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lunes, 30 de diciembre de 2024

EL METRO DE BARCELONA CUMPLE SU PRIMER CENTENARIO (I)

 

El 30 de diciembre de 1924 se inauguró la primera línea de metro de Barcelona, entre las plazas de Lesseps y Catalunya. Archivo de la Fundació de Transports Metropolitans de Barcelona

Si alguien busca en Wikipedia o en otras muchas publicaciones, sean digitales o impresas, es fácil que encuentre la fecha de 1863 como el origen del actual ferrocarril metropolitano de Barcelona. Sin embargo, lo que ese año se puso en servicio fue el tren de Barcelona a Sarrià, una línea con vocación urbana, pero establecida en superficie y explotada con locomotoras de vapor. De hecho, no sería hasta el año 1929 cuando, progresivamente, se procedió a su soterramiento y transformación a los parámetros habituales de un metropolitano. Sin embargo, cinco años antes de esta operación, el 30 de diciembre de 1924, se inauguraba en la ciudad condal la primera línea auténticamente metropolitana, hoy conocida como L-3, con trazado subterráneo en su integridad y operada con tracción eléctrica. Su construcción fue impulsada por la sociedad Gran Metropolitano de Barcelona, S.A.

La imagen no refleja medio coche del Gran Metro sino una de las instalaciones más curiosas de la red de metro de Barcelona, el elevador de trenes de las cocheras de Lesseps, situadas en superficie, lo que obligó a instalar un ascensor que permitiera subir o bajar los coches al túnel. En la fotografía, se aprecia como uno de estos vehículos asoma desde el subsuelo. Foto de Bonaventura Coll. Colección de César Ariño Planchería

El Gran Metro…

Desde los albores de la revolución industrial en Catalunya, la población de su capital, Barcelona, había experimentado un fuerte y constante aumento. Si en 1800 la ciudad contaba con 115.000 habitantes, en 1850 ya había alcanzado los 187.000 y con el cambio de siglo, superó el medio millón. Naturalmente, este crecimiento, favorecido por el derribo en 1854 de las murallas que cercaban la ciudad histórica y la aprobación del plan Cerdá en 1859, provocó la expansión de la trama urbana y la necesidad de ofrecer a los ciudadanos servicios de transporte público que, durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX fue proporcionado por diversas compañías de tranvías que emplearon, inicialmente, el motor de sangre, seguidamente el de vapor y, a partir de 1899, el eléctrico.

Pese al fundamental papel de los tranvías en la movilidad ciudadana, la demanda era, en ocasiones, muy superior a la oferta, por lo que, a la vista del éxito de los primeros ferrocarriles metropolitanos del mundo establecidos en Londres, Budapest, Nueva York, París o Berlín, pronto surgieron propuestas para implantar este medio de transporte en la ciudad condal. La primera de ellas fue impulsada por Pablo Muller y Octavio Zaragoza, quienes en 1907 solicitaron la concesión para la construcción de un ferrocarril subterráneo con el que pretendían enlazar el parque de la Ciutadella con la Bonanova por el Paseo de Colón, Rambla, plaza de Catalunya, paseo de Gràcia, Mayor de Gràcia, plaza Lesseps, Putxet y Sant Gervasi.

El proyecto presentado por Muller y Zaragoza fue aprobado por el Gobierno y el 27 de diciembre de 1907 una Real Orden autorizó la tramitación de la concesión. Sin embargo, sus promotores no lograron reunir los capitales necesarios para afrontar su construcción, estimados en 7,5 millones de pesetas.

Superadas las tensiones que la Primera Guerra Mundial provocó en la sociedad y economía española, Barcelona experimentó un rápido incremento de la movilidad, pero los tranvías se veían limitados por la congestión viaria que comenzaba a afectar a las principales arterias de la ciudad. Por ello, y a la vista de los buenos resultados que comenzaba a ofrecer el primer ferrocarril metropolitano de España, inaugurado en Madrid el año 1919, la misma entidad que había garantizado su financiación, el Banco de Vizcaya, decidió impulsar la implantación de este medio de transporte en la ciudad condal. Así, tras realizar los trámites oportunos, el banco vasco obtuvo, el 12 de febrero de 1921, la concesión para su construcción y explotación.

Para impulsar definitivamente el proyecto, el Banco de Vizcaya decidió asociarse con otras entidades financieras y empresas de transporte para constituir, el 26 de mayo de 1921, la sociedad Gran Metropolitano de Barcelona, S.A. en la que, junto al banco vasco, participaban también los bancos Hispano-Colonial y Arnús-Garí, así como Tranvías de Barcelona y Ferrocarriles de Cataluña. El capital social se fijó en 15 millones de pesetas. Poco después, el 15 de junio de 1921, se adjudicaron las primeras obras a otra firma vasca, Hormaeche y Beraza, compañía que ya se había curtido en la construcción de la línea Sol-Cuatro Caminos del metro de Madrid.

Las obras, dirigidas por el ingeniero Santiago Rubió i Tudurí, contemplaron importantes cambios respecto al proyecto original de Muller y Zaragoza. Por una parte, se acortó el recorrido, con la supresión del tramo final entre Lesseps y la Bonanova y, por otra, se suprimió el paso por el Paseo de Colón, en el que se temían problemas de filtraciones en un subsuelo muy irregular, que sería sustituido por un ramal a través de la Via Laietana. Esta alternativa ofrecía la ventaja de poder aprovechar los túneles que el ayuntamiento de Barcelona había construido bajo esta importante arteria cuando procedió a su apertura en 1908. De hecho, el 27 de febrero de 1922 se firmó la escritura por la que el consistorio vendió dichas galerías a la empresa del Gran Metropolitano por 800.000 pesetas.

Según el nuevo proyecto, el Gran Metropolitano construiría una pequeña red en forma de Y, con un tronco común entre Lesseps y la calle Aragón, donde se bifurcaría, por una parte, por la Rambla, y por otra, por la Vía Laietana. Esta propuesta fue autorizada por el gobierno el 23 de abril de 1922 y la oportuna concesión se otorgó el 2 de agosto del mismo año.

