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miércoles, 30 de mayo de 2012

EL NACIMIENTO DEL DURANGUILLO

Primitiva estación de Bilbao-Achuri, desde la que partió el 30 de mayo de 1882 el tren inaugural a Durango

El ferrocarril de Bilbao a Durango, el popular "duranguillo" cumple hoy 130 años. En efecto, el 30 de mayo de 1882 circulaba el tren inaugural del trayecto de vía métrica que, desde entonces, enlaza ambas villas vizcaínas. Pese a la modestia de sus 32 kilómetros de recorrido, este pequeño ferrocarril fue crucial en el desarrollo de este sistema de transporte en todo el norte peninsular.

Al de Bilbao a Durango le cabe el honor de haber sido el primer ferrocarril de servicio público establecido en vía métrica en todo el norte peninsular y el segundo de España, tras el valenciano de Silla a Cullera. Su éxito económico fue inmediato, gracias, por una parte, al estricto cumplimiento del presupuesto previsto por el proyecto ( el fracaso financiero de muchos ferrocarriles españoles estribó, precisamente, en el incumplimiento de los presupuestos), facilitado por la economía de construcción que aportaba la utilización de un ancho de vía inferior al normal español y, por otra, a los buenos resultados económicos que ofreció la explotación, sobre todo en lo que respecta al transporte de viajeros.

Como consecuencia de su éxito financiero, rápidamente se extendió la idea de que la única forma de construir ferrocarriles económicamente viables en una región con una orografía tan difícil como la cantábrica, era la utilización de la vía métrica. De este modo, se construyeron en este ancho líneas que, al menos desde un punto de vista estrictamente técnico, deberían haberse establecido en ancho normal, como es el caso de la gran transversal que enlaza Asturias con Cantabria y el País Vasco.

Como recuerdo a tan destacada fecha en la historia de los ferrocarriles españoles, a continuación reproducimos la crónica inaugural que publicó el periódico fuerista La Unión Vasco-Navarra en su edición del 1 de junio de 1882:


Inauguración del F.-C. Central de Vizcaya

               
Según ayer prometimos vamos a enterar a nuestros lectores de la solemnísima fiesta que anteayer celebraron los pueblos del Duranguesado con motivo de haberse inaugurado oficialmente esa importante vía férrea que desde hoy los unirá a la metrópoli de su provincia, borrando las distancias que hasta aquí los separaban.


A las nueve y cuarto empezó la ceremonia de la bendición que estuvo a cargo del señor cura párroco de  Begoña, acompañado de todo su clero que rezó al mismo tiempo el «Te-Deum».


Gran número de banderolas y gallardetes, adornados de laurel y de flores, engalanaban mágica y vistosamente la estación, amenizando con sus armoniosos acordes el acto religioso la banda de música de Santa Cecilia que dirige el inteligente profesor señor García.


Terminada esta ceremonia ocuparon 81 convidados cinco coches espaciosos y cómodos de los que se componía el convoy.


Los edificios contiguos a la estación y el poético paseo de Los Caños se hallaban inundados de una multitud inmensa ávida de saludar con sus vivas a los expedicionarios y a la primera máquina que gallarda y esbelta los iba a conducir por una de las comarcas más pintorescas y hermosas del mundo.


A las nueve y media partió el tren entre los acordes de la música, el estruendo de los petardos colocados sobre los rails de la línea y el chasquido de los cohetes que hendían los aires.


Todos los edificios de Bolueta, Galdácano, Vedia y Lemona, ostentaban vistosas colgaduras en señal de fiesta; sus vecinos aguardaban alborozados, cerca de la vía , el paso del monstruo del siglo XIX, las autoridades locales esperaron también para ofrecer sus respetos al señor gobernador y asociarse a la fiesta, las campanas de las iglesias de esas aldeas saludaron con sus lenguas de metal tan fausto acontecimiento, y los dependientes del municipio dispararon abundantes manojos de voladores para electrizar los aires y aumentar de este modo la emoción que a todos embargaba.


En el apeadero de Astepe se hallaba levantado un gallardo arco del triunfo, con esta inscripción:
 
«Saludamos a la Empresa
que ha llevado adelante
trabajo tan importante
y que al país interesa»


Allí se detuvieron los convidados diez minutos para aceptar el ofrecimiento de pastas y licores con que nuestro distinguido amigo, el respetable caballero vizcaíno D. Juan José de Jáuregui y sus amables hijos, dueños de la importante fábrica de hierros que da vida y animación a aquel hermoso valle, obsequiaron a los convidados, proporcionándoles al mismo tiempo la ocasión de presenciar un aurrescu bailado por los obreros de aquel centro industrial al son de la clásica albocque y del histórico tamboril entre la algazara de la multitud aumentada por el estruendo de los morteros, de los petardos y de los cohetes.


En Zornoza fue también entusiasta el recibimiento. En la estación se hallaba levantado un caprichoso arco, en el cual se leían en ambas partes, las siguientes inscripciones en bascuence:


«Amorebieta-co erriyac pozes bateric Biscaico burdiñ bide erdigoarrari.»
Traducción.- «El pueblo de Amorebieta lleno de júbilo al ferro-carril central de Vizcaya.»

«Doandia Bizcaico erriari eta equigoaco Jaunari beren Langilletazun eta zorionagatic.»

Traducción.- «Loor al pueblo vizcaíno y a los señores de la Empresa por su laboriosidad y prosperidad.»


En la estación de Zornoza ocurrió un detalle que no pudo pasar desapercibido para nosotros. Una ancianita, encorvada hacia el sepulcro por el peso de los años, contemplaba entusiasmada por primera vez de su vida una locomotora; y no pudiendo contener su alborozo porque Dios, según ella decía, le concedía antes de morir ver un ferro-carril, se acercó al señor Gobernador, le cogió una mano y al besarla, le dijo conmovida:
 
«Yo felicito a Usía en este hermoso día»

El recibimiento en Durango, según ayer dijimos, fue frío, efecto según oímos, de algunos disgustos que surgieron entre la empresa del ferro-carril y el Ayuntamiento de aquella villa, por haberse celebrado el banquete en Bilbao, y además por el objeto a que el municipio destinaba algunos terrenos cedidos por la empresa cerca de la estación.[1]

Dos horas tardaron los expedicionarios en el trayecto de Bilbao a Durango, y una hora y cuarto invirtieron en el regreso, dando comienzo inmediatamente al banquete que se celebró en el espacioso local que servirá de almacenes en la estación de Achuri, que estuvo elegantemente adornado con profusión de guirnaldas y ramos de flores.


