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jueves, 24 de abril de 2025

EL FERROCARRIL DE BARCELONA A TARRAGONA CUMPLE 160 AÑOS (II)

 

Puente metálico sobre el Llobregat en Martorell, diseñado por Michel y Cornélius Bergue y construido por su hermano Charles, quien, años más tarde, participaría en el puente escocés del Tay que, con 3,5 kilómetros, era el más largo del mundo cuando se inauguró en 1878. Postal comercial. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

MICHEL BERGUE


Michel Bergue, más conocido en España como Miguel de Bergue y, también, como Miguel Debergue, fue el principal promotor y constructor del ferrocarril de Barcelona a Martorell. Vino al mundo en Londres el año 1812 en el seno de una familia francesa exiliada en Inglaterra a consecuencia de la revolución francesa. Tras la caída de Napoleón, retornaron a Francia, donde el padre estableció un taller de construcciones mecánicas al tiempo que sus hijos se formaban como ingenieros mecánicos. El primogénito, Charles, regresó en 1836 a Gran Bretaña, donde fundó sus propios talleres en Manchester y Cardiff, especializados en la construcción de puentes y otras estructuras metálicas, mientras que Henri montó una fábrica para la construcción de telares en París. Por su parte, Cornélius y Michel se establecieron en España como técnicos y representantes de los negocios familiares y de otras firmas británicas, mientras que otro hermano, Antoine, también se instaló en Barcelona, donde se dedicó a la pintura artística.


Tras su llegada a España en 1832, Michel Bergue colaboró en la puesta en marcha de la primera máquina de vapor instalada en el país, la de la fábrica Bonaplata. Posteriormente, como representante de la firma británica John Hall & Sons, participó activamente en la primera mecanización de la industria catalana en factorías como el Vapor Vell de Sants o La España Industrial. Además, en colaboración con otros empresarios catalanes fundó, en 1940, los talleres mecánicos de Vilanova, Domènech y Bergue.


Como concesionario y contratista del ferrocarril de Barcelona a Martorell participó directamente en sus obras, incluido el diseño del gran puente sobre el río Llobregat, en su momento uno de los mayores de España. Diseñado junto a su hermano Cornélius y construida su estructura metálica en los talleres de su otro hermano, Charles, en Manchester, tenía una longitud de 280 metros repartidos en once vanos, los extremos de 17 metros y los nueve restantes de 27,4. También en colaboración con Charles desarrolló un nuevo tipo de vía en el que, en lugar de traviesas de madera, se utilizaba un sistema de placas de fundición arriostradas con tirantes metálicos. Naturalmente, este fue el tipo de vía utilizado en el ferrocarril de Barcelona a Martorell.


Michel Bergue también diseñó los edificios de la línea, incluidas las marquesinas metálicas que cubrían las vías de las terminales de Barcelona y Martorell. Más tarde, en 1865, también realizó la cubierta de la barcelonesa estación del Norte.


Como contratista de obras, Bergue también trabajó en la construcción de otros ferrocarriles, como el de Tarragona a Tortosa o el de Barcelona a Sarrià. Especializado en estructuras de carpintería metálica, diseñó, la cubierta de la caja escénica del teatro del Liceu tras su incendio en 1861, que perduraría hasta el nuevo incendio de 1994. Otros proyectos que no se llegaron a materializar fueron las cubiertas metálicas para los mercados de la Boquería, en Barcelona, o de Portugalete, en Valladolid.

 


martes, 15 de abril de 2025

EL FERROCARRIL DE BARCELONA A TARRAGONA CUMPLE 160 AÑOS (I)

Estación de Martorell, inaugurada en 1854. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Hoy hace 160 que se inauguró la primera conexión ferroviaria entre Barcelona y Tarragona, enlace cuyos orígenes se remontan al año 1854, cuando se inauguró su primera sección entre la capital catalana y Molins de Rei. Esta línea pionera en sus inicios, ya que fue la tercera de Catalunya y la sexta de España se abrió al tráfico cuando el tren daba sus primeros pasos en la península ibérica, territorio que entonces apenas contaba con 174 kilómetros de vías en servicio. Sin embargo, su prolongación hasta la ciudad imperial experimentó toda clase de dificultades que generaron un notable desfase con respecto al desarrollo de este medio de transporte en el resto del país, cuya red ya contaba con más de 4.150 kilómetros cuando se completó la conexión.

