. Estaba claro por tanto que el objetivo
perseguido por la empresa no era otro que el de atajar de raíz cualquier
intento de organización sindical en su seno.
El retraso de un tren de mercancías en Deba fue el desencadenante del primer conflicto laboral en los Ferrocarriles Vascongados. Fotografía cedida por José Mª Astarloa
La
Unión Ferroviaria intentó negociar con la dirección de los Ferrocarriles
Vascongados la readmisión de sus afiliados, pero ante la negativa de la empresa
a reconocer cualquier representatividad al sindicato, el 31 de mayo de 1911
decidió presentar en el Gobierno Civil un anuncio de huelga que, tal y como
marcaba la legislación vigente, sería declarada ocho días más tarde si la
Compañía no admitía a los despedidos.
La
empresa, ante la amenaza de huelga, lejos de reconsiderar su posición, decidió
el cese inmediato de otro trabajador vinculado al sindicato, en este caso, el
maquinista Samuel Saez, (8) al
mismo tiempo que obligó a todos sus trabajadores a firmar un escrito de
adhesión en los siguientes términos:
Los que
suscriben, empleados de la Compañía de los Ferrocarriles Vascongados, no hemos
conferido representación a la Unión Ferroviaria, sociedad del personal de
ferrocarriles de España (sección Vizcaya), ni otra persona alguna para que se
inmiscuya en el nombramiento ni separación de personal de esta Compañía y
protestamos contra la huelga anunciada por dicha entidad (9).
Era evidente que quien no suscribiera el documento sufría de inmediato las consecuencias de su
decisión, ya que como el propio Consejo de Administración reconocía,
Respecto a los
empleados que con diferentes pretextos han dejado de protestar contra la
huelga, encarga el Consejo a los respectivos Jefes que ya particularmente, ya
reunidos, les hagan una amistosa amonestación sobre las consecuencias que han
de experimentar si en la lucha entablada por los promovedores de la huelga se declaran
anticipadamente a favor de ellos, abandonando a la Compañía (10).
Las
consecuencias no eran otras que el inmediato despido. Así, el 1 de junio la
empresa cesó de forma fulminante a 48 trabajadores que por una u otra razón no
habían firmado el escrito de adhesión, actuación que sin duda contribuyó a
exaltar los ánimos en la parte social (11). Por
su parte, el Consejo de Administración solicitó al Gobierno civil el auxilio de
la fuerza pública «para poder garantizar la libertad de trabajo», petición que
de inmediato fue atendida procediendo a concentrar en Bilbao todos los
efectivos disponibles de la Guardia Civil, reforzando los efectivos de Bilbao
con otros 50 agentes procedentes de Logroño y 20 de Pamplona. Al mismo tiempo
se estableció un servicio de vigilancia de la vía con el auxilio de las
policías locales, los miñones de la Diputación de Vizcaya y los miqueletes de
Guipúzcoa. (12) lo que no impidió que se
registraran algunos pequeños sabotajes como la colocación de dos vagones en un
cruce de agujas en la estación de Achuri, acto por el que horas más tarde la
Guardia Civil detuvo en sus domicilios a los despedidos Severiano Osea y Víctor
Azcurreta (13).
Una
vez expulsados los agentes que se habían negado a suscribir el escrito de
adhesión, la empresa se vio en la urgente necesidad de cubrir las vacantes con
nuevos trabajadores, llegando a utilizar en estaciones y en el servicio de
intervención a menores de edad, mientras que algunos trenes eran conducidos por
fogoneros inexpertos. Ambos hechos fueron de inmediato denunciados por la Unión
Ferroviaria ante el Gobierno civil y la prensa (14).