76 convidados se sentaron en torno de la mesa, ocupando las cabeceras los señores presidente y vice-presidente del Consejo de Administración D. Francisco de Igártua y D. Manuel R. de Elorduy, teniendo el primero a su derecha al señor Gobernador civil de la provincia y a su izquierda al señor Gobernador militar, y el segundo a los ingenieros señores Urúburu y Lequerica.


El menú (como ahora se dice) estuvo a cargo de la acreditada fondista Dª Brígida Múrua y el conocido maitre d’hotel señor Orbe dirigió el servicio con la actividad y buen gusto que le caracteriza.


Al destaparse la primera botella del espumoso champagne comenzó, como es de costumbre, la serie de los brindis, iniciados por el presidente señor Igártua, que en un breve pero elocuente discurso dio las gracias a las autoridades y a los amigos particulares que han contribuido al feliz éxito de la empresa, haciendo después a grandes rasgos la historia de las vicisitudes y de los obstáculos que han tenido que vencer para llevarla a cabo.


Sentimos no disponer de espacio para reseñar uno por uno todos los brindis a cual más entusiastas y elocuentes que pronunciaron, por el orden que mencionamos, los señores Elorduy, Gobernador civil, conde de Monterron, Gobernador militar, Goicoechea (D. Sabino), Delmas (D. Juan), Ibarreta, Bergé, Trueba, Areitio, Atristrain, Leguina, Alzola, Gurtubay, Azcárraga, Echevarría, Aguirre, Sarasúa y Rianchio.


Solo haremos mención especial del que pronunció nuestro distinguido amigo D. Ramón Bergé, porque evocó un recuerdo oportunísimo, cual fue el de que el proyecto del ferro-carril central nació en las Juntas de Guernica, a la sombra del árbol foral, con cuyo motivo habló de las excelencias de nuestro antiguo régimen y terminó brindando por los Fueros.


No concluiremos estas líneas sin hacer votos al cielo para que el ferro-carril central de Vizcaya alcance todo el beneficioso resultado que el país espera de él y que tienen derecho a alcanzar los buenos patricios que lo han llevado a cabo.


Dos días después de verificarse la inauguración oficial del nuevo ferrocarril, en concreto el 1 de junio de 1882, se procedió al inicio del servicio público de viajeros con el siguiente horario de trenes:
 

-          Salidas de Bilbao a las 8:00, 11:00, 14:00 y 18:00 horas.

-          Llegadas a Durango a las 9:26, 12:15, 15:26 y 19:15 horas.

-          Salidas desde Durango a las 8:30, 15:40, 18:03 y 18:30 horas.

-          Llegadas a Bilbao a las 9:54, 16:55, 19:18 y 19:54 horas.[2]


Ante la falta de material móvil y personal, en los primeros meses únicamente se prestó servicio de viajeros. Sin embargo, ante la insistente demanda de algunos empresarios y comerciantes, la compañía decidió el 22 de julio de 1882 que

…desde el 1 de agosto se hiciera servicio de mercancías en el ferrocarril como se pudiera, sin responsabilidad en el plazo del transporte y sin anunciarlo al público y sólo para satisfacer las necesidades de los que primero habían pedido este servicio.[3]









[1] Además de los motivos expuestos en el periódico respecto a la celebración del banquete, los principales motivos de fricción eran los relativos a la subvención y a unos terrenos próximos a la estación en los que el Ayuntamiento deseaba instalar una plaza de toros provisional, algo a lo que se oponía el Central de Vizcaya.


[2] Gaceta de los Caminos de Hierro, 5 de noviembre de 1882, Nº 45, p. 713.


[3] Central de Vizcaya, Libro de Actas del Consejo de Administración Nº 1, p. 150.

viernes, 25 de mayo de 2012

EUSKOTREN CUMPLE 30 AÑOS

Antigua composición de la Compañía de Ferrocarriles Vascongados decorado con la primera imagen corporativa de EuskoTren. Fotografía de Thierry Leleu

Ayer se cumplían 30 años de la promulgación del Decreto de creación de la Sociedad Pública del Gobierno Vasco, Eusko Trenbideak/Ferrocarriles Vascos, S.A., más conocida por su marca comercial EuskoTren. El propósito de la nueva empresa, era el de gestionar las líneas que la empresa estatal Feve había transferido al Consejo General Vasco, de acuerdo con el Decreto 2.488, de 25 de agosto de 1978. Mediante el citado Decreto, el Ente preautonómico recibía las competencias relativas al establecimiento, organización y explotación de ferrocarriles y tranvías que no tuvieran ámbito nacional, discurrieran íntegramente por el territorio del País Vasco y no estuvieran integrados en Renfe. La historia de algunos de estos ferrocarriles se remonta al lejano año de 1882.

El Consejo General Vasco recibió las transferencias de líneas ferroviarias en dos etapas diferenciadas: la primera fue la correspondiente a la red anteriormente explotada por la empresa Ferrocarriles y Transportes Suburbanos de Bilbao (en adelante FTS), llevada a cabo el 15 de diciembre de 1978, y la segunda, la de las líneas de Bilbao a San Sebastián y Hendaya así como el ramal de Amorebieta a Bermeo, que pasaron a manos del ente preautonómico el 1 de junio de 1979. Tras las citadas transferencias, las líneas de vía métrica del Consejo General Vasco conformaban dos redes independientes, sin unión física entre ellas:


-          Antigua red de los FTS, de 41 kilómetros de longitud, formada por las líneas de Bilbao a Plencia, de Luchana a Sondica, de Bilbao a Lezama y de Matico a Azabarren.
-          Línea de Bilbao a San Sebastián y Hendaya, junto al ramal de Amorebieta a Bermeo, con una longitud total de 158 kilómetros.
Tren de los antiguos FTS de Bilbao. Fotografía de Jean-Henry Manara

Característica común a ambas redes era el hecho de que se encontraban totalmente electrificadas a la tensión de 1.500 voltios en corriente continua. Junto a estas explotaciones ferroviarias, el Consejo General Vasco también recibió cinco líneas de autobuses, con una longitud total de 86 kilómetros, anteriormente explotadas por los FTS. 
EuskoTren heredó los servicios de transporte de viajeros por carretera que explotaba FTS

Una vez consolidado el régimen autonómico, el Gobierno Vasco decidió crear una sociedad pública destinada a gestionar directamente los servicios de transporte público de su titularidad, para lo que constituyó, el 24 de mayo de 1982, la empresa EuskoTrenbideak/Ferrocarriles Vascos, S.A.

La situación de los servicios asignados a EuskoTren era extremadamente delicada, ya que habían experimentado una constante degradación tras largos años de descapitalización de las explotaciones. Buena parte del material móvil en servicio superaba los cincuenta años de antigüedad, y las cifras de tráfico, que habían alcanzado sus máximos registros a finales de los años sesenta, con más de 37 millones de viajeros, se habían reducido a menos de 25 millones en 1984.