Paso de un tren de cercanías de MZA por la estación de Gelida. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El Camino de Hierro del Centro

Desde que en 1848 se inaugurase la era ferroviaria en nuestro país tras la apertura del ferrocarril de Barcelona a Mataró, diversos promotores se interesaron en la construcción de una vía férrea a lo largo del valle del río Llobregat, ya que éste era el camino natural de acceso para comunicar la capital catalana con València, Zaragoza y Madrid. Así, cuando apenas habían transcurrido dos años, el 1 de mayo de 1850, dos empresarios, Lorenzo Milans del Bosch y Guillermo Bignell solicitaron al gobierno la concesión para enlazar Barcelona con Molins de Rei.

Ambos empresarios emprendieron de inmediato los estudios necesarios para implantar la nueva vía férrea y pocos días después, el 11 de julio, la prensa anunciaba que ya habían emprendido la inspección de los terrenos para el levantamiento de planos. Asimismo, indicaba que, si reunían el capital suficiente, era propósito de los promotores del nuevo ferrocarril proseguir con sus vías hacia Martorell y, quizás, hasta Igualada.

Estación de Torredembarra, inaugurada el 15 de abril de 1865. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Pese a que la redacción del proyecto se realizó en pocas semanas y el 3 de agosto de 1850 la prensa lo daba por prácticamente concluido, Milans del Bosch no había realizado los trámites necesarios para consolidar la concesión, por lo que su socio, Guillermo Bignell, en esta ocasión junto a los empresarios Antonio Font y Francisco Bohigas reiteró la petición, sin que, como la ocasión anterior, esta solicitud llegara a buen puerto, ya que fueron incapaces de depositar la fianza para hacer efectiva la concesión.

Otro comerciante de Barcelona, José Casals, también solicitó, el 21 de octubre de 1850, la concesión para construir y explotar el ferrocarril de Barcelona a Molins de Rei, pero, unos días antes, Michel Bergue, un ingeniero británico con raíces francesas y afincado en Barcelona desde 1832, hizo su propia petición, que fue la finalmente atendida. Así, según señala Carlos Urkiola i Casas en su documentado trabajo de investigación sobre esta línea, el 28 de febrero de 1851 logró la concesión definitiva. Poco después, el 3 de abril del mismo año, también obtuvo la autorización para ampliar su recorrido hasta Martorell.

Estación de Tarragona, futuro enlace con las líneas a Reus y a València. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


Para impulsar definitivamente la construcción de la nueva vía férrea se constituyó, el 13 de abril de 1852, la Compañía del Camino de Hierro del Centro, con un capital social de ocho millones de pesetas. Días antes, esta empresa había adquirido a Michel Bergue la concesión, al mismo tiempo que le adjudicó los trabajos para su materialización, por un importe de 7.847.450 pesetas. Sin embargo, todavía sería necesario que trascurriera prácticamente un año para que el 2 de febrero de 1853 un Real Decreto autorizase el inicio provisional de las obras.

Los trabajos de construcción del nuevo ferrocarril debieron enfrentarse a numerosos obstáculos. El primero de ellos, las limitaciones impuestas por las autoridades militares y el ayuntamiento de Barcelona a la ubicación de su estación de cabecera, que, finalmente, se estableció junto a la actual plaza de Catalunya. Ante la falta de espacio, los talleres y otras dependencias se instalaron en la colateral de Sants. También fue preciso determinar el ancho de vía, ya que la concesión contemplaba el uso del ancho de vía hoy considerado como internacional, de 1.435 milímetros, frente a los seis pies castellanos con los que se estaban construyendo todos los ferrocarriles españoles, por lo que los rectores de la Compañía del Camino de Hierro del Centro solicitaron poder unificar su galga con los restantes, autorización que obtuvieron el 13 de junio de 1853.