Aunque
en un principio la empresa se había negado a mantener cualquier tipo de
negociación, ya que no reconocía personalidad ni representatividad alguna a la
Unión Ferroviaria, la inminencia de la huelga y su coincidencia con la
celebración de las fiestas de San Antonio de Urquiola, jornadas en las que se
registraba un notable incremento de los viajeros con destino a Durango, hizo
que finalmente aceptase la intermediación del Ministerio de Fomento, en la
persona del director de la División Inspectora de Ferrocarriles, Augusto Gálvez
Cañero, conde de Castell Blanco, bajo las siguientes condiciones:
1º.- El consejo de administración oirá benignamente a
los empleados despedidos, siempre que acudan directamente a la Presidencia,
Comité o Dirección de esta Compañía.
2º.- El Consejo, sin contraer compromiso alguno,
previas las informaciones de los jefes de los respectivos ramos, resolverá, en
cada caso, con amplio criterio de equidad, en cuanto no sea incompatible con su
dignidad y con la seriedad de sus resoluciones.
3º.- Será primera y esencial condición la renuncia
completa por su parte a la huelga anunciada (15).
El
7 de junio el conde de Castell Blanco se reunió con una delegación de los
trabajadores despedidos en las oficinas de Vascongados sitas en la estación de
Achuri, aceptando la parte social las condiciones de la empresa, incluida la
exigencia de darse de baja de la Unión Ferroviaria, siempre y cuando fueran
readmitidos todos los despedidos. En principio, el representante del Ministerio
les informó que la Compañía estaba dispuesta a aceptar a todos salvo al
maquinista Mateo Lecanda, pero tras consultar con el propio presidente del
Consejo de Administración, el Marqués de Acillona, les anunció que todos, sin
excepción, podrían reintegrarse en sus antiguos puestos de trabajo (16)
Busto del Marqués de Acillona. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi
La
mañana del 8 de junio, día para el que en principio estaba convocado el paro,
los periódicos de Bilbao, incluido El
Liberal, dirigido por el destacado líder socialista Indalecio Prieto,
informaban que el peligro de huelga en Vascongados había quedado conjurado
gracias a la mediación del representante del Ministerio de Fomento (17).Al
mismo tiempo, la empresa anunciaba la organización de trenes especiales entre Bilbao
y Durango con motivo de las fiestas de San Antonio de Urquiola. Sin embargo,
ese mismo día por la tarde, el vespertino El
Nervión publicaba una incendiaria nota remitida por el Marqués de Acillona
en la que éste exigía que se hiciera constar que «es absolutamente falso que
conferenciasen con la Comisión de obreros despedidos, y que ellos ni el
director hayan hecho el menor ofrecimiento de reposición al personal, y menos a
plazo fijo, no habiendo sobre ello, de cierto, absolutamente nada» (18).
Las mentiras del marqués de Acillona y su altanería colocaron a los
Ferrocarriles Vascongados en una situación muy comprometida. De las prometidas
readmisiones, el 9 de junio únicamente se aceptó la de tres empleados de
material y tracción, dos de vías y obras y uno de movimiento (19), por
lo que ante la actitud de la empresa, la Unión Ferroviaria convocó para el día
12 una reunión en el Centro Obrero de Bilbao en la que se decidió ir a la
huelga al día siguiente (20).
En
cuanto el Gobierno civil tuvo conocimiento de la definitiva convocatoria de
huelga, envió importantes destacamentos de la Guardia de Seguridad a la estación
de Achuri al tiempo que ordenó que las fuerzas de caballería de la Guardia
Civil disponibles vigilasen la vía férrea. Todos los trenes especiales
programados con ocasión de las fiestas de San Antonio fueron de inmediato
suspendidos (21).
A
pesar de la huelga, el servicio regular pudo ser prestado con cierta
normalidad, aunque muchos apeaderos carecían de personal, los trenes eran
conducidos por manos inexpertas y los jefes y directivos de la empresa en
Achuri realizaban trabajos inferiores a su categoría como enganchar coches o
tocar la campana para anunciar las salidas. Los trabajadores que no secundaron
el paro quedaron acuartelados en las principales estaciones, donde se les
servía el almuerzo, la comida o la cena y donde la empresa les obligó a
pernoctar para evitar conflictos con los piquetes de huelguistas que merodeaban
por los alrededores (22).