EuskoTren tuvo que afrontar una importante labor de modernización de sus explotaciones, no sin titubeos, ya que en principio se llegó a considerar el cierre de algunas líneas y su sustitución por servicios de autobuses, como sucedió con el ferrocarril del Urola. Situación similar fue la experimentada por el transporte de mercancías, que fue voluntariamente abandonado en el año 1986. Además, las trágicas inundaciones que asolaron el País Vasco en el verano de 1983, supusieron no solo la destrucción de numerosas instalaciones y material móvil, sino también la suspensión temporal del servicio en varios tramos, con su negativa repercusión en el tráfico y los ingresos de la empresa.
Las inundaciones de 1983 supusieron un duro golpe para la joven empresa

A pesar de los graves problemas antes señalados, EuskoTren emprendió importantes trabajos de renovación de sus activos, con especial incidencia en aspectos relativos a la modernización de las infraestructuras, vías, electrificación, sistemas de seguridad y material móvil. Así, entre los hitos más importantes alcanzados en el periodo comprendido entre 1979 y 1994 destacan:

-          Reapertura del tramo Bilbao Calzadas-Ciudad Jardín, en el que la circulación ferroviaria se encontraba suspendida desde 1969.
-          Progresiva modernización de la línea de Bilbao a Plencia, preparando su transformación en la línea 1 del Metro de Bilbao, programa en el que cabe destacar la construcción de nuevos talleres y cocheras en Sopelana, el soterramiento de las estaciones de Erandio, Las Arenas y Algorta o la duplicación de vía entre Larrabasterra y Urduliz.
-          Establecimiento del servicio de cercanías, denominado «Tranvía», entre Ermua y Eibar, que recorre, en sus cerca de cinco kilómetros de longitud, un área urbana de gran densidad. Para favorecer la demanda, EuskoTren estableció en el trayecto cuatro nuevos puntos de parada que se unieron a las dos estaciones y un apeadero preexistentes.

-          Modernización de numerosas estaciones, entre las que destaca la reconstrucción integral de la línea de San Sebastián a Hendaya, la nueva terminal de la capital guipuzcoana y la creación de puntos de parada en San Pelaio, Anoeta, Galtzaraborda o Belaskonea.
-          Modernización integral de la línea de Bilbao a Lezama, con la construcción de una nueva estación en Sondika, el establecimiento de nuevos apeaderos y la prolongación de la línea de Lezama desde la estación del barrio de La Cruz hasta el corazón de esta población.
-          Introducción de material móvil de nueva construcción, en concreto, la serie 200, en la línea de Bilbao a Plencia y la serie 300 en la de San Sebastián a Hendaya, lo que permitió retirar los vehículos más antiguos, así como incrementar las frecuencias de paso de trenes.
Con las unidades de la serie 300 EuskoTren culminó la renovación de su parque de material móvil

Todas estas actuaciones tuvieron un reflejo positivo en la demanda, lo que permitió que en 1994 se recuperase el nivel de tráfico de viajeros de finales de los años sesenta. En este periodo EuskoTren no descuidó los servicios de transporte de pasajeros por carretera; consolidó su antigua red en los alrededores de Bilbao al mismo tiempo que estableció nuevas líneas, complementarias a sus servicios ferroviarios, en Guipúzcoa. Asimismo, en 1994, el Gobierno Vasco transfirió a esta empresa el Funicular de La Reineta (Vizcaya) y el Museo Vasco del Ferrocarril en Azpeitia (Guipúzcoa).

La inauguración de la primera línea del Metro de Bilbao, el 11 de noviembre de 1995, supuso para EuskoTren la pérdida de su concesión más productiva, el tren de Bilbao a Plentzia, que pasó a convertirse en parte integrante de la línea 1 del nuevo metropolitano. Este servicio suponía por sí solo el 60% de los viajeros anualmente transportados por EuskoTren, por lo que su cesión supuso un grave freno al proceso de recuperación experimentado por la sociedad pública en los años anteriores.
En 1995 la línea de EuskoTren de Bilbao a Plentzia se integró en el Metro de Bilbao

Tras la traumática escisión de la empresa que supuso la creación del Metro de Bilbao, EuskoTren prosiguió con la política de modernización de sus servicios. En este sentido, los principales hitos en el periodo comprendido entre 1995 y 2008, han sido los siguientes:

-          Duplicación de la vía entre Lemona y Amorebieta, dando solución a un importante cuello de botella en la red.
-          Recuperación del tráfico de mercancías, abandonado diez años antes.
-          Continuación del programa de mejoras de la línea de Bilbao a Lezama, con la modernización de las cocheras de Lutxana, la conexión de la antigua estación de Bilbao Calzadas con la de Casco Viejo y la inauguración de la nueva estación de Zumalakarregi.
-          Mejora de las conexiones con el Metro de Bilbao, con la construcción de la estación intermodal de Bolueta.
-          Construcción de la variante de Itxaspe, que solucionó los problemas de inestabilidad del terreno que se arrastraban desde, al menos, el año 1906 y que amenazaban con dividir en dos partes inconexas la línea de Bilbao a San Sebastián.
-          Construcción de un nuevo ramal de acceso al centro urbano de Lasarte. A pesar de su escasa longitud, apenas un kilómetro, esta vía ha permitido la prolongación de los servicios de cercanías de EuskoTren en el área de San Sebastián hasta el corazón de esta importante localidad industrial.
-          Duplicación de la vía entre San Sebastián y Añorga, con la construcción de una variante de trazado y una nueva estación, próxima al campus universitario de la capital guipuzcoana, en Lugaritz.
EuskoTren ha apostado por la recuperación del tráfico de mercancías con la adquisición de moderno material móvil

 Pero, sin lugar a dudas, la principal novedad en estos últimos años ha sido el desarrollo del plan de recuperación del tranvía como medio de transporte público en las principales aglomeraciones urbanas del País Vasco. Euskotren es, desde el 18 de diciembre de 2002, el titular de la línea Bilbao-Basurto, gestionada bajo la marca comercial EuskoTran. El 22 de diciembre de 2008 este servicio se implantó también en las calles de Vitoria.
El tranvía de Vitoria permitió extender los servicios de EuskoTren al territorio alavés

sábado, 19 de mayo de 2012

CASO DE ABLATIVO

Madrid, bendición del tren inaugural del ferrocarril del Norte

El pasado mes de abril recordaba, en una entrada que también ha sido publicada en la edición impresa de Vía Libre del presente mes de mayo, que este año 2012 se celebra el sesquicentenario del primer ferrocarril del País Vasco. Este primer tren inició su andadura el 6 de marzo de 1862 entre Miranda de Ebro (Burgos), Vitoria (Alava) y Alsasua (Navarra), tramo que formaba parte de la importante línea internacional llamada a conectar Madrid con Irún y París.