Pese a que el nuevo ferrocarril aprovechaba el valle del río Llobregat, por lo que su construcción no exigía la realización de obras de envergadura, con excepción de dos túneles, el primero bajo el caso urbano de Molins de Rei y el segundo, de 810 metros de longitud, bajo la loma de Costablanca, su coste por kilómetro fue notablemente superior al de las dos vías férreas existentes ya en Barcelona, las líneas de Mataró y Granollers, debido a que desde sus inicios se estableció la doble vía entre la estación de la plaza de Catalunya y Molins, caso único en España, donde todos los ferrocarriles se implantaron inicialmente con vía única. Además, la ubicación definitiva de la estación de Martorell, que el concesionario quería mantener en la orilla izquierda del río para evitar la construcción de un gran viaducto, encareció notablemente el proyecto, hasta el punto de exigir ampliar el capital social en 1.025.000 pesetas más.

En las inmediaciones de Gelida la vía cruza el cauce del río Noia. Fotografía de Manolo Maristany. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


En marzo de 1854 Michel Bergue ya había concluido las obras de explanación entre Barcelona y Molins y procedía a montar los carriles, por lo que todo parecía indicar que a lo largo del verano de dicho año se podría abrir al servicio. Sin embargo, la revolución liberal que estalló el 28 de junio y una epidemia de peste que asoló toda la costa del Mediterráneo paralizó los trabajos, pese a que su adelantado estado había permitido que el 29 de septiembre circulase por primera vez una locomotora a lo largo de todo el trayecto. Pocos días más tarde, el 13 de octubre, un tren con un centenar de invitados recorrió nuevamente toda la vía. Sin embargo, la autorización oficial para la apertura al servicio público de los 17,6 kilómetros de la nueva línea no tuvo lugar hasta el 26 de noviembre de 1854, y con una sola vía, ya que la segunda no se completó hasta el 30 de septiembre de 1855.

La continuación de la vía hasta Martorell tuvo que afrontar las principales dificultades de toda la línea, los dos túneles y el gran puente sobre el río Llobregat. Por ello la apertura de los diez kilómetros comprendidos desde Molins de Rei se retrasó hasta el 10 de noviembre de 1856. Ello no implicaba el final de las obras, ya que en Martorell se instaló una estación provisional. De hecho, la travesía del Llobregat, mediante un viaducto de once tramos metálicos, y la estación definitiva no se inauguraron hasta el 23 de junio de 1859. Habían transcurrido cerca de nueve años desde los primeros proyectos hasta la conclusión de los escasos treinta kilómetros del ferrocarril de Barcelona a Martorell.

El ferrocarril de Barcelona a Valls ofreció una nueva conexión por la costa del Garraf. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


¿Por la costa o por el interior?

Tras alcanzar Martorell, se planteó de inmediato la continuación de la vía férrea y aunque se elaboraron varios proyectos en dirección a Igualada, finalmente se desechó esta opción, que no sería retomada hasta cuatro décadas más tarde y en vía métrica, en favor de la prolongación hacia Tarragona. Sin embargo, esta nueva alternativa pronto suscitó un encendido debate entre los que defendían abrirse camino por las abruptas costas del Garraf, postura que propugnaban las poblaciones del litoral como Vilanova i la Geltrú y Sitges, frente a los que optaban por seguir la ruta tradicional del interior, por el Penedès, encabezados por Vilafranca. 

