Como es sabido, el primer ferrocarril español se estableció en la isla de Cuba, entonces parte de los dominios de la corona española, y en él se utilizó el ancho de vía preconizado por Stephenson, es decir, los 1.435 milímetros. Por lo que respecta a su desarrollo en la península ibérica, antes de iniciar su implantación, el gobierno decidió
realizar un estudio de las características que deberían reunir las futuras vías
para garantizar su correcto funcionamiento y un adecuado nivel de servicio
público. Para ello se formó una comisión encabezada por Juan Subercase,
inspector general de la
Dirección General de Caminos Canales y Puertos, que analizó
la situación de las vías férreas en Europa y las condiciones mínimas que
deberían reunir éstas en España.
Los estudios de la citada
comisión desembocaron en la promulgación de la Real Orden del 31 de
diciembre de 1844 que, entre otros aspectos, determinaba las rampas máximas, el
radio mínimo de las curvas o la necesidad de construir todas las obras de
fábrica, puentes y túneles preparados para doble vía. Sin embargo, la decisión
más trascendente tomada por la comisión fue, sin duda alguna, la elección del del ancho de
vía, que quedó establecido en seis pies castellanos, es decir, 1.672 milímetros ,
entrevía incompatible con la del resto de Europa y que, desde entonces, ha
dificultado las comunicaciones ferroviarias entre España y el resto del continente.
Existen numerosas teorías sobre
el origen del ancho de vía español, desde las presiones de los militares que
pretendían dificultar una hipotética invasión francesa, hasta la posible compra
de locomotoras coches y vagones de ocasión, construidos con esa medida, pero lo cierto es que se
trató de una decisión estrictamente técnica. En descargo de Subercase y sus
compañeros es preciso señalar que, como se ha visto en la entrada anterior, cuando analizaron los ferrocarriles que se
construían en Europa, no existía un criterio uniforme sobre el ancho de vía.
Como
ya se ha señalado, en la propia Inglaterra, cuna del ferrocarril, aunque buena
parte de las líneas se construían con la separación de carriles que hoy se considera estándar, 1.435
milímetros , había ferrocarriles cuyos carriles tenían
separaciones tan dispares como 1.524 milímetros (cinco pies), 1.600, 1.674 y
hasta la extravagante vía de 2.134 milímetros de Brunel. El panorama en el
continente no era muy diferente, ya que, aunque muchos países habían optado por
el ancho de 1.435
milímetros , otros como el Gran Ducado de Baden habían escogido una separación entre carriles de 1.600 milímetros, en Holanda establecieron sus vías
con la entrevía de 1.945
milímetros y los primeros ferrocarriles rusos eran de 1.829 milímetros .
Ante este dispar panorama,
Subercase decidió elegir para España su propio ancho de vía y, aunque estaba
convencido de las ventajas de las vías anchas, no se atrevió a elegir una
entrevía tan grande como la holandesa o los 2.134 milímetros
de algunas líneas inglesas, debido a su mayor coste de construcción, por lo que
optó por una medida intermedia entre éstas y la vía entonces considerada
estrecha, de 1.435
milímetros . De ahí que se estableciera como ancho
unificado para los ferrocarriles españoles la medida de los seis pies
castellanos, una cifra redonda. Sin embargo, cuando apenas había transcurrido poco más de un año
de la publicación de la
Real Orden que establecía el ancho de vía de los
ferrocarriles españoles, se promulgó en Gran Bretaña la Gauge
Act que unificaba el ancho de vía de los ferrocarriles
británicos en 1.435
milímetros , decreto que se convirtió en el primer paso para convertir esta medida en el
ancho de vía estándar a nivel mundial.
España, donde todavía no se había
construido un solo kilómetro de ferrocarril, no fue capaz de entender la
importancia de esta decisión y mantuvo en su legislación la obligación de
construir todos los ferrocarriles con la vía ancha de seis pies castellanos, 1.672 milímetros y, pese a los diversos intentos
que se plantearon en este sentido, no fue posible modificar la
decisión de 1844 hasta finales del siglo XX, con la construcción de las nuevas
líneas de alta velocidad.
Aunque muchos países siguieron el
ejemplo británico, este hecho no impidió que continuaran proliferando nuevos
anchos de vía. La propia Gran Bretaña no siguió un criterio uniforme en su
propio imperio, de modo que en la
India construyeron ferrocarriles con vías de cinco pies y seis
pulgadas y también con entrevía de un solo metro, mientras que en Australia,
cada estado optó por el ancho que consideró más conveniente, de modo que, en la
actualidad, la isla-continente dispone de tres tipos de vía diferentes.
Resulta interesante que antes de contruir un sólo kilómetro de vía no fuesen capaces, o no quisieran, modificar el decreto para adecuarse a los 1.435mm de los ingleses, aunque he leido en más de una ocasión que uno de sus grandes argumentos era el impedimento de abastacerse en caso de una posible invasión.
ResponderEliminarLa Gauge Act no tuvo tanta importancia como todo eso. Sólo normalizaba el ancho Stephenson en Gran Bretaña.... y la vía ancha de cinco pies y tres pulgadas en Irlanda. Al mismo tiempo, Brunel seguía tendiendo líneas de siete pies, y cada parte del Imperio Británico "iba a su aire". El ancho Subercase era prácticamente igual que el de cinco pies y medio, 6,03 pies castellanos. Esta medida se implantó con fuerza en Canadá y Estados Unidos, y subsiste en Argentina, Chile y sobre todo en la India.
ResponderEliminarHe "traducido" el Informe Subercase al castellano actual para facilitar el trabajo de los robots traductores que lo vierten a otros idiomas. En su día lo leí, como todo el mundo, para execrar y fustigar a los autores por no haber visto las "ventajas" del Ancho de las Carretas del Carbón.... y sucedió exactamente lo contrario. Los redactores eran unos tipos inteligentísimos, que pensaban en grande, como Brunel. Mi análisis es que la mejor opción era una red dual, con líneas principales de siete pies y secundarias de tres pies y medio, moviendo masas indivisibles normalizadas.
"A toro pasado" todos somos más listos...