Dos años más tarde se culminó la construcción de este importante ferrocarril, definitivamente inaugurado el 15 de agosto de 1864. Entre los numerosos invitados a tan destacado evento, la inauguración de la primera conexión ferroviaria internacional de nuestro país, asistió una nutrida representación de la prensa de la época, entre los que se encontraba el insigne escritor Gustavo Adolfo Becquer. Pocos días después, su singular crónica del viaje inaugural fue publicada en el periódico El Contemporáneo bajo un llamativo título; "Caso de Ablativo".

A continuación reproducimos íntegro su contenido:


EN, CON, POR, SIN, DE, SOBRE LA INAUGURACION
DE LA LINEA COMPLETA DEL FERROCARRIL
DEL NORTE DE ESPAÑA

Queridos amigos: Por huir de Scila he dado en Caribdis; por abandonar la corte, donde el calor comenzaba a sofocarme, he contraído el compromiso de escribir a ustedes algo sobre la inauguración, y en este momento en que con las cuartillas delante vuelvo y revuelvo la ociosa pluma entre las manos, la mojo en el tintero, se seca, y la torno a mojar sin saber por dónde dar principio a la relación de los sucesos, no sé qué es peor, si hallarse descansado y libre de inquietudes, aunque sea a una temperatura de treinta grados de Réaumur, o aspirando esta deliciosa brisa del mar que viene a acariciar el rostro después de haber mojado sus alas en el océano, pero atado por la conciencia del deber a una silla, frente a una mesa, donde el papel parece mofarse de nuestra esterilidad y nuestra impotencia con su insultante y deslumbradora blancura.

Después de diecisiete horas de ferrocarril, después de haber visto desfilar como un interminable panorama cien pueblos y ciudades distintas, oyendo incesantemente como el acompañamiento de una canción que nunca se acaba, el férreo y asordecedor estruendo de la locomotora, después de un día de agitación y bulla, de fluctuar arrastrado por la muchedumbre, de acá para allá, en una ciudad nueva donde todo impresiona, envuelto en esa nube de ruidos, de objetos y de colores que, combinándose entre sí de mil maneras diversas, acaban por aturdir la vista y embotar la imaginación; de escuchar por aquí el clamoreo de las turbas, por allá el estampido de los cañones, los ecos de las músicas, la aérea armonía de las campanas, y ver las banderolas que se agitan, las armas que lanzan chispas de luz, los carruajes y jinetes que cruzan en todas direcciones, un pueblo entero, en fin, que todo él a un tiempo se mueve y hace ruido, y va y viene lleno de ese entusiasmo expansivo y alborotador que acaba por hacerse contagioso y comunicar su vertiginosa alegría al más impasible; después de una noche y un día semejantes, figúrense ustedes qué cuerpo y qué espíritu tendré para coger la pluma y bosquejar ese cuadro de contornos tan difíciles de fijar que la fotografía instantánea apenas podría sorprender un momento para reproducirlo con toda su animación y su vida.

Yo quisiera enviar a ustedes una relación circunstanciada de cuanto ha sucedido, hasta el punto que no perdonaría el más insignificante detalle. Apuntaría uno por uno los pueblos y las estaciones por donde hemos pasado, haría la cuenta minuciosa de los puentes, las cortaduras y los túneles que hay en el trayecto de la vía desde Madrid a San Sebastián, no olvidando tampoco el nombre y las circunstancias personales de todos y cada uno de los invitados a las fiestas, con expresión del lugar que ocupó cada cual, si se movió o mantuvo quieto, si habló y lo que dijo, los platos que se sirvieron en el banquete, los cañonazos con que saludó al tren real el castillo de la Mota, el número de flámulas, escudos, guirnaldas y banderolas que adornaban las estaciones de Vitoria, Tolosa y San Sebastián, cuál era la forma de las tribunas y la materia de sus adornos, como igualmente las proporciones de la tienda en que tuvo lugar la comida y su decoración interior, y todo esto con las horas, las medidas y los números justificantes de mi escrupulosa relación; pero ni creo que esto sea posible, ni aun dado caso que hubiese podido adquirir tantos datos y hecho tantas observaciones, tendría tiempo de coordinarlas con la amplitud y el orden debidos. En este apuro sólo me ocurre una cosa: en la cartera de viaje y escritas con lápiz, tengo unas cuantas notas hechas en el camino, descosidas, incorrectas, casi sin ilación, como tomadas al escape para fijar las impresiones del momento, pero que si juntas no forman un artículo con sus requisitos de plan, de gradación y enlace, darán seguramente una idea más aproximada que cualquiera otro género de trabajo de la rapidez con que los objetos y los pensamientos que éstos engendraban herían los ojos y la imaginación.

¿No creen ustedes que sería más barato para ustedes y para mí que las enviase tal como están escritas, dado caso que pueda descifrarlas? En la duda de lo que ustedes contestarán doy hecho que les parece bien lo que más me conviene, y procedo a transcribirlas.

He aquí la traducción más aproximada de los jeroglíficos de mi cartera.

Salida de Madrid

Son las cinco de la tarde y en este momento arranca el tren. En los andenes he visto a una porción de gente conocida y he estrechado la mano de algunos amigos. No sé aún quiénes son todos los que vienen con nosotros. Me ha parecido divisar a lo lejos a varios personajes importantes en el mundo de la política, la banca, las artes y la literatura. Si damos una voltereta en el camino o se le viene al tren encima la bóveda de un túnel, dejamos a España en cruz y en cuadro respecto a grandes hombres. Sería una fatalidad para España y para nosotros. Después de escrita esta última palabra reparo que, sin pensar, me he incluido en el número de las notabilidades. Cada vez me voy convenciendo más de que, a pesar de lo que se haga y se diga en público, la modestia no es una virtud privada. No sé si borrar la frase. ¡Bah! La dejaremos como está escrita. «Dime con quién andas, te diré quién eres», dice el adagio. Pues voy con ellos, ¿por qué me he de negar en el secreto de la cartera la satisfacción de asociar mi nombre al de tanta eminencia?

