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lunes, 29 de abril de 2024

160 AÑOS DE COMUNICACIONES FERROVIARIAS CON FRANCIA (III)

 

Panteón familiar de Justo Montoya Yzaga en el cementerio de Vitoria. Fotografía de Juanjo Olaizola

JUSTO MONTOYA YZAGA

 

La expansión del ferrocarril a partir de mediados del siglo XIX supuso el rápido declive de los servicios de postas que, hasta entonces, aseguraban el transporte de viajeros y del correo por las principales rutas españolas. Consciente de los profundos cambios que se avecinaban, el vitoriano Justo Montoya Yzaga, concesionario de este servicio y propietario de una gran empresa de construcción de todo tipo de carruajes, decidió reorientar su producción a la construcción de material móvil ferroviario y se convirtió en uno de los pioneros del sector en nuestro país.

Natural del vitoriano barrio de San Pedro, en el que vino al mundo el 19 de julio de 1806, Justo Montoya estableció su taller de herrería y construcción de carruajes en la calle Cercas Altas (actual Fundadora de las Siervas de Jesús). La primera guerra carlista trastocó temporalmente su actividad empresarial y, enrolado en el bando sublevado, trabajó al frente de la ferrería de Zubillaga (Oñati, Gipuzkoa), donde construyó cañones de gran calidad que, una vez tomados como trofeo por el bando isabelino, se conservan en la actualidad en el museo del Ejército de Toledo. Además, desarrolló nuevas técnicas para su torneado que, en su momento, fueron muy innovadoras.

Finalizada la guerra, Justo Montoya retornó a su taller de Vitoria, donde la producción de carros y carruajes de todo tipo pronto adquirió gran relevancia, lo que le impulsó a establecer una nueva factoría en la vecina calle de las Cercas Bajas, en su confluencia con el camino de Ali (en la actualidad, calle del Beato Tomás de Zumárraga). Su antigua militancia carlista pronto evolucionó hacia posiciones próximas a los vencedores, proceso que culminó en 1847 cuando entregó un magnífico carruaje para la reina Isabel II.

El 23 de octubre de 1949 logró que el servicio de Correos le adjudicara el transporte postal en sillas de dos asientos, vehículos que suministraría al precio de 18.800 reales y un gasto de mantenimiento de un real y 33 maravedís. Para atender correctamente el contrato, además de ampliar sus talleres de Vitoria estableció otros en el número 127 de la madrileña calle de Atocha y una delegación en el número 43 de la calle del Barquillo.

En su momento, los carruajes construidos en Vitoria por Justo Montoya adquirieron notable fama en todo el país, gracias a la gran calidad de su construcción, su confort y su precio, muy competitivo con los coches fabricados en Francia o Gran Bretaña. Su prestigio era tan elevado que los servicios de diligencias establecidos para enlazar las diversas vías férreas que se abrían a lo largo del país en la década de los años sesenta del siglo XIX no dudaban en señalar que estos trasbordos se realizarían en “berlinas del acreditado taller del señor Montoya, de Vitoria”. Este es el caso, por ejemplo, de los carruajes que combinaban los trenes entre Santa Cruz de la Mudela y Córdoba, en la ruta a Andalucía, implantados en 1862, o los que enlazaban Oviedo a León, a partir de 1865.

Probablemente, fueron las buenas relaciones que Montoya mantenía con el servicio postal las que facilitaron, en 1859, la adjudicación de los primeros coches ferroviarios fabricados en sus talleres de Vitoria. Es preciso tener en cuenta que, en aquella época, la capital alavesa todavía no contaba con ferrocarril, por lo que, una vez fabricados los primeros seis coches tuvieron que ser remitidos por carretera hasta Madrid.

Matriculados en la serie DGDC-4 a 9, el buen resultado de estos furgones, los primeros de su clase construidos en España, animó a Correos a contratar nuevos coches, en concreto, la serie DGDC-10 a 19, entregada a partir de 1862, y los DGCD-20 y 21, fabricados en 1864. Estos últimos ya pudieron realizar su viaje desde Vitoria hasta Madrid por vía férrea, aunque el traslado desde la fábrica hasta la estación del Norte de la capital alavesa aun debió efectuarse sobre carruajes, ya que nunca existió una vía de enlace con los talleres.

Montoya también trabajó para la Compañía del Norte, primero, en la reparación del material remolcado utilizado en las obras de construcción de su línea y más tarde, con el suministro de repuestos y la fabricación de algunos vehículos. Por ejemplo, las actas de esta empresa señalan que el 13 de abril de 1864 le contrataron el suministro de un coche de primera clase, otro de tercera y un vagón cerrado, por un importe de 18.000 francos.

Pese a su carácter pionero, los vehículos ferroviarios construidos por Justo Montoya en Vitoria debieron dar un notable resultado y, de hecho, varios de sus furgones postales todavía prestaban servicio en los años cincuenta del pasado siglo, con casi noventa años de vida. Sin embargo, no logró el apoyo financiero necesario para dar a su empresa la envergadura necesaria para poder ampliar sus instalaciones y equipos y poder así competir con las grandes fábricas de vagones europeas, favorecidas por la libertad arancelaria impuesta por la Ley de Ferrocarriles de 1856.

Justo Montoya falleció el 21 de diciembre de 1874 y aunque durante un tiempo su viuda, Paula Retana, intentó mantener en marcha una factoría que, en sus mejores tiempos, había llegado a contar con cerca de 300 trabajadores, no pudo mantener en marcha el negocio pese intentos de diversificación con la instalación de una fábrica de harinas y otra de chocolates.


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