Mientras se construía la línea de Martorell, uno de sus promotores, Jaime Ceriola Castellá, solicitó el 10 de mayo de 1852 la concesión para prolongar la vía a Reus por Vilafranca del Penedès, mientras, prácticamente en paralelo, otro empresario, Magin de Grau Figueras, inició las gestiones para construir un ferrocarril por la costa, cuya concesión obtuvo el 5 de julio de 1854. Sin embargo, ni uno ni otro tenían los recursos necesarios para afrontar tan ambiciosos proyectos y, finalmente, el 18 de enero de 1857, ambas concesiones fueron adquiridas por el Crédito Mobiliario Barcelonés.

Una vez ambas concesiones en una sola mano, la decisión final se decantó por el camino del interior, técnicamente menos compleja. Sin embargo, el proceso para el inicio de las obras fue nuevamente complejo y tras prolongadas negociaciones, el Crédito Mobiliario Barcelonés optó por traspasar la concesión a la Compañía del Camino de Hierro del Centro. Una Real Orden promulgada el 14 de julio de 1861 refrendó definitivamente operación.

Una vez aclarado el panorama, la empresa concesionaria sustituyó su razón social por la de Compañía de los Ferrocarriles de Tarragona a Martorell y Barcelona, cambio autorizado el 10 de septiembre de 1861, y adjudicó su construcción al contratista francés Jean Grimaldi. Como señala Guillermo Bas Ordoñez en su documentado trabajo sobre las locomotoras de vapor de la Compañía de los ferrocarriles de Tarragona a Barcelona y Francia, la nueva vía partiría de Martorell en dirección suroeste, para seguir el valle del río Anoia, que cruzaría en tres ocasiones en las inmediaciones de Gelida. A continuación, pasaría por Sant Sadurní d’Anoia, y ascendería a La Granada, para descender por Vilafranca del Penedès y El Vendrell. En este punto, la vía tomaría dirección al sur,  para alcanzar la costa y, tras superar Torredembarra, llegar a Tarragona.

Joan Montserrat y Joan Solé señalan que Grimaldi subcontrató las obras a diferentes contratistas locales, como es el caso de Juan Busca Durán, José Deulofeu Esgrús, Agustín Vila Llobet y Miguel Pujol Sábat, entre otros muchos. En todo caso, y pese a algunos desacuerdos entre las partes, los trabajos se desarrollaron a buen ritmo entre los años 1862 y 1863, gracias a la participación de más de 3.500 peones, incluidos numerosos soldados cedidos por las autoridades militares. De este modo, a finales de 1863 los movimientos de tierras y las explanaciones estaban prácticamente concluidas y de las 221 obras de fábrica previstas, ya se habían terminado 217.

En enero de 1864 ya se habían recibido las primeras locomotoras de vapor que, al igual que las que circulaban entre Barcelona y Martorell, eran de construcción británica. Sin embargo, cuando el 31 de julio finalizó el plazo pactado con Jean Grimaldi, las obras, aunque muy adelantadas, no se habían concluido, por lo que, de inmediato, ambas partes se enzarzaron en un prolongado pleito que paralizó por completo los trabajos.

Para desbloquear la situación, la empresa concesionaria decidió completar por su cuenta las obras y en enero de 1865 los trabajos estaban lo suficientemente adelantados como para efectuar las primeras pruebas y en una de ellas, realizada el 15 de enero de 1865 en presencia del arzobispo de Tarragona, se autorizó al maquinista para que alcanzara la mayor velocidad posible. Según publicó el Diario de Tarragona, los 34 kilómetros entre Vilafranca y Torredembarra se cubrieron en tan solo 20 minutos, lo que habría supuesto una velocidad medida de 102 kilómetros por hora, cifra realmente impresionante para la época.

Finalmente, y mientras la empresa concesionaria seguía pleiteando con su antiguo contratista, se dieron por concluidas las obras de los 73,1 kilómetros comprendidos entre Martorell y Tarragona. Así, el 15 de abril de 1865 se puso, por fin, en comunicación, Barcelona con Tarragona. Poco después, se completó también el empalme con la vía férrea procedente de València, con lo que comenzó a conformarse el hoy conocido como corredor mediterráneo.