Media hora después

La poco agradable temperatura de Madrid quiere darnos la despedida antes que salgamos del término de su jurisdicción. ¡Hace un calor insufrible! Sudo sin moverme. A un lado y a otro de la vía se descubre por todo horizonte una faja de terreno árido y parduzco, con algún que otro arbolillo raquítico y tortuoso. Por las ventanillas del coche, que están abiertas, entran, amén del humo de rigor, un verdadero simoun de polvo y arena. Se me han saltado las lágrimas. No de sentimiento porque abandono Madrid, sino por que al asomarme para ver cómo se esconde en las ondulaciones del terreno el más alto de sus edificios, me ha entrado una partícula de carbón en los ojos.

El Escorial

Poco a poco el terreno cambia de aspecto y se hacen más caprichosas las líneas de sus accidentes. Ya esto vale la pena de asomarse a verlo. Aquí se descubre una ladera erizada de enormes pedruscos que parecen hacinados unos sobre otros por la mano de los titanes. Más lejos, una cadena de montañas que se van degradando y perdiendo en la luminosa atmósfera del horizonte, entre cuyas encendidas nubes asoma por intervalos un rayo de sol próximo a desaparecer. He allí El Escorial, con su atrevido cimborrio, sus torres cuadradas y macizas y sus extensas alas de construcción uniforme e imponente. ¡El Escorial, que parece grande aun comparado con la inmensa mole de granito a cuyo pie se descubre! Un mar de verdura compacta y sombría presta su color melancólico y severo al paisaje. La soledad y la naturaleza hablan aquí al alma con su misterioso lenguaje y la llenan de sus extrañas armonías. Si en efecto buscaba un retiro adonde no llegase ni el rumor del mundo, el rey prudente dio una gran prueba de serlo, eligiendo este lugar para erigir en él el inmenso panteón donde dejó esculpidos en piedra su genio, su carácter y el espíritu de su época. Aquí se ha mantenido oculto entre los pliegues de la montaña hasta que el pico de la civilización allanó las escabrosas pendientes, hizo volar las rocas hechas mil pedazos, y los rails se tendieron sobre su pedregosa cuenca. ¡Adiós, austeras meditaciones de los cenobitas! ¡Adiós, majestad de las soledades! ¡Adiós, armonías extrañas de la naturaleza que habla al espíritu en el silencio! El siglo XIX ha llamado a las puertas del escondido valle, y la vida, la animación y el tráfago vienen con él a llenarle de ruidos discordes, cuyos ecos llegan perdidos hasta el fondo de las catacumbas de los reyes. Un jirón de la niebla de la tarde flota en lontananza sobre la cúpula del templo. Parece que la sombra de Felipe II se levanta soñolienta de su panteón para ver al siglo que pasa con tanto estrépito por delante de sus puertas. La locomotora silba. En un siglo en que hasta las mesas responden a lo que se les pregunta, ¿quién puede asegurarse que las locomotoras no silban con intención cuando lo hacen con tanta oportunidad?

Ávila

El cielo comienza a ensombrecerse y la noche se adelanta. Se oye distante el ruido sordo del trueno. Al calor ha sucedido una frescura que al principio hace un efecto agradable y por último obliga a echar un mirada de través al abrigo, arrojado hace poco corno inútil sobre el asiento del wagon. El aire entra a bocanadas, húmedo e impregnado en ese perfume especial que anuncia la aproximación de la lluvia. A un lado del camino se descubre, casi perdida entre la niebla del crepúsculo y encerrada dentro de sus dentellados murallones, la antigua ciudad patria de santa Teresa. Ávila, la de las calles oscuras, estrechas y torcidas, la de los balcones con guardapolvo, las esquinas con retablos y los aleros salientes. Allí está la población, hoy como en el siglo XVI, silenciosa y estancada.

Pero ya se acerca la hora. Unas tras otras, las ciudades, al despertar de su profundo letargo, comienzan por romper, al desperezarse, el cinturón de vetustas murallas que las oprimen. Ávila, como todas, romperá el estrecho cerco que la limita y se extenderá por la llanura como un río que sale de madre. Si hoy volviese santa Teresa al mundo, aún podría buscar su casa por entre las revueltas calles de su ciudad natal sin dudar ni extraviarse. Esperemos que, de hacerlo dentro de algunos años, le será preciso valerse de su cicerone.

Medina del Campo

Comienzo a aburrirme. La noche ha entrado por completo; pero la luna, que ha salido por detrás de las nubes, derrama una claridad azulada y confusa que parece la prolongación del crepúsculo. Por no entretenerme en algo peor, voy a entretenerme en fumar, aprovechando la ocasión de no ir señoras en el coche. No hay mal que por bien no venga. He encendido un cigarro en la punta de aquel otro, y al arrojar el segundo para encender el tercero, me encuentro sin saber cómo ni por dónde en Medina. Anuncian su aproximación las altas alamedas que se destacan vigorosamente por oscuro sobre el cielo nebuloso de la noche, y los derruidos restos de algunas construcciones magníficas que atestiguan su pasado esplendor. Si Medina fuera hoy lo que ha sido en tiempos, ¿con qué alborozo saludaría el paso de la locomotora por delante de sus muros? Pero de Medina la grande, del mercado de las Castillas, cuyas célebres ferias atraían en otras épocas los traficantes de Europa y del mundo, sólo queda la tradición. Hoy no sé si se venderá algo en Medina, y caso que se venda, si habrá quien lo compre. Es triste en medio de la noche esta línea de ciudades que parecen otros tantos sepulcros donde yacen nuestras glorias, nuestro poder y nuestras tradiciones de grandeza.

Valladolid

Pasa tiempo y tiempo y sigue la tierra llana de Castilla desfilando ante mis ojos como una cinta oscura e interminable, siempre del mismo color e idéntica forma. De cuando en cuando, una mancha oscura, una torre puntiaguda y las desiguales chimeneas de los tejados, que se destacan confusamente sobre la tinta parda del horizonte, anuncian la presencia de un pueblecillo. Siento en el estómago un malestar indefinible. No puedo decir a punto fijo si es que tengo ganas de cenar o que he fumado mucho. De todos modos, si Valladolid no está aún muy lejos, la empresa se ha manifestado altamente previsora designándolo como punto el más adecuado para tomar un piscolabis.

Media hora más sin que Valladolid aparezca. He averiguado, al fin, que lo que tengo no es precisamente hambre, pero que puede calificarse de apetito. La marcha del tren se hace cada vez más lenta, la locomotora produce un ruido especial, semejante al de la fatigosa respiración de un caballo después de una carrera muy larga. A lo lejos se ve una lucecita, como esas que se divisan de noche en los cuentos de los muchachos. La luz se acerca, o, mejor dicho, nosotros nos acercamos a la luz. Se ven otras. ¡Es una estación iluminada! ¡Es Valladolid!