En
todo caso, el seguimiento de la huelga fue minoritario, ya que apenas un
centenar de obreros, incluidos los que habían sido despedidos, secundaron el
paro (23). Sin
embargo, a medida que transcurría el tiempo, la empresa tenía más dificultades
para mantener la normalidad del servicio ya que día a día y poco a poco, eran
más los empleados que abandonaban sus puestos en solidaridad con sus
compañeros. En esta situación, la dirección de la Compañía planteó un ultimátum
a sus empleados, ofreciendo un plazo máximo de tres días para solicitar la
readmisión en las condiciones que anteriormente había expuesto a través del
conde de Castell Blanco (24).
El
18 de junio expiraba el plazo otorgado por la empresa por lo que, ante el temor
de perder definitivamente sus puestos de trabajo, 52 de los 85 empleados que
habían sido despedidos o estaban en huelga presentaron la solicitud de
readmisión. De ellos, la empresa aceptó a un total de 41 y denegó otras 11
peticiones, por lo que el conflicto se saldó finalmente con la pérdida de
empleo para 44 trabajadores (25).
Balance de
la huelga de junio de 1911
| |||
Servicio
|
Despedidos
|
Readmitidos
|
No
admitidos
|
Movimiento
|
20
|
9
|
11
|
Tracción
|
18
|
7
|
11
|
Vías
y Obras
|
15
|
9
|
6
|
Intervención
|
2
|
0
|
2
|
Servicio
|
Huelguistas
|
Readmitidos
|
No
admitidos
|
Movimiento
|
24
|
15
|
9
|
Tracción
|
4
|
1
|
3
|
Vías
y Obras
|
1
|
0
|
1
|
Intervención
|
1
|
0
|
1
|
Fuente: Libro de Actas del Consejo de Administración de los
Ferrocarriles Vascongados, pp. 244-245.
|
Ese
mismo día por la tarde, la Compañía recibió una solicitud colectiva de doce
agentes de Guipúzcoa, acompañada por una recomendación remitida por el
Gobernador civil de la provincia. Ante la petición, el Consejo, «afianzado ya
el principio de autoridad, restablecida por completo la disciplina y sofocada
radicalmente la huelga», acordó readmitir a cinco de ellos, pero se opuso rotundamente
a aceptar a los restantes, ya que, pese a su promesa de darse de baja de la
Unión Ferroviaria, la empresa consideraba que habían participado de forma
destacada en el movimiento huelguístico, por lo que su rehabilitación habría
causado «deplorable efecto en el personal»(26).
Solucionada
la huelga, la empresa pudo organizar para el domingo 18 de junio un servicio
especial de trenes con motivo de la corrida de toros y otros festejos que se
celebraban en Durango (27).En
cualquier caso, pocos días más tarde todavía se registraron algunos incidentes
vinculados a la huelga, como la agresión realizada por algunos despedidos
contra dos esquiroles contratados por Vascongados como mozos de almacén. Por su
parte, la Compañía aprovechó para ajustar las últimas cuentas con algunos
obreros comprometidos con el incipiente movimiento sindical, despidiendo el 20
de junio al obrero de los talleres de Durango, Juan Uribarri (28). Poco
después, se procedió al definitivo nombramiento del nuevo personal contratado
en sustitución de los huelguistas, con el ingreso en plantilla de 23 nuevos
empleados (29)
Un
año más tarde, en la Junta General de accionistas celebrada el 10 de junio de
1912, el presidente del Consejo de Administración, el Marqués de Acillona
resumía los acontecimientos en los siguientes términos:
El Consejo,
obrando con energía y rapidez, expulsó a los elementos morbosos, despidió a los
díscolos y alentó y premió a los empleados que cumplieron con su deber
afianzando la disciplina, salvando el principio de autoridad y adoptando todas
aquellas medidas que debían conducir a la extinción total de aquella inicua
algarada promovida por elementos extraños a la Compañía, pues nuestros
empleados se mantuvieron fieles, en sus puestos, salvas contadas excepciones;
dijo que el Consejo había adoptado, como norma invariable de conducta, no
reconocer personalidad alguna en Asociaciones extrañas para intervenir en el
régimen, dirección y administración de nuestra Compañía, proclamando que sólo
al mismo Consejo incumbe el nombramiento y separación del personal sin
ingerencias extrañas; puso en evidencia los manejos indignos de los agitadores
que pronto quedaron en completo aislamiento; reconoció que en conjunto fue
digno de aplauso el proceder de las autoridades en todo lo concerniente al mantenimiento
del orden público y de la libertad de trabajo, aunque se incurrió en la
debilidad de dar excesiva importancia a las amenazas de unos cuantos agitadores
de oficio (30).