Los primeros trenes del Gran Metro de Barcelona fueron construidos en los bilbaínos astilleros de Euskalduna. En la imagen, uno de estos coches fotografiado durante su traslado a la capital catalana. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Las obras de construcción del primer metro de Barcelona debieron hacer frente a numerosos contratiempos. La compleja geología de la ciudad, sobre todo en la zona baja, con un nivel freático muy elevado, dificultó el avance de las galerías. Además, el 2 de mayo de 1922 dimitió el ingeniero director, Santiago Rubió, que fue sustituido por Justo Gonzalo Garrido. En marzo de 1923 una huelga paralizó las obras durante dos meses y el conflicto provocó la ruptura del contrato con Hormaeche en mayo de dicho año, por lo que los últimos trabajos fueron realizados directamente por la empresa concesionaria.

Pese a todos los contratiempos, Gran Metropolitano fue capaz de terminar las obras en un plazo muy inferior al previsto en la concesión, seis años, y, de hecho, en menos de cuatro, el 30 de diciembre de 1924, procedió a inaugurar el primer tramo, entre las plazas de Lesseps y Catalunya. Barcelona se convertía así en la segunda ciudad española y la duodécima del mundo en disponer de un ferrocarril metropolitano.

La primera línea de metro de la ciudad condal tenía una longitud de 2.741 metros, cuatro estaciones en Lesseps, Diagonal, Aragón y Catalunya y contaba con composiciones de coche motor y remolque construidos en Bilbao por Euskalduna. Aunque estaba en Barcelona, ciertamente era un metro muy vizcaíno, ya que de este territorio procedía buena parte del capital, la empresa constructora y los propios trenes que estrenaron el servicio.

La apertura del resto de la red no se hizo esperar y el 5 de julio de 1925 se completó el trayecto entre la plaza de Catalunya y la Rambla, que concluía en la estación del Liceo. En cuanto al ramal de la Via Laietana, su construcción se vio ralentizada por los constantes problemas que provocaron las aguas subterráneas. Así, el primer tramo entre Aragón y Jaume I no se pudo abrir hasta el 19 de diciembre de 1926, mientras que los difíciles 311 metros finales para su continuación hasta la central de Correos, establecidos en vía única, no se inauguraron hasta el 20 de febrero de 1934.

El 10 de junio de 1926 se inauguró el Transversal, la segunda línea del metro de Barcelona, entre las estaciones de La Bordeta y plaza de Catalunya. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

… Y el Transversal

Prácticamente en paralelo a la construcción del Gran Metro, otra empresa, denominada Ferrocarril Metropolitano de Barcelona, S.A., en la que, por cierto, también tenía gran relevancia el capital vizcaíno, pues estaba presidida por el financiero bilbaíno Horacio Echevarrieta Maruri, impulsó la construcción de la segunda línea de metro de Barcelona.

El origen de esta segunda línea se encontraba en la problemática que generaba en la ciudad la descoordinación con la que se estableció su red ferroviaria, en la que cada antigua compañía concesionaria había implantado su propia estación terminal. Para enlazarlas, el ingeniero de la Compañía del Norte Fernando Reyes Garrido propuso en 1910 la construcción de un túnel que conectase todas las terminales de Barcelona mediante una galería en la que se podría establecer una gran estación central en la plaza de Catalunya.

Con el nombre oficial de Ferrocarril Subterráneo S.O.-N.E. de Barcelona, Sans, San Martín, Enlaces y Estaciones Centrales, el proyecto de Fernando Reyes, concluido el 15 de agosto de 1912, planteaba la construcción de una línea de 7.368 metros de longitud con origen en La Bordeta, donde conectaría con las líneas de MZA procedentes de Tarragona, para continuar por la calle de Sants hasta la plaza de España, Gran Via y plaza de la Universitat. A partir de este punto se bifurcaría en dos ramales, uno por la Ronda y otro por la calle Pelayo, lo que permitiría establecer dos estaciones subterráneas en la plaza de Catalunya, para volver a unirse en Urquinaona, Ronda de Sant Pere y Vilanova, hasta alcanzar la estación del Norte.

Material para Ferrocarriles y Construcciones de Barcelona construyó los primeros coches del metro Transversal, en su momento, los de mayor envergadura del mundo. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Dado que la función principal de esta línea sería la de conectar las redes de MZA y Norte, el ancho de vía elegido para ella no podía ser otro que el normal español, es decir, 1.672 milímetros, diferente al que emplearía el Gran Metro, el internacional de 1.435 milímetros.

Al igual que en el caso del Gran Metro, las perturbaciones provocadas por la Primera Guerra Mundial paralizaron el proyecto, que no se retomó hasta el 17 de diciembre de 1920, día en que se constituyó la empresa Ferrocarril Metropolitano de Barcelona, S.A., encabezada por Horacio Echevarrieta y en la que también participaban el comerciante Adolfo Gaminde Eguileor, el ingeniero Eugenio Maëder Boucher, el banquero Luis Marsans Peix y el abogado Alfredo Viñas Heras. El 7 de marzo de 1922 el gobierno otorgó la concesión a la nueva entidad.

La conexión del metro Transversal y los trenes de cercanías de la Compañía del Norte convirtió a la plaza de Catalunya en el centro de la movilidad de Barcelona. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Para financiar las obras, la concesionaria incrementó su capital inicial, de tan solo 200.000 pesetas, a 10 millones, operación aprobada el 10 de abril de 1922, que el 21 de noviembre del mismo año sería ampliado con otros cinco millones. De ellos, 4,5 serían suscritos por el ayuntamiento de Barcelona, organismo que, con el paso del tiempo, adquirió un notable protagonismo en el devenir de esta empresa.

El 8 de junio de 1922 el rey, Alfonso XIII, presidió en la plaza de España el inicio oficial de las obras, aunque éstas no comenzaron realmente hasta el 5 de febrero de 1923 con la apertura del primer pozo de extracción de materiales en el cruce entre la Gran Via y Urgell. Al igual que sucedió con el Gran Metro, los trabajos se vieron dificultados por la geología, las huelgas, los accidentes, algunos de enorme gravedad como el que sepultó a 11 trabajadores en la Gran Via, y los problemas de las contratas, por lo que éstas fueron finalmente ejecutadas directamente por la concesionaria.

Una de las obras más complejas de la nueva línea fue el cruce sobre el túnel del Gran Metro en la plaza de Catalunya, que obligó a seccionar su bóveda y cruzarla mediante un puente metálico subterráneo de 450 toneladas de peso, construido en los astilleros que en Cádiz tenía Horacio Echevarrieta. Finalmente, superados todos los inconvenientes, el 10 de junio de 1926 se procedió a la inauguración de la línea, por la que circulaban doce grandes coches construidos en Barcelona por Material para Ferrocarriles y Construcciones que, gracias al generoso gálibo de la vía ancha, fueron durante muchos años los más grandes del mundo. La línea tenía una longitud de 4.063 metros y nueve estaciones en La Bordeta, Mercat Nou, Sants, Hostafrancs, España, Rocafort, Urgell, Universitat y Catalunya.