¡Valladolid, la espléndida corte de los antiguos monarcas castellanos! ¡Valladolid!, ¡ah...!, ¡con qué gusto dejaría volar la imaginación desatada por los laberintos de nuestra historia, si en este instante no me fuera preciso exclamar con Baltasar de Alcázar en sus famosas redondillas de El cuento interrumpido:

Pero... cenemos, Inés,

si te parece, primero!

Hemos cenado de pie, como los israelitas cuando despachaban el cordero pascual en traje de camino, sin tomar asiento, y con el bordón en la mano. Esto no ha impedido, al que tenía ganas, hacerlo bien. Yo lo he hecho tal cual. Ahora meditemos sobre las pasadas glorias de la corte de Castilla; preguntémonos con Jorge Manrique:

¿Qué se hizo el rey don Juan?

Los infantes de Aragón,

¿qué se hicieron?

Tratemos de recoger nuestras ideas. ¿Qué se hizo el rey don Juan? Eso es: ¿qué se hizo ese buen hombre...? Creo que las he recogido tan bien que me he quedado sin ninguna. Cada vez me parece que oigo más lejos el ruido de la máquina. La luz me incomoda; voy a correr la cortinilla por delante del reverbero. Mis párpados se cierran insensiblemente... Juraría que voy a dormirme. ¡Y sin que se me ocurra siquiera una frase sobre Valladolid! ¿Si será verdad que el ayuno es el mejor acicate de la imaginación? No sé; pero la verdad es que yo me duermo, y no puedo atribuirlo más que a los vapores de la cena.

Burgos

Acabo de despertar, lleno de sobresalto, de uno de esos ensueños ligeros y nerviosos, únicos que pueden conciliarse en el ferrocarril. Consulto el reloj y son las dos y media de la madrugada. La luna permanece aún escondida entre las nubes, pero a intervalos su claridad ilumina el paisaje con un resplandor azulado y fantástico. Allí estaba Burgos. Burgos debe ser, porque entre esa masa compacta y oscura de techos puntiagudos, de torres almenadas y altos miradores, he visto destacarse, como dos fantasmas negros, las gigantes agujas de su catedral. En este momento me ocurre qué pensarán esos monstruos de piedra, esos patriarcas y esos personajes simbólicos, tallados en el granito, que permanecen día y noche inmóviles y asomados a las góticas balaustradas del templo, al ver pasar entre las sombras la locomotora ligera como el rayo y dejando en pos una ráfaga de humo y chispas encendidas. Acaso saludarán, con una sonrisa extraña, la realización de un hecho que esperan hace muchos siglos. Acaso esas simbólicas figuras grabadas en la entreojiva de la catedral, jeroglíficos misteriosos del arte cristiano que aún no han podido descifrarse, contienen la vaga predicción de las maravillas que hoy realiza nuestra época. La Edad Media, que produjo espontáneamente esas asombrosas moles de piedra que aún son y serán por largo tiempo el pasmo de las generaciones que le han sucedido; la Edad Media, que planteó e intentó resolver, aunque de una manera empírica, los más grandes problemas científicos y sociales; que soñó, aunque de un modo confuso, con la soberanía del espíritu del hombre sobre los elementos que le rodean, y quiso arrancar a la naturaleza el secreto de la transmutación de los metales, a los astros el secreto del porvenir y, por último en el delirio de su entusiasta locura, a Dios el secreto de la vida; la Edad Media, tan llena de ideas extrañas, de aspiraciones infinitas, de atrevimientos inauditos, desarrollados al impulso de una religión que había conmovido la antigua sociedad hasta en sus más hondos cimientos y abierto al espíritu del hombre horizontes interminables, fue con sus relámpagos de luz en medio de la oscuridad profunda, con sus sangrientas convulsiones, con sus utopías increíbles, sus alquimistas y sus astrólogos, sus trovadores y sus menestrales, sus monjes sabios y sus reyes guerreros, el magnífico prólogo lleno de símbolos y misterios de este gigante poema que poco a poco va desarrollando la humanidad a través de los siglos.

Tal vez por eso encuentro yo como una relación secreta entre esta última palabra de nuestra civilización y esas vetustas torres que esconden entre las nubes sus flechas agudas, o lanzándose desde la tierra al cielo como con ansia de prolongar hasta lo infinito el último punto de triángulo. ¡Ah!, no: vosotras no sois El Escorial, cuyo cóncavo cimborrio pesa sobre los muros como un cráneo de plomo; vosotras no sois el matemático producto de un genio frío, material y severo, que traduce con su igualdad monótona y su antipática dureza de contornos el pensamiento de un rey mezquino aun en su obra más grande.

Con vuestros antepechos calados como el encaje, vuestras agujas delgadas y esbeltas, vuestros canalones de animales monstruosos y fantásticos, y esos miles de figurines extravagantes que se combinan y confunden con un sinnúmero de detalles a cual más caprichosos y escondidos, vosotras sois toda una creación inmensa que nunca acaba de revelarse del todo, en que cada una de las partes es un mundo especial, una parábola, una predicción o un enigma no resuelto, escrito en piedra, y el conjunto, una obra grande e infinita, remedo de la del Supremo Hacedor, a quien imitaron los hombres al levantaros del polvo. Día llegará en que, una vez soldados los rotos eslabones de la cadena, se revele a los ojos del pensador la maravillosa y no interrumpida unidad de desenvolvimiento con que, empujados por la idea cristiana, hemos venido desde la catedral a la locomotora, para ir después desde la locomotora a quién sabe dónde.

Miranda de Ebro

Yo he debido dormir: de por fuerza, porque recuerdo que he soñado, y aunque en algunas ocasiones suele acontecerme soñar despierto, en ésta, por lo menos, tengo la seguridad de haber soñado dormido. Dormido profundamente, y tal vez con alguna copa de burdeos de más, porque, si no, es imposible explicarme cómo he imaginado tanta extravagancia. En este mismo instante me acordaba perfectamente de cuanto he soñado, y ahora que lo quiero coordinar, se me escapa un retazo por aquí, otro por allí, y se deshace como una nube de niebla que cuando sopla el aire se desbarata y flota en todos sentidos, dispersa en jirones. ¡Oh!, no: pues aunque sea poco yo he de acordarme de algo.

¡Soñaba yo que en silenciosa noche...!