MZA realizó importantes mejoras en la línea de Barcelona a Tarragona, incluido el nuevo edificio de la estación de Martorell. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


De mano en mano

Una vez completado el ferrocarril entre Barcelona y Tarragona, el tráfico ferroviario pronto se consolidó tanto por la demanda que generaban las comarcas recorridas por la nueva vía férrea como por la que aportaban las líneas afluentes de Reus y, sobre todo, de València. Sin embargo, a los pocos años la positiva evolución de la compañía concesionaria se vio alterada con el estallido de la tercera guerra carlista, que además de provocar diversos daños en la infraestructura, provocó numerosas interrupciones del servicio, con la consiguiente repercusión en las cifras de transportes e ingresos. Por otra parte, la situación económica de la empresa, ahogada por las deudas contraídas durante la construcción, era muy delicada. 

Para superar esta situación, finalizada la guerra carlista en territorio catalán los rectores del ferrocarril de Tarragona a Martorell y Barcelona decidieron fusionar su empresa con la del vecino de Barcelona a Francia por Figueras. Así, el 10 de diciembre de 1875 ambas constituyeron una nueva sociedad, la Compañía de los Ferrocarriles de Tarragona a Barcelona y Francia, que asumió la explotación de ambas líneas.

La fusión no supuso la conjura de los problemas que acuciaban al ferrocarril del Penedès. Por el contrario, poco después, el 12 de enero de 1877 un empresario de Vilanova i la Geltrú, Franciscó Gumá, obtuvo la concesión para construir el temido ferrocarril por las costas del Garraf, la línea de Valls a Vilanova i la Geltrú y Barcelona, que completó el 31 de enero de 1883. Esta nueva vía cruzaba con la procedente de Martorell en Sant Vicenç de Calders, pero dada la natural rivalidad entre ambas empresas, no se estableció un enlace entre ellas en este punto hasta el 24 de abril de 1887.

Francisco Gumá se arruinó en sus empresas ferroviarias, con los que ambicionó enlazar su línea de Barcelona a Valls con Zaragoza y Madrid, proyecto para el que adquirió una empresa moribunda, la de los os Ferrocarriles Carboníferos de Aragón que explotaba una línea entre la capital aragonesa y Escatrón. Poco después. El 5 de diciembre de 1881, fundó la Compañía de los Ferrocarriles Directos de Madrid a Zaragoza y Barcelona, en la que enterró sus últimos recursos hasta malvender todas sus sociedades al Tarragona a Barcelona y Francia el 19 de octubre de 1886.

Pese a su creciente importancia, al abarcar buena parte de las líneas de vía ancha de Catalunya, la situación financiera de la Compañía de Tarragona a Barcelona y Francia siempre fue delicada y agotó sus últimos recursos en intentar materializar el proyectado ferrocarril directo a Zaragoza. Así, el 1 de enero de 1895 no pudo evitar la suspensión de pagos y, finalmente, el 1 de enero de 1899, se integró en una de las grandes empresas ferroviarias del país, la de Madrid-Zaragoza-Alicante.

En 1957 Renfe electrificó la línea de Barcelona a Tarragona por el interior. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


Renfe

La Compañía de los ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante realizó notables inversiones para mejorar la línea de Barcelona a Tarragona, que pronto se convirtió en su principal opción para el tráfico de mercancías, en detrimento de la alternativa por las costas del Garraf. Con el cambio de siglo, el incremento de la demanda exigió ampliar diversas instalaciones, entre las que destacan los magníficos edificios levantados en Martorell o Vilafranca del Penedès.

En los años veinte, la compañía de Madrid-Zaragoza-Alicante estableció la doble vía en el ferrocarril de la costa, lo que favoreció el trasvase de buena parte del tráfico de la línea del interior a ésta. Esta empresa también llegó a estudiar la electrificación de su trazado por el Penedès, al menos entre Barcelona y Martorell, pero el estallido de la guerra civil paralizó todos los proyectos de mejora. Finalizado el conflicto, las líneas de esta empresa, al igual que las de todas las concesionarias de ferrocarriles de vía ancha del país, se integraron en la nueva empresa pública Renfe, constituida el 1 de febrero de 1941.