En los años treinta la plaza de Catalunya se convirtió en el centro neurálgico de la movilidad en Barcelona. En ella convergían, además de los diversos servicios de tranvías de la superficie, las líneas subterráneas del ferrocarril de Sarrià, del Gran Metro y del Transversal, así como los trenes de cercanías de la Compañía del Norte. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La construcción del tramo de La Bordeta a la plaza de Catalunya agotó los recursos financieros de la empresa concesionaria, mientras que el tráfico y los ingresos no alcanzaron los niveles esperados. En consecuencia, las obras para completar la línea se paralizaron y no pudieron reemprenderse hasta alcanzar un acuerdo con el Ayuntamiento de la ciudad y la Compañía del Norte por el que ésta última, interesada en que sus nuevos trenes de cercanías eléctricos pudieran alcanzar el centro de la ciudad, prolongaría el trazado desde su estación término de la avenida de Vilanova hasta la plaza Catalunya.

La conexión entre la estación del Norte y la de plaza de Catalunya, con cuatro vías, dos para la empresa ferroviaria y dos para el metro, se inauguró el 1 de julio de 1932. El mismo día también se prolongó la línea del Transversal en su extremo opuesto, entre La Bordeta y Santa Eulalia. Además, el 1 de abril de 1933 se amplió el servicio entre la estación del Norte y Marina.

Durante la Guerra Civil todos los transportes públicos de Barcelona, incluidas las líneas del Gran Metro y el Transversal, fueron colectivizados por el Sindicato Único del Ramo del Transporte. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La municipalización de la red

Durante la Guerra Civil, tanto el Gran Metro como el Transversal fueron colectivizados por sus sindicatos. Al finalizar el conflicto, los antiguos concesionarios recuperaron el servicio, pero, en el caso del Transversal, la nacionalización de toda la red ferroviaria española de vía ancha implicó su integración en Renfe a partir del 1 de febrero de 1941, situación que se mantuvo hasta el 24 de septiembre de 1943.

Tras la guerra, Barcelona experimentó un importante crecimiento demográfico, con el consiguiente incremento de la movilidad y la demanda. Sin embargo, las empresas concesionarias del metro no disponían de los recursos necesarios para financiar las obras de ampliación que exigía la ciudad, y aunque el 23 de junio de 1951 el Transversal se prolongó 1.875 metros entre las estaciones de Marina y Clot, el 30 de octubre de 1952 se aprobó un decreto que daba paso a la municipalización de la red. Este proceso concluyó el 24 de febrero de 1960 con la constitución de la sociedad pública municipal Ferrocarril Metropolitano de Barcelona.

Las penurias de la posguerra quedaron reflejadas en los cuatro coches, dos motores y dos remolques, de la serie S del Gran Metro de Barcelona, con un diseño en el que prevalecía el ahorro de materiales, como es la ausencia de un revestimiento exterior. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El proceso de municipalización fue muy complejo y mientras se materializaba se abrió una nueva línea en la ciudad, la número 2, más tarde integrada en la 5, inaugurada el 21 de julio de 1959. El nuevo trayecto, de 2.232 metros, contaba con las estaciones de Sagrera, Congrés, Maragall, Virrei Amat y Vilapicina.

Vista general de las cocheras y talleres del metro Transversal en La Bordeta en los años sesenta. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Una vez municipalizadas las dos empresas operadoras del metro de la ciudad, el Transversal pasó a denominarse línea 1, el nuevo trayecto de Sagrera a Vilapicina como línea 2 y la más antigua, la del Gran Metro, como línea 3.

Durante el proceso de municipalización de las líneas de metro de Barcelona se inauguró la nueva línea 2, más tarde integrada en la 5, entre Sagrera y Vilapicina. A partir de 1960 se implantó en este trayecto un sistema de conducción automática pionero en el mundo que se mantuvo en servicio durante una década. Fotografía de Josep Brangulí. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La red se amplía

A partir de los años cincuenta, el Ministerio de Obras Públicas impulsó la progresiva ampliación de la red del metropolitano de Barcelona, con la prolongación de las tres líneas existentes, así como con la construcción de la nueva línea 4, inaugurada el 5 de febrero de 1973 y que parcialmente aprovechaba el ramal por la Via Laietana del antiguo Gran Metro. En sus tres kilómetros iniciales se integraron las estaciones de Urquinaona y Jaume I, a las que se sumaron las de Gran Via, Girona, General Mola (actual Verdaguer) y Joanic.

Si en 1970 la red tenía una extensión de 23 kilómetros, a finales de la década ya había alcanzado los 46, gracias a las diversas prolongaciones que experimentaron sus cuatro líneas en este periodo. A partir de los años ochenta, la Generalitat tomó el relevo al gobierno central en la ampliación del sistema y en diez años su extensión se incrementó en un 50%, con 24 nuevos kilómetros.

En 1970 entraron en servicio en la línea 5 los primeros trenes de la nueva serie 1000, diseñados por la firma alemana MAN. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El 15 de septiembre de 1995 la red de metro de Barcelona se amplió con una nueva línea, la 2, de prolongada génesis, con seis kilómetros que pasaron a conectar las estaciones de Sant Antoni y Sagrada Família. Ocho años más tarde, el 16 de diciembre de 2003 se inauguró la línea 11 entre Trinitat Nova y Can Cuiàs, establecida en vía única en toda su longitud, con puntos de cruce en sus cinco estaciones y conducción totalmente automatizada, por lo que sus trenes no requieren la presencia de un conductor. De este modo, la red alcanzó los 85 kilómetros y contaba con 123 estaciones.

Con el cambio de siglo, además de ampliarse algunas de las líneas ya existentes, los principales esfuerzos se han centrado en la construcción de las líneas transversales 9 y 10 que, al igual que la 11, cuentan con conducción automática. La génesis de esta obra ha sido particularmente compleja, tanto por su gran extensión, más de 47 kilómetros y 52 estaciones, como por el sistema constructivo utilizado, único en el mundo, de una gran galería perforada mediante tuneladoras y dividida en dos pisos, con una vía en cada uno de ellos. Además, en muchos tramos la traza transcurre a gran profundidad, en algunos puntos hasta a 90 metros bajo la superficie, lo que ha obligado a dotar a sus estaciones con sistemas de acceso fuera de lo común.