¡Ah!, no. Esto es el principio del sueño de El trovador de García Gutiérrez. Yo soñaba una cosa menos romántica, soñaba... Sí, ya me acuerdo, soñaba una cosa absurda: que dentro de un wagon, y con una celeridad como imaginada, recorría una línea férrea tan inmensa que después de salir de un punto llegaba al fin de mi viaje, bajando en la misma estación de donde había partido, después de dar la vuelta al globo. Ya esto de por sí era bastante extraño; pero lo más particular era, lo había observado en el camino, observé que cada vez que tocábamos a las fronteras de una nación y cuando en los wagones de transportes se hacían los preparativos para descargar las mercancías, se presentaban unos cuantos señores, sin duda gente del resguardo o cosa por el estilo, que preguntaban a los consignatarios de aquellos géneros: «¿Qué traen ustedes aquí?» «Nada de particular -respondían los interesados-: géneros de lícito comercio.» «¿No traen ustedes ideas?» «¡Quia! ¡No, señor! Éstas son sardinas de Nantes; aquéllos, vinos generosos; los de más allá, pimientos en conserva, y todas cosas así, como lienzos pintados, dijes de bisutería, objetos de moda, frutos coloniales, etc.» Dada esta satisfacción, y convencidos aquellos señores de que, en efecto, era así, el tren descargaba sus géneros y tomaba otros, y seguíamos adelante. Pero en todas partes se repetía la misma escena, hasta el punto que, picado de la curiosidad, no pude menos de preguntar a un señor desconocido que iba en mi compañía:, «¿Podrá usted decirme qué diablos de ideas son ésas que tanto buscan y persiguen, cuál es su color o su hechura, y qué bienes nos vienen con la gracia de esta ceremonia que en todas partes se repite?». «Yo le diré a usted -me contestó aquel buen señor, a quien parecía embarazar un poco mi pregunta-: las ideas en cuestión son las ideas del siglo, el cual, a última hora y después de haberlas engendrado, asustado de su obra, quiere ahogar a sus hijas. Para desterrarlas del comercio de los hombres se inventan cada día artificios al cuál más ingenioso; pero es el caso que esos demontres de ideas, que son traviesas como ellas solas, se cuelan, como vulgarmente suele decirse, por el ojo de una aguja y no hay modo de darles con la puerta de las naciones en la nariz. El comercio material sirve, en último caso, de inocente instrumento a ese otro comercio del espíritu, y ahí donde usted las ve, cada una de esas botellas de vino, cada una de esas sardinas de Nantes, llevan una idea en sí. ¿Dónde? Vayan ustedes a averiguarlo; pero ello es que, cuando se comen o se beben, el sólido o el líquido bajan por el garguero abajo, y la idea sube por la cabeza arriba, y entonces comienza la doble digestión del cerebro y del estómago.»

«¡Ja, ja, ja! -exclamé yo riendo a trapo tendido de la explicación de mi acompañante-; ¡habrá cosa más original que la estratagema de esas pobres ideas tan perseguidas por todo el mundo! Y dígame usted -añadí cuando se me hubo sosegado la risa-, ¿qué efecto cree usted que producirán esas ideas después de haberse infiltrado en la sociedad por medio de un recurso tan ingenioso?» «Hombre, no sé; unos dicen que son un veneno que producirá retortijones de tripas con su correspondiente calentura; otros, que una panacea universal con la que sanan todos los males como por ensalmo. Lo que fuere tronará, porque lo cierto es que con éstas y con las otras, buenas o malas, ya las tiene medio mundo dentro del cuerpo, y a este paso, fatalmente las tendrá muy pronto el otro medio. Nosotros, no; pero nuestros hijos, o los hijos de nuestros hijos, allá verán lo que resulta.»

En este punto he despertado en Miranda de Ebro. El día comienza a clarear, y a su escasa luz me parece distinguir en uno de los muelles de la estación multitud de pirámides formadas de cajas, botes y pequeños barrilillos de mercancías extranjeras. Parecen vinos del Rin y Koenigsberg, patte-foigras, vaca de Hamburgo y queso de Rochefort. ¡Diantre! ¿Si poco a poco nos irán trayendo ideas todos esos nuevos primores de la ciencia culinaria del siglo? En la duda, sería cosa de vigilar de cerca a Lhardy.

De Olazagutía a Beasaín

Cójase una caja de juguetes, alemanes o suizos de esas que venden en casa de Sckrok, y que son el sueño de oro de los muchachos; una de esas cajas que dejan ver, al levantar su blanca cobertura, todo un mundo de animalitos, casas, árboles, peñas y figuras de aldeanas, con sus trajes azules, amarillos y rojos, mezclado y confundido en caprichosa revolución sobre una capa de musgo verde. Colóquese primero el campanario en el valle, los chalets con sus barandas de madera y sus pisos volados en el ribazo del monte, muchos árboles por acá y por allá, mucho musgo por todas las praderas y por cima de las rocas y las cortaduras; en un término, unas vaquitas; en otro, un pueblecito y verdura, un mar de verdura que contenga todos estos objetos como en un marco. Después la iglesia, que estaba abajo, se coloca arriba; y el pueblecito, que estaba arriba, abajo; los árboles que se veían aquí, más allá, y el puentecito y las vacas que se veían allá, aquí, y así se sigue trastornándolo todo y combinando de mil modos distintos la misma torre con los mismos caseríos, sobre las mismas hondonadas y las mismas eminencias, siempre sobre el idéntico fondo de verdura, como se combinan los objetos y los colores en un caleidóscopo, y se tendrá una idea aproximada de lo que son las provincias vistas al paso desde una de las ventanas del coche.

En este momento comienza propiamente la inauguración. Yo quisiera ser inteligente para consignar una opinión autorizada acerca del mérito de las obras. No obstante, valga por lo que valiere la de un profano, diré que me parecen magníficas. Sólo el acometer una empresa de tanta magnitud revela una osadía y un atrevimiento dignos de la época de los grandes arrojos científicos e industriales. Desde que se abandona a Olazagoitia hasta llegar a Beasaín, se vive como Proserpina, según la relación de las fábulas mitológicas: la mitad del tiempo, sumido en las sombras de las entrañas de la tierra; la otra mitad, gozando de la luz del sol en la superficie. Atravesamos una verdadera cordillera de montañas. Se sale de un túnel para entrar en otro. Yo he contado en este trayecto hasta veintitantos, y después he perdido la cuenta. Donde no se ha horadado la roca para atravesar una altura, se ha levantado un puente para salvar un precipicio. Por un lado y otro del coche se ven las antiguas sendas que suben y bajan serpenteando lenta y trabajosamente alrededor de los montes y los valles, siguiendo sus vueltas, sus ondulaciones y sus caprichos, para enlazar unos con otros los pueblos, mientras el tren corre con una carrera frenética a lo largo de la vía, derecho a su camino, salvando los obstáculos, desafiando las contrariedades, rompiendo las vallas que puso la naturaleza a la osadía de los hombres, volando ansioso a coger por la vez primera el otro extremo del carril de hierro, que se ha de poner en comunicación con el mundo. Verdaderamente esto es admirable. El siglo XIX, como el Supremo Hacedor del Génesis, puede creer sin vanidad al contemplar su obra que, en efecto, «es buena.»

