Hoy hace un siglo iniciaba su andadura el histórico funicular del Monte Igueldo. Sin embargo, lo que debiera ser un motivo de celebración, el centenario de esta impresionante instalación ferroviaria, se ve empañado por la sombra de una pretendida modernización que puede destruir la historia y la personalidad del tercer funicular más antiguo de nuestro país y el que, sin lugar a dudas, mejor conserva sus equipos originales, lo que lo convierte en un verdadero museo viviente de nuestro pasado tecnológico e industrial.
En efecto, inaugurado el 25 de agosto de 1912, el Funicular de
Igueldo es el más antiguo de Euskadi y el tercero de España, solamente
superado por los del Tibidabo, abierto al público en 1901, y el de Vallvidriera, de 1906, ambos situados en Barcelona aunque muy transformados a lo largo de los años.
En marzo de 1911 se constituyó en San Sebastián la Sociedad Anónima
Monte Igueldo, presidida por Edouard Dupouy, director de uno de los más
importantes hoteles de la capital guipuzcoana, el de Londres e Inglaterra, y en
la que participaban otros empresarios de la ciudad como es el caso de Paulino
Caballero, Ángel Galé, Emilio Huici, Serapio Huici, Ramón Arteaga, José María
Azcona y Evaristo San Martín.
El objetivo de la nueva sociedad era
urbanizar las laderas del monte Igueldo y, con los beneficios
obtenidos por la venta de parcelas y villas, financiar la construcción de un
centro de ocio y recreo situado en la cumbre, junto a un histórico faro
construido por el Consulado de San Sebastián a finales del siglo XVIII y que
estaba abandonado desde mediados de la centuria anterior.
El monte Igueldo cierra por el Oeste la bahía donostiarra de La Concha
El monte Igueldo cierra la bahía de San Sebastián
por el Oeste y su cima alcanza una altitud de unos 160 metros . En este
punto, la sociedad promotora pretendía construir un casino-restaurante, así
como un salón de cine y una pista de patinaje. Con el paso del tiempo, se
implantarían otras atracciones entre las que destaca un «Railway», bautizado
tras la Guerra Civil
como «Montaña Suiza».
Para garantizar la viabilidad del proyecto en una
época en la que la motorización individual era todavía una quimera, la Sociedad Anónima
Monte Igueldo decidió, al igual que habían hecho una década antes los
promotores del parque de recreo del Monte Ulía, establecer un sistema de
transporte colectivo hasta la cima. Sin embargo, para que su oferta fuera más
competitiva que las de los demás parques de recreo de San Sebastián, los de Ulía y Martutene, consideraron fundamental reducir al
máximo el tiempo de viaje desde el centro de la ciudad.
Con este propósito, en lugar de implantar un
ferrocarril directo hasta la cumbre, lo que habría exigido un trazado tortuoso
y, por lo tanto, un desplazamiento lento y poco atractivo para el público
potencial, la Sociedad Monte
Igueldo optó por una solución mixta consistente en un pequeño ramal tranviario
que enlazase con la red urbana en las inmediaciones del túnel del Antiguo, para
alcanzar el pie del monte. Desde este lugar, los turistas podrían realizar
rápidamente la ascensión en un funicular que, en cinco minutos, les trasladaría
hasta las instalaciones de ocio situadas en la cima. De este modo, el trayecto
completo, incluido el trasbordo, podía completarse en menos de 20 minutos.
A mediados de 1911 la empresa promotora emprendió la
construcción de sus nuevas instalaciones, con el propósito de tenerlas
dispuestas para la siguiente campaña estival. Dado que el nuevo parque podía
generar un aumento en la demanda de sus servicios de transporte, la Compañía del Tranvía de
San Sebastián pronto se interesó por la futura explotación del ramal tranviario
desde el túnel del Antiguo hasta el pie del funicular, de modo que, el 24 de marzo de 1912, su Consejo de
Administración autorizó a su secretario para que estudiara con la empresa del
Monte Igueldo el modo de llevar a cabo la construcción y futura explotación del
nuevo ramal.
A finales de abril de 1912, ambas empresas alcanzaron un principio de acuerdo por el que la Sociedad Monte
Igueldo sería la encargada de obtener las pertinentes autorizaciones para la
colocación de las vías y la línea aérea del nuevo ramal, así como para su
futura explotación, mientras que la
Compañía del Tranvía construiría dichas infraestructuras
aprovechando los materiales disponibles en sus almacenes y prestaría servicio,
con dos o más coches, los días que funcionase el funicular. En futuras
negociaciones se establecería cual de las dos empresas sería la propietaria de
la línea y su definitivo explotador.
En base al acuerdo alcanzado, la Compañía del Tranvía
procedió al montaje de una vía desde la salida Oeste del túnel del Antiguo
hasta la estación inferior del nuevo funicular, obra que quedó concluida para
mediados del mes de agosto de 1912. Sin embargo, para la realización de los
trabajos únicamente habían contado con una autorización provisional del
Ayuntamiento, mientras se tramitaba la concesión definitiva ante el Ministerio
de Fomento. Por ello, pese a que todo estaba preparado para su puesta en
servicio el día 25 de agosto,
fecha en la que se procedió a la inauguración del funicular, el Gobernador Civil no autorizó el inicio de la explotación hasta la
realización de la preceptiva inspección facultativa, que tuvo lugar el 5 de
septiembre.