Moderno tren de la serie 5000, suministrada por CAF al Metro de Barcelona a partir del año 2005. Fondo CAF. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Aunque la Autoritat del Transport Metropolità de l'Àrea Barcelona autorizó el inicio de las obras de estas líneas el 15 de junio de 2000, el primer tramo, entre Can Peixauet y Can Zam, integrado en la línea 9, no entró en servicio hasta el 13 de diciembre de 2009. Unos meses más tarde, el 18 de abril de 2010, se inauguró el trayecto Bon Pastor a Gorg, en la línea 10, y el 26 de junio del mismo año se procedió a la apertura de la sección La Sagrera-Bon Pastor, en el tramo común de las líneas 9 y 10, y la conexión entre Bon Pastor y Can Peixauet.

A medida que avanzaban las obras de ambas líneas, se ha procedido a su apertura. Así, el 12 de febrero de 2016 se inauguró la conexión de la línea 9 entre las terminales T1 y T2 del aeropuerto del Prat y la Zona Universitària, mientras que el 8 de septiembre de 2018 entró en servicio el tramo de la línea 10 entre Can Tries/Gornal y Foc. El 23 de noviembre de 2019 este último recorrido se prolongó a la Ciutat de la Justícia, el 1 de febrero de 2020 hasta la Zona Franca y el 7 de noviembre de 2021 se inauguraron tres estaciones situadas en el viaducto de la calle A del polígono industrial de la Zona Franca: Port Comercial | La Factoria, Ecoparc y ZAL | Riu Vell.

En la actualidad, de este macroproyecto se han ejecutado la totalidad de los ramales de la línea 9 y también se ha completado el de la 10 entre Bon Pastor y Gorg, mientras que, en el otro extremo, todavía falta concluir la sección de la Zona Universitària hasta Pratenc. Del tronco común para ambas líneas, prestan servicio las secciones de Can Tries a la Zona Universitària y de La Sagrera a Bon Pastor, pero todavía se encuentra en construcción el tramo central entre la Zona Universitària y La Sagrera. En resumen, de los 47 kilómetros previstos, ya se han abierto 38, en los que se insertan 37 de las 52 estaciones que contempla el proyecto.



jueves, 26 de diciembre de 2024

EL TRANVÍA DE ARRATIA (y IV)

 

Vista del espectacular puente de La Peña, levantado por el tranvía de Bilbao a Durango y Arratia para salvar el cauce del Nervión. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Un puente excepcional

Los tranvías acostumbran a aprovechar las calzadas existentes, con lo que se abarata notablemente su implantación. Sin embargo, la dura orografía de Bizkaia exigió al tranvía de Arratia la realización de diversas variantes de trazado con las que eludir las fuertes rampas de las carreteras que exigieron la construcción de algunas obras de envergadura. De todas ellas, la más destacada, por sus dimensiones y su bella factura, fue el puente levantado en el bilbaíno barrio de La Peña sobre el río Nervión.

Para eludir las duras rampas de la carretera entre Atxuri y Bolueta los promotores del tranvía optaron por cruzar el río a través del puente de San Antón, para continuar por los muelles de Urazurrutia y Barandiaran. Llegados a La Peña, el tranvía debía superar nuevamente el cauce fluvial para alcanzar Bolueta, pero dado que en aquel paraje no había ningún viaducto, no tuvieron otra alternativa que construir su propio puente.

En la época en la que se construyó el tranvía de Arratia lo habitual en este tipo de obras era la utilización de estructuras de sillería o tramos metálicos sobre estribos y pilares de piedra. Sin embargo, la empresa tranviaria optó por emplear en su puente una técnica entonces muy novedosa: el hormigón armado. Su ejecución fue adjudicada, en agosto de 1901, al contratista francés François Hennebique, con la exigencia de que los trabajos deberían iniciarse a las cuarenta y ocho horas de firmar el contrato.

El proyecto del puente de La Peña fue redactado por el ingeniero segoviano Gabriel Rebollo Canales. Bellísimo en su ligereza, estaba formado por cuatro arcos centrales de 35 metros de luz y dos extremos, curvos, de 19,5 metros. Cuando fue construido se convirtió en el mayor viaducto de hormigón armado de toda España.

Durante la Guerra Civil las tropas leales a la República volaron los dos arcos más próximos a La Peña durante su retirada. Pocos meses después ambos fueron reconstruidos según el proyecto original, por lo que el puente pudo continuar prestando sus servicios al tranvía hasta su definitiva clausura en 1964. Posteriormente fue utilizado como pasarela peatonal hasta que las dramáticas inundaciones que asolaron Bizkaia en agosto de 1983 lo destruyeron por completo. En la actualidad, en su viejo emplazamiento se levanta un moderno puente con paso para automóviles y peatones que facilita la conexión con la parada del tranvía de Bilbao que opera Euskotren.


martes, 17 de diciembre de 2024

EL TRANVÍA DE ARRATIA (III)

 

Sala de turbinas y alternadores de la central hidroeléctrica de Garai. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Un tranvía ecológico

A diferencia de los primeros tranvías eléctricos, impulsados por la fuerza generada en centrales térmicas de carbón, el de Arratia fue un medio de transporte absolutamente respetuoso con el medio ambiente, ya que funcionaba gracias a la fuerza del agua.

A principios del siglo XX no existían las grandes empresas productoras y distribuidoras de energía eléctrica de la actualidad y, en consecuencia, cuando se establecía un tranvía eléctrico era indispensable construir una central generadora. Por ello, 21 de febrero de 1899 el TBDA adquirió dos antiguos molinos situados en las faldas del monte Oiz, el de Errotaberri en Maguna, y el de Arria en Garai.

Ambos saltos eran de cierta importancia para la época, sobre todo el de Garai, que contaba con dos aprovechamientos de 238 y 117 metros de altura, y cuyo caudal era poco sensible a los periodos de estiaje, salvo en casos de sequías muy prolongadas. El de Maguna, más irregular, disponía de otro salto de 103 metros de desnivel.