En marcha

De las aldeas comarcanas salen a saludarnos a la orilla del camino los habitantes de estos alrededores. A la entrada de las grandes poblaciones se ven arcos de triunfo; en los caseríos de las aldeas cuelgan de los ventanillos y los barandales, a falta de otra cosa mejor, las colchas de las camas; de cuando en cuando llegan hasta nosotros, en las ráfagas del aire, el alegre sonido de las campanas, echadas a vuelo en las cien torres que, unas empinadas sobre las cumbres, otras escondidas en lo más profundo de los precipicios, saludan con sus voces de metal el fausto acontecimiento. No sé por qué todo esto me alegra y me entristece a la vez. Verdad es que me sucede una cosa semejante en todas las grandes fiestas. Hace un momento he visto un grupo de aldeanos que nos saludaban al pasar, con sus boinas rojas y azules, y más allá, sobre un fragmento de roca arrancado de la embocadura de un túnel, una niña que nos contemplaba entre temerosa y suspensa, teniendo entre sus manos una rama de oliva.

La oliva es el símbolo de la paz y la abundancia, que son la felicidad de los pueblos. Pero, ¿qué sabe ella lo que significa esa rama verde que ha desgajado del árbol para agitarla, por juego, al paso de la locomotora? Sus padres han oído decir que ese monstruo de hierro que arroja columnas de humo y nubes de chispas inflamadas, y cuyos roncos silbidos oyeron la primera vez con asombro, ha de traerles la prosperidad, la calma y la dicha. Ella ha visto a sus padres vestirse sus mejores galas, abandonar la aldea y salir al camino, no sin haber cortado antes algunas ramas de los seculares troncos que prestan sombra a su humilde heredad, y los ha imitado, y sale también a saludar la nueva aurora de la civilización.

¡Pobre niña! ¡Quién sabe las lágrimas que, ya mujer, has de derramar antes que llegue ese día de paz que anuncia un albor confuso! ¡Quién sabe los hijos que has de amamantar a tus pechos para que vayan a morder el polvo de un campo de batalla, primero que se resuelvan los temerosos problemas sociales y políticos, cuya resolución apresura el rápido desenvolvimiento de la ideas y los intereses! La lluvia que hace fructificar el campo de tus padres y a cuyo benéfico influjo brotan las flores que tú buscas por la ladera de las montañas, es una bendición de Dios, pero siempre la acompañan y la preceden las tempestades, el trueno y el rayo.

He aquí que entre las nieves del Norte se forma como una gran tempestad. Mas no importa. Ya no hay Pirineos. Ya no hay Alpes tampoco. España, Francia e Italia, los tres grandes pueblos latinos, se dan la mano a través de las cordilleras de montes que los dividían. La gran raza, que es una por sus tradiciones, sus costumbres y sus intereses, tal vez en un día no lejano se mostrará compacta, fuerte y dominadora como en otros tiempos. Desde luego, las liga entre sí un lazo poderoso: el lazo de las creencias. Desde luego, puede tener una unidad y una sola cabeza en cuanto se relaciona con el espíritu. ¿Quién dice que la Roma del Vaticano no volverá a ser, como la Roma del Capitolio, la égida y el guía civilizador de su gran pueblo, derramado hoy por el mundo en diferentes naciones?

En San Sebastián

Quisiera ser Hamlet, y no precisamente por tener su talento, que es todo él de su creador que vació su gigante inteligencia en la de esta magnífica figura, sino por disponer de la calma y el aplomo necesarios para sacar un librito de apuntes en la situación más crítica y apuntar en él cuanto me impresiona o me importara saber más tarde. Yo no me canso de admirar a sus compatriotas los ingleses que, en medio de una conflagración general y en el filo de una espada, son capaces de hacer un croquis o apuntar una nota con la impasibilidad y la sangre fría más admirable del mundo.

Heme aquí en San Sebastián, traído y llevado por las oleadas de la multitud, sin saber de qué forma valerme para proseguir apuntando mis impresiones. ¡Son tantas las cosas que a la vez reclaman mi atención! ¡Tantos los objetos que a un tiempo hieren mis ojos! Aquí un altar, con un sacerdote revestido de las capas pluviales, sus cantos religiosos y sus incensarios que despiden columnas de humo perfumado y azul. Allá un dosel de oro y terciopelo, grandes uniformes, bandas rojas y azules, placas de brillantes, todos los esplendores de la monarquía, y la Marcha real que llena el viento de sus acordes majestuosos. En medio, la locomotora empavesada que bufa contenida como un corcel fogoso sujeto por el jinete. Luego, una multitud inmensa de colores abigarrados que acude por todas partes y se apiña en torno al lugar de la ceremonia. Al fondo, el puerto con su bosque de mástiles empavesados con banderas de todas las naciones; el castillo, que saludó a las majestades del cielo y de la tierra con sus formidables bocas de bronce; la ciudad, que se extiende al pie de la montaña; las campanas, que voltean ruidosas y alegres, y, por último, el mar inmenso, que se prolonga en lontananza hasta confundirse con el cielo en el horizonte.

En el banquete

Acaban de servirme un plato, de cuyo contenido he dado fin con una presteza admirable, y aprovecho el momento que tardan en servirme otro para consignar que esto me parece muy bien.

Antes de acostarme

Estoy completamente mareado. Después del banquete ha habido regatas; después de las regatas, la visita de su majestad a la iglesia de Santa María, y vivas, y música, y cohetes voladores; en seguida ha partido el tren real, y a la media hora el de los convidados que continúan hasta París. No sé a cuántas personas notables he visto. Yo no creía que hubiese tanta gente notable en el mundo, aun contándome yo y otras notabilidades por el estilo en el número de ellas. Y no han parado aquí, sino que acto continuo ha comenzado la iluminación, y los fuegos de artificio, y el baile, que se ha prolongado hasta las tantas de la noche.

En este momento, que es la una de la mañana, todavía llega a mis oídos el rumor de una música que le dan a no sé qué personaje.

¡Jesús! ¡Jesús! ¡Yo no sé cómo me las voy a gobernar para poner en limpio tanta divina cosa como llevo apuntada en la cartera! ¡Y decir que mañana tengo que emprender esa obra, más colosal que hacer la luz en el caos!

Francamente, dan ganas de no divertirse, por no tener que contar al público en qué y cómo se ha divertido.

El Contemporáneo
21 de agosto, 1864 [A]
Inauguración del ferrocarril del Norte en San Sebastián