Tras la electrificación, las unidades "suizas" de las series 600 y 700 se adueñaron de los servicios de cercanías en la línea de Barcelona a Tarragona. Fotografía de Johan Kunts. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Una vez superados los peores momentos de la posguerra, Renfe emprendió un ambicioso plan de electrificación de sus líneas de mayor tráfico, entre las que incluyó el entonces denominado como el «ocho catalán». La puesta en tensión de la vía entre Barcelona y Tarragona se realizó en dos fases, ya que se priorizó el trazado por la costa, en detrimento de la histórica línea del interior. Así, el 26 de junio de 1956 se inauguró la electrificación de Barcelona a Tarragona por Vilanova i la Geltrú y, también, entre Martorell y la ciudad condal, pero la sección entre Martorell y San´t Vicenç de Calders no se completó hasta el 12 de enero de 1957.

La duplicación de la vía exigió construir un nuevo puente sobre el Llobregat. Fotografía de Manolo Maristany. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


Pese a que la línea de Barcelona a Tarragona por el interior había sido pionera en la utilización de la doble vía, como se ha señalado, la primera de España, completada en 1855 entre la capital catalana y Molins de Rei, esta mejora no se aplicó al resto de la línea, salvo, en 1930, a la sección entre Sant Vicenç de Calders y Tarragona, pero como parte de la duplicación de la vía por el trazado costero. Tuvieron que transcurrir otras cinco décadas para que Renfe emprendiera la duplicación de la línea del interior, que en 1980 se amplió entre Molins y Castellbisbal.

Renfe especializó la línea del interior en el tráfico de mercancías. Fotografía de Manolo Maristany. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El 9 de octubre de 1982 se puso en servicio la doble vía entre Martorell y Sant Vicenç de Calders. Sin embargo, todavía fue preciso esperar más de dos años para completar esta infraestructura en el pequeño tramo comprendido entre Castellbisbal y Martorell, el más complejo, ya que exigió la construcción de una variante de 3,4 kilómetros de longitud que incluía un nuevo túnel de 872 metros bajo la loma de Costablanca, así como la sustitución del primitivo puente sobre el Llobregat. El nuevo trazado se inauguró el 24 de febrero de 1985.

La estación de Vilafranca del Penedès es la cabecera de los servicios de Rodalies a Barcelona. Fotografía de Manolo Maristany. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


El corredor mediterráneo

Tras la duplicación de la vía, la línea del interior mantuvo su especialización en el tráfico de mercancías, mientras que el de viajeros de largo recorrido entre Barcelona y Tarragona se canalizó preferentemente por la del litoral. El servicio de cercanías se integró en la línea 4 de Rodalies que conecta Manresa con Barcelona y Sant Vicençs de Calders y el tramo entre Sant Vicenç y Tarragona cuenta con cuatro líneas regionales con origen en Barcelona y destinos a Lleida, Riba-roja, Ulldecona y Zaragoza. Además, la línea RT-2 de cercanías de Tarragona enlaza esta ciudad con L’Arboc.

La vocación por el transporte de mercancías de la línea del Penedès se verá acentuada en los próximos años con las obras actualmente en marcha para la adaptación del trazado entre Tarragona y Castellbisbal al ancho de vía europeo, mediante la incorporación de un tercer carril. Esta intervención ha exigido obras de notable envergadura, como la reconstrucción del túnel de Roda de Bara, reabierto el pasado 3 de marzo tras la ampliación de su gálibo, o la recuperación del viejo trazado entre Martorell y Castellbisbal, así como la modernización de la variante realizada en los años ochenta.