Detalle de los alternadores de la central hidroeléctrica de Garai. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En ambos molinos se realizaron las obras necesarias para su adecuación a la nueva actividad de producción energética; edificios, presas, canales, depósitos de carga y tuberías de conducción. Los dos saltos fueron dotados de turbinas y alternadores suministrados por la filial francesa de la norteamericana Thomson Houston, que generaban 5.000 voltios en corriente alterna trifásica a la frecuencia de 25 herzios. La energía producida en ambas instalaciones era transportada mediante líneas aéreas, sobre postes de madera, hasta la subestación de transformación situada junto a los talleres y cocheras del tranvía en Lemoa.

En los años cuarenta, con el fin de reducir la importante deuda que tenía acumulada la empresa del TBDA con los Ferrocarriles Vascongados, el tranvía de Arratia optó por vender a su matriz los saltos de agua de Garai y Maguna por 1.800.000 pesetas. En ese momento, las instalaciones presentaban un estado de conservación y seguridad muy deficiente, por lo que la empresa ferroviaria decidió modernizarlas, ya que, según los aforos realizados, calcularon que podían generar hasta 3.500.000 kw/h al año, con un aumento de la producción de un 230% respecto a la instalación original.

Tubería de carga de la central hidroeléctrica de Garai. Fotografía de Juanjo Olaizola

Para renovación las instalaciones se montaron nuevas turbinas sistema Pelton, construidas por MMA de Utebo (Zaragoza) y alternadores fabricados en Trapagaran por General Eléctrica Española, que generaban a la tensión de 30.000 voltios en corriente alterna a frecuencia industrial (50 periodos). De este modo, el excedente se podía vender a otros consumidores. En el salto grande de Garai se instalaron dos turbinas de 750 cv. y en el pequeño un grupo de 275 cv., idéntico al montado en el salto de Maguna, con una potencia total instalada de 2.050 cv.

Aunque propiedad de los Ferrocarriles Vascongados, el destino de la producción de los saltos de Garai y Maguna continuó siendo, preferentemente, el propio tranvía de Arratia. Tras su clausura, en 1964, siguieron en funcionamiento, suministrando fuerza a una cantera de arenas silíceas en Garai, y a las empresas Salabarren y Hermanos Larrañaga, en Durango. Esta última empresa, propietaria de otros saltos de agua y de una red de distribución de electricidad en esta localidad, adquirió en 1975 las instalaciones de Garai, por un precio de 2.500.000 pesetas.


 

 

jueves, 12 de diciembre de 2024

EL TRANVÍA DE ARRATIA (II)

 

Retrato de Gabriel Rebollo Canales

GABRIEL REBOLLO CANALES


A diferencia de la mayoría de los tranvías de nuestro país, el de Arratia contaba con importantes tramos en explanación propia que exigieron la construcción de sus propias infraestructuras, como túneles y puentes. Entre estos últimos el más destacado fue el puente del bilbaíno barrio de La Peña, diseñado por el ingeniero segoviano Gabriel Rebollo Canales.


Junto a Eugenio Ribera y Juan Manuel Zafra, Gabriel Rebollo Canales fue uno de los grandes pioneros en la utilización del hormigón armado en la construcción de edificios y puentes, aunque su figura ha pasado más desapercibida al no dedicarse a la docencia, tal y como hicieron sus otros dos compañeros.


Natural de Segovia, donde vino al mundo en 1871, cursó sus estudios superiores en la Escuela Especial de Caminos de Madrid en la que se licenció en 1896. De inmediato pasó a trabajar en la demarcación de Obras Públicas en su provincia natal, pero pronto compaginó esta labor con el contacto con los principales pioneros europeos en la construcción con un nuevo material, el hormigón armado, en especial con la escuela francesa y la Société Françoise Hennebique, para la que redactó y dirigió toda clase de obras, en ocasiones en colaboración con el propio Eugenio Ribera, como es el caso del puente de Mieres, sobre el río Caudal, levantado en 1898.


En 1900 Rebollo fue destinado al cuerpo de ingenieros de caminos de Zamora, donde solicitó la excedencia para centrar su trabajo en sus colaboraciones con la casa Hennebique, de la que fue nombrado director para España. Entre las muchas obras realizadas en este periodo destaca, precisamente, el puente del tranvía de Arratia en La Peña. Una vez concluida esta obra decidió establecerse por su cuenta y en 1903 organizó la Compañía Comanditaria Rebollo, Estibaus y otros.


Con su nueva empresa, Rebollo levantó algunas de sus obras más destacadas, como el elegante puente modernista del balneario de Sobrón (Álava) y, sobre todo, el de San Miguel, en Huesca, estructura que en el año 2006 fue declarada Bien de Interés Cultural. Asimismo, utilizó el hormigón armado en otras obras ferroviarias, entre las que destaca el puente de Olloqui (Navarra), realizado para el ferrocarril minero del Plazaola. Muchas de sus innovadoras obras requirieron el desarrollo de sus propias patentes, como es el caso del citado puente de San Miguel de arco y tablero suspendido, con articulaciones triples.


Rebollo compaginó durante años su actividad privada con el servicio a la administración. Así, en 1904 fue nombrado director de las obras del puerto de Denia y más tarde desarrollo su trabajo en las diversas Divisiones y Jefaturas de Ferrocarriles. El 13 de junio de 1936 fue nombrado Consejero Inspector general del Cuerpo de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos y, dos años más tarde, en plena guerra civil, el 22 de agosto de 1938, el Presidente de la República, Manuel Azaña, firmó su ascenso como Presidente de Sección del Consejo de Obras Públicas.


Gabriel Rebollo Canales falleció en Madrid el 21 de febrero de 1941.



sábado, 30 de noviembre de 2024

EL TRANVÍA DE ARRATIA (I)

Inaugurado en 1902, el tranvía eléctrico de Bilbao a Durango y Arratia conformó la mayor red de tranvías interurbanos de España. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Hace 60 años, el 30 de noviembre de 1964 circulaba por última vez el tranvía de Arratia, entonces ya reducido a dos secciones inconexas entre Bilbao y Basauri y entre Lemoa y Zeanuri, pero que cuando se inauguró en 1902 constituyó la red de tranvías interurbanos de mayor longitud de España. Con él desaparecía el último tranvía de Bizkaia, medio de transporte que no se recuperaría en este territorio histórico hasta 33 años más tarde de la mano de Euskotren.