Como se ha señalado, la apertura al tráfico del
ramal al funicular de Igueldo se verificó sin disponer de la oportuna concesión
por parte del Ministerio de Fomento. De hecho, la tramitación burocrática para
regularizar la situación legal de la nueva línea fue especialmente compleja y
prolongada. Al día siguiente de su puesta en servicio, el 6 de septiembre de
1912, el director general de ferrocarriles abrió el proceso de información
pública del proyecto,
pero el trámite se alargó en el tiempo y la subasta definitiva no se
materializó hasta el verano de 1924, es decir, cuando el tranvía lleva en
realidad una docena de años en explotación. Finalmente, ante la falta de otros
proponentes, la concesión fue otorgada definitivamente a la Sociedad Monte
Igueldo.
Entre tanto se tramitaba la legalización de la
concesión del ramal a la estación del funicular de Igueldo, y dado el elevado
tráfico que registró la línea desde el inicio de su explotación, la Compañía del Tranvía de
San Sebastián decidió, el 8 de septiembre de 1912, el establecimiento de la
doble vía en todo el recorrido. La nueva infraestructura, que incluía un bucle
de retorno en la plaza del funicular, con lo que se evitaban las molestas
maniobras de inversión de marcha al finalizar el trayecto, entró en servicio
pocos meses más tarde.
En el punto final del nuevo ramal tranviario se
estableció la estación inferior del funicular que facilitaba el ascenso a la
cima del Monte Igueldo. Al igual que sucedió con el tranvía, la Sociedad Monte
Igueldo inició la construcción del funicular sin haber solicitado la concesión
definitiva, ya que consideraban que ésta no era precisa al transcurrir en toda
su extensión por terrenos de su propiedad. Sin embargo, el Gobernador Civil
exigió la regularización de su situación y, finalmente, la empresa obtuvo la
concesión definitiva el 4 de diciembre de 1912,
cuando ya habían transcurrido más de cuatro meses desde su inauguración
efectiva, celebrada el 25 de agosto de 1912.
El funicular del Monte Igueldo fue construido bajo diseño del ingeniero y accionista
de la empresa Emilio Huici y las obras fueron dirigidas por el también
ingeniero Severiano Goñi. La línea, equipada por la reputada firma suiza Von
Roll, especialista mundial en el sector, tiene una longitud total de 312 metros y en ellos
supera un desnivel de 151
metros , con pendientes máximas del 58%. El ancho de vía
es de un metro.
Como la mayor parte de los funiculares, la
instalación dispone de dos coches accionados por una planta motriz situada en
la estación superior de la línea. Los vehículos fueron construidos sobre chasis
suministrados por Von Roll y carrozados en San Sebastián. La tracción era
asegurada por un motor eléctrico de 50 caballos de potencia, que giraba a 600
revoluciones por minuto y que, mediante tres reductores, impulsaba el cable
tractor, de 39
milímetros de diámetro, formado por seis cables de acero
de 19 hilos cada uno de ellos y un alma de cáñamo. El conjunto imprimía una
velocidad máxima al sistema de 1,5 metros por segundo.
Además
de las estaciones situadas en el inicio y final de la línea, el funicular del
Monte Igueldo contaba también con dos pequeños apeaderos, situados en los
puntos kilométricos 0,128 y 0,201. Ambos se establecieron con el fin de atender
la demanda que podían generar los nuevos chalets que la propia compañía
construía en las inmediaciones de la vía y fueron abandonados en los años
setenta.
Desde
su inauguración, el funicular se convirtió por si mismo en una de las
principales atracciones del parque del Monte Igueldo, gracias a las
espectaculares vistas sobre la bahía de La Concha que ofrece en su pausada ascensión.
Además, tal y como habían previsto sus promotores, el tiempo de viaje que
ofrecía la combinación del tranvía con el funicular era notablemente inferior
al del ferrocarril de Ulía o al de Hernani en su trayecto a Martutene, lo que
unido a la novedad de las instalaciones, pronto hizo que el nuevo parque
acaparase el favor del público y, poco a poco, eclipsara a sus antecesores.
En la actualidad, el funicular del Monte Igueldo
sigue siendo explotado por la Sociedad Anónima Monte Igueldo. En 1948, el tranvía fue sustituido por un servicio de trolebuses que, veinte años más tarde sería a su vez reemplazado por autobuses urbanos. Por su parte, el primitivo
casino se ha visto sustituido por un hotel y un simpático parque de atracciones
con elementos dignos de un museo como la histórica Montaña Suiza pero, a
pesar de las sucesivas transformaciones que han experimentado las instalaciones
de la cima, el funicular sigue funcionando a diario con los equipos y vehículos
inaugurados en 1912.
En 1948 el tranvía de Igueldo fue sustituido por trolebuses
Esperemos que, finalmente, la razón se imponga y que todos podamos seguir disfrutando esta joya de nuestro patrimonio ferroviario en el futuro. ¡Zorionak Igueldo!
Permanecía ignorante ante esta realidad. Con lo que me gustaron los funiculares del Tibidabo y Vallvidriera. Espero que los aficionados no tengamos que volver a lamentarnos por el paso destructor de la modernidad. Ahora tengo otro viaje más, pendiente en mi agenda.
ResponderEliminarHa sido un placer.
Pues date prisa, que el viceconsejero de transportes ya le tiene hechado el ojo.
ResponderEliminar¡¡ FELICIDADES !! http://youtu.be/yTSAZAHiOa8 Funiculí Funiculá
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