La línea de Barcelona a Tarragona por el Penedès se convertirá en un eslabón fundamental en el corredor Mediterráneo de mercancías. Para su adaptación se ha recuperado el antiguo túnel de Costablanca, en el que ya se ha instalado el tercer carril. Fotografía de Iñaki Bengoetxea Arrizabalaga


En el momento de cumplir su 160 aniversario, la histórica conexión ferroviaria de Barcelona y Tarragona por el Penedès no vive su mejor momento, al estar inmersa en las numerosas obras para su adaptación al ancho de vía internacional, con las inevitables afecciones de estos trabajos al servicio diario, pero una vez concluyan todas las intervenciones previstas, quedará dispuesta para afrontar un nuevo futuro, que la convertirá en el principal eje de transporte de mercancías entre la península ibérica y Europa, sin olvidar su vocación de servicio al ciudadano, con la puesta al día de los servicios regionales y de cercanías. 



domingo, 6 de abril de 2025

170 AÑOS DE FERROCARRIL EN ALBACETE (III)

 

Vista de la fachada principal de la segunda estación de Albacete, en la que destaca su tímpano neoclásico. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


Las cuatro estaciones de Albacete

A lo largo de su historia, Albacete ha contado con cuatro estaciones de ferrocarril. La primera, la inaugurada en 1855, experimentó a partir de 1858 diversas ampliaciones, culminadas hacia 1900, por lo que en la capital manchega el resultado de estas obras ha sido considerada como su segunda estación. Esta dependencia se mantuvo en servicio hasta 1967 cuando una variante del trazado ferroviario en la ciudad implicó la apertura de una nueva estación que atendió todos sus servicios ferroviarios hasta el año 2010, cuando la llegada de la alta velocidad impulsó su sustitución por la actual.

La primera de las estaciones de Albacete se situó en el noroeste de su histórico casco urbano, prácticamente al borde de sus históricas murallas, donde en la actualidad desemboca el paseo de Salamanca, inaugurado a la par que el ferrocarril y bautizado con ese nombre no en homenaje a la capital castellano-leonesa sino del promotor del ferrocarril, José Salamanca. A partir de 1858, tras la apertura de la vía hasta Alacant y València, el incremento del tráfico obligó a ampliar el primitivo pabellón, que mantuvo su estructura en una sola planta, pero que recibió diferentes mejoras como la instalación de una marquesina metálica sobre el andén principal y una elegante entrada de estilo neoclásico en la fachada orientada a la ciudad.

Durante décadas, la estación y la traza ferroviaria marcaron el límite nororiental de Albacete. Sin embargo, como sucedió en otras muchas ciudades, la deficiente planificación urbana facilitó que a comienzos del siglo XX se levantaran diversos edificios al lado opuesto de las vías. El ferrocarril comenzó a ser visto como una barrera y, en consecuencia, se estudió el posible traslado de sus instalaciones.

Fachada principal de la tercera estación de Albacete, inaugurada en 1967 y en la que destaca su gran cristalera de colores. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

Los estudios para la construcción de la tercera estación se remontan a los años veinte del pasado siglo, como parte del proyecto del nuevo ferrocarril de Saint Girons (Francia) a Baeza (Jaén). Esta nueva vía debía empalmar en Albacete con la línea de Madrid a Alacant, por lo que, en lugar de ampliar la estación de la capital manchega se decidió construir una nueva medio kilómetro más al norte.

Los proyectos para la construcción de la que sería tercera estación de Albacete así como su posterior ejecución se vieron afectados por la crisis económica de los años treinta, la guerra civil y las posteriores penurias de la posguerra. Por ello, las nuevas instalaciones no pudieron entrar en servicio hasta el 26 de noviembre de 1967, día en que fue inaugurada por el ministro de transportes de la época, Federico Silva Muñoz.

El nuevo edificio de viajeros fue diseñado en estilo racionalista y en él destacaba su llamativa fachada central, realizada con una gran cristalera de colores, así como un notable mosaico, situado sobre las taquillas, diseñado por el vizcaíno Santiago Uranga. Pese a que la tracción vapor se encontraba en aquella época en pleno retroceso, la estación fue equipada con las necesarias tomas de agua y con un notable depósito de locomotoras, incluido su puente giratorio.