Red del tranvía eléctrico de Bilbao a Durango y Arratia, con vértice en Lemoa, del que partían los tres ramales a Bilbao, Durango y Zeanuri. Dibujo de Pedro Pintado Quintana

Un valle incomunicado

A finales del siglo XIX la mayor parte de las comarcas de Bizkaia contaban con líneas de ferrocarriles o tranvías. Únicamente Lea-Artibai y el valle de Arratia carecían de este sistema de transporte, por lo que sobre ellas pesaba la amenaza de quedar marginadas respecto a las modernas redes de comunicación del momento.

La baja densidad demográfica, únicamente 6.573 habitantes, y la escasez de recursos mineros e industriales de importancia no hacían viable la construcción de un ferrocarril que sirviera exclusivamente al valle de Arratia, por lo que la única posibilidad de que el tren pudiera algún día atravesar esta comarca se encontraba vinculada al establecimiento de una línea directa entre Bilbao y Vitoria que evitara el gran rodeo que entonces, y también ahora, había que dar a través de Miranda de Ebro. Sin embargo, las grandes dificultades que ofrecía el paso de la vía férrea por el puerto de Barazar, por el que se superaba la divisoria de aguas entre el Cantábrico y el Mediterráneo, impidió la materialización de las diversas propuestas planteadas.

Abaratar la construcción de la futura vía férrea parecía la única alternativa para dotar al valle de Arratia con un sistema de transporte moderno y pronto se pensó que la mejor alternativa sería la construcción de un tranvía. Sus costes de establecimiento resultarían notablemente inferiores al aprovechar la calzada de la entonces poco transitada carretera de Bilbao a Vitoria.

Los promotores del tranvía comprendieron que su línea no podía limitarse a cubrir el valle de Arratia, ya que el obligado transbordo de viajeros y mercancías en la estación de Lemoa a los trenes del ferrocarril de Bilbao a Durango supondría un grave inconveniente. Por ello se plantearon la posibilidad de llegar con sus vías directamente hasta el corazón de Bilbao, así como la construcción de un ramal complementario entre Lemoa y Durango, con lo que podrían competir con la vía férrea en un trayecto particularmente activo.

Una vez decidido el recorrido y redactado el proyecto oportuno, los promotores del tranvía iniciaron su tramitación ante el gobierno. Una Real Orden promulgada el 16 de noviembre de 1898, otorgó la concesión para la construcción y explotación de un tranvía de vapor entre Bilbao, Durango y Arratia, por un periodo de 60 años, al empresario Ángel Iturralde.

El tranvía de Arratia contaba con un ramal de enlace con la estación de los Ferrocarriles Vascongados en Lemoa. Fotografía de Reinhard Todt. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Los primeros pasos

Una vez obtenida la concesión, el 9 de enero de 1899 Ángel Iturralde constituyó la Sociedad Anónima del Tranvía Eléctrico de Bilbao a Durango y Arratia (TBDA). No deja de ser llamativo que la propia razón social de la nueva empresa especificara que se trataba de un “Tranvía Eléctrico”, cuando la concesión otorgada tan solo dos meses antes señalaba con claridad la utilización del motor de vapor en su explotación. Lo cierto es que, en aquel momento, la tracción eléctrica se encontraba en pleno desarrollo en nuestro país, sobre todo tras la inauguración del primero de ellos, el 1 de febrero de 1896, entre Santurtzi y Bilbao, por lo que los promotores del de Arratia pronto apostaron por este entonces innovador sistema.

El capital social del TBDA se fijó en 2.150.000 pesetas y la sede social se estableció en el número 10 de la bilbaína calle del Arenal. El primer Consejo de Administración de la nueva empresa estaba presidido por Ildefonso Jauregui Gandía, mientras que el puesto de director-gerente fue asumido por el promotor del proyecto, Ángel de Iturralde.

El 11 de marzo de 1899 se celebró en Areatza un acto oficial, con banquete incluido, que marcó el inicio de las obras de construcción del tranvía. En una primera fase éstas se centraron en el tramo comprendido entre Lemoa y Zeanuri, la de más fácil construcción, ya que no contaba con variantes de importancia respecto a la traza de la carretera, y, además, era la más necesaria, ya que, a diferencia del resto de las poblaciones que iban a ser atendidas por el nuevo tranvía, que ya contaban con la vía del Ferrocarril de Bilbao a Durango, el valle de Arratia carecía de cualquier comunicación ferroviaria.

Las obras se desarrollaron con rapidez, por lo que el 2 de septiembre de 1899, una vez finalizado el asiento de la vía, se procedió a la inauguración provisional de los nueve kilómetros comprendidos entre Lemoa y Arteaga. Para ello se recurrió a la tracción animal, ya que todavía no estaban dispuestas ni las instalaciones de alimentación eléctrica ni los futuros coches motores. Los restantes cinco kilómetros hasta Zeanuri se abrieron al servicio el 26 de noviembre del mismo año.

La apertura del tranvía de Arratia permitió establecer un servicio intermodal entre Bilbao y Vitoria. En Zeanuri los autobuses tomaban el relevo al tranvía para continuar hasta la capital alavesa. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La apertura del tranvía entre Lemoa y Zeanuri impulsó el establecimiento de una curiosa combinación intermodal entre Bilbao y Vitoria. Entre la capital vizcaína y Lemoa se utilizaba el tren de vía estrecha del Central de Vizcaya, para seguir hasta Zeanuri en el tranvía de sangre y continuar hasta la capital alavesa en unos rudimentarios autobuses de vapor con los que se ascendía el duro puerto de Barazar.

En Lemoa el tranvía de Arratia instaló sus talleres y cocheras, así como la principal subestación de tracción de sus líneas. Fotografía de Jeremy Wiseman. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La electrificación

Entre tanto se desarrollaba la explotación provisional del tranvía entre Lemoa y Zeanuri la empresa del TBDA prosiguió a buen ritmo las obras de los restantes tramos su red, al tiempo que tramitaba ante las autoridades la modificación de la concesión para poder sustituir la tracción vapor por la eléctrica, lo que finalmente logró a través de una Real Orden promulgada el 22 de febrero de 1900.

Aunque la concesión original preveía que el nuevo tranvía transcurriría en toda su extensión por las carreteras existentes, pronto se vio que éstas presentaban en algunos tramos fuertes rampas y cerradas curvas que dificultarían en el futuro la explotación de la línea. Con el propósito de mejorar el trazado, el TBDA planteó la realización de diversas variantes que permitieron mejorar sus características, algunas de gran envergadura, como la de Urazurrutia, por la Peña hasta Bolueta, con lo que el tranvía dejaba de lado la dura subida que tiene en esta zona la carretera Bilbao-Durango; la de Puente Nuevo, que eludía el difícil paso por el Boquete mediante un túnel, y la de Galdakao, que evitaba la subida al centro histórico de esta localidad. Éstas y otras pequeñas variantes de menor entidad en Bedia, Lemoa, Astui o Montorra, entre otras, fueron aprobadas mediante las oportunas órdenes ministeriales del 8 de septiembre y del 21 de diciembre de 1900.