A
corto plazo, la huelga de junio de 1911 representó un absoluto fracaso para los
trabajadores implicados ya que no sólo no alcanzaron su única reivindicación,
la readmisión de los dos maquinistas que la empresa había despedido como
represalia a su militancia sindical, sino que otros 39 empleados perdieron su
puesto de trabajo. Sin embargo, la huelga sirvió de seria advertencia al
Consejo de Administración de los Ferrocarriles Vascongados que, a partir de
entonces, fue consciente que no podía vivir más dando la espalda a la realidad
social de la Compañía. De hecho, en la sesión celebrada el 1 de julio de 1911
se decidió que
Con objeto de
que los Sres. Consejeros tuvieran conocimiento de los deseos y aspiraciones del
personal y de que éste pudiera en todo tiempo exponerlas sin que, al efecto,
mediara intervención, creía conveniente, y así proponía, el que, por lo menos
quincenalmente, giraran los Sres. Consejeros visitas de inspección por toda la
línea y dependencias, dividiéndose al efecto en distintas comisiones (31).
Por
tanto, y a pesar de su fracaso, la huelga de junio de 1911 representó un paso
fundamental en la larga lucha por la conquista de los derechos sociales más
básicos de los ferroviarios de la Compañía de los Ferrocarriles Vascongados.
(1) Gaceta de Madrid, 28 de abril de 1909, Nº 118, p. 987.
(2) Emerenciana-Paz Juez Gonzalo, Los ferroviarios de las antiguas compañías,
p. 86. Esta obra resulta muy recomendable para conocer los orígenes del
movimiento sindical en los ferrocarriles españoles.
(3) Ferrocarriles Vascongados,
Libro de Actas del Comité Ejecutivo, Nº 1,
pp. 471-472.
(4) El Liberal, l de junio de 1911.
(5) Ferrocarriles Vascongados,
Libro de Actas del Comité Ejecutivo, Nº 2,
p. 24.
(6) Ferrocarriles Vascongados,
Libro de Actas del Comité Ejecutivo, Nº 1,
pp. 477-478.
(7) El Nervión, 31 de mayo de 1911.
(8) Ferrocarriles Vascongados,
Libro de Actas del Comité Ejecutivo, Nº 2,
p. 94.
(9) El Liberal, 2 de junio de 1911.
(10) Ferrocarriles
Vascongados, Libro de Actas del Consejo
de Administración, Nº 1, p. 230.