La vida de la estación de 1967 no fue muy prolongada, ya que la llegada de la alta velocidad trajo consigo nuevos requisitos de servicios al viajero que esta terminal no podía atender. Por ello, fue derribada en el año 2009 para dar paso, en el mismo emplazamiento, a unas nuevas dependencias.

Vista aérea de las obras de construcción de la actual estación de Adif en Albacete. Fondo Tecsa. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Las obras de la cuarta estación de Albacete se iniciaron en noviembre de 2006 y durante un tiempo tuvieron que convivir con la antigua. Finalmente, las nuevas dependencias fueron inauguradas el 15 de diciembre de 2010, tras una inversión de 48 millones de euros. Junto a ella, se levantó también un centro comercial Vialia y, además, integra la estación de autobuses de la ciudad, con lo que se garantiza una magnifica intermodalidad. En la operación, se rescató el histórico mosaico de Santiago Uranga, que fue reubicado en la nueva zona de atención al cliente.

La actual estación de Albacete dispone de nueve vías, seis de ancho europeo y otras tres de ancho ibérico, a los que se puede acceder desde cuatro andenes de 410 metros de longitud.


 

 

martes, 1 de abril de 2025

170 AÑOS DE FERROCARRIL EN ALBACETE (II)


Entre las numerosas obras realizadas por Agustín Elcoro Berecibar destaca el proyecto del nuevo puerto de Alacant

AGUSTÍN ELCORO BERECIBAR


Entre los muchos artífices de la construcción del ferrocarril de Madrid al Mediterráneo cabe señalar la figura del ingeniero vasco Agustín Elcoro Berecibar, a quién José Salamanca ordenó presentarse al fogonero que le acompañó en su precipitada huida de Madrid. Natural de la villa vizcaína de Elorrio, donde nació e 11 de febrero de 1812, curso sus primeros estudios de gramática castellana y latina bajo la dirección del profesor Manuel Gallárraga. Entre los años 1826 y 1829 asistió al Real Seminario de Nobles de Bergara, donde amplió su formación campos como las matemáticas, geometría, hidráulica, geografía, meteorología o astronomía.

Entre 1829 y 1830 amplió sus estudios en materia de lógica, metafísica y arquitectura, al mismo tiempo que se inició en el mundo de la construcción al participar en algunas obras de nueva planta en su villa natal, como una ermita, una fuente y un lavadero público. Poco después, se trasladó a Madrid para continuar su formación en la Academia de San Fernando.

En la capital de España, Agustín Elcoro compaginó sus estudios de arquitectura, en los que obtuvo el título el 28 de mayo de 1837, con los de ingeniero de caminos canales y puertos. Licenciado en esta última carrera, ingresó al servicio del Estado como ingeniero segundo en Santander, para, a partir de 1843, trabajar en las obras de construcción de la carretera de Madrid a Alacant, experiencia que una década más tarde le resultaría muy útil al frente de las obras del ferrocarril entre ambas capitales.

Elcoro afrontó toda clase de obras, como el proyecto del nuevo puerto de Alacant, que redactó en 1847. Un año más tarde fue destinado a la demarcación de Murcia y, poco después, al puerto de València. A partir de 1853 su presencia fue clave en la construcción de la línea del Mediterráneo, en la que su sólida formación como arquitecto sirvió para que pudiera diseñar todas las estaciones de la línea entre Almansa y Alacant.

En 1855 fue nombrado jefe de Distrito en Tarragona y ese mismo año también se integró, como vocal, en la junta consultiva de caminos. Más tarde, en 1865 participó en la comisión que debía redactar el nuevo plan general de ferrocarriles, trabajo que no pudo culminar al fallecer prematuramente en Madrid el 1 de febrero de 1867, cuando tan solo contaba con 54 años.