Un tranvía de Arratia fotografiado en las inmediaciones de la fábrica de La Basconia (Basauri). Fotografía de Reinhard Todt. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En paralelo, en diciembre del año 1900 se iniciaron los primeros trabajos para la instalación del tendido de la electrificación con la ayuda de tres carros montadores arrastrados por bueyes, al tiempo que se procedía a la adquisición y adecuación de los saltos de agua de Maguna y Garai para la producción de energía eléctrica. En junio de 1901 se recibieron los primeros tranvías eléctricos suministrados por la empresa zaragozana Carde y Escoriaza.

Un año más tarde, el 5 de julio de 1902, a las nueve de la mañana, llegaba el primer tranvía eléctrico en pruebas a Durango y seis días más tarde, el 11 de julio, se verificaron los ensayos con tracción eléctrica del tramo comprendido entre Lemoa y Zeanuri. Tras su buen resultado, el 1 de agosto de 1902 los tranvías eléctricos tomaron el relevo a las mulas en el ramal de Lemoa a Zeanuri. Mientras tanto, las obras de la línea entre Bilbao y Durango prosiguieron a buen ritmo, por lo que el 7 de diciembre de ese mismo año se pudo proceder a su inauguración.

El tranvía de Arratia adquirió seis coches de dos ejes para la futura explotación de las líneas del tranvía urbano de Bilbao. Tras fracasar esta opción, y dada su escasa capacidad, en 1913 se procedió a su reconstrucción y conversión en coches de gran capacidad de bogies. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La guerra con el Central de Vizcaya

Antes incluso de la inauguración del servicio tranviario entre Bilbao, Durango y Zeanuri el TBDA comenzó a explorar la posibilidad de ampliar su negocio con la adquisición de la Compañía del Tranvía Urbano de Bilbao. Hay que tener en cuenta que en aquella época la situación de esta última entidad era muy delicada, al no contar con los recursos necesarios para modernizar y electrificar su red de líneas, establecidas con el ancho de vía de 750 milímetros, diferente al de los restantes tranvías de la capital vizcaína, ya que tanto el de Arratia como los que se dirigían a Santurtzi y Algorta contaban con una galga verdaderamente singular de 1.365 milímetros.

El 30 de noviembre de 1899 el TBDA propuso a la compañía del Tranvía Urbano la adquisición de sus líneas y concesiones, por 684.500 pesetas a pagar en dos años a partir del día de la aceptación de la propuesta. Sin embargo, aunque el 21 de marzo de 1900 se firmaron las escrituras de compra-venta, la situación financiera del TBDA no era lo suficientemente sólida como para afrontar el pago. Así, cuando estaba a punto de expirar el plazo para materializarlo, se solicitó una prórroga hasta el 31 de enero de 1904.

Lejos de mejorar, la situación financiera del TBDA empeoró con el paso del tiempo, por lo que la empresa pidió un nuevo aplazamiento, en el que se señaló como fecha definitiva para efectuar el pago el 31 de enero de 1905. Al final, el tranvía de Arratia tuvo que desistir de su ambicioso objetivo y el 4 de mayo de 1906 traspasó todos sus derechos sobre el Tranvía Urbano a la empresa belga Tramways et Electricité de Bilbao. Poco después, todos los tranvías de Bilbao quedaban bajo la órbita del capital belga salvo la línea de Durango y Arratia.

El tranvía de Arratia contaba con diversas variantes de trazado con las que eludía los puntos más difíciles de las carreteras, como es el caso de la imagen, en la que se aprecia el túnel del Boquete. A la izquierda se aprecia un cargadero de mineral, ya que el transporte de mercancías era una de las principales fuentes de ingresos del tranvía. Fotografía de Félix Zurita Moreno de la Vega. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La explicación a la falta de recursos para la compra del tranvía urbano se encuentra en la guerra abierta que el TBDA había establecido en aquel momento con el Central de Vizcaya, ferrocarril que transcurría prácticamente en paralelo al nuevo tranvía entre Bilbao y Durango. A la batalla tarifaria entre las dos empresas, se sumaron, en 1903, las desavenencias surgidas entre el Central de Vizcaya y las empresas concesionarias de su prolongación hacia Donostia, las compañías de Durango a Zumarraga y de Elgoibar a San Sebastián, en el marco del proceso de fusión entre ellas para la constitución de una sola sociedad operadora.

Agrupar en una única empresa las tres concesionarias resultaba un negocio muy atractivo y diversos especuladores, sobre todo capitales repatriados de Cuba, tomaron posiciones en el Central de Vizcaya, mientras otros, auspiciados por los hermanos Chávarri y capitaneados por Plácido Allende, tomaron el control de las compañías del Durango a Zumarraga y del Elgoibar a San Sebastián. En este contexto, ambas decidieron romper el tráfico combinado con el Central para llegar a Bilbao, y pasaron a establecerlo con el tranvía, lo que obligaba a trasbordar viajeros y mercancías en Durango, ya que los ferrocarriles eran de vía métrica y el tranvía de 1.365 milímetros.

La guerra de tarifas establecida entre el Central de Vizcaya y el TBDA tuvo graves consecuencias para ambos. El tren llegó a perder en el ejercicio de 1903 hasta un 23% de sus viajeros y su recaudación disminuyó un 30%. Aunque el tranvía ganó la batalla en el transporte de viajeros, logró su victoria fue a costa de reducciones temerarias de las tarifas, con las que apenas podía compensar sus gastos y comprometían su situación económica.

A partir de 1905 las relaciones entre el Central de Vizcaya y sus vecinas a Zumarraga y San Sebastián normalizaron y el 5 de noviembre de 1906 se fusionaron para constituir la Compañía de los Ferrocarriles Vascongados. Sin embargo, la nueva empresa decidió mantener los convenios que el tranvía había suscrito con el Ferrocarril de Durango a Zumárraga, pues éstos obligaban al TBDA a percibir tarifas totalmente antieconómicas. De este modo, los Ferrocarriles Vascongados lograron ahogar las finanzas del tranvía de Arratia.