(11) Ferrocarriles
Vascongados, Libro de Actas del Consejo
de Administración, Nº 1, pp228-233. los despedidos eran los maquinistas
Adolfo Urbina, Juan Luena, Luis Concepción, Baltasar Asegurado, Domingo Setién
y Pedro Mediavilla, los fogoneros Fernando y Feliciano Villegas, Modesto Prado,
Ruperto Marieta, Pedro Parreño, Manuel Alonso, Lorenzo Ogueluri y Antonio
Castrillo, el expendedor de la estación de Bilbao Félix Plaza, el vigilante de
andén de Bilbao Estanislao Méndez, los guardafrenos de Bilbao Antonio Isorna y
Manuel Zubiri, los mozos de estación de Bilbao Manuel Bello, Leandro Fernández
y Lucio Bañares, los guardagujas en Bilbao Andrés Ozaita y Víctor Azcurreta, el
enganchador de la estación de Bilbao Severino Ojea, los capataces de vías y
obras de Bilbao, Zuazo y San Sebastián, Fermín García, Manuel Gutiérrez y Ramón
Otaola, los vigilantes y obreros de este servicio en Bilbao, Santiago
Domínguez, José Vázquez, Alfredo Mencia y José Delgado, el jefe de estación de Lasarte, Luis
Palacios, el guardagujas de esta dependencia Francisco Vila, los guardagujas de
Zuazo Andrés Molina y Eugenio López, el mozo de tren de Durango, Paulino Ochoa,
el factor de la estación de Eibar Alberto Toro, los factores de Deva Santiago
Domínguez y José Epelde, el conductor Antonio Villar, el capataz de vías y
obras Segundo Munguía, los obreros y guardavías de este servicio José Aguesolo,
José Manuel Galarraga, Agustín Zubimendi, Rafael Blanco, Lorenzo Prieto, Luis
Martínez, José Alberdi, Santiago Camarón y Antolín Gómez, los interventores de
Deva y San Sebastián, Eloy Dorado y Nicolás Madarias, el agente de recorrido
Juan García, el jefe de estación de Zumaya, Constantino Moreno y el guardafreno
Emilio Boulandier.
(12) El Liberal, 6 de junio de 1911.
(13) El Liberal, 5 de junio de 1911. Ambos
fueron puestos en libertad esa misma tarde
(14) El Nervión, 6 de junio de 1911.
(15) Ferrocarriles
Vascongados, Libro de Actas del Consejo
de Administración, Nº 1, p. 239.
(16) El Liberal, 8 de junio de 1911.
(17) El Liberal, 8 de junio de 1911.
(18) El Nervión, 8 de junio de 1911.
(19) Ferrocarriles
Vascongados, Libro de Actas del Comité
Ejecutivo, Nº 2, p. 98.
(20) El Nervión, 13 de junio de 1911.
(21) El Nervión, 13 de junio de 1911.
(22) El Liberal, 14 de junio de 1911.
(23) El Liberal, 15 de junio de 1911
(24) El Liberal, 16 de junio de 1911.
(25) Ferrocarriles
Vascongados, Libro de Actas del Consejo
de Administración, Nº 1, pp. 244-245.
(26) Ferrocarriles
Vascongados, Libro de Actas del Consejo
de Administración, Nº 1, pp. 245-246.
(27) El Nervión, 16 de junio de 1911.
(28) Ferrocarriles
Vascongados, Libro de Actas del Comité
Ejecutivo, Nº 2, p. 104.
(29) Ferrocarriles
Vascongados, Libro de Actas del Comité
Ejecutivo, Nº 2, p. 120.
(30) Ferrocarriles Vascongados, Libro de Actas
de las Juntas Generales, Nº 1, pp. 22-23.
(31) Ferrocarriles
Vascongados, Libro de Actas del Consejo
de Administración, Nº 1, p. 258.
Fascinante efemeride,que,quiza aunque nos retrotraiga a tiempos o topicos "remotos"y ya que se consideraban superados definitivamente,cobra sin embargo su verdadero sentido y hasta vigencia por desgracia en estos tiempos de tanta precariedad y recesion.Enhorabuena,Juanjo,por todo ese monumental trabajo de documentacion tan detallada,y a la vez,lo interpreto tambien de reivindicacion
ResponderEliminar¡Felicidades! Sin duda, apasionante historia que demuestra a las claras que vamos "hacia atrás" en derechos.
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