Un coche del tranvía de Arratia circula por el centro de Durango. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Vascongados toma el control

La guerra de tarifas mantenida con el Ferrocarril Central de Vizcaya y las condiciones poco ventajosas de los convenios con el ferrocarril de Durango a Zumarraga arrastraron al TBDA a una situación económica muy delicada, que solamente pudo ser superada mediante el endeudamiento. Por su parte, la recién creada Compañía de los Ferrocarriles Vascongados pronto comprendió que el enfrentamiento entre ambas empresas no conducía más que al agotamiento y ruina de ambas.

Conocedores de la desesperada situación financiera del tranvía, la Compañía de los Ferrocarriles Vascongados optó por tomar el control de su competidor. Así, el 12 de junio de 1911 adquirió todas las acciones del TBDA al 30,50% de su valor nominal. El bajo precio de estos títulos es el mejor reflejo de la mala situación económica en que se encontraba la empresa tranviaria.

Espartano interiorismo de un coche del tranvía de Arratia. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

A pesar de la adquisición de todas sus acciones por parte de los Ferrocarriles Vascongados, la Compañía del Tranvía Eléctrico de Bilbao a Durango y Arratia mantuvo su personalidad jurídica, y continuó siendo la gestora de las concesiones de las que era titular. Sin embargo, de inmediato se procedió a reordenar el servicio, de modo que el tranvía dejó de ser una competencia para el tren para convertirse en un sistema complementario que permitía acercar a las estaciones del ferrocarril a los viajeros y mercancías captados por el tranvía en su recorrido.

Bajo sus nuevos mentores el TBDA inició una serie de actuaciones de modernización y mejora, entre la que destacó la modernización de los tranvías más pequeños, dotándolos de nuevas carrocerías de mayor longitud y gran capacidad de transporte, que fueron realizadas en los talleres de Lemoa. La experiencia adquirida animó a los gestores de la empresa a construir en estas mismas dependencias ocho nuevos automotores de grandes dimensiones.

El tráfico respondió positivamente a todas estas mejoras y en 1929 transportó 4.196.460 viajeros y 89.287 toneladas de mercancías. Sin embargo, la posterior crisis que asoló la economía mundial durante los años treinta afectó con dureza al tranvía, que registró una caída del tráfico próxima al 18%.

El tranvía de Arratia sufrió grandes daños durante la guerra civil, como la destrucción del tramo entre Amorebieta y Durango. El furgón automotor número 50 de la imagen, pese a los terribles destrozos, fue reconstruido y trabajó hasta los años cincuenta. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Un cierre escalonado

A partir de los años veinte el progresivo desarrollo de los transportes mecánicos por carretera hizo que el tranvía comenzara a ser considerado como un medio de transporte desfasado e incluso molesto, sobre todo en el caso de los servicios interurbanos, como el que prestaba el TBDA, que al ocupar parcialmente la estrecha calzada de las carreteras de la época, en las que incluso circulaban en contra dirección al disponer de vía única, podían llegar a dificultar el tráfico rodado. Un decreto promulgado por el Gobierno de la República el 21 de julio de 1933 por el que se prohibía el establecimiento de nuevos tranvías sobre la explanación de las carreteras así como la ampliación y mejora de las existentes, supuso la sentencia de muerte de este tipo de servicios.

Pocos años más tarde, la Guerra Civil, iniciada el 18 de julio de 1936, vino a alterar la pacífica existencia de la línea. Una vez estabilizado el frente entre Gipuzkoa y Bizkaia, el TBDA fue utilizado por las fuerzas republicanas para realizar todo tipo de movimientos de tropas y suministros, tanto en el frente de los Intzortas (Elorrio, Arrasate), como en el área de Barazar, Otxandio y Ubidea.

La clausura del tramo entre Lemoa y Galdakao exigió implantar unas cocheras y talleres en los bilbaínos muelles de Urazurrutia, para poder atender el material móvil que prestaba servicio entre Bilbao y Galdakao. Fotografía de Félix Zurita Moreno de la Vega. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La neutralización de este tipo de transportes es siempre un objetivo militar de primer orden, por lo que el tranvía fue el objetivo de diversos bombardeos por parte del ejército franquista. El tramo más dañado fue el comprendido entre Amorebieta y Durango, en el que no se pudo recuperar el servicio. En consecuencia, a partir del 30 de noviembre de 1938 se procedió a su levante.

El siguiente cierre tuvo lugar el 27 de marzo de 1950, cuando se suprimió la sección comprendida entre Lemoa y Amorebieta. Aunque ese año el tranvía de Arratia alcanzó sus máximos históricos en ingresos y tráfico de viajeros, con 6.749.914 clientes transportados, la sangría no se detuvo y el ayuntamiento de Bilbao aprovechó los destrozos provocados por las inundaciones del 14 de octubre de 1953 para trasladar su terminal, desde el céntrico teatro de Arriaga, hasta los periféricos muelles de Urazurrutia.

El 1 de agosto de 1956 se suprimió un nuevo tramo, en este caso entre Galdakao y Lemoa. De este modo, la red quedó dividida en dos secciones incomunicadas entre sí: Bilbao a Galdakao, de 10 kilómetros, y Lemoa a Zeanuri, con otros 15. Una nueva amputación, verificada el 1 de octubre de 1958, suprimió el trayecto entre Urbi (Basauri) y Galdakao, así como el acceso al centro de Zeanuri.

El 30 de noviembre de 1964 circularon por última vez los tranvías de Arratia. En la imagen, el coche 55 fotografiado en la sección de Bilbao a Urbi, a su paso  por el bilbaíno barrio de La Peña. Fotografía de Félix Zurita Moreno de La Vega. Fondo MPS. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Todo parecía indicar que el 5 de diciembre de 1962, fecha en la que debía caducar la concesión del tranvía, éste desaparecería. Sin embargo, su agonía todavía se prolongó otros dos años, ya que la administración no había organizado un servicio alternativo de autobuses y no se podía dejar incomunicadas las comarcas atendidas por él. Solo tras la inauguración, el 2 de noviembre de 1964 de las líneas de autobuses Zeanuri-Lemoa-Bilbao y Urbi-Bilbao se pudo prescindir de su veterano antecesor y el 30 de noviembre de 1964 se clausuró de forma definitiva, desapareciendo con él la última muestra de este medio de transporte en Bizkaia.